Falange Española en Extremo Oriente, 1936-45

Florentino Rodao

Universidad de Tokio

Revista Española del Pacífico

Nº 3, Año 1993

 

 

Spanish Falange in the Philippines, 1936-1945

 Philippine Studies  (Manila), Ateneo de Manila University,

Volume 43, 1, First Quarter, pp.3-27

 

 

La Guerra Civil española de 1936-1939 repercutió en el Asia Oriental, enfrentando también a los españoles partidarios del gobierno republicano y a los del bando nacional. Estos últimos progresivamente llegaron a ser mayoritarios, tanto por las noticias que indicaban el avance de las tropas franquistas como por la propia composición de esta colonia, donde en su gran mayoría eran empleados de rango medio o misioneros, además de un porcentaje significativo de la élite económica y social de Filipinas.

 

LA FALANGE ESPAÑOLA DE LAS J.O.N.S.

También, como consecuencia de la Guerra Civil, se fundaron agrupaciones del servicio exterior de Falange Española de las JONS, llamada normalmente la Falange Exterior, que perduraron hasta el final de la Guerra del Pacífico, a través de cuya historia se puede estudiar la presencia hispana en estos años en la región. Especialmente en el caso de Filipinas, se puede trazar también el declive definitivo de «lo hispano», entendiéndose por esto tanto los lazos que unieron al archipiélago con España después de 1898, [86] como por la huella social y cultural que había penetrado durante los más de trescientos años de dominación desde México o desde Madrid, en un proceso con ciertos rasgos semejantes a los de las repúblicas iberoamericanas tras su independencia en el siglo XIX, o al de Cuba después de 1898.

Las actividades de Falange se centraron desde un principio en el envío de ayuda, en sus diversas formas, al campo nacional. Ignorando las edictos de neutralidad promulgados en diversos países, se enviaron fondos de dinero[2], además de ropas, tabaco y otros productos. Falange también sirvió para movilizar la colonia española adicta a los nacionales, celebrando sus victorias militares o las efemérides importantes y además creó algunas organizaciones paralelas, como una Sección Femenina, para agrupar a las mujeres, otra juvenil, otra infantil y el llamado Auxilio Social, dedicado a ayudar caritativamente a aquellos españoles que no tenían casa o comida.

El partido fundado por José Antonio Primo de Rivera experimentó en España un progresivo incremento en popularidad y afiliación de militantes, y con ello se hizo con buena parte de los resortes del poder. Ello, no sin cambiar buena parte de su identidad tras imponer el general Franco una unificación por decreto, en abril de 1937, de todos los grupos que le apoyaban, añadiendo una «T» a la denominación original y formando la llamada Falange Española Tradicionalista y de las JONS. En este grupo, por tanto, se intentó manu militari que convivieran los diferentes partidos o grupos de opinión del bando nacional, como carlistas, tradicionalistas, monárquicos, reaccionarios o requetés, aunque tenían unas diferencias entre sí tan grandes como las que en el bando republicano tenían anarquistas, republicanos de izquierda, socialistas o comunistas. La Falange alcanzó una progresiva hegemonía sobre el resto de esos grupos en España, y en Filipinas se intentó también «establecer un mayor control sobre el colectivo español» (González Calleja, 121), pretendiendo dar cada vez más un «toque falangista» a las actividades de la colonia en general. Las actividades del Auxilio Social son un ejemplo de ello, así como los intentos de controlar de alguna manera la actividad económica de las empresas españolas o la educación ideológica. Con ello, era inevitable un conflicto de competencias con la otra institución española dedicada a la colonia: los consulados y las representaciones diplomáticas. Pero no fue solamente un conflicto ideológico sino también social, en cuanto que la Falange representaba a las clase media y media-baja, o lo que el mismo José Antonio llamaba antes de que la guerra empezara «la modesta clase media» (Payne, 63). [87]

La intensidad de las actividades de Falange alcanzo su punto más alto en los últimos momentos de la Guerra Civil hasta el verano de 1941, cuando el poder de Ramón Serrano Suñer, denominado por el entonces ministro de exteriores italiano, Galeazzo Ciano, como «nuestro hombre en España», comenzó a declinar. Después del ataque a Pearl Harbor, sus actividades se restringieron aún más y se quedaron principalmente en la organización de misas o Te Deum. Los vestigios de la organización dejaron de existir tras la derrota de Japón por las fuerzas aliadas.

 

AGRUPACIONES EN ASIA ORIENTAL

Hubo ramas de Falange en Japón, China y las Filipinas. La primera tuvo solamente dos miembros, en China sobrepasaron el medio centenar y en el último territorio hubo unos 800 miembros en los momentos de mayor afiliación que bajaron a los dos centenares durante la ocupación japonesa. Veamos su evolución por separado:

 

Japón

La rama de Falange Exterior en este Imperio fue fundada desde España, donde el delegado del Servicio Exterior de Falange, José del Castaño y Cardona, nombró al antiguo Agregado Militar español, Eduardo Herrera de la Rosa, por iniciativa propia, como Jefe Provincial, en Japón el 25 de noviembre de 1938. También desde España se intentó crear una Sección Femenina y un denominado «Patronato Nacional de Asistencia a Frentes y Hospitales», que habría de recoger fondos y enviarlos al bando nacional, pero se fracasó.

Ya hemos señalado los escasísimos militantes de esta sección, pero su importancia no ha de ser infravalorada, puesto que la gran mayoría de los religiosos hispanos la apoyaron y asistieron a algunos de sus actos, aunque su dispersión -Formosa, Micronesia, o la isla de Shikoku en Japón- impidió un apoyo más activo. Además. el coronel Eduardo Herrera de la Rosa, la persona a su cargo. se dedicó plenamente a ello tras aceptar el nombramiento inesperado y tras 30 años viviendo en Japón como Agregado Militar, tenía unas excelentes conexiones en un aparato estatal favorable -en teoría- hacia este tipo de organizaciones totalitarias.

La contribución de Herrera de la Rosa ya fue clave para lograr el complicado reconocimiento del Gobierno de Franco por Tokio (1 de diciembre de 1937), entre otras razones por su larga amistad con el entonces primer Ministro, Konoc Fumimaro. Después, tras recibir el nombramiento desde la península y siguiendo instrucciones, hizo un trabajo paralelo de [88] alguna manera al de la Legación Diplomática, volcando su atención hacia la colonia hispana y ofreciéndose como «agente servidor de ellos (los residentes en el Imperio Japonés) para cuanto les interesara o necesitaran en relación con la Nueva España»[3]. Ciertamente lo consiguió, pues llegó a actuar como intermediario para sus connacionales en sus tratos tanto con las autoridades japonesas como con las españolas y entre sus luchas estuvieron desde la consecución de permisos de viaje por el país a la excarcelación de los detenidos al principio de la Guerra del Pacífico.[4] Además, trató de adoctrinar a los españoles allí, distribuyendo la prensa recibida desde la península y organizando reuniones y encuentros, a pesar de la dispersión de la colonia. En1941, por ejemplo, el aniversario del levantamiento del 18 de julio, lo celebró con una misa y un discurso sobre la historia de la Falange a los siete españoles que asistieron, que repartió después por escrito al resto de la Colonia «no sólo para refrescar los sentimientos hacia nuestra patria, sino también para unificar nuestros pensamientos y nuestro espíritu»[5].

No obstante, la actividad paralela a la de la Legación diplomática desempeñada por Herrera de la Rosa fue más allá de la dedicación a la Colonia española en Japón, informando a la sede central de Falange sobre cuestiones propagandísticas e incluso sobre la situación política en la región. Ante las autoridades japonesas también ensombreció a la Legación Diplomática, donde el diplomático conservador Santiago Méndez de Vigo rehusaba participar en actividades a favor del Eje, y la Falange llegó a ser la institución española invitada más asiduamente a los mítines de exaltación anticomunista o informando a los japoneses interesados en la «Nueva España». Herrera también usó a personalidades japonesas para sus propios propósitos propagandísticos, como la organización de un «Festival Hispánico» en la Universidad de Keiô por la Sociedad Hispano-Japonesa.

Su trabajo, sin embargo, no fue sencillo. A pesar de las similitudes ideológicas en la lucha anticomunista de los regímenes español y japonés, las relaciones con los estamentos oficiales no siempre fueron fáciles, en parte por las propias diferencias en el propio gobierno japonés, donde el Ministerio de Asuntos Extranjeros oGaimushô tenía una tendencia más moderada frente a los militares con los que se identificaba Herrera. Así, el periódico controlado por aquel departamento, The Japan Times and Advertiser, no lo pudo usar Herrera para sus propósitos propagandistas y sólo Tokyo Nichi-Nichi, el más decidido partidario del Eje, insertó ocasionalmente [89] información provista por él. Tampoco su cargo oficial como Delegado de un partido amigo del régimen japonés como lo era la Falange evitó que, desde poco antes de comenzar la Guerra del Pacífico, le controlaran y censuraran su correspondencia, su cuenta bancaria, sus llamadas telefónicas.

