Sin compañía, el viaje a la antigua capital cambió. Ahora primaba la historia y la belleza del antiguo reino de Lang Sang. Me tocaba algo al libro Españoles en Siam, porque el rey camboyano que pidió ayuda a Malaca y Manila (esto es, portugueses y españoles) a final del siglo XVI hubo de refugiarse en Laos tras una acometida Thai. Pero tocaba disfrutar del viaje, del Mekong (con caudal bajo, creía que era por la presa china, pero fue la temporada) y de tanta gente amable y deseosa de vez extranjeros.
Necesitaba un permiso de viaje para viajar a Luang Prabang, la antigua capital del Reino y costaba 290 dólares por dos días, con guía y hotel. Un montón de dinero para uno que viaja solo y como me vieron con dudas sobre viajar o no, me ofrecieron otra posibilidad de comprar solo el permiso de viaje y el billete de avión con traslado por 160 dólares, aunque no aparecía en los folletos. Los extranjeros pagamos el precio completo del avión y el número de aviones depende de los extranjeros: si lo llenan, se pone otro. Los nacionales deben de pagar una birria por el viaje y rellenan los huecos. Así se explica que el avión estuviera lleno pero que no tuviera yo problemas para conseguir el billete.
No conseguí saber la hora diaria del vuelo, en parte por esos retoques de última hora con los extranjeros, y en parte la niebla de las mañanas en el camino está super espesa, el permiso para volar puede retrasarse hasta mediodía, si para entonces se aclara el día. Tengo una foto muy bonita desde el avión en la que se ve la niebla en los valles y eso que volamos sobre las dos o las tres de la tarde. El avión estaba bien, no noté ni que fueran muy viejos ni nada eso, pero el guía en Luang Prabang dijo que los aviones de otras líneas son lo suficientemente buenos para salir en una hora fija todos los días, pero los suyos necesitaban que los pilotos pudieran ver directamente.
Volando me di cuenta de la razón geográfica de esa espera, porque la niebla no se despeja totalmente. Salimos sobre las tres de la tarde, e incluso a esa hora se veían un montón de valles nublados. Luang Prabang sigue nublado hasta la once, más o menos. Debe de ser
En Luang Prabang, en el aeropuerto, me fije en un turista porque llevaba chaqueta (no corbata). Vaya tío más raro, pensé, porque quien más quien menos, no es que sea desgarramantas, pero tiene un espíritu de intentar empatizar y aprender de esta gente. Luego el enchaquetado y yo fuimos en el mismo autobús a la ciudad y le pregunté de dónde era. Francés. Le pregunté qué hacía allí y me dijo que era empresario y me siguió contando sin preguntarle yo nada que había comprado un castillo en el Louvre, que lo estaba dirigiendo como hotel o como restaurante y que tenía mucho éxito, pero no me respondió a mi pregunta. Si le dejo seguir, me dice hasta el número de mesas de su restaurante. Me dijo también que su padre tenía una casa en Andratx, en Mallorca, y que suele ir todos los años: «Una semana, no más, claro, porque no hay nada para hacer allí». Pues podía dedicarse a conocer españolitos o incluso aprender la lengua patria. Desde luego, se conoce gente a cuál más rara. Estos aprendices de Mario Conde van cada vez más de raza superior: no sé qué influencia podrá tener su detención para los chavales de COU, espero que de una puñetera vez termine la moda de hacer económicas y empresariales. Hace unos años, la directora de la empresa que hizo una enciclopedia para Espasa Calpe me preguntó la directora que por qué no ponía en marcha una empresa y respondí que mi ídolo no era Mario Conde. Mario Conde no me caía mal (aunque no era mi ídolo), pero al fin y al cabo es un recuerdo de que el dinero no lo es todo en la vida y de que puede haber otras cosas interesantes que hacer aparte de ganar dinero.
