Cada dos años la Asociación de Historia del Pacífico (PHA) tiene una reunión, y en 1994 se decidió que fuera en Kiribati (pronunciado quiribás), tras haber tenido lugar anteriormente en Guam y Christchurch (Nueva Zelanda). Yo pensé, esta es mi ocasión. Está alejado (donde se juntan las líneas del Ecuador y del cambio de día) pero sobre todo es un país con problemas de logística importantes hacían suponer que el entorno del Congreso iba a ser diferente del habitual. No fallaron las expectativas: se cambiaron las fechas en dos ocasiones por obras en el aeropuerto, los conferenciantes quedaron reducidos a una treintena (frente a los casi dos centenares de congresos anteriores) y todos los asistentes fueron al único hotel del país que puede llevar tal nombre, del que desalojaron a los anteriores ocupantes para hacernos hueco. En Guam éramos en total doscientos y unos cien participando con conferencia. Aquí éramos veinte personas y oyentes, pues cuatro monjas y cuatro profesores de historia que estaban enseñando en Kiribati.
En la Revista Española del Pacífico, cuento que hubo cinco diferentes paneles: Biografías, Historia de Kiribati, Enredos Confusos (Messy Entanglements), Trabajo e Historia del Siglo XX. El primer día se dedicó completamente a las biografías y se comenzó teorizando sobre las dificultades de asimilar los tipos de personalidades occidentales a las de los isleños del Pacífico, para pasar a estudiar casos más particulares como los textos históricos samoanos, la vida de Adalbert von Chamisso, las antropólogas Mead, Powdermaker y Wedgewood en Papúa-Nueva Guinea, la primera generación de políticos en este mismo país y las fotografías de Damien Parer y T. J. McMahon.
La sesión sobre «Enredos Confusos» fue realmente una confusión «satisfactoria», por todas las ideas que surgieron, en una sesión dirigida por el profesor de la Universidad de Guam, Vicente Díaz. Se comenzó con otro trabajo teórico sobre el empirismo y la conciencia de la contradicción en nuestras narrativas. Se habló después de los problemas de Ebeye, un sector del atolón marshallés de Kwajalein, donde Estados Unidos prueba sus misiles intercontinentales y donde hay gran cantidad de isleños ganándose la vida en trabajos de servicios relacionados con estas bases militares; se habló también de la complicada naturaleza de la situación política en Hawaii en el siglo XIX, de la obsesión de los misioneros con la poligamia de los fijianos y, también en relación con el tema de la sexualidad, sobre algunas referencias a estrangulaciones de viudas. Se habló también de relaciones laborales en el siglo XX, analizando la difícil separación entre el trabajo pagado y el no pagado (es decir, el trabajo de las mujeres en los pueblos, el dominical, etc.) y otras cuestiones de este tipo. La sesión en la que participé fue la más dispersa en temas; Grant McCall hizo una divertida y crítica exposición de las políticas coloniales de Francia en sus posesiones y de Chile con respecto a Rapa Nui (Pascua) y de los problemas que aún hay para acceder a Archivos en Aix-en-Provence. Roger Thompson trató de las políticas descolonizadoras del Reino Unido tras la II Guerra Mundial. Y el maorí Roger Maaka presentó una visión alternativa de la historia de este pueblo y se acabó hablando sobre la nueva política de Australia hacia el Pacífico tras el fin de la Guerra Fría.
Lo especial fue la reunión con profesores kiribateños en la que cada uno comentó sus experiencias y dificultades en la enseñanza de la Historia del Pacífico; David Hanlon habló de los alumnos que en su Universidad (Hawai’i) le advierten que la historia que se enseña no la sienten como la suya por no estar realizada por los propios hawaiianos. Max Quanchi se refirió a las diferentes formas de aprender la Historia del Pacífico, asegurando que pintar un mapa en la pared o hacer una canoa es tan válido como las clases de la Universidad. Los profesores locales no profundizaron tanto; prefirieron referirse a los problemas del día a día y su respuesta fue invitarnos a una última fiesta a la que nos referimos más adelante.
El congreso fue una gozada. Cada día, bailes durante la comida, incluida confraternización con bailarines y grupos.
