1994 La emoción histórica en la Cochinchina

Tras una excelente noche en el tren, me bajé en Dong Ha, poco después de cruzar el río Ben Hai, la antigua línea de división entre el norte y el sur. Al llegar a la estación, me propusieron coger a un tío con una moto y ala, a ver cosas. Lo que yo no contaba es que fuéramos a andar tantos kilómetros, con lo que quedé con el culete destrozado. La conversación tampoco fue sobre Kant, pero muy majete el chico, no sé si por todo el día me cobró doce dólares. Fuimos por la zona antiguamente desmilitarizada, donde a partir de la cual los soldados del Vietminh pasaban a ser guerrilleros. Huellas de la guerra quedan muchas. Hay cráteres de bombas por todos lados, son como de cinco metros de radio y dos metros de alto como media, pero había también bombas de profundidad con una especie de espoleta para excavar la tierra y explotar luego.

Túneles de la guerra

 Fuimos a Vinh Moc, un pueblecito en el norte, con una playa preciosa que era como el punto más al sur de los norteños; allí de tantas bombas que caían se construyeron el pueblo debajo de la tierra. Unas trescientas personas que vivieron ahí durante la guerra, más los soldados que llegaban para ser enviados al sur y, no es por nada, pero vaya huevos que le echaban de vivir continuamente bajo tierra. Y vaya humedad; no pude ver los dos pisos interiores porque estaban inundados, y la espesura del de arriba era como de lodo. Hubo veces que moví el pie pero el zapato se quedaba. Familias de tres personas vivían en cuatro metros cuadrados, con la humedad incluida, con la cocina y con todo, vecinos al lado incluidos. Viendo eso se llega a admirar a este pueblo. Hicieron otros túneles cerca de Ho Chi Minh, los de Cu Chi, en donde es para quedar acongojado al ver su historia. Los han tenido que agrandar para que quepan los turistas de tan pequeños que los hacían para que no pudieran pasar los soldados americanos y uno no deja de asombrarse. Los americanos metieron perros, gases y no sé cuántas cosas, pero los otros hacían trampas, inundaban partes y despistaban a los chuchos. Y en una de las ofensivas llegaron por medio de los túneles hasta los jardines de la misma embajada norteamericana. Volviendo a la zona desmilitarizada, también vi lo que se llama la Via (trail)  Ho Chi Minh, que por lo visto era uno de los caminos por los que pasaban material, y uno de los campamentos de los americanos, Camp Caroll, donde quedan bombas sin estallar, zapatos, balas, etc. y al cementerio nacional Truong Son. Eso de Nacional es quizás porque están enterrados también survietnamitas; están ordenadas todas las tumbas en plan socialista, según las provincias. La de gente que debió de morir por ahí, pero la verdad que tampoco merecía el cementerio ese mucho, si no lo hubiera visto mi pompis lo habría agradecido.

De Dong Ha a Hue

De Dong Ha me despedí en la estación de autobuses. El de la moto me pidió también que le enviara las fotos que le hice y como ya se lo debe haber prometido alguno más y no lo ha recibido, me lo escribió clarito quién era: “Lê Vàn Quang. Motorcycke at Dông Ha town”. Majos e inteligentes. De Dong Ha a Hue, la capital Imperial y donde dormí, son unos 70 kilómetros, unas tres horas de camino, gracias que el señor del autobús me puso en la primera fila, porque íbamos (sobre todo, iban) como sardinas y la carretera era como la de Canillas (200 baches por milla). Debí de pagar algo más que los demás, aunque regateé, pero no mucho más, unas cien pelas; en África, por el contrario, pagas casi como en Europa y te tratan horrible. Al llegar a Hue pagué por llegar de noche, ya que dormí en el peor hotel del viaje. Había hasta pipas en la cama, con lo que tras limpiarlas y por prevención, usé mi toalla de almohada y para cubrir el cuerpo me metí enrollado en la única sabana limpia que me dieron, sin tocar el resto.

Chicas-camareras-dueñas y sordomudas

Hue es la antigua capital imperial y es donde se encuentra más turismo. El hotel cuchitril estaba al lado de un restaurante recomendado en la Lonely Planet, la guía usada por todos; la llamamos la biblia, porque lo que dice es como si fuera a misa, suele ser verdad. Llegué a desayunar y enseguida me pasaron un álbum de fotos y un libro para dejar algo escrito. Resulta que el restaurante es de una familia que son nueve hijos de los cuales todos menos uno son sordomudos. Se les ve más felices que otra cosa; principalmente lo llevan dos hermanas muy cachondas que se enrollan a gestos con todo el mundo, dan una comida que está bastante bien, en plan baratito y muy auténtico, y si vas por la tarde sus hijos te vacilan lo que pueden; con ello, van extranjeros a patadas, además de nacionales. Y pobres: lo que dejé de un plato (la verdura) se lo pusieron a uno que vino. Y pegando pared con pared hay otro restaurante, de la madre y también recomendado por la Lonely Planet, pero la chica me informó que no se hablaban. Su lenguaje lo entendí fenomenal. Las chicas-camareras-dueñas iban vestidas que se notaba que tenían dinero para los estándares vietnamitas, aunque un poquillo horteras. Además, como van tantos turistas, pues organizan viajes por tres dólares con barca para ir a ver las tumbas imperiales y las pagodas a lo largo del río.