Sus problemas con las autoridades se agravaron tras comenzar la Guerra del Pacífico y después de sufrir él mismo un registro domiciliario como ya habían recibido otros extranjeros anteriormente, finalizó totalmente la actividad de Falange. De esta forma acabó este partido en Japón: la evolución política japonesa acabó perjudicando su actividad y sus propios objetivos, a pesar de las simpatías mutuas. También a Herrera de la Rosa le tocó sufrir el sentimiento antioccidental que invadió Japón en esos años, al igual que a todos los alemanes o italianos que se habían alegrado de los triunfos nipones.

En conclusión, como resultado de la labor personal de Herrera, parece que la propaganda falangista fue equiparable de algún modo con la de italianos o alemanes, a pesar de la inferioridad en medios y personal. Herrera, indudablemente, exageraba al afirmar que el himno de Falange, Cara al Sol, «hoy se conoce por todo el Japón»[6] o que «España, nuestro Caudillo (Franco), nuestra Falange y lo más importante del trabajo regenerador de nuestro gobierno, se hallan bastante difundidos en Japón, muy especialmente en las esferas gubernamentales, en las cuales, quizás más que en ningún otro país, nuestra obra ha sido cuidadosamente estudiada»[7]; pero el hecho de expresar tales exageraciones indica que, de algún modo, estaba cumpliendo con los objetivos para los que había sido designado. Las actividades de Falange fueron mayores que las de la representación diplomática. Y, de hecho, en un país abierto a este tipo de actividades, funcionó como una representación alternativa de España.

 

China

La Falange en China fue también fundada tras el estallido de la Guerra Civil, siendo su número de afiliados mucho mayor que en Japón por su conexión con la principal empresa que empleaba españoles: los frontones de pelota vasca, un espectáculo en el cual pelotaris venidos desde España jugaban diariamente, originando apuestas que eran las que daban la popularidad (y los beneficios) al negocio. Teodoro Jáuregui, antiguo pelotari, falangista desde los primeros momentos y director de los dos frontones [90] en China (en la concesión italiana de Tientsin -Frontón Forum- y en francesa de Shanghai –Jai-Alai-, además del Jai-Alai de Manila), creó una sección en cada frontón y la controló después nombrando un delegado en cada ciudad. Tenía más miembros y rango la de Shanghai, donde estaba también el Jefe Provincial o delegado en China. Los misioneros también eran mayoría entre los súbditos españoles y por tanto poco propensos a afiliarse, pero no obstante no estuvieron tan dispersos y colaboraron más con la Falange, sin limitarse a ofrecer misas.

Entre sus actividades estuvo el envío a España de dinero (incluso, después de acabada la Guerra Civil) y para la colonia en China se fundó también la rama de Auxilio Social. La falta de documentación hasta el año 1943 nos impide saber conocer mejor su evolución, pero el hecho de que se organizaran actos conmemorativos del 18 de julio por separado por la organización en Tientsin y por la representación oficial en Pekín -situadas ambas ciudades a escasos kilómetros- indica también unas relaciones frías entre algunos diplomáticos y los falangistas.

La evolución de Falange tomó una nueva dirección en 1941, tras la llegada en 1941. de Álvaro de Maldonado, juntando en una misma persona los cargos de Cónsul y Ministro de España en Shanghai. Ya había participado intensamente en su antiguo destino como Cónsul en Manila en las luchas de la Falange, tal como veremos más adelante, y al llegar a China hizo lo mismo, mostrando un interés especial en la protección de los pelotaris y enfrentándose por ello a la compañía que operaba el negocio, dirigida por Jáuregui.

Maldonado dividió internamente la Falange en China al ganarse el favor de los pelotaris de Shanghai tras conseguir una fuerte mejora de las condiciones laborales (entre ellas un fuerte aumento de su salario y del dinero para su «Montepío» o Fondo de Pensiones), mientras los de Tientsin siguieron dominados por Jáuregui. Para evitar esta insubordinación en uno de sus frontones, Jáuregui intervino para nombrar al líder falangista en Tientsin, Julio Ybarrolaza, como Jefe Regional en China, y por tanto con mando desde Shanghai. Pero tal nombramiento debía ser hecho por los jefes de Falange en Madrid y ante ellos Maldonado presionó en su contra, acusando a Ybarrolaza de «persona inculta, pelotari y asociado con las casas de juego»[8], (87) en una referencia clara a la compañía de Jáuregui y proponiendo, a cambio, a un familiar suyo Armando Zaldivar, para el cargo. La Jefatura Central de Falange, sin información independiente desde China, no pudo hacer otra cosa sino aceptar la propuesta del diplomático Maldonado y nombró a Zaldívar como su Delegado en China, tras lo cual éste destituyó a Ybarrolaza y a la Junta directiva de Tientsin, la leal a Jáuregui, sustituyéndola por una de partidarios suyos. [91]

Los enfrentamientos internos entre la colonia, en consecuencia, se incrementaron hasta el punto de obligar a intervenir a las autoridades de Madrid, que nombraron a José González de Gregorio, encargado de negocios ante el gobierno pro-japonés del Manchukuo, como nuevo Cónsul en Shanghai, con poderes para acabar con el conflicto de la Falange. González de Gregorio destituyó inmediatamente a Zaldívar y a la Junta que éste había nombrado en Tientsin. Los problemas, no obstante, continuaron y el 19 de enero de 1944, 35 pelotaris ocuparon el Consulado en Shanghai, tomando a González de Gregorio como rehén en defensa de Zaldívar. Aunque pudiera parecer que los pelotaris tenían objetivos principalmente de carácter político, no eran más que económicos, como lo demuestra el hecho de que la ocupación acabó cuando el empresario Jáuregui depositó 150.000$ como fianza para la liberación del diplomático y para la solución de su problema laboral. Después, las presiones desde Madrid, con un telegrama del Ministro de Exteriores, Jordana, lograron que los pelotaris devolvieran la fianza, a cambio de la simple promesa de solucionar su problema laboral al acabar la guerra.

Así finalizó la Falange en China: había sido creada por un conflicto entre españoles y de la misma forma desapareció, por un conflicto que sólo tuvo una relación marginal con la Segunda Guerra Mundial o con la Guerra Chino-Japonesa. A nadie más pareció preocuparle su desaparición.

Más allá de este hecho, la evolución del conflicto interno entre españoles muestra claramente las limitaciones de la actuación de Falange fuera del territorio peninsular, en cuanto le faltó un medio de comunicarse independientemente puesto que había de depender para ello de la infraestructura propia del Ministerio de Exteriores. Este departamento fue el que finalmente se hizo cargo del problema de los pelotaris, tanto por esa incapacidad de la Falange para comunicarse o actuar independientemente como por la incapacidad de sus cuadros. Las razones de por qué Exteriores se hizo cargo del problema, sin embargo, tienen que ver más con la situación política del otoño de 1943. En el ánimo del Ministro español de Exteriores, Jordana, no podían faltar algunos de los recientes acontecimientos internacionales que hacían cada vez más delicada la posición de Madrid: en el escenario oriental, concretamente, la precariedad de la concesión italiana en Tientsin tras la caída temporal del gobierno de Mussolini o el denominado «Incidente Laurel», un telegrama enviado desde Exteriores al gobierno colaboracionista filipino de José Laurel reconociéndolo de hecho, que condujo a uno de los momentos más críticos en las relaciones con Washington y a una campaña internacional contra el régimen de Franco. En estos momentos, el régimen de Franco necesitaba desesperadamente disipar sus antiguos lazos de amistad con Japón y lo último que podía desear era que el ejército japonés como autoridad en China interviniera en un conflicto entre españoles y que con ello se interfiriera en el proceso de neutralidad de la política exterior española. La orden de Madrid al recién [92] nombrado representante en Shanghai resume esa política: «Evite la intervención de la policía colonial»[9].

La documentación existente no muestra claramente los entresijos de este problema interno que acabó definitivamente con la Falange en China, pero aparenta estar motivado más por intereses económicos que por diferencias ideológicas. El estallido de la Guerra del Pacífico parece haber sido, de hecho, un vitalizador del negocio de los frontones de pelota vasca, precisamente porque permitía la procedencia de dinero ilegal, y con ello los beneficios rápidos y la especulación. El poder económico y los contactos del que mantenía la exclusiva de las casas de juego, Teodoro Jáuregui, no hubieron de ser ajenos a este negocio, quien fue el único español que pudo viajar de Manila a Shanghai -debido a estos problemas en los frontones- durante la Guerra del Pacífico. La defensa apasionada de Maldonado de las condiciones laborales de los pelotaris, enfrentándose a los intereses de las casas de juego y acusando también a sus otros dos compañeros diplomáticos en China, ilustra claramente el amplio espectro de gente que había entrado en la Falange en esos años. El diplomático falangista Maldonado intentaba poner en práctica unos ideales de defensa de los trabajadores defendidos por la Falange y el resto de los partidos autoritarios de entonces, pero también parece que otras personas con intereses opuestos, como Jáuregui, no eran extraños en las filas del Partido. No cabe duda de que la destitución de Maldonado fue una pérdida para los pelotaris, que al final de la guerra mundial seguían sin haber cobrado parte del dinero que su jefe, Teodoro Jáuregui, les había prometido.

