Tras salir el sábado día 2, pasé la noche en el aeropuerto de Guam y a las siete de la mañana del domingo salí para Truk o Chuuk. Es el estado más poblado de los FSM (Estados Federados de Micronesia), 50.000 habitantes, ¡una barbaridad!. Además es el más corrupto y donde las cosas funcionan peor; hay una sola carretera y resulta que está siempre medio atascada. No tanto por el tráfico, que lo hay, sino por los baches. Lo sentí por la empresa, pero dejé perdido el coche que alquilé. Me puse a ver la isla y me tiré por unos caminos que a veces no sabía si el coche iba a salir o no, porque estaban totalmente encharcados.
Les pregunté a unas chicas por un faro japonés y se vinieron conmigo y mira, eso ayudó a sobrellevar los agobios del camino. Aparcamos y subimos para el faro ese, y en el camino, cuando íbamos andando, una mujer me pidió 10 dólares, mil y pico pelas, por pasar a ver el faro. Era simplemente una gente que vivía en el camino y yo le dije que si no tenía recibo. No. Pues entonces no pago. “Pues no puedes pasar a ver el faro.” La leche, y ¿qué razones tiene para pedir el dinero?. “Mi primo es policía.” Una pasada total, se lo conté al día siguiente en Kosrae a un senador, Claude Phillips, y me dijo que eso podía ocurrir en Truk, pero no en otros estados de Micronesia. En Guam, lo de Truk son los micronesios de peor fama.
El faro no tenía nada especial, pero la vista sí que era bonita, además me estuvieron posando las chicas (no muy bellas, todo sea dicho) y el chico que venía, y como era domingo y llevaban una corona de flores de esas, la cosa quedó bonita.
Lo más bonito quizás es la cueva que mantiene todavía un gran cañón con metralletas y demás, que tiene un punto bucólica además de una vista preciosa. También me enseñaron una bala de cañón y una metralleta ligera junto con algunas cosas que quedan. La Guerra está más presente en Chuuk que en cualquier otra isla, incluso Kiribati, el punto más lejano al que llegaron los japoneses. Se nota que tuvo una de las mayores guarniciones niponas, después de Rabaul, con 70.000 soldados que no tuvieron nada que hacer durante la guerra porque ni tenían barcos para ir a otras islas ni les atacaron los americanos.
Luego al volver en el coche pasamos por un grupo de gente que estaba cantando, no sé si debía de ser una misa o algo así, pero yo quería parar y me dijeron que no, que no era conveniente. Putada, pero no tanto porque ya no había luz para las fotos, pero cantaban una canción muy mona. Luego me encontré a dos hombres que les pregunté por la casa de los jesuitas. Andaba yo buscando al Padre Francis Hezel, que trabaja en Truk y que es uno de los mejores historiadores de la zona. Resulta que ha hecho un libro sobre la iglesia católica en Micronesia que me interesa porque habla sobre los jesuitas españoles y fui a la Casa Loyola a pedírselo. Pero vaya, resulta que a los dos hombres estos que vi en el camino, uno era un americano y el otro micronesio, y me dice, me suena tu cara. A mí también. Pues luego, cuando dejé a las chicas y iba para la casa de Loyola les cogí y me dice: “tú eres español. Ahh, tú eres el que fuiste a ver al padre Bizcarra en Palaos.” Tenía razón, era el jefe de la misión jesuita cuando visité al padre Bizcarra y le había conocido hacía algo más de un mes.
Resulta que los jesuitas tenían una reunión de toda la micronesia, de jefes de misión sólo, y me metí en ella. No me interesaba mucho el tema y no quería estar mucho tiempo y lo malo fue no conseguir el libro, porque el Padre Hezel ya no trabaja en Chuuk sino en Ponapé y ya no tenía copias. Le pidió a otro padre que me diera su copia, pero estaba con un montón de anotaciones y no se lo quise aceptar. Espero que me lo manden por correo a Madrid.
La pena de ese viaje fue por no encontrarme con la antropóloga Beatriz Moral, con la que coincidí en el tiempo, aunque ella estaba viviendo en los atolones exteriores. Beatriz recibió una beca para estudiar sobre las mujeres de micronesia y nos propuso el artículo más conflictivo en la asociación, con miembros opuestos radicalmente a publicarlo por su contenido y otros que considerábamos que tenía las cualidades necesarios de un articulo académico, en especialporque aprendió el chuukés y gracias a ello se le abrieron muchas puertas para entrevistas y relaciones personales. Se publicó, y la verdad que el artículo trata un tema que puede ser proclive al morbo, pero que es como es: la leyenda de Nifiirifiirwaniik, la que tiene ochenta labios menores y Wonofaat, un dios tradicional que cumple el rol de héroe tramposo comparable a Satanás
Nifiirifiirwaniik es una legendaria mujer de las Mortlocks que disfrutaba (aunque a la vez sufría) de una curiosa cualidad: tenía ochenta labios menores. El buen hacer y las artes de su madre hicieron de ella la mujer con los mejores y más bellos genitales de todas. Era por ello la más deseada por los hombres y su fama llegó hasta los rincones más recónditos de Chuuk. Su desgracia era que ninguno de los hombres que, atraídos por sus encantos, habían hecho el amor con ella habían sido capaces de hacerla disfrutar como -según había ella oído- disfrutaban las otras mujeres: tantos eran los labios que cubrían su clítoris que ningún hombre llegaba hasta él con su pene para hacerle sentir el placer que ella esperaba.
Un día, oyó hablar de Wonofaat de Udot y de sus fantásticas cualidades como amante que su larguísimo pene le dispensaba. Era tan largo su pene, que podía desplazarse a través de grandes distancias mientras Wonofaat permanecía sentado.
Nifiirifiirwaniik cansada de tanta frustración y resuelta a buscar el placer allá donde pudiera encontrarlo, partió a Udot en busca de Wonofaat. Cuando lo encontró y le contó su desgracia, Wonofaat aceptó el difícil reto que Nifiirifiirwaniik le proponía. Wonofaat, con su larguísimo pene, fue abriéndose paso entre los labios uno por uno, hasta que llegó al clítoris y siguió frotando con su pene hasta que Nifiirifiirwaniik conoció el placer del que hasta ahora se le había privado.
La vuelta por la isla, por lo demás, tan bonita como en el resto de Micronesia. Hay una cascada que no puedo encontrar su nombre, pero me acompañaron unos chavales a encontrarla
La gente igual de simpática y deseosa de que le haga fotos, pero en esta ocasión se vinieron conmigo dos chavales a todo. Desde el faro a la cascada o a buscar restos de la guerra, y además implicaron a otros chavales.