Hotel limpio y barato, pero con robos

Me apunté a la excursión tras encontrarme dos británicos con los que había pasado la noche en el tren y había otros tres suecos y. Los británicos también me dijeron que su hotel, Morin, estaba bien y a solo doce dólares (yo había pagado ocho), pero cinco minutos antes de salir y tampoco sabían si estaría lleno. Pues me dio tiempo a ir al hotel a ponerme el primero de la lista para reservar habitación, y como en ese mismo momento me dijeron que tenía cama, fue al mío,  cogí la bolsa, les dije adiós muy buenas y me planté en el Hotel Morin. Era limpio, la habitación tenía como cuarenta metros cuadrados y era más bien para extranjeros, cosa que en ciertos momentos se agradece. Pero como el sueco me comentó que tras bajar a desayunar se había dado cuenta que le habían desaparecido doscientos dólares de la bolsa. Por eso es conveniente llevar siempre un candado propio y cerrar la bolsa, para si entran en la habitación tengan que hacer un estropicio antes de saber si hay dinero. Te quitas con ello la posibilidad de que los empleados del Hotel te choriceen.

Visitando Hue

La ciudad de Hue es preciosa. Más que la ciudad, el río, porque tiene a lo largo las tumbas de los antiguos emperadores. La pagoda de Thien Mu quizás es la más bonita y luego están las tumbas de varios emperadores del siglo XIX, Tu Duc, Minh Mang y Dong Khanh. Bonitas, pero los sueco-británicos se cansaron de ver tumbas y en la última, la de Khai Dinh, me bajé yo solo. Estaba a cinco kilómetros de la ribera y hube que alquilar una moto en la que fuimos el conductor, el barquero y el pagano. Luego, claro, como tardé, los británicos y los suecos estaban intrigados y dijeron, «ya lo sabemos, es la más bonita de todas, no hace falta que lo digas». No tanto, pero como estaba en alto era la que tenía el paisaje  más bonito y además había un grupo de vietnamitas viéndola que se querían hacer fotos conmigo y todo eso.

Barquero encantado de posar

Lo que más me acuerdo de ese día es lo pesado que era el barquero con que le hiciera fotos; no había foto que quisiera hacer que no se me pusiera en medio. Mira que vi a un monje que estaba subido a un caballo de terracota en la tumba Minh Mang, dije vamos a hacerle una foto, pues al final acabé haciendo la foto al monje y a su paje, pero desmontados y con el barquero en medio de los dos. Aproveché para que me posara y le hice una foto cachonda asomándose por una pared de entre las tumbas imperiales, que ahora no encuentro. No me acordaba ya de ello y un día les estaba enseñando las fotos a unos alumnos y me pregunta uno, ¿y ésto?, tate, la cabeza del barquero, que así le había pedido que posara. Luego, en la barca camino de vuelta, le pedí que me posara leyendo una revista. Había que ver las caras de la gente, a veces, cuando les entregaba algo para leer o les dejaba que me miraran los libros; me recordaban un calendario de casa de mi abuela, con un niño leyendo un libro al revés. Qué caras me ponían los vietnamitas, y eso que usan caracteres latinos. Pues le pedí al barquero que se pusiera a leer una revista, la Far Eastern Economic Review, para que me pusiera una cara de esas, pero no hubo forma, miraba a la cámara, reía, hacía gestos, pero no se ponía a leer. 

Japonés apresurado

Eso fue el día 31 de diciembre y cuando estábamos descansando tranquilamente entre tumba y tumba en un puestecito, nos encontramos a un japonés. Le saludé en japonés (es el idioma allá en las alturas porque se tarda en aprender una eternidad, según broma de la corresponsal de El País). Le dije que se sentara con nosotros y dijo que no, porque su barquero tenía prisa. Le dije, nada, hombre, no le hagas caso y ven con nosotros y al final estuvo un rato. Pues resulta que a él, quizás por ser japonés, le habían cobrado 25 dólares por lo mismo que a mí 3 y, además, corriendo entre una tumba y otra y sin poder ir tranquilo. En fin, que hay que ir con cuidado por el mundo porque si no te pegan unas clavadas (o ensuciadas, como me pasó donde los ocho dólares) de cuidado.

Nochevieja para turistas

Esa noche hubo fiesta en el hotel ese de los Turistas, con orquesta y todo. Los locales también participaban y me alegra que sean alegres, pero tienen unas conexiones valencianas exageradas. Oí petardos ese día como nunca en mi vida, y el anterior y el posterior y en cualquier momento. Yo no sé cómo será el día de San José local y en su día de Año Nuevo (siguen el calendario chino, este año pilló en febrero) debe ser inaguantable, no vendría mal ponerse unos tapones en los oídos. Hay veces que cuelgan unas mechas de como cuatro metros de petardos y las prenden fuego, y entonces es mejor que dejes todo y esperes a que acabe. La verdad, estuvo bien eso de pasar el año nuevo en compañía de occidentales, les pude felicitar el año y entender la respuesta. Habría unas ciento y pico personas, pero estuve buscando compatriotas, o italianos o portugueses, pero nada, ni uno. Todos franchutes, alemanes y anglosajones (pocos norteamericanos); lo mismo en el libro del restaurante de los sordomudos, con toda la gente que había dejado un saludo, solo vi uno en español. Yo firmé, pero también escribí en japonés, que tampoco había muchos. En la fiesta del hotel vi al japonés y me dio pena, porque nada más verme dijo, sí, soy yo, el japonés tonto que paga 25 dólares por un día en la barca. Le dije que se pusiera a bailar conmigo, qué más podía hacer. Compré una caneca de ron negro para celebrar el año 94 y ciertamente algo embriagado tras compartirla en especial con uno de los suecos. Mi estado etílico me impidió elaborar una estrategia convincente de persuasión hacia una sueca que viajaba con su hermano y su novia; había estado bebiendo con su hermano (un tio muy majete), porque fue el único de la mesa que apreció la botella que regalé y al final pasé la noche de fin de año como las del resto del año, en soledad. Como las calles a las que salí tras la fiesta: vacías.