 

Islas Filipinas

La historia de la Falange en Filipinas es la más importante de todas las ramas implantadas en el Extremo Oriente, ya que los problemas dentro de la colonia española tuvieron una fuerte repercusión en el mantenimiento de sus lazos con la Península Ibérica y, en definitiva, en la propia historia del Archipiélago Filipino, donde después de casi cuatro décadas de dominación norteamericana perduraba buena parte de la influencia hispanizante que se había ido asentando durante más de 300 años. En lo económico, las empresas españolas estaban en su «Edad de Oro», gracias a las exportaciones privilegiadas a Estados Unidos; en lo político, uno de los principales grupos de apoyo a Manuel Quezón, presidente de la Mancomunidad, o Commonwealth, estaba caracterizado por la afinidad hacia España, hasta el punto de ser llamado ocasionalmente «Partido Español», y en lo social, había un gran número de filipinos -mestizos, cuarterones, etc.- que se sentían orgullosos de sus ascendientes [93] hispanos. Dos facetas del período español permanecían profundamente implantados en la sociedad filipina desde 1898: el idioma y la religión. El primero de ellos, la lengua castellana, seguía siendo ampliamente utilizada entre la élite filipina, en la administración o en el mundo de los negocios. En cuanto a los medios de comunicación, si bien la difusión general de la prensa en inglés era mucho mayor que la de la prensa en español, en Manila ese predominio no era tan claro; en 1935, los periódicos en español, El Debate y La Vanguardia, con 18.129 y 13.606 ejemplares respectivamente, superaban juntos al más vendido en inglés,Herald o al más vendido en tagalo, Mabuhay, con 23.241 y 21.492 ejemplares respectivamente. (McCoy y Roces, 17) Con cerca de un total de 5.000 ciudadanos españoles en el archipiélago, los cerca de 81.000 ejemplares de la prensa en español vendidos diariamente en el Archipiélago en 1939 eran comprados principalmente por filipinos. Los datos de los Censos arrojan datos interesantes sobre estos filipinos hispanohablantes: en 1918 hablaban el español 757.463 personas mayores de 10 años y en 1939, 417.375 de todas las edades, o el 2’6 por 100 de la población total, siendo superado ampliamente por el inglés. El declive parece obvio, sin embargo, el español superaba al inglés en una franja de edad, la de los niños menores de cinco años. Ello parece indicar que este idioma era más hablado que el inglés entre las familias y que por lo tanto contaba con una base más estable que el inglés, idioma que era aprendido cuando se llegaba a la escuela.

Falange en las Filipinas estaba asentada principalmente en Manila, con organizaciones también en Iloilo y algunos afiliados en lugares como Cebú o Camarines. Debido al mayor número de militantes, no era tan importante como en China la participación de los pelotaris en ella, ni tampoco la de los misioneros, aunque las órdenes religiosas colaboraron más que en China o Japón, en parte porque sus conventos principales estaban en Manila. Había una Sección Femenina y un Auxilio Social, y se fundaron también un «Hogar José Antonio» y dos organizaciones para los miembros más jóvenes. Falange publicó dos revistas, Yugo, de 1938 a 1941 yLegazpi, para los niños.

Sobre sus actividades, las vamos a estudiar separando los tres principales períodos en su desarrollo, en cuanto las condiciones para su lucha política cambiaron dramáticamente debido a la situación general.

 

La Guerra Civil española

Un famoso aviador español emparentado con la familia Elizalde, Ignacio Jiménez, fue el fundador de la Falange en Filipinas, presidiendo lo que entonces se llamóla «Fundación Falange Española»[10]. La actuación de [94] Falange, sin embargo, estuvo desde un principio al cobijo de la del consulado oficioso de los nacionales, que desarrolló una actividad paralela al oficial a cargo de diplomáticos republicanos y en el que Andrés Soriano y Enrique Zábel de Ayala hicieron las labores de Cónsul y Vicecónsul oficiosos, respectivamente. Estos representantes calificados de la llamada «oligarquía hispano-filipina» (González Calleja, passim) dirigieron el apoyo a los franquistas, estableciendo las llamadas «Juntas Nacionales» en cada ciudad, cuya composición dominaron. La Junta de Manila, por ejemplo, la componían (además de Soriano y Zóbel de Ayala), el presidente del Casino Español, el de la Cámara de Comercio, el Rector de la Universidad de Santo Tomás, un Superior de una orden religiosa (por turno entre ellas), el presidente del Hospital de Santiago, el español con más antigüedad en la ciudad y, por último, el representante de Falange Española.

Fue entonces cuando un joven abogado mallorquín que estaba en las Filipinas en visita privada, Martín Pou y Roselló, fue nombrado como jefe de la Delegación en Filipinas, para evitar el «curso profundamente conservador y anti-falangista» (González Calleja, 121) de la colonia española y, con ello, conseguir una hegemonía de la Falange, al igual que ocurría en la península. Martín Pou, en sus primeros momentos como Jefe de Falange, recibió la ayuda de todas las fuerzas que apoyaban a Franco en Filipinas: se le habilitó una sede en el Casino Español de Manila y los empleados de la Compañía General de Tabacos de Filipinas o Tabacalera, por ejemplo, fueron incitados a afiliarse a la Falange. Pero también desde un principio sufrió el control de aquellos que le apoyaban, puesto que cada día había de dar cuenta a Andrés Soriano de sus actividades, quien contaba incluso con algunos trabajadores suyos en la Junta Directiva falangista. Así. las fricciones entre Martín Pou y el resto de las instituciones nacionales surgieron pronto y se pueden comprobar en las actas de las reuniones de la Junta de Manila[11].

Pou no toleró bien este control y mostró una cierta independencia de actuación: convenció al grupo dominante pro-franquista de la necesidad de lograr una Falange más subordinada a ellos, menos «revolucionaria». Y como para ello era necesaria la dimisión de Pou, intentaron conseguirla por medio de sus asociados en España, tanto social como ideológicamente. Convencieron para ello al encargado del Gabinete Diplomático del general Franco, Miguel Ángel de Nuguiro, quien envió el telegrama destituyendo a Pou. Pero al llegar a Filipinas no fue aceptada por él, ya que no había sido ordenada por su inmediato superior, el Jefe de Falange Exterior, José del Castaño, quien al enterarse de lo sucedido, apoyó sin reservas a Pou. El conflicto estaba abierto y así permaneció durante cerca de un año, sin posibilidad de llegar a un acuerdo en España. [95]

Aunque las relaciones entre la Falange y el consulado oficioso mejoraron por un tiempo, volvieron a empezar con la marcha de Soriano a España y la entrada en escena del Presidente del Casino Español y de la Tabacalera, Adrián Got, como cónsul oficioso franquista. La falta del sentido de compromiso que había presidido la relación de Soriano hizo que las diferencias entre Falange y el grupo conservador fueran conocidas públicamente y, que, por ejemplo, el 18 de julio de 1938, fuera celebrado por separado: el consulado oficioso, por la mañana, y la Falange, por la tarde. El conflicto tenía su lógica en cuanto uno de sus objetivos de Falange era conseguir la hegemonía sobre la comunidad española, pero no podría mostrarse de forma tan abierto: Adrián Got apuntaba claramente al problema, afirmando que la Falange «no reconoce la autoridad de la representación (oficiosa nacional)[12]. No le faltaba razón al empresario; según las normas establecidas por el gobierno de Burgos y repetidas en diversas ocasiones, en caso de conflicto en territorio extranjero, el consulado o la representación diplomática habían de tener prioridad frente a Falange. Este partido no podía exteriorizar sus diferencias con las representaciones oficiales franquistas, aunque su actuación fuera contraria a los propios intereses falangistas y, por este motivo Castaño reprendió a Pou como inferior jerárquico suyo, señalándole que «…nuestra actuación en el extranjero, aun inspirada en un profundo sentimiento y espíritu falangista… ha de ser de una tónica más moderada»[13] (92).

El Consulado venció finalmente en esta disputa gracias a esta prioridad en el rango, pero también por sus mejores medios, como el hecho de que Soriano viajara a España y con ello pudiera influir en la caída de Martín Pou. Llama la atención también el buen número de comunicaciones codificadas que le fueron enviadas y que aparentemente llegaron en perfecto estado frente a los telegramas cruzados entre Castaño y Pou que fueron conocidos por sus enemigos. En definitiva, en el otoño de 1938 finalmente llegó a Filipinas una nueva orden destituyendo a Martín Pou, a la que los falangistas ya no pudieron sino resignarse puesto que vino desde el Cuartel General de Franco. Martín Pou partió finalmente hacía España el 4 de diciembre de 1938.

Así, los conservadores lograron descabezar a la Falange en Filipinas y las tensiones se calmaron temporalmente. Tras la salida de Pou, los restantes líderes de Falange se reunieron con Soriano como representante oficioso nacional prometiéndole su subordinación y la colaboración más fiel. Ésta era la situación cuando la Guerra Civil en España acabó el 1 de abril de 1939, un hecho que hizo cambiar el contexto de la lucha de Falange radicalmente [96] por lo que nos detenemos brevemente para analizar estas luchas internas entre los nacionales.

