Sin duda, los mejores bailes micronesios. También disfruté una noche inolvidable en Guam celebrando las fiestas de Inarajan el 15 de Mayo de 1994 con un cartel inolvidable “Biba San Isidro” que saco cuando puedo, pero el Yap fue distinto. Eran para turistas, si, pero más que nada para que los jóvenes se entrenen y mantengan las tradiciones y los que se divirtieron más fueron los propios asistentes, más allá de la comida típica para los invitados. Diría que también fueron bailes mejores que los melanesios, aunque los mejores bailes del Pacífico, está claro que son los polinesios. En Tuvalu tuve una pequeña demostración de esa superioridad.
Llegué a la carretera pavimentada y ahí ya sí que pude respirar bien (viendo además que volvía a llover) y entonces me dirigí a un pueblo, Ma’, en donde me habían dicho que los sábados por las tardes había bailes típicos. Fue una suerte y un acierto. Tras perderme varias veces (repito, a veces queriendo y a veces sin querer), enfilé por el camino para el pueblo ese. De nuevo entré por un camino de barro y de nuevo había como treinta metros enlodados. Tuve la suerte de que el land-rover delante de mí se quedara atascado, por lo que aparqué el coche en la casa de un lugareño a quien le pregunté al recogerlo si tenía que pagar al algo y casi se ríe.
En cuanto dejé el coche, veo una camioneta que iba al pueblo. Era la de los organizadores del baile semanal, el hotel Manta Ray, que se pronuncia parecido a Monterrey, a lo inglés; yo convencido que ese era el nombre del hotel, hasta que me explicaron que es el pez manta, por el que submarinistas de todo el mundo viajan a Yap. Pregunté al conductor si me podía unir a la excursión, y me monté, pero el viaje apenas duró cincuenta metros porque al llegar a la parte con el lodo nos quedamos atascados y no había forma de salir. Estaban tan metidas las ruedas que el barro llegaba hasta la puerta de la camioneta.
Lo interesante de esos momentos fue la reacción de los miembros de la excursión. Eramos seis, una pareja de Münich, otro alemán y una pareja de americanos; todos venidos del hotel ese de los submarinistas, que además es el más caro de la isla (unos ciento veinte dólares la noche) y cada uno adoptó un papel de primer mundista. Es mi personal interpretación. La gente de allí nos ayudó como se suele ayudar en estos países, echando todos una mano, pero resulta que era imposible sacarlo. Había una pareja de alemanes que uno de ellos era fotógrafo y el tío se puso inmediatamente con una pala a intentar sacar el barro de las ruedas, muy en plan de macho deportista, de estos que salvan el coche de caer en un precipicio o a la chica despistada de una bronca en la Kashba. Luego salió otro alemán que también cogió la pala y luego salí yo. Ni que deciros que era lo mismo salir con chanclas o sin ellas, te hundías como dos o tres centímetros irremediablemente y te ponías perdido. El caso es que el musculitos teutón no solo se esforzó lo que pudo, sino que se puso a dirigir la operación. Incluso pidió a los niños que si podían sacar ellos piedras justo de debajo de la rueda porque él no llegaba. Dirigió el salvamento del coche como si fuera el que más sabía. No se, no tengo nada que criticarle, se puso perdido del todo entre tanto lodo, pero es como si la raza blanca tuviéramos asumido que somos superiores y se empeñaba en tener la solución.
Los tres que se quedaron en la camioneta me dieron vergüenza ajena, porque todos los demás estaban empujando. Dos mujeres y un hombre. Lo de las mujeres, vale, porque si son más finas y cosas de esas, pero lo del tío sí que me sentó como una patada en determinado sitio. Tenía unas zapatillas Reebok totalmente blancas y obviamente no se las quería manchar. Y ahí veis a gente lugareña, que no tenía que ver nada con la excursión, que estaba perdida y empujando, mientras que los otros estaban metidos en el autobús sin hacer nada. El tío, un americano, para hacer que hacía algo se puso justo en el escalón de la camioneta como dirigiendo y diciendo que empujar más y cosas de esas. Qué vergüenza de raza, me dio encogimiento de ser occidental. Al final trajeron unas tablas para que la camioneta pudiera utilizarla como suelo y quien las utilizaron fueron estos tres, la compañera del musculitos, y los norteamericanos, para salir de la camioneta sin mancharse las zapatillas. Les hice una foto saliendo y de paso me puse un poco en medio dificultando su salida, pero no fue suficiente. Me dijo una, déjame pasar que tú ya te has manchado. Y yo pensaba, pues tampoco estaría mal que tú te mancharas.
Pues resulta que salimos de la movida de la camioneta (que seguía enfangada) y dice el americano, en realidad, los responsables son los de la excursión; si se les paga ellos son responsables de que salga bien. Manda huevos (con perdón), el tío estaba aplicando una suposición primermundista a un país tercermundista. ¿Y los tíos del pueblo que se pusieron perdidos a quien tenían que responsabilizar por empujar la camioneta? ¿y quien les agradeció? En estos países, cuando hay un problema todo el mundo apenca para solucionarlo, independientemente del culpable.
Y digo que todos íbamos de líderes porque otro alemán gordote (el que se había bajado segundo a ayudar) que iba solo también se convenció de que tenía la solución. Se había puesto perdido empujando, pero al fracasar la idea inicial, se le ocurrió que era necesario arena seca y se puso a buscarla y a echar arena seca debajo de la rueda. Y como se quedó sin niños para secundarle después de media hora de intentar sacar el vehículo del fango, él solo insistió, pero los demás nos fuimos al lugar del baile andando. Mientras la camioneta seguía estancada, él se quedó allí trayendo arena o no se qué. Dice, cuando empiezo con algo lo tengo que terminar. Un servidor, aunque ayudé en un principio y me puse mas perdido que otra cosa (me daba igual llevar chanclas que no), dejé de ayudar a los quince minutos y tras las primeras intentonas fracasadas de mover la camioneta. Y cuando el alemán musculitos pidió la ayuda de todos, me puse a empujar, pero casi no lo hice y en realidad casi deseaba que fracasara, a ver cómo reaccionaba la gente. Lo que finalmente propuse es que nos fuéramos adonde los bailes andando, y que si cuando los bailes acabaran no había logrado sacar la camioneta un camión del hotel que estaba llegando (habían avisado por radio de lo nuestro), yo podría llevar a la gente con mi coche. A los americanos les dejaría con su Reebok limpia para un segundo viaje.
Y al fin lo que hicimos fue irnos andando dejando al alemán de la arena y al conductor (que no salió para nada del vehículo) y llegamos al pueblo en cinco minutos, porque es que estaba como a doscientos metros del trozo ese del lodo. Y que fotos que tomé, resulta que aunque es una cosa para turistas, los yapeses están interesados en hacerlo más que nada para que los jóvenes sigan manteniendo sus bailes, algo así como un entrenamiento pagado para mantener su propia cultura. Llegamos allí y nos tenían preparados unos mangos, frutas, carne de cangrejo y un pez. Estaba muy limpio pero de nuevo los americanos hicieron alarde de su deseo de conocer culturas ajenas y no se atrevieron ni a comer unos gajos de naranja que difícilmente podían estar sucios. Yo comí de todo, en parte porque un mango siempre tiene espacio en mi estómago y en parte por educación, o de lo que yo entiendo como educación, que es no dejarles el pescado ahí sin catarlo siquiera. Si rechazas todo, acabas mosqueando al local, a veces tienes que jugártela. Y hubo suerte porque no hubo diarrea. Tampoco había muchas posibilidades diarreicas, quizás en el mango o en las frutas cortadas, por medio del cuchillo, porque la comida estaba cocinada.
Tiré fotos a patadas. En parte porque ahí que estaban relajadas y preparadas (y los hombres también), en parte porque se pusieron con las faldas esas de bailes, y en parte porque se estaban peinando las unas a las otras. Fue emocionante incluso cuando estaban ya vestidos y preparados
Luego además resulta que fuimos a dar un paseo y fuimos a otra casa de los hombres llena de monedas de piedra. Lo que molaba la foto, una chica en pelotas junto a una moneda de esas, y luego pasamos por un sitio donde había como un altarcito a la Virgen María y ahí le dije a la chica que subiera. Lo que mola esa foto, una chica con los pechos al aire y al lado la imagen de la virgen, algo así como la ofrenda a los espíritus en el obispado de Vigan.
Luego los bailes, que los chavales hicieron más que nada para práctica propia que para que los viéramos nosotros. Muy bien, me gustó esa gente, van a lo suyo y si los turistas quieren ir con ellos, pues vale.