Visitando Hue con una japonesa

El día primero del año lo dediqué a ver la ciudad prohibida de Hue, esta parte ya es puro ciudad antigua y no hay barco que valga. Lo malo es que está casi destrozada de los bombardeos; parece ser que los del Vietcong  (los comunistas, aunque habría que llamarles más bien nacionalistas), en la ofensiva del Tet (1968, me parece que fue también cuando asaltaron la embajada norteamericana) tomaron la ciudad. Y a los norteamericanos, para sacarles, no se les ocurrió otra cosa que bombardear a diestro y siniestro. Como consecuencia hay un montón de partes en que hay plantadas lechugas, tomates y demás productos, quizás para alimentar de forma alternativa a como lo hace el turismo. Fui con una japonesa que conocí en la estación de tren, a la que me cuidé de informarle lo de la barca por tres dólares. Íbamos andando y los chavales me preguntaban a mí de dónde era y cosas de esas, pero a ella ni caso, debe ser la admiración por lo occidental. Le timaron de otra manera; la guía que tenía era en japonés y decía que el único hotel de la ciudad era el más lujoso y claro, por lo que la habitación más barata había costado 37 dólares (las había de cien dólares). La enseñé la habitación del hotel mío, porque no se creía lo que le decía y al final se convenció de que estaba limpio, aunque no se si al final cogió la habitación o no, porque le daba miedo que la habitación fuera tan grande. Era profesora de una escuela primaria en Tokio, pero me harté de ella porque hablaba como una cotorra. No paraba. Preferí irme al hotel que decirle si nos tomábamos una copita. Mas vale solo que mal acompañado.

Bronca en la discoteca del segundo piso

Conocí a la billetera de la estación, madre de un hijo y separada, a la que fui a buscar cuando ya había acabado de trabajar. Luego me enrollé con un tío para ir a una discoteca muy lugareña, en un segundo piso y con un grupo en vivo. Me dijo que tenía unas amigas allí y que me las presentaría, y justo, se sentaron con nosotros e incluso había otra que me pedía de bailar y tal, además había familias y todo. Pero, tate, de nuevo otras hostess (para hacerte que bebas) y cuando fuimos a pagar resulta que por las copas de las tías era el doble y en total salían no se si doce dólares o algo así. Pues el tío que venía conmigo montó en colera y se puso a gritar y todo, vino el encargado y también se puso a gritar. Toda la discoteca estaba pendiente de nosotros (ya había acabado la música) y el chico diciéndome, no pagues. Cómo defendía mi patrimonio. Pues nos quedamos los últimos por esas diferencias con la empresa, porque decía que las copas de las chicas no las pagaba o no sé qué, ya no me acuerdo. Espera, y yo esperaba, total no tenía nada más que hacer, me decía que aunque decían que habían llamado a la policía que al final no vendría porque lo que estaban haciendo era ilegal. Me parece que nos habían cobrado por unos panchitos que nos pusieron y no sé por qué más conceptos. Y no sé quién más vino y de nuevo (vietna)gritos. Al final, tuve que tomar el papel de mediador, quedé en pagar una parte sólo y el tío accedió. Pues luego me dijo que me esperara que saldrían las chicas y de nuevo a esperar, pero a la puerta de la discoteca, pero las chicas salieron por otra puerta, pero al final otra vez que pedían dinero. En Hue la primera noche me enrollé con otros tíos que tenían una moto, con un conductor tan borracho que lo del sueco no era nada en comparación. También me llevó a varios sitios pero o estaba cerrado o no sé qué pasaba. El caso es que me llevó a un puesto callejero como de golosinas y no se qué pasó que al final no lo compró. Con todo el secretismo pensaba que eran condones y  luego fui yo solo y lo pedí por eso de la emoción de lo secreto. Pues no eran condones, se pone la señora a sacar de un sitio escondido y se lo entrega a otro y luego me lo enseñan, y era chocolate. Lo último que podía pensar en ese país. Pero qué pedal tenía el de la moto, aunque más amable que otra cosa.