Luang Prabang tiene un montón de templos, que para algo fue la capital y un Museo Nacional del que no saben las horas de apertura y cuyas entradas sólo se pueden comprar en las Agencias de Viajes. El Palacio Real si se puede ver. Me quedé un rato para disfrutarlo mientras los turistas pasaban, disparaban las fotos y se iban, era memorable tanta belleza. Cuenta que el antiguo rey, cuando llegaron los comunistas al poder, fue enviado a las montañas a currar y parece ser que está muerto. El guía dice que no se sabe, que como de repente se tuvo que poner él mismo a hacerse la comida y todo eso, que debió de morir. No me lo creo mucho, me da que se lo cargarían los comunistas aunque no lo quieran decir, pero me recordó la escena de la película de Bertolucci, El Ultimo Emperador, cuando el guardia de la prisión le echa la bronca porque por la noche orina en el centro del cubo. Le dice que lo haga apuntando a un lado y así evita despertar a los compañeros de celda. La vida misma. Pues nada, al llegar a Luang Prabang me quise guiar de mi sentido de la orientación y para ir a ver los templos me fui en dirección contraria. Y nada, apercibido del error, vi en el mapa que por ahí había un pueblo Lü (estos me parece que son los que se caracterizan porque mascan el betel y tienen la boca roja), pero no vi nada especial.
Seguí andando y no había nada, pero me vieron dos tíos que iban en una moto y me dijeron que montara con ellos. Me monté con lo que hicimos tres en una especie de vespino y eso sí que fue auténtico, sobre todo en una cuesta: la moto no podía más y nos hicimos unas risas. Al final, me bajé en marcha y se tuvo que bajar otro también de lo cargada que estaba la moto. Como vi por ahí que había algo interesante, pues nada, me despedí y se lo agradecí. Muy majetes los chavales esos. Era San Jedi o Pagoda de la Paz. Lo han construido recientemente, pero está cuco y como está en un alto tiene un paisaje precioso para ver. Además, cosa rara, le estaban regando el césped. Bajé por un lado donde vi una especie de casetas que me recuerdan a las casetas de baño de madera que había antes en las playas para cambiarse. Deben ser algo así como casetas funerarias familiares; se debe de pagar para que te permitan tener una caseta de esas. Lo digo porque luego vi más en un templo y se lo pregunté a un monje, de cuyas explicaciones deduzco esto.
Encontré de nuevo la carretera y me volvió a parar una moto y como iba en dirección contraria al pueblo me monté. Me llevó sin preguntarme (al menos, sin preguntarme de forma inteligible) al pueblo de Ban Phanom, como a cinco kilómetros de Luang Prabang, donde se venden tejidos y artesanía. Me dejó justo en una caseta grande en forma circular llena de señoras queriendo vender saris y tejidos y cosas de esas. Menos mal que había una pareja de viejetes americanos que tenían pinta de querer comprar, pero vaya cómo me asaltaron. Había como treinta o cuarenta mujeres sentadas en los bordes de la tienda y tú pasabas por dentro y te iba enseñando una tras otras las ropas. Salí sin comprar nada, porque el poco éxito de los vestidos que compré, a pesar de que mi madre me pidió una blusa de seda. Tampoco lo tuvo la carne vietnamita que llevé a la Embajada.
La vuelta a Luang Prabang fue toda a pie, nadie me cogió a dedo. Solo pregunté al chofer de esos viejetes americanos que estaban comprando que en qué dirección estaba Luang Prabang, así como de pregunta indirecta, me puse a andar y luego me adelantó sin pararse. Me le quede mirando cuando se cruzó conmigo, pero sabía que no me iba a parar; estando occidentales en un coche, la posibilidad de que te ayuden disminuye fuertemente. Me acuerdo que lo mismo pasó en Bali una vez que fui a ver un templo, estaba en el quinto pino y los autobuses ya se habían acabado; pues nada, que no había forma de que me llevara ningún coche. Los chóferes estaban de acuerdo, pero les preguntaban a los turistas y luego los turistas decían que no, que tenían prisa, que no cabíamos y cosas de esas. Pues nada, tras llegar a Luang Prabang me pillé un Tuc-tuc por una hora para que me llevara a ver los templos. Así no me equivocaba. Y mira, lo de habérseme hecho tarde me pilló bien porque llegué a los templos sobre las cinco y la luz que había era la mejor, preciosa.