Consideramos que hay tres ejes en el conflicto entre los españoles que apoyaban la sublevación franquista, el socio-económico, el ideológico-político y el interno de la propia colonia española como tal y de su posición hacia el exterior en esos momentos. El conflicto socio-económico aparece claro en cuanto que las familias poderosas se alinearon frente a las clases medias o media-bajas que apoyaban principalmente a Falange. Las familias poderosas como los Soriano, Zóbel de Ayala o Elizalde, eran las que siempre lo habían manifestado y lo que la Falange de Martín Pou representaba era la no-resignación a este hecho. Falange intentó de alguna manera sustituir ese liderazgo conservador por uno falangista o, por lo menos, equipararse en su influencia dentro de la colonia, como reflejo de esa fuerza poderosa y crecientemente independiente que la Falange se estaba convirtiendo en España. Obviamente, el grupo liderado por Soriano era el que había de salir más perjudicado si los falangistas conseguían sus objetivos, y por ello, desde su puesto en el consulado oficioso franquista, los conservadores habían de hacer lo posible para limitar las posibilidades de que aquellos ganaran la partida.

En las actividades de Falange se puede percibir claramente ese intento de erosionar el liderazgo -indisputado, indisputable- que hasta entonces habían mantenido las familias poderosas. En su intento de dar un «toque falangista» a las actividades de la colonia española, Pou quiso «desarrollar el comercio y la exportación de acuerdo con los intereses del nuevo Estado», (González Calleja, 124), es decir, crear una alternativa a la labor que hasta entonces estaba desarrollando la conservadora Cámara Española de Comercio o defendió la necesidad de afiliarse a la Falange como condición indispensable para aquellos españoles que quisieran poseer el pasaporte o la cédula de nacionalidad expedida por el todavía oficioso consulado de los nacionales, que funcionaba gracias al dinero personal de Soriano. Si bien estos intentos de tener un rango paralelo a las instituciones estatales tuvieron escaso éxito, sí lo tuvo la puesta en marcha del Auxilio Social, la del «HogarJosé Antonio» o la publicación de sus propias revistas.

Las diferencias ideológicas entre los dos grupos también diferían radicalmente, aunque ambos estaban en el mismo grupo anti-republicano. Las familias poderosas o esa «oligarquía hispano-filipina», bien pueden ser consideradas como derechistas, ya fueran conservadoras, reaccionarias o monárquicos (se celebraron misas por el alma de Alfonso XIII tras su fallecimiento y en los aniversarios), pero difícilmente pueden ser consideradas fascistas o filo-nazis, ni por clase social ni por intereses propios. La Falange, por el contrario, tal como ocurría en Italia con el partido fascista o con los nazis en Alemania, tenía una militancia principalmente compuesta por miembros de las clases medias y medias-bajas. Estos estratos sociales [97] daban a la ideología totalitaria de esos tiempos un claro componente anticapitalista y de revolución social que nunca podrían tener los Sorianos o los Zóbel, ni aun como mero slogan propagandístico. Falange siempre declaró que los viejos partidos de la derecha eran sus principales enemigos y ciertamente un triunfo total suyo había de ser temido no sólo por la izquierda, sino también por el resto de los partidos establecidos.

El contexto internacional también influyó en el conflicto, en cuanto Falange se alineaba con italianos o alemanes, mientras que los otros habían de sentir una mayor gratitud hacia el país colonizador, Estados Unidos de Norteamérica. gracias al cual sus fortunas habían aumentado de tan gran manera desde el fin del período español. Y el fin previsto de la tutela estadounidense para el año 1945 tuvo también relación con estas luchas. por el papel que un gobierno de Madrid pudiera jugar en ello: la oligarquía española estaba ya controlando una buena parte del poder en las Filipinas y sus sentimientos hacia España podían ser de afinidad e incluso de una estrecha relación, pero nunca de dependencia. Madrid podría intentar una influencia de tipo cultural sobre una república independiente filipina, pero nunca de tipo político. Falange, por su lado, con unos afiliados que tenían que ser predominantemente emigrados desde España en los años anteriores, podría haber aceptado de alguna manera una mayor influencia desde España; algunas declaraciones de Pou muestran claramente esa idea, en parte porque él mismo había sido nombrado desde la antigua metrópoli: «Aquí se ha de cumplir todo lo que pide la Falange (desde España), cueste lo que cueste, y a pesar de que los adversarios tratan de desvirtuarnos»[14] .

En el tipo de relación hacia España, por tanto, había un obvio conflicto, pero esto no creemos que pueda llevar a simplificar el problema entre los españoles como una lucha entre «insulares» y los «peninsulares» (Bacareza, 127), entre otras razones porque esas clases sociales que apoyaban a los falangistas, luchando por un cambio frente a las familias poderosas tenían que recibir con los brazos abiertos cualquier tipo de apoyo, independientemente de dónde viniera.

En definitiva, había una oligarquía que no estaba dispuesta a compartir sus privilegios con unos advenedizos, ni a debilitar sus excelentes lazos con Washington, ni a aceptar ningún tipo de dependencia con la antigua metrópoli. A ésta situación parece referirse el Cónsul interino, Adrián Got, cuando le reprochaba a Martín Pou no haber comprendido «la idiosincrasia de la Colonia española en las islas»[15]. No podemos saber si Pou la comprendió bien o no, pero lo que sí intentó fue cambiarla. [98]

 

De la Segunda Guerra Mundial a la Guerra del Pacífico

El período desde el fin de la Guerra Civil española hasta el comienzo de la del Pacífico fue también muy intenso para la vida de Falange y para la presencia hispana en el Archipiélago filipino. Tras acabar el conflicto en España en abril de 1939, en septiembre comenzó la Guerra Europea y con ella adquirió un nuevo auge el impulso de los movimientos totalitarios. Las esperanzas de lograr un nuevo orden pro-alemán en el mundo se veían cada vez más posibles, al calor de las continuas victorias alemanas en los campos de batalla europeos. En España, al hilo de los beneficios que podía suponer una victoria germano-italiana, la Falange alcanzó la cima de su poder y de su radicalismo. El nombramiento como Ministro de Asuntos Exteriores, en noviembre de 1940, de su principal exponente en esos años, Ramón Serrano Suñer, pareció ser un impulso para esas expectativas y el nuevo Ministro no dudó en señalar en su toma de posesión que la Falange Exterior se debía utilizar como estandarte de una renovación que rompiera con la democracia clásica anterior, promocionando una acción exterior más combativa que diese bríos a las reivindicaciones territoriales y a la «aspiración imperial» del nuevo Estado. (Delgado, 49)

En el Archipiélago Filipino, la Falange salió del fin de la Guerra Civil bajo una contradictoria situación, ya que aunque había sido derrotada en Filipinas, en España su poder era cada vez mayor. Y fue desde la península desde donde los falangistas filipinos recibieron nueva fuerza, puesto que el propio Castaño les instó a luchar contra los elementos anti-falangistas de la Colonia, como Adrián Got. No solo eso, el germen de poder alternativo en la comunidad española que Martín Pou había ayudado a crear, no podía permanecer adormecido por mucho tiempo, teniendo en cuenta que estaban en el cenit de su poder tanto en España como en Europa. Así, aunque el cónsul falangista Maldonado, desde su llegada a Manila, abogó por la unidad de la colonia, la lucha entre españoles continuó y tuvo un punto de no-retorno con el nombramiento de un nuevo Jefe Provincial, Felipe García Albéniz, en el otoño de ese mismo año. Su designación el 10 de diciembre de 1939 fue consecuencia de esa nueva fuerza de Falange al hilo de los triunfos alemanes: la tarea empezada por Martín Pou había de ser finalizada.

La llegada de García Albéniz al puerto de Manila -vestido de Falangista y alzando la mano- fue el comienzo de una nueva etapa en la lucha entre españoles, además de una renovada atención del espionaje norteamericano. Venganzas y anónimos acusatorios fueron parte de otra «guerra civil» entre españoles nacionales que aparece más enconada que [99] la que se supone debían de mantener contra los republicanos. Con ella, la Falange se ganó la oposición no sólo de las familias poderosas sino también de elementos que habían permanecido neutrales en el conflicto durante la Guerra Civil, como las órdenes religiosas. El padre dominico Silvestre Sancho, por ejemplo, que poco después viajaría a España para imponer a Franco el título de Doctor «Honoris Causa» por la Universidad de Santo Tomás, declaró expresamente que «lo mejor sería suprimir la Falange en Filipinas[16]». Y si bien no está claro si Falange quiso provocar una violencia que creara una inestabilidad de la que beneficiarse posteriormente, como había ocurrido en España, lo cierto es que ellos mismos fueron los más perjudicados, ya que su actuación provocó la intervención de la policía norteamericana, que expulsó a García Albéniz del archipiélago en septiembre (su nombramiento también fue revocado por Falange el 29 del mismo mes). Esta muestra de decisión del propio servicio norteamericano debió de ser clave en la evolución de Falange, porque a partir de entonces la propia organización restringió sus actividades propagandísticas abiertas y pasó a hacerlas con un carácter más privado. El propio Cónsul Maldonado lo señalaba, afirmando que «La Falange aquí ha gritado mucho, y ahora tratan de esconderse»[17].