Lo que se perdió en personal se ganó en comunicación y en tranquilidad. La escasez de gente hizo que el trato fuera más relajado, no se desdoblaron las conferencias en sesiones simultáneas ni el reloj fue un elemento central, por otra parte, lo alejado del lugar (Bikinibeu, a 30 kilómetros de la capital, Bairiki) hizo que la gente no se desperdigara. Me encontré en Majuro (Marshall) a Hiroshi Nakajima, presidente de la Asociación
Las conferencias se celebraron parcialmente en una casa tradicional de reuniones o Maneaba, refrescada por la brisa y frente a la laguna. La conferencia la di en pantalones cortos, con una camiseta que compré en Tailandia y junto al mar. De los escenarios mejores para dar una charla, solo faltaron unas chicas bailando a un lado con un collar de flores y una falda polinesia de tiras. Me recordó a la que di para la Asociación de Historia de España en un ryokan en Hakone, en yukata tras salir del Onsen y por tanto sin calzoncillos, quizás en algún momento despisté mostrando partes pudendas. La Conferencia sobre La cultura española en el Pacífico sé que gustó, no hace falta que me lo diga nadie; con los años uno va sacando temas interesantes. Las preguntas estuvieron muy bien, yo temía a la gente de Guam porque ellos saben más que yo y lo que dijeron es que tenía que tener más cuidado con la terminología. Se lo agradecí. Otro me dijo que mi charla le había hecho pensar que no hay ninguna buena historia sobre el Imperio Español en el Pacífico. Peter Hempenstall en la última Newsletter de la PHA, «presentó una visión revisionista sobre el impacto continuado de España en la identidad Micronesia que fue vigorosamente controvertido por los participantes chamorros».
Por la noche fue lo mejor, porque uno de ellos, Brij Lal, dijo que piensa hacer un libro sobre las culturas de los diferentes imperios, y me ha pedido que haga yo la parte de España. Para el 96 es el próximo congreso, en Hawai’i, Grant McCall dice que me conseguirá una invitación para ir y para preparar el libro. Me dijo que la conferencia había causado muy buena impresión. Era amigo de Antoni Pujador, el pionero de los españoles en la isla de Pascua, o Rapanui, un piloto que cambio su vida y paso a ser un isleño de la isla de Pascua, hasta el punto de le nombraron miembro del Consejo de Jefes Rapanui. Hablé por teléfono en alguna ocasión, para que representara a la Asociación del Pacifico y también estuvo con el legendario Thor Heyendall, el de la Isla de La Kontiki, Murió en 1992 de un ataque al corazón. Ya me dijo que había tenido uno hace cinco años, que los médicos le dijeron que llevara una vida relajada; pero no les hizo caso y le volvió a dar un arrechucho y la palmó. Su lápida sepulcral en el cementerio de Hanga Roa (Isla de Pascua) reza «entre otros dirigentes o matato’a que han construido su Historia». Francesc Amorós i Gonell, con quien viajó, le hizo una preciosa biografía en la Revista Española del Pacífico, N. 11, pp. 42-63. He encontrado una foto de Heyerdahl, Pujador y Amorós en el blog Apunts de Viatge, Rapa Nui en Cataluña, peor yo siempre tendré en mente el libro que me hizo soñar con el Pacífico, La isla de la Kontiki.
Pero la gente no se acordará de mí en este congreso por mi conferencia, sino por el Guantanamera. Resulta que para la ceremonia de clausura de la conferencia nos organizaron unos bailes y un espectáculo típico de allí muy auténtico. Y como nos cantaron canciones pues pidieron que nosotros les cantáramos también alguna. Y estábamos la noche anterior preparándolo y salieron un montón de canciones inglesas y no sé cómo salió en Guantanamera; ahí me puse a improvisar algunos párrafos y enseguida me adjudicaron la tarea de cantar esa canción, a mí, que no sabía más que lo de Guajira Guantanamera.