Hay en Luang Prabang algo así como una peninsulita en alto entre el río Mekong y el río Nam Khan donde hay una calle con una hilera de templos: Wat Xieng Thong, en el que hice alguna foto bonita, aunque no pasaba por allí monje alguno. Quizás la mejor foto del viaje me la han hecho allí, en un mosaico de un edificio que parece que representa “el árbol de la vida”. Muy bonita la foto, en la que salé una de mis dos entradas en toda su extensión. Luego fui al Wat si Muang, al Wat Saen (Wat es templo, obviamente) y finalmente al Wat Phra Bat, al que llegué justo en la caída del sol. Tenían un pájaro que no sé cómo se llama pero que habla y yo no lo sabía; me mosqueé, he de reconocerlo, pensaba “qué pasa? que me están vacilando unos monjes o qué?.” Porque el pájaro ese habla como una persona y tiene un repertorio de tres o cuatro palabras. Con lo cual hablaban, yo me volvía y no veía a nadie y decía, pero bueno, de qué van éstos, no tienen que estar meditando o qué. Me les imaginaba a los monjes partiéndose de risa de mí de mirar para atrás y no ver a nadie y voces y de nuevo mirar para atrás y así. El pájaro es negro y tiene pico amarillo. Muy cachondo, cuando le miras no habla. Por cierto, el templo este tiene una vista sobre el río preciosa y unido a la luz tenue tiré la foto más bonita que he hecho de todas.
Fui a cenar con una inglesa, una austriaca y una americana. Todas ellas iban de alguna manera por cosa de trabajo, la austriaca trabajaba en la radio y hacía entrevistas, la americana tenía una bolsa de como 15 kilos de peso con dos cámaras, no sé cuántos objetivos y yo que sé (me ofrecí en plan caballeroso a llevarle la bolsa, pero desistí a los 100 metros en cuanto hubo una parada. Parece que todos los hombres hacen lo mismo). Lo que le pareció más denigrante fue que no cambié mis pasos por el camino para evitar unos patos, que se tuvieron que levantar. Me recordó a la Cristina Almeida, una gordita alegre que vive en Bélgica enseñando inglés. Lleva allí 17 años y parece que no tiene muchos amigos en Bélgica, pero parece que tampoco tiene un sitio adonde volver en Estados Unidos.
Me dio una cierta pena. Parece ser que hace dos años estuvo detenida en Sri Lanka acusada de espionaje, por hacer unas fotos. Parece que al final salió del país expulsada gracias a no sé qué y cuando llegó a Kuala Lumpur o no sé dónde vio que estaba en los periódicos su foto, calificada como de terrorista internacional. El presidente del parlamento o algo así creo que la acusó en televisión de pro-Tigre Tamil y no sé cuántas cosas más. Parece que a los dos años volvió al país y estuvo comiendo con el mismo presidente del Parlamento, ya parece que reconciliados, pero no consiguió recuperar el carrete motivo de la acusación. Luego se han cargado al tío ese, parece ser, con un coche bomba. La norteamericana decía que se quedó alucinada porque el tío ese había hablado con gente que ella había conocido en el viaje ese por la India, en alguna etapa anterior. Luego había también una inglesa que había estado un mes en Nicaragua con una familia sandinista, que estaba escribiendo un libro sobre el sudeste asiático. Era frecuente lo de viajar a Laos a descubrir algo, también me acuerdo que el tío con el que vine en el avión de ida a Luang Prabang estaba escribiendo también; no era un diario, sino casi un minutario. 12:15, sale el avión, hay niebla y no sé qué y me han pedido esto y lo otro. 12:45 llegada del avión, hay buen tiempo. Y así, escribió una hoja entera mientras estaba en el avión y cuando no escribía se puso a leer una novela de otro tema completamente diferente. No debe saber lo que es el tiempo libre o el aburrimiento. Me acuerdo que mientras estábamos viendo el Museo Nacional ese, la inglesa y la americana (tirándose pullas continuas sobre qué país es mejor para enseñar el idioma; la austriaca ya se había ido) parecían secretarias anotando las explicaciones del guía. Yo me compré la guía y fui que chutaba. Estaba pensando que para eso puede venir bien una cámara de video, porque lo dices y ya se queda, no hace falta sacar un cuadernillo, el papel, etc.