Desde entonces la Falange no volvió a hacer demostraciones de fuerza. En la documentación falangista no aparece una clara razón para ello, aunque posteriormente se afirma que fue una decisión propia. Probablemente fue ordenado desde España con la intención de apaciguar los ánimos de Washington, ya que era el único país que podía ayudar financieramente a una España destrozada por tres años de guerra y probablemente, también, la Falange siguió persiguiendo unos mismos objetivos, aunque intentando obtenerlos por otros medios. El hecho de que el poder del Eje estuviera en su momento cumbre, una vez que Francia había caído ante las tropas alemanas, contribuye a esta última posibilidad, a la que se puede añadir el hecho de que en Madrid se decidió a unificar la acción y acabar las disputas entre el Consulado de España y la Jefatura de Falange en Filipinas, nombrando a una misma persona José del Castaño, el anterior Jefe del Servicio Exterior de Falange, fue el designado para ambos cargos. Desde su anterior puesto había tomado parte en las disputas durante la Guerra Civil (por tanto, quizás era la persona más inapropiada para restablecer la paz en la colonia) y su nombramiento, siendo el primero hecho por el nuevo ministro de Exteriores, Serrano Suñer (con el de otro cónsul falangista para La Habana, Genaro Riestra, que no llegó a tomar posesión) mereció un comentario en la primera página del órgano oficial falangista,[100] Arriba: «Falange… ha empezado a regir el destino de España en el mundo… Los dos (Riestra y Castaño) mirarán las tierras que enterraron la última bandera española»[18].

Pero poco tiempo tuvo Castaño para actuar en Filipinas. Tras haber sido nombrado en noviembre de 1940, llegó al Archipiélago en julio de 1941, pocos meses antes del comienzo de las hostilidades en el Pacífico. La Falange se vio cada vez más envuelta en la situación bélica mundial, con una posición estadounidense cada vez más recelosa, en parte por el cargo de Castaño de representar los intereses alemanes e italianos en el archipiélago. El ambiente para la actuación de Falange no era el más apropiado y por tanto Castaño tuvo cuidado de no levantar recelos en las autoridades coloniales y de no dejar nada escrito que pudiera causarles problemas, preparando además una revista menos ideologizada, que se llamaría Amanecer, tras haber declinado el número de ejemplares vendidos por Yugo, que se publicó por última vez en noviembre de 1941.

En este período, los posibles objetivos perseguidos por Falange son los más interesantes, ya que fueron más allá de los que buscaron durante la Guerra Civil. Laautonomía y el liderazgo alternativo buscados en el período anterior se consiguieron gracias al apoyo desde Madrid; en un reportaje aparecido en el segundo número del influyente semanario madrileño, Mundo, en el mes de mayo de 1940, dedicado a la Falange en Filipinas, se lee: «La Jefatura Provincial de Manila ha vencido, a lo largo de cuatro años de intensas vicisitudes interiores, la resistencia que oponían a la purificación política ciertos grupos sujetos al albedrío y al caciquismo»[19]. La referencia a la oligarquía representada por Soriano estaba claramente implícita. Desde la llegada de García Albéniz, la consigna perseguida fue que «todos los españoles en el extranjero trabajen bajo una misma consigna»[20].

Hasta qué punto lucharon para conseguirlo y las consecuencias que pudo tener es difícil de afirmar, pero ello puede ser una de las motivaciones de uno de los procesos que más han influido posteriormente en la pérdida de los lazos de Filipinas con España, a saber, la oleada de renuncia a la nacionalidad española que se produjo en el año 1941, principalmente en el último semestre. Esta situación de cambio de la nacionalidad española, principalmente a la filipina, tuvo una motivación económica oportunista primordial, la defensa del patrimonio. En Filipinas se temía que las propiedades de los españoles serían embargadas una vez que Madrid entrase en guerra (tal como se creía que iba a pasar), al igual que pasaba en las Indias Orientales holandesas o en las posesiones británicas de los estrechos con las propiedades de italianos o de alemanes. A ello hay que añadir la [101] perspectiva de una independencia filipina que dificultaría los negocios a los súbditos de naciones extranjeras.

No obstante, este cambio masivo tuvo también un componente político y a largo plazo evidente; en primer lugar porque el propio presidente de la Mancomunidad, Manuel Quezón, apoyó ese paso de la élite española a la ciudadanía filipina como una forma de ayudar a la formación de una clase alta nacional con vistas a la próxima República independiente filipina; en segundo, porque nadie, que nosotros sepamos, volvió a retomar la nacionalidad al acabar la Guerra Mundial. La importancia que en ello pudiera haber tenido la política falangista de entonces está por clarificar aún y es motivo de controversia, lo cierto es que tanto republicanos como conservadores e incluso simpatizantes de la Falange fueron forzados por las circunstancias a renunciar a la nacionalidad española.

En definitiva, la mayoría de los miembros prominentes de esa «oligarquía hispano-filipina» a la que nos hemos referido, como Andrés Soriano, Antonio Brías o los hijos de Enrique Zóbel, tomaron la nacionalidad filipina[21]. Es difícil dar cifras concretas, en parte por ese mestizaje característico de los españoles -y los portugueses- con la población que hace tan difícil establecer claramente su pertenencia a un grupo nacional en concreto, y en parte porque es difícil sabor cuántos ciudadanos españoles había en Filipinas, puesto que difícilmente se podían cumplir con rigor las obligaciones con el Consulado para aquellos que vivieran fuera de Manila: un viaje a la capital se podía aprovechar, de hecho, para inscribir varios hijos, por ejemplo. La disminución previa a la Guerra del Pacífico la cifra Maldonado, Cónsul hasta fines de 1940. de 5.000 a 2.000 miembros, pero él no estuvo en Manila durante el punto álgido de este proceso y probablemente exagerara. Por su parte, el antiguo director de Yugo y canciller del Consulado durante la ocupación japonesa, Francisco Ferrer, la cuantifica en unos cuatrocientos miembros, de 3.500 a3.100, pero él debía estar interesado en aminorar su relevancia. La cantidad real deberá estar entre las dos cifras, pero de lo que no cabe duda, sin embargo, es de que la gran mayoría de esas familias poderosas dejó definitivamente la nacionalidad española y que la colonia española, como tal, perdió su influencia y su poder económico, el cual también había sufrido pocos años antes con el fracaso de las inversiones en minas de oro y en el juego desenfrenado en la Bolsa de valores.

Otros dos aspectos de la actuación de falangistas españoles en estos años fueron ampliamente dados a conocer por la propaganda norteamericana: [102] los deseos de retomar, volver a poseer o dominar de nuevo las Filipinas y la participación de la Falange como «Ejército secreto del Eje», tanto en el continente americano como en Filipinas. Ambos merecen ser matizados, aunque fueron aceptados sin mayor crítica tanto antes como después de la Guerra del Pacífico, a pesar de que la información aportada sobre ello vino principalmente de reportajes periodísticos y desde entonces no se ha hecho una investigación seria sobre su veracidad.

La primera de estas acusaciones se refería al presunto deseo español de dominar el mundo como en los tiempos de Felipe II, en cuyos dominios también podía ser contemplado el Archipiélago Filipino (Hamilton, 467). Esa acusación ciertamente estaba basada en las consignas propagandísticas que proliferaban en esos años, con una Falange militantemente fervorosa tras su victoria en España, donde se proclamaba triunfalmente «Por el Imperio hacia Dios» y en un momento en el que, como ya hemos visto, había la esperanza de implantar un nuevo orden en el mundo. El papel de las Filipinas y los Estados Unidos en los ánimos expansionistas españoles no está aún claro, pero la progresiva ayuda de este país a Gran Bretaña le puso cada vez más en el punto de mira falangista. Probablemente algunos de éstos soñaron con la vuelta de las Filipinas -o de Cuba, o de ambos territorios- a la dominación española, pero lo que no sabemos es hasta qué punto esa idea fue representativa o si hubo algo más allá de las campañas propagandísticas.

Entre la documentación española se encuentran indicios de que se contempló también a las Filipinas como posible escenario en la batalla por el dominio del mundo: el rotativo de Madrid, El Alcázar, sacó un artículo sobre una supuesta conquista del Archipiélago por España, provocando una polémica en Manila que no consiguió atajar de forma alguna el desmentido oficial e inmediato (sin consultar antes con Madrid) del Cónsul Maldonado[22]. Además, la revista que ya hemos señalado que expresaba las opiniones exteriores del régimen, Mundo, comenzó a publicar artículos históricos en los que se ponía de relieve el papel de España en la conquista y descubrimiento de los nuevos mundos, concediendo especial atención al Pacífico y a las Filipinas. Ciertamente la atención en España hacia el área del Pacífico (desatendida completamente desde 1898) se incrementó en buena medida y esto obviamente tenía un significado político: «La SobreEspaña… del Pirineo a las Filipinas; la España grande y renacida de Franco que no se siente ajena alguna de las que conmueven el planeta en la honra actual, mira hacia el Pacífico y hacia América con redoblada atención»[23].

