Amistad embarazosa

Florentino Rodao

 

Los japoneses sintieron cierto desasosiego por las consecuencias que podría tener la salida de su ‘valido’ en el Ministerio de Asuntos Exteriores, Serrano Suñer, prueba de lo cual son las órdenes del Gaimushō a sus legaciones en Chile y Argentina para que informaran sobre las reacciones ante su destitución. No faltaron motivos tranquilizadores, tanto por los probables efectos beneficiosos de la y caída de una persona tan problemática como por las seguridades aparentes que percibieron en Madrid sobre la continuación de la ayuda que Serrano había puesto en marcha. Franco, además, dijo confidencialmente que no habría cambio en su política exterior y dirigió poco más tarde un nuevo elogio a las tropas japonesas, presuntamente basado en información de una revista norteamericana. En un nuevo ejemplo de sus ideas sobre los japoneses, manifestó lo inverosímil que resultaba a sus enemigos en la guerra del Pacífico el hecho de que los soldados nipones nunca se rindieran. Añadió: “Yo nunca he dudado de la fortaleza del ejército japonés y estoy horriblemente contento de que tal sea el caso. Si los japoneses siguen así no deberían tener muchos problemas en derrotar completamente a Chiang Kai-shek”.

(…)

Jordana, por su parte, también comenzó mostrando cordialidad hacia los japoneses, en buena parte gracias a la amistad que ya había desarrollado durante su primera etapa como ministro. En un banquete en la legación nipona, por ejemplo, tuvo una conversación ‘íntima’ con el personal, compartiendo su punto de vista sobre el nuevo Ministerio de la Gran Asia Oriental o Daitōashō como un organismo destinado a prevenir la bolchevización del Extremo Oriente, de la que había dado cuenta al Consejo de Ministros. También envió algún mensaje de felicitación por las anunciadas victorias militares de Japón y negó el permiso al cónsul español en Nueva York para asistir a un banquete del gobierno filipino en el exilio. Más importante aún, permitió que tanto la inteligencia como la representación de intereses siguieran funcionando.

 

Por si fuera poco en el primer No-Do, el 4 de enero de 1943, se informaba del desfile ante el emperador Hiro-hito de las tropas ‘victoriosas’ tras regresar de Borneo. Dos semanas después del desembarco nipón en las Aleutianas, el noticiero recordaba con las imágenes pertinentes que “Japón ha conquistado una superficie de 4.800.000 kilómetros cuadrados” y en abril del mismo año señalaba que “las tropas niponas limpian de guerrilleros comunistas la provincia de Yünnan”. No les podían caber dudas a los japoneses; España estaba con ellos.

 

Sin embargo, desde el principio Jordana también mostró una manera de actuar muy diferente de su antecesor. (…) Las muestras de cambio llegaron de forma indirecta. La primera nota discordante vino por medio de una persona que, tras el ataque a Pearl Harbor, ya había expresado a Suma la necesidad de fortalecer las relaciones mutuas, Manuel Halcón, el director del Consejo de la Hispanidad. A las pocas semanas de la llegada de Jordana Halcón hizo saber a Suma la preocupación por una noticia transmitida en agosto por la agencia Efe sobre la desaparición del español como idioma oficial a raíz de ser designados únicamente el japonés y el tagalo, con el inglés de manera provisional. Tras ello: el japonés señaló: “El gobierno y el pueblo españoles están considerablemente conmocionados sobre el tratamiento de Japón a los españoles en las Filipinas”. Era un aviso claro.

 

Suma se encontró en medio de dos bandos cuyos objetivos era cada vez más difícil reconciliar. Los españoles y su propio gobierno no sólo tenían posiciones diferentes, como en el pasado, sino que ahora no era posible cubrir las divergencias por medio de la relación personal o de la identidad política. Los remedos de antaño estaban caducos. Así, mientras que las suspicacias en España eran cada vez mayores, Tokio respondió a las quejas sobre el uso del español en la justicia de Filipinas, que estaba reconocido tácitamente, puesto que había jueces que no podían emplear otra lengua. Pero añadió, quizá harto de las protestas de Madrid: “Este paso tenía que ser tomado. Supongo que a los españoles no les gustará, pero después de todo no están en posición de decirnos lo que tenemos que hacer”. Esa aparente autorización en los tribunales no fue mucho y al mes siguiente el ministro Tani siguió sin ofrecer soluciones adicionales: “No hay nada que España pueda hacer con la protesta”. Sólo se le ocurrió culpar de la tensión al ministro en Tokio (…) y aconsejar, como antaño, las buenas palabras: “Hágales entender que no estamos en el menor grado intentando arrancar la cultura española”. Ciertamente no había más opción que dejar en manos de la maña de Suma calmar a los españoles.