Al día siguiente fuimos a ver unas cuevas Pak Ou que están Mekong arriba, como a tres horas de camino. Fuimos al puerto y estuvimos regateando y las anglosajonas con las que iba (la norteamericana y la británica) querían sacar el precio excesivamente barato. Empezaron con 10.000 Kip, unas 1500 pelas, y no se bajaban de los 12.000, y el de la barca, que no bajaba de los 14.000. Pues a punto estuvo de suspenderse el viaje y menos mal que intervine yo (que las dejaba hacer, entre otras cosas por instinto de supervivencia) para dejarlo en 13.000. Normalmente la gente va en viajes de agencia de esos que pagan no sé cuántos cientos de dólares y como nosotros fuimos al libre albedrío, pues el de la barca tuvo problemas para conseguir un visado, por eso no debía de poder rebajar más. Pero vaya, bonito el viaje.
Llegamos a las cuevas esas y no tenían nada de especial, sino los miles de figuritas de buda que yo pienso que no tienen más de dos años de vida fuera de la bolsa de algún turista. Lo bonito fue la vuelta porque paramos en varios sitios a ver los pueblos de por allí. Paramos enfrente, donde estaban preparando una especie de cabaña para alimentar a los turistas y preguntamos a los curritos por un restaurante; no lo había, pero nos dieron parte de su comida. Me pasee a ver el pueblo, aunque no tenía nada en especial.
Lo mejor fue otro pueblo en el que paramos en el que no parece que hayan pasado muchos turistas. Causamos sensación entre la chiquillería. Nos metimos por ahí, y nos pusimos a fotografíar que si unas tortas de arroz que se estaban secando, que si una señora que estaba utilizando una especie de rueca para separar el algodón de la parte dura, otra estaba separando de un cacho de junco láminas finas para hacer cestas y otros instrumentos y cosas de esas, otra en un telar, etc. Qué auténtico, igual que hace quinientos años, es que parecía que en ese pueblo no había un extranjero porque nos siguieron como cien niños. Yo estuve jugando con ellos con la técnica de mi padre, haciendo que les perseguía y provocando que corrieran. Qué bien se lo pasaron, en cuanto miraba o rugía un poco se ponían a correr como desesperados. Nos salieron un montón de niños a despedir a la playa. De ahí se me ocurrió la idea de comprar caramelos para darlos por ahí a la gente, en plan candidato a presidente. Todavía me quedan caramelos. Luego paramos en otra aldea que sí que era un sitio normal de parada entre la gente que iba en los grupos organizados y ahí sí que ya no nos seguía nadie. Había fabricación de licor de arroz, lo estuve tomando (no las chicas, menos mezcladas con elemento local) y también tomé una foto preciosa a una chica lavando el arroz en las claramente marrones aguas del Mekong. Cuando enseño la foto la gente es lo que más pregunta.
Presentado a Brasil y a Francia y esta en los dos portales y no fue escogido
Nada más por lo demás, cené esa noche con las dos acompañantes ocasionales y de esa forma celebramos la nochebuena. Pedí ciervo por eso de hacer algo especial, pero picaba también bastante. Estuvimos paseando por el pueblo, entramos en un edificio y había clases de inglés. Leían los textos con libros rusos. Yo estuve haciendo fotos en una clase, pero no me atreví a hablar con el profesor por miedo a dejarle en ridículo. Por su pronunciación leyendo no me pareció excesivamente buena, él tampoco me dijo nada para empezar conversación alguna. Las chicas se enrollaron a hablar con otro que si lo hablaba bastante bien.
Vi también una farmacia y ahí pude ver en la vitrina medicamentos contra bichos en el estómago y contra las Tenias Solitarias. A saber qué agua tendrían allí, donde al día siguiente cogí una diarrea. Yo creo que fue por una bebida que pedí que echaron hielos, yo le dije que me los quitara pero mientras tanto ya se debió de quedar ahí el agente diarreico.
El día de Navidad lo celebré yendo a un pueblo Hmong, pero con diferentes colores en la ropa. Tenían allí un montaje hecho de fiesta y de todo, con palmeras postizas, escenario para el conjunto de música y puestecitos de venta. Un tanto estilo los pueblos españoles en fiestas. Llegamos allí con taxi, llamando la atención. El caso es que les preguntamos por cuando eran los bailes y nos dijeron que ya habían sido. Yo les dije a las chicas, pues vamos a pedir que vuelvan a bailar. Uy, las chicas dijeron que no, que eso no era natural y que era preparado y no sé qué más cosas de ese tipo. Pues nada, me enrollé yo con la gente y el alcalde del pueblo, muy majete el hombre, me dijo que vale con eso de que se montaran un baile, pero que tenía que darles un regalo. Dije que vale y les llamaron para que actuaran. Bien que lo vieron y tomaron fotos las chicas, aunque era preparado.