Pues nada resulta que ese día, un lunes, fui a la capital, Bairiki y allí me encontré a unos del congreso que iban a su casa, que tenían alquilada. Me invitaron a verla y fui para allá y luego vino una chica a limpiarla. Como le pregunté por cómo ir a Betio a ver las armas japonesas, me dijo que me llevaba en su moto y cuando me iba llevando me dijo que había estado también un soldado español allí. Que trabajaba en California o no sé qué por lo que deduje que no era sino hispano. Luego me dijo que había también un español en el hotel en el que trabajaba y que también vivía en Tokio y le sonaba su nombra porque Ka-mauri es Hola. “Se llamaba Marri algo o algo así”, y digo Mauricio!; “eso, Mauricio.” Venezolano de padres españoles, vivía en la residencia de Soshigaya, era amigo del Mosca [Juan Álvarez Bravo] y estudiaba en la Universidad de la Tokyo University of Marine Science and Technology (Antigua “Tokyo University of Fisheries”); uno de los becarios con la estancia del Ministerio de Educación japonés completa, porque hizo los dos años de investigador, los dos de Master y los tres de Doctorado. Me he encontrado gente en sitios raros (la última, con Alejandro Molins y su familia montando en el AVE Moscu-San Petersburgo), pero este encuentro ha sido el más improbable.
Yo ya sabía que había estado allí y él también había estado preguntando en el hotel cuando le desalojaron para hacer hueco a la gente de mi congreso. Mauricio estaba allí encargado de un proyecto de piscifactorías, al llegar le habían dicho que era el primer venezolano que llegaba a Kiribati, por eso tuvo que esperar porque no tenían el sello de Venezuela para comprobar y al salir regresaba directo a casarse con una arquitecta española, Dada, a primeros de agosto en Madrid. Así que hablábamos de los problemas de las líneas aéreas allí, decía, como no llegue a Madrid a tiempo, me matan, con toda la gente que va a ir para la boda. No tuvo mucha suerte en el trabajo y tampoco con el COVID, escribo este texto tras saber que acaba de salir del hospital. Ha tenido más suerte que Jorge Lozano, el gran semiólogo de España, amigo de Umberto Eco, siempre haciendo proposiciones para romper esquemas mentales, que ocupaba mi despacho de enfrente, a quien vi dos días antes de que le detectaran la enfermedad.
En fin, acabamos yendo juntos a ver las armas, Mauricio encontró cartuchos de bala de la guerra, pero el cañón más grande es uno de la guerra ruso-japonesa que lo llevaron allí tras tomar la isla.
Yo andaba envidioso de tanta camiseta verde que llevaba la gente conmemorando el 15º aniversario de la Independencia de Kiribati y le pedí a una chica de intercambiarnos la camiseta- Fenomenal, ella no dudó en quedarse con el sujetador y yo la sigo usando. Espero que ella también, aunque Mauricio todavía no ha sacado a la luz el video que grabó: me ha prometido que ahora tiene más tiempo.
Me le pillé para venir a otra isla que está separada como dos kilómetros, Betio, que es el centro comercial de la isla. Hace varios años que los japoneses construyeron una carretera uniendo Betio con el resto de Tarawa sur, pero resulta que ahora el problema es que solo hicieron un pequeño puente y parece ser que la vida en la laguna está bastante resentida por la falta de vías de comunicación con el mar abierto y ahora están desapareciendo algunos tipos de peces. Otro sitio que sí, que muy bonito, pero que tiene algunas partes que mirarían con envidia al vertedero de Leganés.
No acabó ahí, porque al llegar al hotel me encuentro una nota. “Soy José y yo también soy de España. Llamé a la habitación 108”. Yo estaba en la 106 y le llamo, y resulta que es José Sánchez Rábago, piloto madrileño muy majo trabajando en Air Tungaru, las líneas aéreas de Kiribati, que pilotaba los aviones de hélice de la aeronáutica española CASA entre Kwajalein y Tarawa. Era un avión a hélice muy bajito, tan bajo que se veían incluso las manadas de ballenas y los cardúmenes de atún. Eran tan pequeños que los sándwiches pasaban de mano en mano, tras preguntar en alto en medio del velo lo que quería cada uno. Las ventanillas de la cabina del piloto se podían abrir, no había azafata y se fumigaba al final.
Pues nada, que nos bajamos a tomar unas cervezas y le presenté a los australianos del congreso que hablaban español, Bob Leach y el que me ha propuesto lo del capítulo en el libro. Pues nos pasamos un buen rato charlando. Él tiene un contrato de un año, en Iberia parece que la cosa está bastante difícil de entrar y no ha podido encontrar trabajo más que en Kiribati.
