Era imperioso un viaje a Thailandia. Sus restaurantes están presentes en todo momento en Japón, son el tipo de establecimiento al que vas cuando sales con los amigos; y uno en el edificio 109 de Shibuya me hacía levitar. Además, estaba buscando publicar mi tesina sobre Thailandia, y debía buscar documentación. Desde que fracasara en conseguir una beca, soñaba con viajar a Thailandia —con hache, que pronunciar «t» sin la hache tiene una traducción desagradable—. La foto del Españoles en Siam, de 1997, la tomé en esos días.
Nick fue crucial. Nos habíamos visto mucho en Madrid cuando habíamos implantado la enseñanza del thai en el Colegio de África. La profesora Paranee Moolsintong se había tomado muy a pecho los cursos y había conseguido incluso que se hablara de ellos en una revista de allí, Sakhuntai. Yo llegué a llevarla incluso a una capea. Además de él, me ayudaron dos profesores conocidos, Dhiravat Na Pompejra, Tack, profesor de la Universidad de Chulalongkorn, para la Historia de Thailandia, y Eduardo Martínez Suria, profesor de la Universidad de Thammasat, para tener alumnos con los que visitar los archivos, aunque encontré bien poca documentación.
Llegué en un momento crucial, lo que me supuso una emoción adicional. El país estaba protestando contra el golpe de Estado del general Suchinda, que pocos meses antes había derrocado al primer ministro Anand Panyarachun. Mientras estaba allí, Suchinda cayó y subió al poder el primer ministro derrocado, Anand, el personaje preferido para un gobierno de transición por toda la gente que encontré. Se podían apreciar aún los restos de edificios quemados y en la universidad no faltaban las críticas a Suchinda. Por supuesto, las protestas y asesinatos de finales de los años setenta estaban todavía presentes y luego las pude recordar cuando conocí en la Universidad de Madison a Thongchai Winichakul, uno de los líderes entonces y autor de Siam Mapped. Un libro esencial para entender percepciones, la geografía, la cartografía y, por supuesto, el sudeste de Asia.
Esta época la viví criticando al gobierno en los debates, callándonos cuando veíamos cerca a militares y gente adicta al régimen, y alegrándonos del nombramiento provisional de Anand. Me sentí como en la España de Franco durante la dictadura, pero con uno era un diplomático, hijo de un alto cargo de la armada, y otro un miembro secundario de la familia real. Es la diferencia de los cambios políticos en estos países, que son disputas internas entre las élite. En la Filipinas de 1986, con el People’s Power que llevó a Corazón Aquino al poder, pasó algo parecido: la participación popular fue escasa. Ahora ya no, desde la victoria de Joseph Ejército Estrada quedó evidente que era por las clases bajas, como de tantos otros en la región.
Durante un tiempo estuve muy al tanto de lo que ocurría en Thailandia y propuse un artículo a través del corresponsal de El País. No les interesó y decían que también Italia llevaba sin gobierno mucho tiempo y no pasaba nada. Eran otros tiempos más eurocéntricos. Ahora la percepción ha cambiado y ya no aparecen solo noticias orientalistas de Thailandia, nos interesa también como reflejo de nosotros mismos. Cambian los países y con ellos las percepciones, en ocasiones unos antes y en ocasiones las otras.
Nick hizo lo posible para mostrarme su país con orgullo. Me invitó a ver bailes y también al templo Esmeralda, donde él rezaba y se relajaba cuando salía del ministerio. Me llevó a ver cocodrilos, aunque estábamos todavía afectados por el reciente suicidio de una mujer que se había arrojado al agua para que se la comieran. Y también fuimos a ver el famoso Palacio de Teca, donde la guía señalaba uno por uno todos los regalos recibidos. Quizás debería haberlo apuntado, porque algunos eran del rey de España, y me miraba a mí para que me emocionara. Lo siento, pero esas explicaciones-recuentos no me movieron las arterias. Esa no es mi historia. Me encontré de casualidad al antiguo director de la Thai Airlines en Madrid.
Nick me llevó a ver a unos monjes conocidos, porque en aquella época eran muy numerosas las portadas de revistas que mostraban a religiosos. Cambié la percepción que tenía de ellos; el superior se ganaba la vida arreglando televisores y me estuvieron vacilando, hablando de todo. Y a la salida, se produjo otra imagen que se me ha quedado a fuego: un policía echando del puesto y quitando a un pobre vendedor ambulante la mercancía, armado de uniforme, chulería y esas gafas tan horteras de Ray-Ban. El vendedor, sin embargo, no perdió ni la sonrisa ni la compostura. Por dentro estaba rabiando, pero disimulaba: no podía dejar que se le viera el enfado. Muy asiático.
Lo bueno de Bangkok es que te permitía perderte mientras haces las típicas visitas al mercado flotante y a los mercados. Había que tener cuidado con los trolex, los productos falsos de marca, también por el regreso, ya que en la aduana de Japón estaban confiscando directamente los bolsos nisemono, y no sólo si estaban dentro del equipaje sino incluso las propias maletas. La bibliotecaria de la Siam Society también me ayudó. Se llamaba Khanita pero la llamaban O, en una de las nueve entonaciones que tiene el thai. Desde hace muchos años había sido el principal centro de estudios sobre Thailandia, su Journal of the Siam Society es muy prestigioso y fui a buscar documentación sobre las relaciones históricas entre los dos países. Pero fue una pequeña decepción, solo tenía los 57 volúmenes del Blair & Robertson (1901-1916), esa colección de traducciones mal hechas y sesgadas que tanto ha criticado Glòria Cano, pero que siguen siendo utilizadas a falta de alternativa factible. Propusimos en la AECID ayudar a la traducción para que se pudieran leer los documentos originales en la web, pero no lo aceptaron: sentí que era un proyecto demasiado barato.
La antigua capital, Ayutthaya, fue el momento cumbre, y vinieron a enseñármelo también los padres de Nick. Me sentí en los momentos en que llegaron esos españoles a construir un Galeón de Manila y les dieron el Campo Japon, que estaba abandonado tras las prohibiciones desde el archipiélago. Y como además nos acompañó el hombre que tenía ascendientes portugueses y lo demostraba con una nariz prominente, pensé, ya está la foto de la portada del libro. Al publicarlo me sugirieron otras fotos, diciéndome que al marco negro le pegaba más una portada de un periódico, pero me mantuve en mis trece.
Compré camisetas aplenty, y a mi alumno-príncipe le llevé las dos que había comprado relacionadas con España. Una tenía el dibujo del álbum de Astérix en España, incluso toreando por la parte de atrás. Muy cachondo. La otra era el cuadro que más me gusta de Picasso preparando el Guernica, el de la mujer llorando con un pañuelo. Le dije que escogiera y le gustaron las dos. Para mí, compré la amarilla de la foto, que sigo usando a pesar de los años, y otra de Tintín con el capitán Hancock en el desierto, con la que no me importaría pasar mis últimos momentos de existencia.