Pero de ahí a la existencia de planes expansionistas respecto a Filipinas es un paso que no ha podido ser confirmado. Todavía no se ha encontrado [103]documentación que demuestre que esas posibles intenciones sobre Filipinas hubieran sido asumidas de alguna manera por el régimen franquista. De la misma forma que puede haber indicios que indican la posible existencia de esos sueños, otros pueden ayudar a negarlos, como es el libro «Reivindicaciones de España» que, publicado de manera oficiosa en 1941, expresaba las ansias territoriales españolas ante una posible victoria del Eje. Dividido el libro en capítulos según los territorios reclamados por España, en los que se justificaban las razones para ello, no aparece ninguna referencia a Filipinas; la referencia más cercana es la de expedición a Cochinchina de 1857 a 1862, pero se hace únicamente a título informativo, aclarando que España no tenía ambiciones territoriales allí. (Areilza y Castiella, 7) Además, las posibles ambiciones en Filipinas dependían de varias ecuaciones difíciles de producirse, como la aquiescencia del Imperio Japonés, percibido también en España como el dueño de la región, por tanto, a la difícil posibilidad de vencer frente a los Estados Unidos debía de unirse la de que el Imperio japonés ayudara o permitiera a España ganar influencia en un territorio sobre el que tenía intenciones hegemónicas. Aunque parezca imposible que se diera tal conjunción de factores, los agitados tiempos que se vivieron entonces pudieron haber facilitado esta posibilidad, entre otras razones por la existencia de una imagen ideal de Japón en España que duró hasta el verano de 1941, cuando Tokio se negó a seguir a Hitler en el ataque a la Unión Soviética. (Rodao, 400-413)

Quizás, sin embargo, más importante y más asimilado por el régimen franquista que los sueños de algunos falangistas de volver a plantar la bandera española en el Archipiélago, fuera el deseo de ganar una mayor influencia para España en el Archipiélago tras la planeada independencia de 1945; algo para lo que sí se veía un gran futuro, a juzgar por cómo se había mantenido hasta entonces la hispanización en el Archipiélago. Por último, las apariciones en la prensa mostrando un deseo expansionista sobre las Filipinas podían muy bien haber sido motivadas por la propaganda alemana con el objetivo de evitar la cada vez mayor implicación de Washington en el conflicto europeo por medio de una amenaza por una puerta trasera como era el Asia Oriental simplemente para consumo interno. El propio servicio norteamericano daba este valor a las informaciones españolas. (Chase, 34-35)

La presunta colaboración de la Falange en Filipinas para una victoria de Alemania en la II Guerra Mundial aparece más indocumentada aún que en el caso anterior. Un libro editado en plena efervescencia de la guerra, Falange, el Ejército Secreto del Eje en América, en español e inglés, por el periodista norteamericano Allan Chase, permanece hasta la actualidad como la base principal de la información sobre el tema. Aunque no tiene citas a pie de página, muestra un profundo conocimiento de alguna información (y con varios errores importantes); este hecho, así como la vaguedad con la que se refiere a sus fuentes de información, sugiere que ésta le fue [104] provista por el servicio norteamericano de inteligencia, que llevaba algunos años controlando a la comunidad española. Obviamente, entre el posible material provisto a Chase tenía que haber algunos datos ciertos.

El libro de Chase acusa a la Falange en Filipinas de ser dirigida por el agente nazi para la expansión en Iberoamérica, Wilhelm von Faupel, que presuntamente habría enviado a Castaño órdenes secretas desde que fue nombrado. Una de estas órdenes habría sido la de infiltrarse en la Administración de la Emergencia Civil(CEA) con el fin de debilitar las defensas norteamericanas y facilitar así el avance japonés. No se encontraron pruebas de ésta ni ninguna otra de las acusaciones hechas a Falange tras haber realizado gran cantidad de entrevistas a agentes del 37 Destacamento de Combate, uno de los primeros que entró en Manila[24] y por la documentación encontrada en España, como es fácil imaginar, tampoco hay trazos de tales comunicaciones. Como datos que pudieran permitir la posibilidad de la hipótesis, solamente podemos contemplar un creciente nerviosismo entre los falangistas tras el ataque alemán a la Unión Soviética en la primavera de 1941. En los meses anteriores al ataque a Pearl Harbor, Castaño recibió el mes de julio de 1941 (como el resto de Jefes Provinciales) una orden de sus superiores en Falange que le sería difícil cumplir: crear una Escuela de Propagandistas o «misioneros de Falange» y además, se le conminaba también a intentar culminar el proceso de control sobre la colonia española, ordenándole que no entregara los documentos oficiales propios del Consulado, como los pasaportes, «a quienes no presenten el recibo de cotización (a la Falange)»[25]. Castaño, por otro lado, pidió urgentemente no publicar ninguna información sobre Falange en un número especial sobre Filipinas que iba a publicar la revista Vértice, «para evitar posibles perjuicios a nuestra organización aquí»[26].

Ante el estallido de la Guerra en el Pacífico y hasta que llegaron las tropas japonesas, la Falange cerró su local y solo tuvo tres detenidos en Cebú acusados del «quintacolumnistas». No quedan testimonios contemporáneos de lo que pasó entonces, pero sí parece que Falange participó de alguna manera en las luchas callejeras que se dieron en esos días; en mayo de 1942, en una de las primeras cartas que Castaño escribió a sus superiores en el Ministerio de Asuntos Exteriores, afirmó que «si aquellas circunstancias [105] hubieran durado más de las tres semanas que tardaron los japoneses en apoderarse de Manila, algunos de nuestros camaradas hubieran sido objeto de atención, o por lo menos hubieran sufrido más molestias de las que se les causaron»[27].

 

La ocupación japonesa de Filipinas

La victoria temporal del ejército japonés fue un «Beso de la muerte» para la Falange. Aunque fue un triunfo político para ellos, también marcó prácticamente el fin de su existencia, no sólo en Filipinas sino también en el continente americano. Por una parte, el ataque a Pearl Harbor alineó a la mayoría de sus gobiernos con Washington y por tanto los esfuerzos españoles de construir un «panhispanismo» alternativo al «panamericanismo» impulsado por Washington fracasaron completamente y por la otra, se incrementó la presión sobre Madrid para evitar su inclinación pro-eje, en forma de restricciones en los envíos de petróleo y otros productos esenciales, lo que obligó al gobierno de Madrid a suprimir calladamente sus actividades de Falange Exterior desde el comienzo de 1942[28]. En Filipinas, por su lado, el período español fue atacado por la nueva propaganda japonesa de la misma forma que el americano y la amistad política entre Madrid y Tokio no ayudó mucho en el tratamiento hacia los españoles, puesto que la misión japonesa era esencialmente anti-occidental y afecto también a italianos o alemanes.

Las actividades de Falange, por tanto, se limitaron a algunas reuniones sin significado político, como conferencias o misas. Auxilio Social siguió trabajando, pero con una falta de fondos que hizo que pasara a entregar los alimentos semanalmente en vez de forma diaria y además sin condimentar. El único cambio frente a los gobernantes americanos fue la posibilidad de exhibir tres películas traídas desde España que antes habían sido prohibidas como propaganda fascista, siendo la de mayor contenido político una sobre el entierro de José Antonio Primo de Rivera. No fueron organizadas actividades en especial, y Castaño afirmaba al acabar la guerra que el local de Falange «no fue visitado por ningún japonés… y la discreción de nuestras actividades se mantuvo hasta tal extremo que el nombre de Falange no apareció en periódico alguno durante toda aquella época»[29].

Quizás los principales beneficios para los falangistas durante la ocupación fueran de carácter indirecto, por no haber sido perjudicados por la [106] llegada de los nuevos ocupantes, mientras que el líder del grupo contrario, Andrés Soriano, salió del país tras alistarse en el ejército filipino. Ello les ayudó a tener un aparentemente definitivo predominio sobre la comunidad española, consiguiendo el control de instituciones como el Hospital de Santiago o el Casino Español. También, Castaño intentó aprovechar esa amistad con los japoneses para deshacerse de algunos izquierdistas españoles cuando las autoridades militares le pidieron nombres, pasando a ser aparentemente el único representante extranjero que lo hizo. Esta denuncia puede ser demostrada gracias a una carta escrita a su superior en Tokio, el Ministro Santiago Méndez de Vigo, en la que le informó:

     «poco tiempo después de la ocupación de las fuerzas japonesas, el Jefe de la Policía Militar me pidió los nombres de los elementos rojos españoles aquí residentes. El número de estos elementos rojos, que podían considerarse como activos y cuya actuación contra la causa nacional podía considerarse destacada no sólo durante nuestra guerra sino hasta la entrada de las fuerzas japonesas, no creo excederá de una docena. La mayor parte de ellos fueron internados en el edificio denominado «Villamor Hall» por la policía militar japonesa, junto con elementos indeseables por razones políticas de otras nacionalidades. Al cabo de unas semanas se puso en libertad a la mayoría, pero un grupo de ellos, contra los cuales existían cargos más importantes, fueron trasladados a la prisión militar del Fuerte Santiago. Entre estos se hallaban Benito Pabón y Suárez de Urbina, cuya actuación en la zona roja fue tan destacada y José María Campos, antiguo secretario de la llamada Casa de la República en Manila»[30].