Lo mejor era que ya tenía dos acompañantes para acompañarme en el Guantanamera, además porque Mauricio se sabía las estrofas. De esta forma nos preparamos las letras de las canciones y fuimos directamente, no con el grupo que también estaba preparando las canciones, al lugar de la clausura. Era el convento de las monjas católicas de allí, viven unas 20 extranjeras, principalmente australianas, y 40 kiribateñas, o gilbertenses, el nombre utilizado durante el imperio. Y la verdad que al contrario que en los conventos de hombres, donde se vive un ambiente lúgubre [mis visitas a conventos jesuitas y dominicos han sido pelín tétricas, tanto en Filipinas como en Japón o España], me sorprendió lo felices que se les veía a estas mujeres. Lo estuvimos hablando, yo creo que es porque los hombres son más ambiciosos, cada uno va a lo suyo, mientras que las mujeres piensan más en función de grupo. Y luego está además el tema de limpiar, cocinar y cosas de esas que los hombres si pueden se escaquean. Normalmente en los conventos de hombres tienen mujeres que les vienen a limpiar o algo así, pero se nota más descuido, allí se notaba todo mucho más atendido. La comida, por supuesto, era superabundante, pero sobre todo fue la de las ocasiones especiales. En un hueco, metieron primero las piedras calentadas previamente con carne de cerdo, taro y otras cosas y lo sacaron después e que había estado todo un montón de horas a fuego lento.
Los bailes estuvieron muy bien. Era un grupo de hombres y más que movimientos rítmicos, daban preparados relativos a la pesca y a las labores propias del sexo masculino. En una canción iban saliendo todos y diciendo como era su isla y como bailaba la gente en su isla; uno de ellos decía que era de América (Estados Unidos) y como se bailaba allí. No era de allí ni nada de eso, pero lo hacen principalmente para divertirse.
Luego tocaron las canciones y ahí es cuando destacó el Guantanamera, porque las otras canciones, las australianas, eran como muy aburridas. El maorí que estaba conmigo cantó una canción de allí, pero era como muy triste. En cambio ahí que cuando salimos Mauricio, José y yo y nos pusimos a cantar y luego ellos a hacer de coro y luego nos pusimos a mover las caderas, pues fue la sensación. De ahí que digo que la gente no me recordará por mi conferencia sobre La cultura española en el Pacífico en el siglo XX, sino por el Guantanamera, a partir de ese día todos estaban felicitándome por la canción e incluso tarareándola. Es un poco lo que tenemos los latinos que no tienen los anglos, un poquillo más marcha y más animación sin necesidad de emborracharnos.
Para finalizar hubo unos discursos de clausura, el líder de la Pacific History Association Max Quanchi, habló muy bien, es muy majo, pero casi no se le oía de lo bronca que tenía la voz. Yo creo que era la resaca de la borrachera del día anterior cuando estuvimos preparando las canciones. También habló la hermana Alaima Talu, la que organizó el congreso y que es de allí. Yo ya le había conocido cuando el congreso de Guam, habíamos venido en el mismo avión desde Ponapé y me contó que había cogido cuatro aviones para llegar a Guam. Dijo en el discurso que ya había ido a varios congresos de la asociación. Que en ellos había aprendido sobre el Pacífico por medio de los papeles o de las charlas, pero no por estar allí ni por hablar con la gente. Por eso creía que había que organizar algo en donde la gente conociera la cultura del Pacífico viviéndolo. Llevaba como diez años insistiendo en que se hiciera un congreso en Kiribati, pero no le hacían ni caso hasta que convenció a la gente. Estoy de acuerdo, aunque también hay que tener en cuenta que gracias a que le ayudaron el resto de las monjas, que sino ella sola no podría haber hecho todo el trabajo de organización.
Muy bonito, pero parece que no se creyeron mucho eso de que Mauricio era un amigo mío de Tokio y al piloto me lo había encontrado de casualidad. La hermana Talu sugirió que lo debía haber informado antes y yo creo que a alguno no le gustó que le invitara a venir, aunque me vino muy bien para el Guantanamera. Diferencia de culturas, no quiero ir en plan norteamericano.