 

Sin la ayuda de Tokio, la única posibilidad que le quedó a Suma fue, como en el período anterior, buscar el apoyo de las altas esferas y solventar con el manto político las tensiones. El ministro japonés esperaba que Jordana cumpliera la misma función que anteriormente había realizado Serrano Suñer recordando su respaldo en su etapa anterior como ministro de Exteriores para que España firmara el Pacto Antikomintern, “que entonces era la base de las relaciones hispano-japonesas”. Pero Suma erró. Primero, porque estaba mal informado sobre Jordana, quien hizo lo posible para que Franco no firmara el Antikomintern, como ya se ha visto, y segundo porque la correspondencia entre el Ministerio de Exteriores y el Consejo de la Hispanidad indica que la conversación de Manuel Halcón con Suma se había realizado con conocimiento e instrucciones de Jordana. Suma también comenzó a darse cuenta de que Jordana criticaba a Serrano Suñer y que “los realistas, los nobles; los grandes industrialistas y muchos militares”; estaban volviendo las cosas del revés. Jordana no sería esa ayuda en las altas esferas que calmaba tensiones.

 
Antes bien, estaba decidido a adoptar una actitud más resuelta hacia Japón, tal como evidenció una nota verbal remitida a la legación de Japón el 26 de octubre de 1942, casi dos meses después de llegar al cargo. Jordana no sólo expresaba un “profundo desagrado” y recordaba la importancia de los lazos culturales de Filipinas (“deben a España el haber sido incorporadas a la civilización”), junto con el disgusto del resto de las naciones hispanas, sino que también amenazaba con el final de la amistad. De hecho, proponía algo muy difícil para poder restaurar las buenas relaciones, que se declarara al español lengua supletoria al japonés y al tagalo. Pocos días más tarde, el 2 de noviembre, esta nueva actitud se pudo comprobar con una nota a la prensa del Ministerio de Exteriores sobre la representación de intereses. En ella se incluían algunos párrafos donde se aceptaba expresamente el embarazo por esa amistad con Japón. Fue una nueva actitud, que probablemente estuvo en coordinación con la Santa Sede, porque por las mismas fechas el Vaticano también mostraba su pesar por el trato japonés a la mayoría católica de las islas Filipinas y solicitaba que las escuelas parroquiales siguieran funcionando como en el pasado. Los japoneses hubieron de darse cuenta de que con el nuevo ministro era necesario volver a empezar. La relación había de ser reconstruida.

 

Suma, aun sin haber visto la nota a la prensa sobre la representación de intereses, mostró una tremenda sorpresa: “… rara vez se ha visto en este país algo con un lenguaje tan fuerte como esta nota española”. Explicó la acritud de la opinión publica española por hechos concretos como la supresión de uno de los diarios en español de Manila, ‘La Vanguardia’, que fue el único en español que no desapareció, y por la suspensión de las remisiones de fondos a las compañías y las iglesias. Además, recalcó el argumento al que sus superiores podían ser más receptivos: “Escapa a la comprensión del gobierno por qué los japoneses excluyen la lengua de un amigo y permiten la de un enemigo como Estados Unidos”, aunque en la nota sólo se mencionaba la resistencia a la asimilación cultural en los últimos 40 años.

 

Pero no vio una solución factible. Suma seguía aferrándose a los tiempos pasados, pensando que era principalmente “una cuestión de salvar las apariencias”, aunque advirtió que el problema era lo bastante importante para dar traste con la amistad entre ambos países. Más importante aún, también, era consciente de los beneficios que Japón obtenía de ella: “Bien; nosotros ya no tenemos a Suñer, hemos de tratar con un nuevo, ministro [Jordana], que tiene carta blanca, y si no hacemos por adaptarnos a él, no solamente dejará de ayudarnos a representar los intereses japoneses, sino que también dejará de permitir a su país ayudarnos en el espionaje”.

 
Así pues, Suma avisó de forma transparente sobre las consecuencias que Tokio podría afrontar si continuaba con su arrogancia y no atendía ninguna de las reclamaciones de los españoles. Conocedor de la situación, esperaba convencer al gobierno de Tokio de la necesidad de solventar las quejas de Madrid advirtiéndole de las repercusiones negativas que para el propio esfuerzo de guerra japonés supondría la suspensión de la cooperación española. Tanto el espionaje como la representación de intereses, resultado de la etapa de Serrano Suñer en Exteriores, estaban en peligro.