Los que duraron más tiempo detenidos fueron Benito Pabón y Rafael Antón (cuyo seudónimo periodístico era Ramiro Aldave), y fueron liberados en el otoño de1942 a pesar de las presiones de Castaño para que siguieran internados, alegando los japoneses su débil salud. Pero no aparece constancia de que alguno de los que él denunciara fueran ejecutados por el Ejército japonés, ni de que Castaño delatara deliberadamente a filipinos o estadounidenses, aunque puede ser que alguno de la docena que él reconoce tuvieran en ese momento nacionalidad distinta de la española, por haberla cambiado recientemente. Además, hay que señalar que la responsabilidad de Castaño en la detención de Pabón y de Antón no fue única, puesto que también desde Madrid se le urgió a «gestionar esas autoridades continúen detenidos con plena seguridad y a disposición autoridades españolas para extradición momento oportuno Benito Pabón y Rafael Antón, autores delito derecho común»[31]. [107]

Otro hecho claramente colaboracionista aireado tras el fin de la guerra puede ser confirmado en este mismo Archivo, la felicitación al Comandante en Jefe del Ejército Imperial Japonés en Filipinas tras la toma de Corregidor:

     «On behalf of the Spanish Community of Manila I have the honor to extend to your Excellency our most sincere congratulations on the recent and decisive victories of Mindanao and Corregidor. May now this country under the protection and guidanc of the great japanese nation enjoy the benefits of lasting and prosperous peace… For the hard work of reconstruction still lying ahead, the Spanish community of the Philippines pledges once more her full enthusiastic cooperation with Japanese military authorities»[32].

Esta actuación claramente colaboracionista de Castaño en los primeros momentos de la ocupación japonesa suscita la pregunta de si los españoles en general también fueron colaboracionistas. Es obvio señalar que dependió de cada persona, pero lo cierto es que entre las clases populares filipinas (no entre las élites, porque colaboraron con los japoneses en un primer momento, tanto para salvaguardar sus intereses como para evitar el surgimiento de una nueva clase social que los desplazara) se percibió una mayor afinidad de los españoles hacia los japoneses. Hay constancia de casos particulares en que se beneficiaron económicamente proveyendo materiales o alimentos a las tropas ocupantes, así como de algunos que fueron ejecutados o asesinados por los movimientos guerrilleros en Camarines o en Visayas. En muchas ocasiones los motivos predominantes fueron los personales y no tiene sentido buscar excusas ideológicas para justificar la violencia y también, para las rivalidades de la Falange con las familias poderosas es necesario tener en cuenta también el enfrentamiento entre las familias Soriano y Ferrer. No obstante, el propio cónsul español, Castaño, en un informe secreto al Ministerio de Exteriores español escrito durante la guerra y que pudo ser pasado a Madrid sin censura japonesa, señala que la actitud en Filipinas contra los españoles era política y no racial: para esta afirmación se basa en el hecho de que ningún español había sido asesinado por las guerrillas en la isla de Negros. Ciertamente, la colonia de españoles en esta isla estaba compuesta principalmente de hacenderos vascos, cercanos al moderado Partido Nacionalista Vasco, algunos de los cuales incluso estuvieron luchando con la guerrilla.

El colaboracionismo de Castaño se puede decir que acabó en octubre de 1942, no sólo por la creciente sensación de que la ocupación japonesa [108] no iba a ser eterna, sino también porque notó una actitud diferente de sus superiores tras ser reemplazado Serrano Suñer por Jordana. También los norteamericanos hubieron de percibir el cambio y poco después de este cambio en la cúpula en el palacio de Santa Cruz su embajada en Madrid envió una Nota Verbal de protesta, señalando que Castaño «estaba implicado en actividades inapropiadas a su posición como Cónsul de España». Tras señalar que a causa de Castaño habían sido encarcelados un estadounidense, tres filipinos y cuatro españoles y que de ellos aún seguía en prisión Benito Pabón, acaba la nota de Washington afirmando que esperaba que el cónsul «…se comportará como representante de un país neutral y, en particular, usará su posición para aliviar, más que para incrementar, los sufrimientos de los norteamericanos y de otras personas internadas en Manila». La nota no tuvo un efecto inmediato, en parte porque Pabón ya estaba libre, pero en parte también porque los nuevos altos cargos en el ministerio español de exteriores no sabían del caso y el texto de la nota fue considerado como una intromisión en asuntos propios.

No obstante, Castaño fue informado de ello y la advertencia de Washington no se olvidó. A finales del mes de abril de 1943, cuando Madrid decidió cortar todo tipo de colaboración con Japón (como negarse a renunciar al derecho a la extraterritorialidad en China o a elevar el rango de las legaciones mutuas en Tokio y Madrid al rango de Embajadas), una de las medidas tomadas fue ordenar urgentemente a Castaño solicitar la libertad para Pabón. Si las Filipinas habían estado antes en un área de hegemonía japonesa dentro de las coordenadas del Ministerio de Exteriores, a partir de entonces se consideró fuertemente la importancia de los hechos ocurridos allí en relación con Washington. Con ello, el cambio de la política española hacia la neutralidad hizo a los funcionarios españoles olvidar las antiguas intenciones de extraditar desde Manila a Madrid a estos izquierdistas.

La lánguida existencia de Falange en Filipinas finalizó completamente con la llegada de las tropas norteamericanas, las cuales detuvieron domiciliariamente a Castaño durante 11 días y después a Ferrer, dando al caso bastante publicidad. Tras ser liberado, Castaño volvió inmediatamente a la península y Patricio Hermoso quedó como responsable de Falange sólo para certificar su defunción, pues el mismo Castaño prohibió que se llevara a cabo actividad alguna. La única organización que supervivió temporalmente fue Auxilio Social, cuya estructura de distribución de alimentos fue utilizada en el año 1945 para socorrer a la colonia española.

 

CONCLUSIONES

Es difícil definir la importancia de la Falange dentro de la colonia española en el Asia Oriental, pero no cabe duda de su importancia tanto cualitativa [109] como cuantitativa, pues agrupó en torno al régimen de Franco a una buena parte de los españoles no republicanos o no misioneros. Las cifras de afiliados, sin embargo, no son muy fiables, en cuanto algunos de ellos fueron usados simplemente como parte del capital político de algunos personajes; los pelotaris en China o los empleados de la Compañía de Tabacos recibieron la orden de afiliarse o salirse de la Falange cuando les convenía a sus jefes.

Los conflictos que hemos visto muestran el «talón de Aquiles» de Falange al intentar una acción independiente: la falta de una forma segura de comunicarse. Sin dinero para muchos telegramas codificados, tenía que depender para ello frecuentemente del Ministerio de Exteriores y además muchas de sus comunicaciones fueron conocidas por sus enemigos. En la primavera de 1941 se cortó la única vía relativamente fiable de comunicación -irónicamente, por vía de Siberia- y ello tuvo una dramática influencia para dificultar fuertemente, si no finalizar, sus actividades.

El conflicto entre la Falange y los conservadores pro-franquistas no fue exclusivo de Filipinas y ocurrió también, a un nivel menor, en Japón o China, pero también se dio entre las comunidades hispanas en el continente americano o en España, como hemos señalado ya. El ejemplo más claro de esta tensión es el atentado en la localidad vasca de Begoña en el verano de 1942, cuando un falangista arrojó una bomba al conservador Ministro de la Guerra, General Varela, falleciendo una persona. El conflicto en Filipinas fue un episodio de lucha social entre las clases altas de la sociedad y aquellas que aspiraban a sustituirlas, al igual que ocurrió en Italia o Alemania, pero no en el caso de Japón, donde no ocurrió tal tipo de disputa a lo largo del proceso de progresivo autoritarismo. Un proceso típicamente europeo, por tanto, ocurrió en un país asiático.

No hay prueba de que Soriano u otro representante de esa oligarquía se adhiriera a Falange pagando cuotas, aunque es probable que sí lo hiciera o que alzaran la mano en alguna ocasión. No obstante, si ocurrió, la ayuda de Soriano a la Falange en los primeros momentos de la Guerra Civil fue más bien un intento de instrumentalizarla de la misma forma que Franco lo estaba haciendo en España: cambiar un partido revolucionario para servir a sus propios intereses políticos en términos de poder. La participación de los empleados de Soriano en la Junta Directiva de Falange podría probar que este personaje intentó conducir a la Falange en las Filipinas por un camino que beneficiara a sus propios intereses, al igual que el General Franco en España, pero que fallé). Y si Franco, después, comenzó a aplacar los impulsos revolucionarios de Falange desde mayo de 1941, Soriano no lo logró, parte porque ya era tarde en las Filipinas y parte porque tenía otras posibilidades que sus correligionarios en España no tenían: cambiar de nacionalidad, tal como hizo cuando vio que va no había remedio con la Falange. El período de actividad más intensa del fascismo en las Filipinas no encontró la misma oposición que en España porque sus oponentes (tanto [110] conservadores como izquierdistas) podían disolver los lazos con un país que era percibido como que entraría sin remedio en la guerra. Por tanto, la política de Falange de controlar políticamente a las comunidades españolas tuvo un efecto a largo plazo en las Filipinas: contribuyó a que aquellos que no compartían su estrecho marco ideológico tuvieron que perder su relación con España.