Un viaje con un sibarita

Al día siguiente salí en un coche para Danang. Las ventajas de juntarte en sitios turísticos son los puntos de encuentro y las posibilidades de compartir gastos, ya que era posible compartir el gasto de un viaje en taxi con un ingeniero francés. El paisaje, de los más bonitos que he visto, pero el francés no me atrajo personalmente, me recordó al que viajaba en chaqueta (pero no corbata) en Laos, con la nariz subida (como se dice en Japón) y rechazando juntarse con el elemento local. Le conté mi experiencia en el autobús abarrotado, y cuando adelantábamos uno decía, «¿era con esto con lo que querías ir?». Hizo varias veces como que se le escapó hablar en su lengua, a ver si yo había aprendido ese idioma de un país más desarrollado que la España de la siesta, pero yo mantuve mi alianza con el inglés. Además, le traje frito a tanta parada que pedía, que si una foto a un campo de arroz, que si un monasterio, que si este lugar recomendado por la biblia. El solo quería llegar lo antes posible a Hoi An. En uno de los puertos de montaña que pasamos paramos en un chiringuito (había un chaval haciendo cartuchos de dinamita) y me enrollé con ellos, tomé unos tés y el ingeniero esperando. Luego paramos delante de un templo y como quería hacer una foto al buda, que tenía unas orejas muy grandes, me enrollé con las monjas (bonzas?) y estuve haciendo paridas con ellas mientras estaban labrando la tierra. Le pedí a una el sombrero este típico y me hice una foto con el azadón. Como tienen el pelo rapado, yo estaba seguro de que piojos no me iban a pasar. Pues nada, otra vez que me tuvo que esperar, aunque el hizo también sus fotos.

Museo Cham

Luego pasamos por la ciudad de Danang y fuimos al museo Cham, una cultura con mucha influencia india que hubo en Vietnam central mas o menos en el tiempo de la Edad Media. Pues el Museo costaba como dos dólares y el franchute no quiso pasar por eso y ahí que me tuvo que esperar otra vez.

De Danang a Hoy An

Y luego para ir de Danang a Hoi An (unos 30 kilómetros) yo pedí de ir por un camino diferente por el que querían ir los vietnamitas: están las llamadas Montañas de Cristal, enfrente de una playa que se llama China Beach, que también fue el nombre de una serie que debía ser parecida a MASH. Yo le vi que se ponía nervioso.

 

Montañas de Cristal

Y luego nos bajamos en las montañas esas, un lugar turístico y muy bonito. Había una chiquillería que eran también como cotorras, así que te ponías a subir te decían las escaleras que faltaban para subir al templo y la historia y no sé cuántas cosas, cada uno te decía una cosa y no acababan. El francés dijo a los niños que no fueran con él que no les iba a dar nada, muy seco y sin hablarles y entonces, claro, la mayoría se vinieron conmigo. Además, regañaron entre ellos por ver quién se llevaba el gato al agua, y si uno me decía una cosa el otro me venía con que no le hiciera caso. Se pegaban por decirme antes lo que tenía que mirar, y desde cien metros antes ya sabía lo que iba a aparecer, que si la cueva esa, que si la figura que representaba no se qué, que si estalactita con figura de no sé cuántos. El caso es que vi a unos turistas que bajaron de un sitio y digo, anda, por ahí quiero ir yo también.

 

El punto mas alto de las montañas

Pues era un sitio por donde los gordos no podían subir. Cierto, había que pasar por entre medio de unas rocas y la cámara que llevaba al cinto me la tuve que quitar. Pero el caso es que se subía al punto más alto de la montaña y desde allí se divisaban todas las montañas esas de cristal, con la China Beach al fondo (por lo visto era donde les mandaban a descansar a los soldados norteamericanos para que se olvidaran del trajín de la batalla). Muy bonito, mientras hacía fotos al paisaje, me reía con los niños porque no hacían más que discutir entre ellos, una porque necesitaba el dinero para estudiar y otra porque era la que sabía mejor inglés y yo que sé, sus discusiones.

Camino por la montaña

Y luego, en vez de volver por las piedras esas aptas solo para flacos (o barriguitas medio-prominentes como  la mía) me dijeron que podía volver por un camino por la mantaña. Jopé con el camino, ni una cabra lo habría podido subir. Pero los niños por eso de la experiencia bajaban mas alegres que otra cosa y a ahí me dejaron totalmente descolgado cuan farolillo rojo de la general. Y tras llegar a un templito me esperaron, porque ahí ya me dijeron que ya que me habían acompañado que les comprara algo. Cada uno de los cinco o seis niños que me acompañaban se había traído una bandejita con figuras y ahí que estuve negociando con ellos. Se lo merecían que les comprara algo, pero obviamente a los que no les compré se enfadaron conmigo. Ahí ya uno de ellos que había vuelto por el camino de las piedras anti-gordos me dijo que el francés me había estado esperando. Compré cosas que no necesitaba, una figura de un pescador que tiene el sombrero despegado y otra de un buda feliz, que no me sirven para nada y además las he estado llevando todo el viaje. Total, tres dólares cada una, setecientas pelas en total por lo bien que me lo pasé con los niños, que estos eran más modernos y hablaban un inglés más decente. Una niña había aprendido lo del “Don’t worry, be happy” y no hacía más que repetírmelo.