 

Jordana dejó que continuara la ayuda española en espionaje para Japón, pero nunca dio el apoyo expreso ni estuvo dispuesto a asumir los riesgos que había aceptado su predecesor. La falta de respaldo desde la cúpula fue minando este aspecto tan crucial de la colaboración hispano japonesa y la información secreta cada vez hacía más honor a su nombre incluso dentro del organismo que debía proveerla. Así, el espionaje quedó como la actividad de unos particulares que, a través de una relación cada vez más difusa con la administración española, suministraban información a Japón a cambio de dinero. Tres hechos ocurridos a raíz de la llegada de Jordana permiten comprobar el cambio profundo que hubo de soportar el funcionamiento de esta red: el desconocimiento oficial, el fin de la red en el Reino Unido y la creciente dificultad para comunicarse con los agentes desde Madrid.

 
La destitución de Serrano Suñer llevó una previsible incertidumbre a la red. Ya que había funcionado ‘enteramente’ gracias a los actos personales de Serrano, según el propio líder Ángel Alcázar de Velasco reconocía, éste ordenó a sus agentes que dejaran de enviar información hasta nueva orden. Aclaró la situación de la red tras una entrevista con Jordana el 4 de octubre, cuando éste le dijo que sabía del espionaje para Japón en general desde su llegada al cargo y que no tenía intención de introducir cambio alguno en la política española de colaboración con el Eje. No obstante, puesto que la forma de actuar de Serrano Suñer había sido demasiado impetuosa y en ocasiones había causado problemas, el ministro le indicó que “en la superficie yo [Jordana] mantendré la neutralidad más estricta posible. Quiero que lo lleve como si yo no supiera nada de esa red de inteligencia”. En cuanto al funcionamiento, añadió que no tenía objeción en que se siguieran usando los códigos y las valijas diplomáticas del Ministerio como antes, “pero en caso de ocurrir algo, le pido franca y explícitamente tener el mayor cuidado para no comprometer de ninguna forma la posición neutral de España”.

 

Esta información no está verificada porque, al haber sido provista por Alcázar de Velasco a los japoneses, posiblemente fue inventada. Al fin y al cabo el espía vivía de engañar, era un arte que tenía muy perfeccionado, tal como los propios británicos habían comprobado en sus propias carnes y además se jugaba su puesto de trabajo. No tenemos pruebas de la presunta entrevista Jordana-Alcázar más que por medio de estas declaraciones, pero es posible que el ministro dijera eso. Por una parte, porque lo que Serrano Suñer había puesto en marcha era muy difícil que Jordana pudiera pararlo con sólo ordenar el fin de su funcionamiento, caso de haberlo querido. Por otra, porque lo que dijo Alcázar a los japoneses era congruente con la información que les proporcionó en nombre de Jordana: “La cooperación con nuestra red de espionaje será llevada como antes, pero en especial esperamos que las autoridades japonesas adopten la actitud de no saber nada en absoluto sobre ello”. Por último, porque esta aparente decisión de Jordana ante el espionaje fue coherente con el resto de sus actuaciones en Exteriores, buscando que el cambio fuera tan lento que casi llegara a ser imperceptible. Así, la inteligencia continuó llegando a la legación nipona y el hecho de que Jordana supiera en algún momento sobre el espionaje o no posee una relevancia relativa, ya que lo importante fue el secretismo dentro del Ministerio de Exteriores. Al hacer Jordana como que no sabía nada, era como si de verdad no supiera nada y provocó, además, que otros hicieran lo mismo: dejar de ofrecer información confidencial a Alcázar.

 

En segundo lugar, llegó una nueva queja del Foreign Office británico sobre las sospechas de que la valija diplomática servía para pasar información secreta a Alemania. No fue algo nuevo, porque también en el período anterior se había producido el incidente Luis Calvo. Mientras que con Serrano Suñer el flujo de información a Alcázar a través de Londres no cesó, con Jordana no ocurrió así; ya no le llegaron más novedades desde la ‘pérfida Albión’. Las informaciones con el membrete de Tō desde esta ciudad finalizaron al poco de la toma de posesión del nuevo ministro, tal como se puede comprobar en la disminución de los mensajes enviados a Tokio desde Madrid.
En tercer lugar, la comunicación secreta desde España en dirección a los agentes en Estados Unidos se vio especialmente afectada. Dos respuestas a peticiones emitidas desde Tokio muestran con claridad la creciente dificultad para enviar instrucciones a los agentes en Norteamérica: una cuando Tokio pidió información sobre el sentimiento general del gobierno y de la población de Estados Unidos respecto a la guerra, y la otra cuando quiso saber acerca de las emisiones radiofónicas. En la primera solicitud Alcázar de Velasco entregó lo que dijo era un despacho del embajador español: Cárdenas, solicitado por el propio Jordana y conseguido a su llegada “en estricto secreto del Jefe de la Oficina de Comunicaciones”. En el texto el embajador Cárdenas mostraba haber trabajado denodadamente para elaborar su respuesta, habiendo celebrado no sólo numerosas entrevistas con varios funcionarios, sino incluso habiendo invitado a comer al secretario de Estado norteamericano, Cordell Hull, para hablar de la forma más franca sobre el tema deseado por los japoneses. La segunda solicitud fue para conocer el grado de credibilidad y la atención prestada a las emisiones radiofónicas japonesas en Estados Unidos. La respuesta fue un supuesto mensaje enviado por “uno de sus agentes” que informaba de la prohibición absoluta de oír tales emisiones y concluía que a quien era pillado haciéndolo se le castigaba “sin más”. El contraespionaje americano aclaró después que todo ello era mentira; ni hubo tal entrevista entre Cárdenas y Hull, ni en Estados Unidos existía tal fobia represora para evitar la escucha de emisiones japonesas. Esto indica, sin lugar a dudas, que los mensajes fueron inventados por el propio Alcázar, lo que demuestra el dudoso origen de muchas de sus informaciones y hasta qué punto su imaginación cubrió la falta de datos.