Me invitaron a mí también a tomar una especie de licor suyo hecho de arroz que hay que tomarlo con una especie de pajitas largas. Es todo un recipiente grande que llenan de arroz donde me da que fermenta. Tenía sabor a sidra, por ahí tengo una foto bebiendo con el guía y con el alcalde del pueblo, que estaba tan contento de tenernos con él celebrando el año nuevo. Un montón de niños estaban detrás de las palmeras postizas. Luego se pusieron a tocar la música y ahí que nos invitaron a bailar. Por supuesto yo salí el primero a bailar a lo laotiano. No me dejé insistir. Las chicas también salieron -aunque era preparado. Me hizo gracia la inglesa, porque como yo estaba bebiendo la sidra esa de la vasija hizo alguna foto y luego dice, “bueno, por una vez, voy a salir yo en una foto.” También es que los occidentales somos horteras, porque bien criticar que los japoneses no hacen ni una foto a un paisaje si no están ellos ahí posando, pero es que nosotros somos lo contrario. Salir de vez en cuando en alguna foto tampoco es hortera, creo yo. Todos parece que estamos haciendo reportajes, con cámaras muy molonas y muy todo, pero nada más.
Ahí prácticamente acabó la aventura Laotiana. Hubiera sido mejor quizás haber ido a un pueblo más alejado de los aeropuertos, porque me da que por ahí sí que está la gente más oprimida y ahí sí que es donde más les debe molestar a las autoridades que se les visite. Después de ver el pueblo en fiestas, visitamos otro pueblo donde estaban secando tortas como de arroz. Y nada, de ahí al aeropuerto. Le di al guía una camisa de cuadros oscuros que tenía de hace bastantes años para el alcalde del pueblo. También me compré de nuevo un libro sobre historias populares de Laos, lo había comprado por la mañana y en el pueblo en fiestas el querido alcalde me lo pidió tras haberlo ojeado (que no leído, doy fe), debió de reconocer alguna palabra en el texto y no me pude negar a dárselo entre tanta invitación al licorcillo ese asidrado. Quizás de ese agua data la primera diarrea. En realidad, hay ofrecimientos que no puedes rechazar, qué se le va a hacer, aunque yo lo tomé con una cierta seguridad pensando que el agua estaría de alguna forma fermentado y no habría bichos.
Al volver a Vientiane tomé un hotel y volví otra vez al Belvedere y a otros sitios donde había estado con Juan Jesús, pero sentí una sensación extraña como de quería acabar la etapa de Laos. Estaba de vuelta y al fin y al cabo esta visita la he hecho principalmente con Juan Jesús, con lo que pasé de salir y de todo ese día. Había algo así como una feria con alguien cantando y muchos niños, pero vacío de gente la parte del público. Luego cené de Navidad en un restaurante que habían puesto algodones por la puerta asemejando a la nieve. Otra vez la comida que estaba más picante que otra cosa, comí la mitad y doble ración de agua.
El domingo 26 salí para Vietnam. La señora del correo en el aeropuerto muy honrada; le di las cartas y el dinero y ella misma puso los sellos y llegaron sin problema.
Pasados los años, pude gozar de nuevo con los placeres de la comida laosiana en Wisconsin, donde hay también comida Hmong, pero es muy diferente. Cuando volví en 2013 y comí en el restaurante Lao Laan-Xang. Gocé comiendo thum son, papaya verde troceada, preparada en un mortero, ajo fresco, pasta de gamba, tamarindo, lima, tomates pequeños, berenjenas thais, salsa de pescado y papaya verde. Tenía el picante justo para que pique en el paladar a muerte mientras disfrutas, bebes agua, lo mezclas con el pollo frito laosiano y a seguir comiendo un nuevo trozo. Eso es lo que me gusta de la comida asiática