Entierro con sonrisas

Al volver, la cara del francés era inequívoca: estaba enfadado conmigo. Supongo que por haber tardado. Me preguntó que cómo había tardado tanto tiempo o algo así y respondí preguntando si no había visto el otro camino de vuelta, como si no me hubiera dado cuenta de su enfado. Ni me tenía que disculpar ni nada, aunque fui discreto y ni siquiera mencioné que me apetecía comer, porque ellos ya debían de haber superterminado. Pues luego en el coche yo me partía de risa, porque el amigo del conductor y el conductor se dieron cuenta de la situación y medio a escondidas se reían conmigo. El amigo del conductor miraba para atrás como para mirar el tráfico y así ver la cara de cabreo del francés disimuladamente. Luego pedí que paráramos porque había un entierro, mientras están llevando el féretro me sonríen a mí, no creo que le sonrieran al franchute, que no hizo fotos. Me acuerdo de su expresión como si

Paseando por Hoy An, con Actas de Congreso

En Hoi An, en fin, llegamos al hotel donde él había reservado una habitación y para que se le pasara el enfado me disculpé por la tardanza. No tenía porqué, pero vaya. El entró al hotel diciendo que no, que no había problema y yo me fui a ver la ciudad con el conductor del coche. Dos veces nos encontramos con el francés que alquiló una bici (debía de ser por el poco tiempo que le quedaba para ver la ciudad) y a la primera saludó como de pasada, pero a la segunda disimuló. Hoi An fue un centro comercial de todo el sureste asiático hacia el siglo XVI, cuando los españoles llegaron a Filipinas, hay un montón de casas antiguas y es bastante bonita. Entré también al museo de la ciudad y resulta que vendían un libro resultado de un congreso sobre la ciudad. Me lo compré; cuando lo cite alguna vez será un farde: Actas del no se cuantos congreso sobre la ciudad de Hoi An, publicado por el ayuntamiento de la ciudad, Vietnam. Seguro que nadie más lo tiene. Eso sí, me fue imposible regatear, no hubo forma de bajar de los seis dólares. Allí hay un puente japonés del siglo XVI y también me salieron algunas fotos bonitas. Una de ellas de mujeres vietnamitas viendo un video; como había un montón y todas llevan los sombreros cónicos es una cosa que no la ves en otro país. Al final me volví con los del coche a Danang, que de ahí salía el tren y en el camino nos íbamos riendo del francés, dentro de las posibilidades del lenguaje.

Las Tumbas de soldados españoles y franceses

Al día siguiente ya andaba yo mal de pelas, pero además fui a comprar el billete de Saigón a Bangkok y me pegaron una clavada: 150 dólares. Digo, y no hay otra compañía más barata, y dice sí, pero no los vendemos aquí. Claro, estaba en la oficina de Vietnam Airlines y ponte a buscar una oficina de Thai International allí; pues tuve que pasar por el aro. Pero vaya, con pelas o sin pelas vi que entre las cosas para ver en la ciudad había un lugar apartado que ponía “tumbas de soldados españoles y franceses”. La Lonely Planet no indicaba nada más, se notaba que no habían ido allí personalmente y que la información la debían de haber tomado de la oficina de turismo. El mapa tampoco indicaba mucho, lo situaba en una pequeña colina y nadie me sabía decir cuando preguntaba. Hasta que no entré en la casa de unos lugareños y les pregunté no lo localicé, estaba allí justo enfrente de mis narices y ni me había dado cuenta. Era simplemente un pequeño promontorio y una capilla con una valla y el terreno que pudo ser un jardín tiempo atrás estaba llena de arbustos.

Una placa señalaba que era en memoria de los combatientes franceses y españoles pero solo veía tumbas de franceses pero en el edificio solo había tumbas de franceses. El lugareño que se vino conmigo a enseñármelo se reía, pero me ayudó a separar la vegetación y así pude encontrar la tumba de un soldado, que se la veía muy majestuosa. Mientras apartaba la vegetación me empezó a picar la piel, porque los arbustos esos eran medio zarzamoras. La tumba tenía una fecha del fallecimiento evidente, 1858, la expedición a Cochinchina pero era de un súbdito francés. Era una alegría, pero también una cierta frustración porque todas las tumbas que había visto eran de soldados franceses.

Los tenientes españoles

Cuando salía me subí a la valla de piedra como último recurso contra la frustración. Vi que sobresalía una piedra al otro lado de la capilla y me puse de nuevo a quitar arbustos con el agradable lugareño, ya un poco harto de ayudarme y quizás temeroso de perder el cuchillo. Pero llegó la recompensa, porque eran tenientes españoles, Juan Mauhorat y Suhiella y Juan Román y Orovio. Mucha emoción, sentí que era el momento culminante del viaje. Claro, a los dos tenientes españoles los enterraron a un lado y a los otros al otro, pero a la tropa de a pie, la mayoría filipinos, seguro que la enterraban allí donde morían, aunque quizás algún filipino fuera cabo. Pues nada, que eso es lo que queda para España de la expedición a la Cochinchina (1857-63). Para Filipinas, ni eso.

 

Servicio instantáneo de arreglo de motos

La moto que alquilé era una birria. Yo no soy muy buen conductor y no era maestro en arrancarla, pero con la de Laos no había tenido problema. En una ocasión se me paró en el camino y nada, ahí que tuve que esperar a que pasaran tres tíos que iban andando que me empujaron. El filtro debía estar mal, ya antes me había pasado que iba andando normal y parecía como si se hubiera acabado la gasolina. Pero antes iba por la ciudad y al lado había un taller donde me la arreglaron. Luego, en el campo, me pasó lo mismo, y además seguro que no era por la gasolina porque me la echaron en el taller. Por cierto, me la arreglaron la moto por cincuenta pelas, treinta céntimos de euro Servicio al instante, eso no ocurre en un país desarrollado.