 

Mientras tanto, los japoneses expandían sus esquemas para la recogida de información en España. La teórica disposición favorable de los españoles, el gradual engranaje de la infraestructura y la falta de alternativas mejores muestran que la capital de España llegó a ser el principal punto de Europa para recabar el material de inteligencia a favor de Tokio. La cantidad de información era grande, y se esperaba recibir más. Así lo indican las conclusiones de una reunión de jefes de inteligencia en Berlín, los días 26 a 28 de enero de 1943, a la que asistieron unos 17 funcionarios que trabajaban en Suecia, España, Portugal, Suiza, Turquía, Bulgaria, Italia, Vichy, París y el Vaticano. España, Portugal y Turquía fueron señalados entre todos los países por estar en “primera línea” de recogida de información, reconociéndose también de forma expresa que, a pesar de las propuestas de Tokio de buscar información confidencial en los diferentes gobiernos neutrales, España seguía siendo la única nación neutral que facilitaba sus actividades. Además, entre las agencias que se consideraban principales; la de Madrid fue la única, junto con Berlín y Sofía, a la que se entregaron receptores de alta velocidad, con los que se pretendía recibir informes de los espías en territorio enemigo e interceptar las comunicaciones anglo-americanas. Por otro lado, cuando se pensó en la propaganda como forma de mantener una opinión pública más favorable a las relaciones y a proveer información confidencial, de nuevo España tuvo un papel central. En la reunión se pidió, en aras de la efectividad, que la oficina central para los contactos con Tokio en materia propagandística estuviera en un país neutral, preferentemente España y de nuevo, al pensar en la compra de agencias de noticias o periódicos, se habló de Suiza y España. Se rompió aparentemente el equilibrio en inteligencia establecido a principios de la guerra en la Península Ibérica. La legación en Madrid llegó a convertirse en el principal punto de información confidencial en Europa.

 

Además, se propuso intensificar la actividad en el Marruecos español y abrir a partir del mes de abril siguiente el consulado en Tánger, que ya era bien conocida por los funcionarios de la legación en Madrid. Esta ciudad ciertamente no sólo era crucial para las aspiraciones imperiales españolas, sino también para el espionaje nipón. Desde allí era posible enterarse de lo que pasaba en una ciudad convertida en vital para oficiales de ambos bandos y observar el paso de barcos y convoyes por el estrecho de Gibraltar, sobre todo los británicos en dirección al Asia Oriental. En consecuencia, Tokio, mientras que enviaba a la ciudad de Fez al cónsul Takawa, presentó la solicitud para la apertura del consulado argumentando una supuesta “creciente importancia y posibilidades comercial y económico de la región del Marruecos español para con Japón”. Una excusa tan burda no le habría importado a Serrano Suñer, a quien iba dirigida la petición, pero Jordana, a quien correspondió la decisión, pospuso la autorización formal del consulado en Tánger. Primero solicitó un informe a la Dirección General de Marruecos y Colonias, de Presidencia del Gobierno, la cual sólo sugirió unificar la representación con la de Tetuán. Después Jordana siguió postergando siempre la respuesta para una conversación posterior con Suma, pero los japoneses acabaron actuando por su propia iniciativa, en buena parte porque la ofensiva aliada obligó a desalojar a los japoneses que vivían en Casablanca y Fez. La relación de los japoneses en Tánger con las autoridades españolas, que “asistían a las invitaciones del militar, incluido el delegado del Alto Comisario”, llegó a ser tan afable que incluso se permitieron utilizar un vehículo con la bandera japonesa.

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