El ejemplo de Soriano puede ser considerado emblemático del resto de las familias poderosas españolas. Cuando estalló la Guerra Civil, ellas compartieron los puntos de vista predominantemente anticomunistas con la Falange, pero después se fueron apartando ellos mismos, primero del partido, después del propio régimen de Madrid y por último, en ocasiones, de su vinculación a España. Una pregunta reiterada en las vistas de los juicios de nacionalidad fue el porqué de la anterior defensa de un régimen totalitario frente al interés por ser ciudadano de un régimen democrático y las explicaciones dadas abarcaron desde la explicación del apoyo al régimen de Franco al recuerdo y exaltación de la antigua lucha filipina contra España por su independencia, equiparando al franquismo con la imagen misma de España. Después, al acabar la Guerra Mundial y quedar aislado diplomáticamente el gobierno de Madrid, la imagen que conllevó España de país atrasado no hubo de facilitar la reanudación de los lazos mutuos del país ya independiente con su antigua metrópoli.

Ya hemos señalado que la coalición que elevó a la presidencia a Manuel Quezón en 1935 había sido un grupo caracterizado en parte por el mestizaje con lo hispano; una década después, en la primera elección presidencial tras la independencia, fue esencialmente el mismo grupo (liderado por Andrés Soriano de nuevo y en el que podríamos incluir a Douglas MacArthur) uno de los principales que apoyó a Roxas y le ayudó a ganar la presidencia frente a Osmeña. Roxas, no obstante, supuso un cambio en la tendencia anterior; él personalmente suponía un relevo generacional, pero también de educación, porque fue el primer presidente educado en inglés y que había estudiado en la «University of the Philippines». Además, ya no hubo más un «Partido Español»; con él, la coalición que le apoyó para la presidencia perdió una de las características que había tenido con anterioridad: lo hispano. [111]

 

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PILAPIL, Vicente R.: «The Far East», en Cortada, James W., Spain in the World, 1898-1978, Aldwych Press/Greenwood Press, Londres/Westport, Conn. 1980. pp. 213-234.

RIO, Benigno DEL: Siete días en el infierno (en manos de la Gestapo Nipona). Prólogo de Rafael Antón. Nueva Era Press, Manila s.f. 137 pp.

____ Estampas de la ocupación. (Fragmentos de un diario de Guerra y Liberación), s. e., Manila s. f. 148 pp.

RODAO, Florentino: Relaciones Hispano-Japonesas, 1937-1945. Universidad Complutense, Madrid 1993. (Tesis Doctoral no publicada.) [112] [113]

 

[1] ABREVIATURAS

AEET: Archivo de la Embajada Española en Tokio.

AGA-AE-: Archivo General de la Administración. Sección Asuntos Exteriores.

AGA-SGM-: Archivo General de la Administración. Sección Secretaría General del Movimiento.

AMAE-R-: Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Sección Renovada.

NARA-RG-: National Archives Records Administration. Record Group

PRO-FO-: Public Record Office. Sección Foreign Office. El autor agradece a José Eugenio Borao Mateo, José del Castaño Leyrana, Pedro M. Picornell y Gervase Clarence-Smith sus comentarios a redacciones anteriores de este trabajo

[2]   Hubieron de ser importantes, aunque no sabemos la cifra exacta. En Filipinas, tras ser promulgados los decretos de Neutralidad en Estados Unidos el dinero pasó a ser enviado a Juan T. Figueras, hermano político de Andrés Soriano y residente en Biarritz (sur de Francia), quien entregaba después el dinero a los nacionales por medio del diplomático Federico Oliván. Despacho de Andrés Soriano, representante oficioso, al Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno nacional, Manila, 4 de abril de 1938. AMAE-R-1004-7.

[3] Carta de Herrera al Servicio Exterior de Falange. Katase (Kanagawa, Japón), 29 de enero de 1941. AGA-SGM-76.

[4]  Para una narración de la experiencia en prisión del que más tarde sería superior de la Compañía de Jesús, Arrupe, Pedro. S. J.: Este Japón Increíble… Memorias del P. Arrupe. Ed. Mensajero, Bilbao, s. f. pp. 108-122.

[5]    Informe de Herrera a la Legación de España, Katase, 18 de julio de 1941. AGA-AE-5177.

[6]  Carta de Herrera al Delegado de Falange Exterior, Katase 29 de enero de 1941. AGA-SGM-76.

[7] Ibíd.

[8]  Nota (en base a un telegrama de Maldonado) de Doussinague (Ministerio de Asuntos Exteriores) a Genaro Riestra (Delegado nacional de Falange Exterior), Madrid, 26 de enero de 1943. AGA-SGM-76.

[9]   Telegrama de Jordana (Ministro de Asuntos Exteriores) a González de Gregorio, Madrid, 30 de octubre de 1943. AMAE-1736-13.

[10]   El Acta de Neutralidad promulgada por el gobierno estadounidense impedía Una terminología más explícita. Fue fundada el 20 de julio de 1936 y con Ignacio Jiménez figuraban en la Junta Directiva Mariano Olondriz, Ramón López-Pozas, Felipe Fernández y Joaquín Orio. Una copia de este documento en, ¡Arriba España!, s. f. [1939], s. l. [Paco. Metro Manila].

[11] Actas de las reuniones de 8, 13 y 25 de enero y 10 de febrero, en Informe de Soriano al Secretario de Relaciones Exteriores.

[12] Despacho de Adrián Got a Secretario de Relaciones Exteriores. Manila, 8 de julio de 1938. AMAE-1004-7.

[13] Telegrama de Castaño a Martín Pou, San Sebastián, 29 de julio de 1938. AGA-SGM-27.

[14] Discurso de 18 de julio de 1938.

[15]  Discurso de 18 de julio de 1938. Adrián Got a Secretario de Relaciones Exteriores. Manila, 27 de julio de 1938. AMAE- 1004-7.

[16] Despacho de Maldonado a Ministro de Asuntos Exteriores, Madrid, 1 de enero de 1941. AMAE-1736-26.

[17] Despacho de Maldonado a Ministro de Exteriores de España, Manila, 1 de enero de 1941. AMAE-1736-37.

[18]  «La Falange en la diplomacia», Arriba, 5 de enero de 1940.

[19]   «Falanges españolas en el Archipiélago Filipino», 20 de mayo de 1940.

[20]  Discurso de García Albéniz a los jóvenes de Falange, en Mundo, 20 de mayo de 1940.

[21]  Informaciones contemporáneas a los hechos enviadas a Exteriores se pueden encontrar en Despachos de Castaño a MAE desde Manila de 10 de septiembre, 8 de octubre y 12 de noviembre de 1941. AMAE-R-1736-14. Sobre Soriano, ver la carpeta titulada «Soriano. Commowealth, 1942-1945». Entrada 2, Caja 52: «Office of the U.S. High Commissioner to the Philippine Islands. Records of the Washington Office, 1942-48». NARARG-126.

[22]  Despacho de Maldonado a Ministro de Asuntos Exteriores, Manila

[23] La Guerra en el Pacífico», Mundo, 20 de octubre de 1940.

[24] El informe de la unidad califica a la Falange principalmente como un movimiento propagandista, aunque para la redacción no creemos que hubieran podido tener acceso a documentos descifrados. «The Falange in thePhilippines», informe del 441st Counter Intelligence Corps Detachment. Febrero de 1945. CIDT-441-02. «Monthly Reports of Activities». NARA-RG-94, Box 18339. Documentación proporcionada por Rico Jose.

[25] Carta de Sandoval (Delegado Nacional de Falange Exterior) a Castaño, Madrid, 27 de julio de 1941. AGA-SGM-76.

[26] Telegrama de Castaño a Serrano Suñer, Manila, 8 de septiembre de 1941, AMAE-R1736-28. El número, de una excelente calidad, apareció en el año 1942 sin ninguna referencia a Falange, tal como solicitó Castaño.

[27] Despacho de Castaño a Santiago Méndez Vigo (Ministro de España en Japón), Manila,20 de mayo de 1942. AMAE-R-1737-16.

[28] Telegrama de Hoare (Embajador británico en España) a Foreign Office, Madrid, 213 de enero de 1942. PROTO-371-31264.

[29] Informe al Delegado Nacional de Servicio Exterior de Falange, Madrid, 19 de julio de 1945. AGA-SGM-76.

[30] Despacho de Castaño (sin firma) a Santiago Méndez Vigo, Manila. 14 de julio de 1942. AEET.

[31]  Telegrama de Serrano Suner a Méndez Vigo, Madrid, 9 de febrero de 1942 (reenviado a Castaño desde Tokio el 9 de febrero). AEET.

[32]  Manila, 7 de mayo de 1942. Según el hijo de José del Castaño, fueron los japoneses los que solicitaron la felicitación y las dudas de Castaño las disipó el canciller del Consulado y antiguo director de la Revista Yugo, Francisco Ferrer. Entrevista personal, Madrid, 12 de marzo de 1992.

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