Dificultades para llegar a My Son

Fui luego a My Son. Si los gritos de alegría fueron con las tumbas patrias, el camino a este lugar fue otra oportunidad de conocer el Vietnam rural. No hubo problemas de pérdida o de coger una carretera diferente, pero se nota lo poco que está desarrollada la infraestructura turística. My Son es como en Indonesia el Borobudur o como en Tailandia la capital de Ayutthaya, esplendorosos en su día como baluartes de la influencia hindú y actualmente lugares de atracción turística. Pero Vietnam sigue en pañales en infraestructura turística y llegar es un problema. Al igual que la Pagoda del Perfume, My Son es un lugar montañoso en medio de un terreno llano y se sabes su localización, pero la carretera va rodeando las montañas y se precisa tiempo. La carretera es de tierra, pero según avanzas y te metes en las montañas hay una zona a la que ya no puedes pasar sin pagar. Es una barca para cruzar un río, pero en lugar de remos, se tira de una cuerda que va de un lado al otro, como en la antigüedad en Japón. Antes de cruzar el río tienes que alquilar una moto todoterreno con un tío ya experto para andar unos cuatro o cinco kilómetros. No vale otra moto, el camino solo admite una todoterreno. Y ciertamente se necesita, porque el camino se las trae. Y tras ello, otros quinientos metros que son a pie por un terreno parecido a las arenas movedizas: se llega perdido a la caseta del guarda. Da emoción para la vida, uno siente que lo está descubriendo por si mismo, pensando en cuántos han dado la vuelta en el camino.

Belleza bombardeada  

 My Son son como seis o siete edificios restos de una antigua ciudad; se ve que fue muy bonito, pero no queda mucho porque como fue utilizado como base por los guerrilleros del Vietcong durante la guerra, pues también cayeron bombas norteamericanas. Aquí o en Hué tuvieron menos cuidado los americanos que en Kioto, será que porque iban perdiendo la guerra. Además de eso, la Lonely Planet dice que la zona fue extensamente minada y que aunque ya la desminaron en los años 70, aún salta alguna vaca de vez en cuando mientras está pastando. No conviene irse a retozar por ese campo.

Otro viaje largo con la moto

Aquí va otra aventura en moto. La tercera de la vencida, porque la primera había sido el último día en Vientiane cuando fui yo solo a ver el Ang Nam Xouang?? y me encontré con ese barquero tan aficionado al cante etilizado. Se me hizo tarde porque había dicho a Aznarez que llegaría sobre las cuatro y llegué sobre las seis, pero vamos, que aunque fui rápido por la carretera de vuelta, para que no se preocupara. El segundo día fue el del perfume y la luna llena y el tercero fue este de los soldados españoles y los de  My son. Además, según avanzaba en el viaje las motos eran más baratas -y peores. Las de Laos, por diez dólares, eran muy buenas. En Hanoi, creo que fueron 8, y en Danang 6. Pero también se notó en la calidad, porque cada vez funcionaban menos cosas, y en las de Danang sólo funcionaba el freno de pie. Pedí primero una por medio del hotel y así que vi que no funcionaba el freno y que enfrente había otras la devolví con no sé qué excusa. Pero resulta que de las motos de enfrente del hotel tampoco a ninguna le funcionaba el freno de mano: «no problem, no problem». Se lo habían quitado, no lo deben de necesitar para nada. Los espejos retrovisores eran algo que también molestaba, las motos que lo tenían se los ponían para dentro. Pero bueno, por lo menos tenían luces. Lo del arranque fue lo peor, si no me la arrancaron la moto cincuenta veces, no me lo hicieron ninguna. Y así, entre que primero fui a cambiar dinero, luego que si el cambio de moto, luego que si ir a comprar el billete de salida y luego que si me la arreglaron en el camino, se me hizo la mañana y parte de la tarde. Total, que fui a My Son sobre las tres y aunque estaba más cerca que la Pagoda del Perfume, también eran sus kilómetros; veía las montañas, pero la carretera lo que hacía era bordearlas y no llegaba a la desviación. Aquí no hubo problema de malentendidos, quizás que pensaba que sería más corto el camino. Y nada, yo andando kilómetros y que el My Son no llegaba, además, de los sesenta kilómetros de camino, unos cuarenta fueron de camino de tierra y no precisamente de la mejor calidad. En una ocasión, al pasar por un pueblo, resulta que eran como veinte metros de charco de unos quince centímetros de profundidad, y lo que hice fue ir por el centro poniéndome perdido.

Visita rápida y tardía

Al final llegué a My Son, pero cuando ya estaban cerrando. De camino, uno de los que pregunté como a cinco kilómetros antes de llegar, era un guía que iba en bicicleta a casa y así que se me ofreció, dije  pues vale y le monté en la moto. Llegué a lo de la barca y ahí me di cuenta que con las prisas que llevaba lo que necesitaba era un guía con moto, no uno para ir andando. Las ruinas las vi en cinco minutos, no salieron más que las partes del cielo de las fotos que hago y la que me hice saliendo yo fue usando flash. Al de la todoterreno no le decía que acelerara porque no estaba el camino para cosas de esas. Y a la vuelta, tras cruzar el río, me estaban esperando porque ya lo cerraban, por lo que salí con los guardas al mismo tiempo, yo llevando al de la pobre hombre de la bicicleta que se había hecho ilusiones de tener un tardo-cliente. Le dejé con su máquina de dos ruedas y le di algo de dinero, no sé cuánto, pero una mierda, se me quejó. Y otra vez a la carretera. En esta ocasión el problema fue distinto, porque el camino no permitía muchos alardes de velocidad. Los baches fueron quizás lo más jodido, porque si a la ida fui vadeándolos y por el camino por donde habían ido otras motos, cuando se fue la luz suficiente para ver las huellas de otras motos tomé la decisión de que prefería que me doliera el culo a arriesgar la cabeza y fui todo tieso. La de baches que me tragué, menos mal que la moto tenía buena suspensión.

