1994 La apéndice del país 50 en su 14 aniversario de Vanuatu

La visita a Vanuatu prometía. Llegaba el 14 aniversario de su independencia y era mi país 50, pero estaba a disgusto con ese problema de estómago que había sentido por primera vez en el concierto de músicos indios en Fiji.

Los mercados cautivos

Esa noche no dormí, me fui al aeropuerto y tras llegar al hotel, lo primero compré agua embotellada (Evian) y algo de comida sana (La vaca que ríe). Difícil pensar que no hubiera aguas puras y limpias más cercanos y que no hubiera comida más sana que esos quesitos, pero era lo que había. Me acordé de las explicaciones de Ángel Bahamonde para entender porqué los socialistas François Mitterand y Felipe González habían tenido políticas económicas  opuestas al llegar al poder; Francia tenía “mercados cautivos” en las antiguas colonias, pero España no. Pero aparte de disquisiciones intelectuales, no tenía cuerpo para mas. Aproveché a ver las fiestas de la celebración indepe, pero me fui al hotel rápido, a ver si dormía.

Con habitación propia, pero sin atención

Y como a la mañana siguiente seguía mal, me fui al hospital de Port Vila, aunque era más bien un ambulatorio construido por la cooperación francesa. Como tenía un seguro japonés y me concedieron una cama sólo en una habitación, y el enfermero me dijo que esperara a que viniera mi médico. Nadie me atendía, sólo el enfermero y que se puso a masajearme y quiso bajar las manos; le dije que no, que más abajo no tenía problemas. Paro más allá de esas atenciones, nadie más venía, aunque si pasaban médicos. Aproveché a la señora de la limpieza para preguntar: «¿no puede avisar que estoy esperando a que me atiendan?». Ni por esas, al final fui yo quien levanté a hablar con los médicos, que no me podían atender porque, como yo pagaba, el  médico de la medicina privada debía ser quien me atendiera. 

La relajación del médico local

Los franceses me hicieron el favor de darme el número de mi médico, Ernst Finberg, y debía otra vez ir yo a a montaña, como Mahoma, a visitare a su consulta de Port Vila. Un médico se apiadó de mí, menos mal, y me palpó el estómago. Me dejó los pelos de punta: podía tener que operarme de apéndice, me dijo, aunque gracias al seguro podía viajar a otro país a operarme. Las opción más factible era Australia, por supuesto, pero lo más cercano y la solución mejor era Noumea, en Nueva Caledonia, más cercano y totalmente modernizado para ese tipo de operaciones, me dijo. Finberg fue menos alarmista, porque me dijo que bastaba con unas cápsulas de amoxil que, efectivamente, me bajaron la hinchazón en el estómago. Me citó a los dos días, antes de marcharme, cuando ya se me había bajado y pude seguir el viaje, pero fue el extremo opuesto al francés. Le avisé que iba a estar un mes en Filipinas, pero apenas me dijo que me lo cuidara y que podría operarme cuando llegara a Japón.

 

El último colonialista

En Port Vila, Vanuatu, volví a la relación con europeos. Gonzalo Fonseca, de la oficina económica de la Embajada de España en Tokio, estaba casado desde navidades con una de Vanuatu, acababa de tener un hijo el 1 de junio, me lo contó y cuando le dije que iba para allá me pasó la dirección de la casa de la familia. Su mujer es descendiente de franceses con una casa bien lujosa, aunque el padre, Pierre Bourgeois se había vuelto a casar; la señora se refirió a la mujer de Gonzalo como su hijastra. La nueva mujer de Bourgeois era hija de sevillana, estaba encantada de hablar español y estaba casada con el último colonialista francés, al menos así lo parecía.

Españoles en el puerto

Al día siguiente fuimos con una pareja de francés y colombiana y todos estuvimos hablando español en un restaurante de estos de puerto. Era donde atracaban todas las tripulaciones de veleros. La colombiana me dijo: ese de amarillo es español. Le saludé diciendo que si era cristiano y enseguida me entendió, estaba con un argentino y con un italiano que hablaba español y estuvimos charlando todos un buen rato. Lleva viviendo en Tonga cuatro años y debe de vivir allí un montón de gente con él; me habló de su hija de su hermano y de no sé cuántas personas más. No sé si vive en Tongatapu, la capital, o en las Vava’u, adonde  quería ir especialmente, porque la señora de la portada de mi libro “España y el Pacífico”, era la mujer de un jefe de esas islas. Y me dijo que allí se pueden escuchar conversaciones en español de un montón de gente, entre españoles, latinos y de todo. Parece que hace unos años fue un equipo de televisión, siguiendo las huellas de la expedición de Malaspina hace dos siglos, y sacó un programa titulado “Los Robinsones españoles” donde salen ellos. Muy majete, aunque no pegaba nada con el grupo en plan finolis con el que estaba yo, por lo que cuando me dijo que como había sabido que él era español (vasco) y veía que con sus pelos largos no pegaba nada con los finolis de antes, le respondí que una gente que no se les vía en ese momento. Le di mi tarjeta diciéndoles que tenía prevista ser secretario de la Asociación del Pacífico al regresar a España y les pedí que nos dieran noticias o información para sacarla en la Revista del Pacífico o algo así.

La propiedad de la tierra

La conversación más interesante con la mujer de Pierre Bourgeois fue sobre el tema de la tierra. Cuando le pregunte por eso, dice, «ay, acabas de poner el dedo en la llaga; mi marido se esta muriendo poco a poco cada día por culpa de eso». Y es que desde que este país accedió a la independencia los poderes de los franceses o los ingleses para hacer y deshacer se han acabado. Eso está bien por un lado, pero por el otro como los vanuateños no curran mucho, pues provoca que las cosas vayan dejando de funcionar poco a poco. El señor Bourgeois debía de ser un inversor inmobiliario y puso en marcha alquileres de casas, removió terrenos para viviendas, edificios para tiendas y supermercados, etc., y ahora se lo pueden quitar de un plumazo. Decía la mujer que hace cosa de quince años le aconsejaron que vendiera las propiedades y
guardara el dinero en Francia, que mirara el ejemplo de Argelia y de Gabón. El no hijo caso y decía que sería diferente, pero está pasando lo mismo. El problema de la propiedad de la tierra es uno de los más importantes para el futuro y de ahí que haya tanto libro publicado sobre eso. Parece ser que el tal Bourgeois redactó una ley sobre Propiedad que aprobó el parlamento, pero decía la mujer que era porque no sabían realmente en qué consistía, que en cuanto lo supieran redactarían otra. Se encontró con unos por la calle, empezaron a hablar sobre unas propiedades y cuando les dijo que era ilegal, respondieron los vanuateños, «ahh, pues hacemos la ley para eso.»

Un juez español para las discrepancias

Vanuatu también tiene otra característica llamativa. Fue la única colonia en el mundo gobernada conjuntamente por franceses e ingleses, las Nuevas Hébridas; una amalgama horrible, por lo que tengo entendido. Cuando venía un extranjero tenía que decidir bajo qué administración quería estar, pero el orgullo imperial predominaba más que el deseo de que las cosas funcionaran. Las dos administraciones hacían el trabajo doble, pero cuando se unificó fue aún peor porque entonces quedaron tres administraciones sin prácticamente relación entre ellas. 

El legado de los expediciones por el Lago Español

España tuvo un papel también en este lío, porque para decidir ante las discrepancias entre franceses e ingleses, se decidió que un juez de una nación independiente debería decidir. El cargo le tocó a un español en razón al derecho histórico por los viajes de Álvaro de Mendaña (o Quirós, o alguien de estos) cuando descubrió el Archipiélago para Occidente. Alfonso XIII, en consecuencia, nombró a un juez español que fue a vivir a las islas y que se murió hace poco, Manuel Bosch Barrett. Habrá quien se enorgullezca por ello; yo no, porque el hombre era poco más que un figurín, debía de pintar menos que un cero a la izquierda; sin saber ni inglés ni francés como afirman, no sé qué labor de mediación ni que leches podía hacer.

Prevenciones contra mosquitos

Por lo demás, el país es muy agradable y volví a sentir frío. Hay malaria, aunque para recibir una picadura has de ser la persona más desafortunada del mundo. No obstante, al igual que en las Salomón, yo iba siempre con mis pantalones largos, mis calcetines y mi repelente en el bolsillo. Así que se hubiera pasado un buen rato y pudiera ser que la acción del repelente se estuviera diluyendo, más repelente. Tenía dos botes por si acaso. Pero me picó un mosquito. Dormí bajo un ventilador. creía que no habría mosquitos en la habitación y además puse la llave en la cerradura, pero por la mañana le vi, y cuando le maté tenía sangre, pero no sé cómo se pudo meter. No creo que fuera anopheles, hace hoy justo una semana que me picó y no tengo nada en especial. Llevé también la espiral esta que se pone a arder para evitar que los mosquitos se acerquen, pero no la usé por eso de tener el ventilador.

Belleza de Port Vila

Alquilé un coche para dar una vuelta por la isla. Preciosa, pasé por playas también muy bonitas. Había solo un sitio a mitad del camino para comer algo, la mayoría de la población está en Port Vila, la capital, que tiene quizás el paisaje más bonito que he visto, además de la gente que viene en yates. Es también donde tienen un poco de infraestructura montada para el turismo: postales con fotos bonitas, figuras de madera, cosas realmente bonitas estuve viendo, pena que ya no me quedara dinero. A estas islas sí que creo que merecerá volver; igual que con las Salomón, pienso que habiendo estado en la capital he visto no más que una mínima parte del país. No tenia consciencia entonces que se había convertido en paraíso fiscal ni vi esa calle repleta de bancos que después le ha hecho tan famosa.

Embriagueces

Debe haber todavía gente viviendo muy en plan primitivo en otras islas, pero sin vacuna contra la malaria ni dinero para viajes, ni tiempo ya, es mejor dejarlo para otra ocasión. La gente es encantadora también, por cierto, les encanta que les hagas fotos y su único momento peligroso es, obviamente, cuando están embriagados. Me lo comentaba una mujer de Nueva Caledonia con la que hablé, que son buena gente excepto cuando están bebidos. Me decía también que los problemas allí entre los caldoches y los kanakos don provocados por los líderes políticos. Entendí de alguna manera que se refería a los franceses y que criticaba a Mitterand, pero no hacía más que hablarme en la lengua de Molière y yo no estoy muy ducho en ella. Se empeñaba también la mujer del Pierre Bourgeois en que la hablaba y yo, que no, que no.

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