Un viaje encantador pero del que siempre salta la pérdida de mi querida cámara traída de España. Una italiana necesitaba salir del país para conseguir el visado, me lo dijo su amiga y me apunte a un viaje que era otro MUST, por los recuerdos de la presencia hispana. Me quedan las otras islas de Marianas, y sobre todo esa con el nombre de Farallón de Pájaros, pero no parece que haya nada del período español, en parte por lo pequeñas que son, aunque durante el imperio japonés vivieron varios miles de personas.
Desde el principio empezó bien. Fue llegar al hotel y de repente oigo un grito «Heyyyyy Tinoooo!!!!!». Que alegría, era una compañera en la residencia que ya había regresado y trabajaba para una agencia de turismo recibiendo a los japoneses. Nos estuvo enseñando la isla con su novio, y contándonos los terrenos que da el gobierno a las parejas nuevas tras la boda. Como tenía amigos por todos lados, también nos metió gratis en esas lanchas rápidas con protección ante posibles caídas; curioso, todos los clientes eran muy formales y me tuve que tirar yo para probar esa calidad del salvavidas y del casco.
Su padre era un antiguo senador, Ben Sablang. Me invitó a salir en su yate. Pescamos tres atunes y se ve incluso la sangre que le sale al pez porque justo en ese momento lo pescamos. Cuando regresamos me dijo el padre si quería comerlo, pero no estaba para comidas. Las primeras fotos si habían sido muy alegres, pero después de hacerme la foto con lo mal que lo estaba pasando, vino la peor vomitona que he echado en mi vida, con bilis y todo. No estaba para experiencias adicionales esas.
«No es por nada, pero de alguna manera me voy sintiendo un experto en estas regiones; dentro de la limitación que supone sentirse experto en un área que cubre la mitad de la población mundial, no hay nada como visitar un país para conocerlo.» Ya andaba echando cuentas del futuro viaje a Kiribati para conocer mejor la región, porque además de Micronesia ya conocida pasaría por Melanesia (los de piel negra en el Pacífico) y un poco por la Polinesia (aunque no a Tahití, bastante caro es). Señalaba: «ya habré conocido las tres culturas del Pacífico y podré ser miembro cualificado de la Asociación de Estudios del Pacífico.»
Con la suerte de tener coche y gente del lugar con la que salir fuimos por varios sitios y vimos Saipan y su democracia funcionando. Estuvimos bailando en un local con música de Belau (ya me tengo cazada cómo es la música esa, en Ponapé también la bailé) y con el senador pude hablar tranquilamente de la situación política de las islas. No en el bote cuando estábamos pescando y menos aún después de la foto del pez, cuando mi mente estaba en llegar a tierra firme.
El segundo día de la llegada fuimos a una Cena Chamorra, los habitantes originarios de estas tierras, (ahora están en minoría frente a los filipinos) con bailes y demás. Me sacaron para la cosa típica esa de hacer un baile a lo tonto y monté la juerga. Les dije a las italianas: éstos no son bailes chamorros, si acaso uno del principio, algo más aburrido, pero los de ahora son polinesios. Ahí queda eso.
Como no hice fotos de monumentos parece como si hubiera sido menos viaje. Es cierto en parte, los españoles ordenaron a los chamorros que se trasladaran a Guam (para dominarlos mejor) y no construyeron ninguna fortaleza ni nada como en Guam, por eso se siente menos la presencia hispana allí. La gente sabe lo de la tal «María o Mariana» de Austria que dio el nombre a las islas, y alguna cosa más, pero lo más significativo quizás fue cuando nos presentaron a un chamorro y dijo de España, “Huy! eso está muy lejos.”