La vaca y la torería

Me pasó de todo, pero ahora lo que me acuerdo es de la caída y de lo de acabárseme la gasolina. Esta vez la caída fue por culpa de una vaca y posiblemente a un torero no le hubiera pasado. Y es que iba por la carretera (es un decir) con una vaca sentada en un lado, por lo me dirigió al carril que no ocupaba, pero claro, como pasaba delante de ella, así que me vio la vaca se espantó y en vez de echarse para atrás o irse por un lado, escapó corriendo para delante, justo en el camino que iba a pasar yo. Debe ser una reacción típica de los animales que cualquier entendido en toros debe de saber, justo lo mismito me había pasado con un perro unos kilómetros antes. Al chucho le dio tiempo a pasar antes de que yo llegara, pero a la vaca no, con lo que me choqué también en uno de los escenarios posibles más favorables, su estómago. Caída, herida muy cercana a la anterior y esta vez con rozaduras y algo más de dolor por el resto del cuerpo por haberme caído de lado. En la moto, además, se hundió el pedal que había para poner el pie, pero pude continuar, afortunadamente. Me la arrancaron, obviamente, tras haberse juntado como cincuenta niños en cinco minutos. Y la vaca no parece que hubiera tenido mucho daño.

 

Sin gasolina en medio del campo

Carretera pa’lante, pero a los dos o tres kilómetros me quedé sin gasolina. Debió de influir la caída o que me hubieran robado algo cuando la dejé donde el río para ir a My Son (a cargo de mi amigo el guía frustrado) y además no había mucha. Pero esta vez, ni niños ni nada, en medio del campo, por lo que hube de ir corriendo con la moto al pueblo más cercano. Corrí como dos kilómetros (afortunadamente era aún de día) y ahí fue lo bueno del sistema vietnamita, porque aunque no me ayudó nadie a llevar la moto (un niño se puso a correr conmigo, pero era muy pequeño) es posible comprar gasolina en cualquier lado. Hay un montón de puestecitos con tres o cuatro botellas de distintos tipos de gasolina; la gente se pone a la puerta de la casa y la echan a la moto cuando viene alguien. Algunos ponen una especie de red en el embudo, otros no. Muy primitivo, pero me vino de perlas.

 

El charco imposible

El pueblo del charco vino después. Como me había puesto perdido a la ida con el agua, pensé, en vez de pasar por el centro del charco, pues paso por un lado y así no me mojo. Acababa de pasar un camión y vi que por las partes de sus ruedas también estaba a unos 15 o 20 centímetros. Un error absoluto, aunque quizás debía de haber ido más rápido, pero la moto se enfangó del todo y no había forma de sacarla. Menos mal que me ayudaron. Un chaval me la sacó y luego cruzó el charco andando por el medio, no siguiendo las ruedas del camio. Después, la moto no arrancaba ni de casualidad, se debió de mojar el carburador, porque el agua llegó por ahí. Menos mal que me estuvieron arreglando la moto y funcionó en cinco minutos. Otra vez para adelante y poco después ya oscureció del todo. En ese sentido logré el objetivo que me propuse al salir de las ruinas, pasar el pueblo del charco de día.

A partir de entonces acerté con los mejores baches de la carretera, algunos con agua incluida, pero ninguno fue lo suficientemente traicionero como para desequilibrarme. En este día ya no me ayudó la madre naturaleza tanto como en la anterior porque el cielo estaba encapotado y tuve única y exclusivamente la luz de mi moto (que a veces se desvanecía, convenía que cambiara de la luz corta a la larga de vez en cuando, aunque tampoco me aclaraba cual sería la mejor). Me parece que tampoco funcionaban los intermitentes, eso me parece que desde la moto de Hué. Pues ahí no acabó la cosa, porque además me llovió. Ya había guardado dentro de la ropa la cámara en previsión de una caída en algún bache y, bueno, lo demás (incluidas algunas postales ya escritas) era menos importante.

 

Cantando bajo la Lluvia

 

Tuve suerte en que se puso a llover cuando ya había llegado a la carretera asfaltada, pero no cayó una gota ni dos, no dejaba. Total, que me metí en un bar a comer, de nuevo estaba temblando del frío, como en la vez anterior y cometí un fallo, porque uno de los platos que pedí era como de carne de pollo -lo tenía una gente de otra mesa y valía con señalar con el dedo-, pero resulta que era frío. Luego otro plato era aceptable, pero gracias a que pedí un phō (y me lo entendieron) quedé como nuevo: con una sopa, lo más feliz. Salí, pero seguía lloviendo y me refugié en un billar, luego me decidí a comprar un sombrero grande de estos vietnamitas para el camino. Fui a una tienda en la carretera en la no hizo falta explicarle al tío lo que quería, me sacó un chubasquero  que la verdad que fue mi salvación, era grandísimo. Y a partir de entonces me puse a cantar la famosa canción apropiada para esos momentos y popularizada por Frank Sinatra. No tenía otra solución más que seguir el consejo de Siniestro Total, “Ante todo, mucha calma”, me acordé de ellos y me puse a tirar millas a cinco o diez kilómetros por hora sin mayores prisas. En esos momentos quizás el mayor problema eran los que me adelantaban de lo despacio que iba, pero nada, iba sobre seguro. Y así llegué hasta Danang, donde quizás lo último destacable fue que estaban reparando uno de los puentes y habían dejado la circulación en una sola dirección. De nuevo casi me trago una señal y además, menos mal que no me metí por la parte prohibida para aprovechar. Lo inevitable fueron las rajas esas que se hacen para la dilatación, lo que me quedaba de culo sano perdió allí su virginidad.