Tampoco es tan ideal, parece que ellos se quejan de que se les van perdiendo las tradiciones; pero bueno, al fin y al cabo, todo el resto de estados de la Micronesia tienen a Yap como ejemplo a seguir. Cuando lo de la camioneta también conocí a un americano hispanohablante de la Universidad de Oregón, Vázquez, de padre españoles, que estaba viviendo junto al lugar del lodo, en plan cooperante. Está en un proyecto de recuperación histórica y como nos pusimos a hablar, me invitó a su casa y yo le dije que se viniera al pueblo, que luego le volvía a traer a su casa por la noche. Se vino y me estuvo contando un montón de cosas sobre esta gente, era ya la segunda vez que está en la isla y lleva en total como medio año. Me contó bastantes cosas mientras estábamos comiendo e íbamos en el coche, por ejemplo sobre los temas del ligar, pero lo que más me atrajo es sobre un investigador de la magia secreta. Parece ser que este pueblo está superdesarrollado en cuestiones de este tipo, en eso basan una de los principales fuerzas de la isla, en la capacidad de derrotar al enemigo con la magia. Y parece ser que vino un investigador, creo que antropólogo, que era el que estaba ocupando antes su casa, para hacer una tesis sobre la magia secreta. No sólo la magia, sino la secreta, que es algo que ni siquiera los mismos yapeses conocen y que solo se transmite de padres a hijos y cosas de esas. Y claro, creo que la gente se puso en contra de él. Me pongo del lado del investigador, aunque el Vázquez de Oregon no hizo más que criticarlo. Claro, el antropólogo pidió permiso para su investigación y le dijeron que podía hablar solo con los que le permitieran y con un formulario de preguntas previo y censurado y no sé cuántas cosas más. Como es de imaginar, preguntó a más gente e hizo más preguntas de las debidas y claro, el tema de la magia secreta (¿negra?), levantó ampollas. Y le debieron echar del pueblo donde estaba y ahora parece ser que está en otro sitio. Parece que sigue en la isla pero el hombre este no le había visto, no se junta con otros extranjeros y debe de estar en un pueblo por ahí. Me atrae el tema, le deseo suerte, pero me da que la única posibilidad para conseguir
Sigo con la gente tan maja. Le dije al conductor que me parecía muy caro el precio, 45 dólares, y entonces me dijo, “bueno, pues ves a hablarlo con la gente del hotel” y se fio de mí. Y luego voy al hotel y la chica de la recepción me dice, “mira, yo estoy de curranta medio haciendo guardia, ven mañana por la mañana y lo hablas con la gente que sabe sobre ello.” Y yo ya le había dicho que al día siguiente me iba, pero daba por supuesto que se fiaba de mí. Cómo vas a ser un chorizo con gente de esta. Fui al día siguiente y pagué los 45 dólares, no me hicieron descuento por haber ido directamente en coche y no usar su autobús, pero me regalaron una camiseta amarilla que creo que ya iba incluida en el precio. También devolví el coche y no hubo problema a pesar de lo sucio que se había puesto por el lodo.
En el aeropuerto hice una putada a propósito (pero sin haberlo planeado). Resulta que volví al aeropuerto en la camioneta del hotel con la austríaca de las ballenas (ella, por cierto, las sigue a la zaga bien de cerca, debe de pesar como ciento veinte kilos) y nos pusimos a hablar. En la cola de la facturación, le conté los bailes del día anterior y lo de la camioneta. El método de la arena fresca tampoco valió y fue difícil incluso con el camión: utilizó una soga como de cinco centímetros de diámetro para sacarla, se rompió y hubo que volver a por otra cuerda más grande para sacar a la camioneta. Precisamente, al principio de la cola los americanos de las Reebok limpias estaban facturando, pero ella estaba esperando y podía escuchar nuestra conversación. Simplemente hablé un poco más alto y yo creo que se enteró de lo que le contaba a la austriaca. Se lo conté de una manera gráfica lo del lodo, mostrando con la mano hasta donde me había llegado el barro, y que si tres centímetros de barro en las chanclas, y que si esto y lo otro. Por mis niños que la norteamericana lo escuchó. Fue una venganza por lo del día anterior, aunque no habían hecho nada contra mí; y cuando acabaron de los billetes se fueron y fijo que se lo contó al marido: “Mira, te (o nos) están poniendo a parir por no haber ayudado ayer a lo de la camioneta. Debías (debíamos) de haberte bajado y haber ayudado”. Les noté luego con la cara como muy serios. Sentí como que ya había hecho la buena acción del día.
En la tienda del aeropuerto mandé unas postales, envié una carta escrita en Guam (con un sello de Mendaña) y, para variar, unas camisetas. Tenían el texto escrito en yapés. En una sale un yapés mascando la betel nut o nuez de betel y con la boca toda roja y asegura Dabiyog e langad “Cualquier tiempo es bueno para mascar betel” y la otra “Solo los fantasmas no han mascado betel aún”. Lo del betel es a todas horas. Menos mal para los yapeses que en occidente no se usa, que si no, seguro que ya estaría prohibido (como la coca en Colombia) o supercomercializado (y lo tendrían que importar de fuera). Por cierto, a propósito de eso, resulta que la única fábrica de Yap es de prendas para la exportación; instalada en Micronesia, se benefician de los aranceles para exportar a Estados Unidos por estar de alguna manera asociados. Y los curritos son todos chinos que traen y vuelven a llevar en unas condiciones que ya las quisiera Marx para organizar una revolución proletaria: la fábrica con verjas de alambre, les hacen trabajar horas y horas y les dan salarios de hambre. Las relaciones de locales con los chinos son horribles; además ni siquiera se gastan un duro, todo ha de ser para ahorrarlo.