Lo más interesante, como en Ponapé, los misioneros del siglo XX. El campenayan Kristo Rai de Ganapán es el recuerdo más bello de la zona; frente al campanayu en Merizo o los puentes en Guam, y frente a la muralla española de Ponapé. Además, entrevisté a unas monjas españolas que llevaban allí la tira de años, pero pocos para mí, porque ninguna había vivido la guerra y su relato eran referencias de lo que les habían contado. Vinieron al hotel encantadas de hablar con un español, yo me puse ese día el único niki que tenía de persona formal, ero el rojo post-gamba de la piel me delataba la playa. les invité a un refresco en el hotel y se quedaron más contentas que otra cosa. Luego querían llevarme a ver la isla y no sé cuántas cosas más. Al día siguiente volvieron a venir, pero como yo había tenido la vomitona, imposible. Les di dinero para que me mandaran un libro de texto de las Marianas sobre su historia, excelente.
Con las dos italianas, muy bien. Eso de ir acompañado, no obstante, quita las posibilidades de conocer gente nueva. Si hubiera ido solo probablemente me habría enrollado por ahí con gente, o filipinos o chamorros o japoneses, pero eran encantadoras, sobre todo la que se quedó más tiempo, que luego salimos muchas veces de marcha por Tokio. Qué rabia no acordarme de su nombre. Me recordaba mucho a Yasmina cuando hicimos el viaje a África, hacia todos los días las cuentas como una loca, me pedía dinero prestado, me lo devolvía, me hacía las cuentas, perfecto. No me preocupé para nada del dinero. Luego le dio por ir a revelar los carretes e iba a dejarlos, a recogerlos, a todo. El viaje también fue algo así como un curso intensivo de italiano, aunque hablamos también a veces en japonés o en inglés. Recorrimos la isla juntos, gracias a la amiga de Saipan, fuimos al Suicide Cliff, el famoso acantilado por el que se tiraron algunas familias japonesas incitadas por la propaganda de su propio gobierno y las piedras de latte sobre las que estaban las viviendas de las personas mas ricas, parecidas a las de Guam.
A las pocas semanas, Valdo Ferretti (un investigador italiano del que sigo su hipótesis en el capítulo de la Tesis sobre las relaciones entre España y Japón durante la Guerra Civil) y me dijo que “sei piu portato per il italiano”, algo así como que valgo mucho para la lengua transalpina. Un tío muy majo, me cae muy bien, tiene cerca de los cincuenta años pero lo malo es que aún no tiene el nivel de profesor que se ha de tener y está fastidiado porque su carrera profesional no avanza. Así están las cosas en Italia, que esto de llegar a tener un puesto asegurado no es nada fácil. Otro alemán especialista en Japón que hizo un artículo sobre las relaciones entre España y Japón en el mismo período, Gehrard Krebs, tampoco tiene un puesto fijo en la Universidad aún. Y debe de rondar por la misma edad. Yo siento que sí llegaré a serlo, pero más que nada por suerte, porque no hay nada ahora en España sobre Asia. Otro gallo cantaría, supongo yo, si fuera dentro de diez años. Por cierto, que sobre la hipótesis de mi Tesis yo pongo que falta que se encuentren los documentos correspondientes en los Archivos de Roma, y resulta que él fue a buscar allí y justo, ha podido confirmar mi hipótesis del uso de España como un peón para la política italiana en Extremo Oriente. Toma ya, otra hipótesis mía que se confirma. Junto con lo de que Estados Unidos descifraba las comunicaciones españolas ya van dos cosas confirmadas.
Mas allá de ese grito y de la nueva serendipia, nunca me olvidaré de esa cámara estropeada por mi culpa. Estaba emocionado, me decían que vaya fotos tan bonitas que estaba haciendo y me metí en el agua para sacar mejor las fotos. El mar estaba en calma y puse un pequeño plástico, pero vino un imprevisto, entro un poco de agua y adiós. La llevé a arreglar en Tokio y nunca se me olvidará la palabra, porque el de la tienda me dijo “Kaisui dame!!”. No sabía cómo se decía agua de mar, pero juntando los dos ideogramas que ya conocía (mar y agua), lo entendí. Otro enésimo fracaso en medio de un viaje de alegría