 

Me pagan la reparación

Os he dicho que iba sin prisa y no es exacto, era conveniente ir despacio, pero habría convenido llegar antes, porque al de la moto le prometí que se la devolvería entre las cinco y media y las seis. Me había preguntado que dónde iba a ir y al responderlo My Son (no le dije nada de las tumbas, que estaban en dirección contraria) dijo, Uyyyyy, muy lejos. Total, yo estaba pensando si el del alquiler de motos me estaría esperando o qué, pero, bueno, sabiendo que estaba enfrente del hotel la podría dejar la moto allí (al día siguiente salía temprano). Pues llegué a la tienda y allí estaba el tío esperándome. Cuando me vio llegar el tío cubierto de arriba abajo con el chubasquero (en Danang ni siquiera había llovido) su cara era un poema. La cara merecía, más que una foto, una serie entera, una telenovela casi. Me imagino que había tenido dos horas y pico pensando y haciendo cuentas del coste de la moto y de si se podría arreglar o si se tendría que despedir de ella definitivamente. Supongo que estaría planeando salir al día siguiente camino de My Son buscando la moto en los sitios más remotos y en las curvas más pronunciadas. Pues fue llegar y ponerse a mirar la moto de la forma más concienzuda que pueda existir, no se creía que hubiera llegado finalmente. Y enseguida, al ver el pedal hundido me dijo que se lo tenía que pagar, igual que un intermitente (el cristal, que no la inexistente función) con unos rasguños. Le salió el tiro por la culata. porque entonces le saqué la factura del taller y dije que eso sí que me lo tenía pagar. Si, dos horas de retraso, pero por culpa de la moto, de haber tenido un montón de averías. «Tú te has jugado la moto, pero yo la vida,» le dije, un tanto cabreado. Al final me dio las cincuenta pelillas y me dio pena. No habría planteado la discusión si él no me hubiera pedido pelas por los rasguños en el intermitente y por el doblado del pedal. Y si la gané fue en parte por el timing, cuando ya se le habían acabado los argumentos saqué yo el papel del taller y luego, además, el dominio del idioma, estaba yo más en mi casa.

 

Últimas motos

Y aquí se acaban las aventuras con la moto. Después la cogí en Ña Chan, pero sólo de día y los precios siguieron bajando, cinco dólares, pero en esta ocasión la moto se la notaba ya muy usada y se quedaba ahogada al subir las cuestas. Lo que comprobé fue que arrancara bien, porque de lo de los frenos de mano ya vi que era imposible. Luego la cogí también en Saigón, pero la devolví por el mediodía tras ir a ver una pagoda, no recuerdo qué problema tenía, me parece que no había forma de hacerla arrancar. Por la tarde salí a pie y cogiendo triciclo o moto, pero con conductor. Además, en Saigón tenía que tener mucho cuidado de que no me la robaran porque tenían mi pasaporte y si la perdía tenía que pagar mucho. Pobre el de Danang que no me lo pidió, al fin y al cabo lo tenía en el hotel de enfrente. Pero lo de coger la moto ha sido una experiencia fenomenal, igual ahora lo hago por el Pacífico.

 

El dolor de la vaca

Cuando volví a Bangkok y fui a ver a Tack, cogí una moto-taxi al salir de su recinto de casas de la nobleza. Alucinaba, nunca lo había usado aunque lo tenía a la puerta de su propia casa. Ni siquiera sabía regatear el precio. Lo que debió de pensar de mí. En Bangkok, eso sí, te dan un casco para que te lo pongas, pero en Laos y en Vietnam es que nadie lo usa, es más, quisimos alquilarlo en Laos y nos dijeron que no, que no hacía falta, que no había problema. Gracias a eso cogí el morenazo. Otra cosa, en Bangkok al ir a dormir por la noche me dio un dolor en el pulmón de cuidado, sobre todo cuando me giraba y me apoyaba sobre el brazo derecho. Total que al día siguiente salí y estuve pensando en usar la tarjeta del seguro para ir a un hospital. Estaba acojonado y entonces cuando fui a la Universidad de Chulalongkorn y vi a Tack, se lo comenté y me llevó al médico de la Universidad diciendo que era un profesor visitante. Y que bien, en cinco minutos me atendió y además entendiendo yo lo que pasaba. Me estuvo auscultando con el fonendoscopio y me dejó tranquilo porque dijo que era cosa de músculos y por la caída de la vaca. Si me hubiera puesto unos hielos momentos después de la caída, no habría pasado nada. Me dio unas pastillas, pero solo tomé unas pocas. En parte el dolor también era por llevar peso, en Estados Unidos también tuve un poco después de llevar las maletas.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad