Florentino Rodao
El Consejo de Ministros del día 11 de abril de 1945 decidió romper relaciones diplomáticas con Japón. La nota verbal emitida tras la decisión, además de recordar el mensaje anterior del 22 de marzo, repetía la penosa impresión producida en el gobierno español por los sucesos de Filipinas (masacre de la población civil de Manila, colonia española incluida, por parte del Ejército japonés, además de la destrucción de numerosos edificios culturales, mercantiles e industriales españoles; todo ello entre el 4 y el 23 de febrero de 1945): “Los mencionados hechos son tanto más lamentables cuanto que interrumpen una larga tradición de amistad entre España y Japón, de la que España ha dado constantes pruebas, algunas de ellas muy recientes”. Después justificaba la medida y apuntaba la posibilidad de pedir indemnizaciones por los hechos de Manila, “en especial por lo que se refiere al Consulado de España y edificios y personalidades oficiales (…) son incompatibles con el mantenimiento de una normalidad amistosa entre los dos países. En consecuencia el gobierno no considera posible el seguir manteniendo relaciones diplomáticas (…) sin perjuicio de mantener la reclamación de indemnización que ha sido presentada por las pérdidas de vidas”. Además, llama la atención poderosamente la acusación de que las tropas japonesas habían sido culpables del asalto y destrucción de “todos los edificios oficiales del gobierno español” y el asesinato en el consulado de “todos los funcionarios consulares que en él se encontraban, incluso los más modestos servidores, sin distinción de sexo y asesinando igualmente a todas las personas que se hallaban en aquel edificio, con un total de cincuenta”. El ministro de Exteriores (Lequerica) había de saber bien que el único edificio oficial de España (alquilado) era el consulado general y que los japoneses no podían haber asesinado a cincuenta funcionarios españoles, tal como se daba a entender (y se dijo en el No-Do), porque ningún consulado podía tener tal número de trabajadores. Al igual que el comunicado que anunciaba el fin de la representación de intereses, el texto estaba pensado más para la difusión exterior que para influir en las autoridades japonesas.
Es difícil conocer cuál era la estrategia franquista en esos momentos. Posiblemente el gobierno decidió que ya no se iría más lejos o quizá pensó en seguir tanteando la reacción ante una posible declaración de guerra pero, sin actas de ese Consejo de Ministros ni poderse consultar los archivos militares, es difícil saberlo con certeza. No obstante, la documentación actual induce a sospechar que el gobierno de Madrid decidió la ruptura pensando en aquilatar la tensión con Japón: era un paso adelante imposible de evitar tras el impulso tomado (…). La alarma y las señales de una posible guerra pasaron a ser ámbito exclusivo de los rumores. Tanto en la embajada americana como en la japonesa se indicaba una espera de dos a tres semanas (se citaron el 21 y el 27 de abril) para la declaración final de guerra, un tiempo en el que se intentaría arreglar la evacuación de los súbditos en Japón. Mientras tanto Del Castaño (embajador de España en Manila, falangista) regresaba a la Península pasando por Estados Unidos, sufriendo de agobiantes medidas de seguridad para evitar que estuviese más tiempo del necesario y en medio de una prensa que le recordaba sus actividades antiamericanas. Franco, informado constantemente de los pormenores del viaje de Del Castaño, hubo de darse cuenta también en esos momentos de los efectos imprevisibles que podría tener una nueva escalada de la tensión. En consecuencia, esta se detuvo en la ruptura de relaciones (…).
Tensión
No hay documentación oficial sobre cómo se pensó llevar a cabo la declaración de guerra. El periodista Hughes es quien se refiere más claramente en sus memorias, “Report from Spain”, a la tensión con Japón: “El asunto amenazó con tomar un aspecto lúdico cuando José Luis Arrese sugirió a un funcionario de la embajada americana que estaba preparado para dirigir una nueva División Azul, ¡esta vez contra los japoneses!”. El líder falangista lo confirma en la introducción de uno de sus libros donde, tras defender a Hitler por creer que luchaba contra el comunismo, señala: “Lo mismo en aquella ocasión como cuando pedí al conde de Jordana que gestionara el envío de otra División Azul a luchar al lado del general MacArthur contra el Japón, que también amenazaba al Cristianismo, servía a una causa que para desgracia nuestra está hoy día más que nunca amenazada”. Arrese corrobora, por tanto, las conversaciones para enviar una División Azul aunque, como es relativamente normal en unas memorias, recuerda sólo la parte de verdad más favorable para él. Además, hubo de ser a Lequerica a quien se lo propuso, no a Jordana (ministro que lo antecedió).
Los rumores contemporáneos a los hechos también confirman estas intenciones. Unos afirmaban que se daría al ministro (embajador) Suma una orden de abandonar España, mientras que otros opinaban que la declaración de guerra no debería hacerse hasta que Alemania no fuera derrotada. Según un informe de la organización estadounidense de inteligencia, OSS, basado en las declaraciones de un “honrado alto funcionario de uno de los ministerios locales”, España ofrecería a Estados Unidos enviar dos divisiones de “voluntarios” a las Filipinas para luchar contra los japoneses dirigidas por sendos generales, Agustín Muñoz Grandes y Antonio Aranda. La persona que pudo estar más al tanto de estas intenciones, y que además parece recordar mejor las fechas de la ruptura de relaciones, fue el segundo de Exteriores, José María Doussinague. Por supuesto, no es muy explícito en su libro “España tenía razón” sobre las razones de la posible guerra con Japón, pero sí incluyó una frase sobre su modalidad: “Se proyectaba enviar una división de la escuadra española a aguas del Pacífico”. Las tropas estarían formadas por soldados voluntarios, su envío tendría carácter simbólico, de cara a la galería, y se realizaría en barcos. Había de ser, por tanto, una División Azul Marina.
La razón más obvia de esa posible declaración de guerra era conseguir la entrada en la Conferencia de San Francisco (prólogo de la creación de la ONU), como ocurría con las naciones de América Latina. Entre la prensa internacional el comentario más ocurrente fue el aparecido en una columna del diario de México “El Popular” sobre la “táctica de Franco”: “Franco declararía la guerra al Japón… el Japón a Alemania… Alemania a España… ¡y todos irían a San Francisco!”. Los oficiales españoles, no obstante, siempre negaron toda relación. Doussinague, carente de esta ironía, se evadió en “España tenía razón” con el argumento de la solidaridad occidental, afirmando que la política tomada seguía “la línea que España marcó desde la entrada de Japón en la Guerra, de considerar que en aquellas regiones existía una profunda solidaridad entre nosotros y los aliados angloamericanos en defensa de la cultura cristiana”.
Cuando los diplomáticos británicos preguntaron sobre la conexión entre la tirantez con Japón y el deseo de ser invitados a San Francisco, Lequerica lo negó asegurando que la tensión era un asunto puramente bilateral “y que España no estaba intentando por ello obtener ningún puesto en conferencias de guerra o de paz”. Ni esa línea de solidaridad contra Japón se había seguido desde Pearl Harbor, ni una declaración de guerra podía ser un hecho bilateral. Los españoles se pusieron nerviosos al ocultar unos objetivos que tenían que estar en relación con esa entrada en el sistema de relaciones internacionales de la posguerra.
Para poder entrar en esa conferencia, ciertamente, Madrid tenía que conseguir el visto bueno de sus promotores y a nadie se le podía escapar que la opinión de Estados Unidos sería crucial para esa participación. Uno de los caminos más fáciles había de ser por el Pacífico, por medio de esa hegemonía tan clara en la lucha contra Japón y mostrando que se compartía el odio hacia los japoneses. Un informe de la inteligencia estadounidense indica que José María Doussinague había dicho: “Queremos jugar plenamente la carta estadounidense”. Para nadie era un secreto que esa posible guerra sería mirando en dirección a Washington, y una conversación mantenida por el embajador Oshima en Alemania lo indica claramente: “Es parte del juego de Franco con Estados Unidos”. Pero más allá de esa conclusión obvia, es significativo también que fueran diplomáticos británicos quienes preguntaran sobre la relación entre la tirantez con Japón y la Conferencia de San Francisco (…).
Evacuación de españoles
La idea de entrar en la Conferencia de San Francisco usando la tensión con Japón, además, es confirmada por el contenido de la primera conversación del embajador Armour con el subsecretario de Exteriores, Cristóbal del Castillo. Tras haberse referido a una posible evacuación de la colonia de españoles en Japón pasando por los territorios soviético y sueco a Del Castillo, aparentemente, se le ocurrió una idea: ya que España no tenía relación con la Unión Soviética, Estados Unidos podría hacer algo por ayudarles.
Espetó a modo de explicación que él mismo estaba a favor de tener relaciones oficiales con los sóviets y concluyó, según escribió el norteamericano: “Si tal procedimiento (establecimiento de relaciones entre Madrid y Moscú) fuera seguido, ello tendría la ventaja añadida de crear una atmósfera más favorable hacia los sóviets y en ese momento él sintió que esto era un factor importante a tener en cuenta”.
Es dudoso que esa idea transmitida a Armour, quien también oyó que la declaración de guerra se retrasaría una semanas para la evacuación por la Unión Soviética, fuera imprevista, como lo es que Del Castillo se hubiera vuelto procomunista o pensara de verdad en la evacuación de españoles de Japón. Después de saber lo largas que habían sido las conversaciones para los dos intercambios de prisioneros entre Washington y Tokio, y de no haber conseguido siquiera enviar un barco a Filipinas en tres años, la posibilidad de lograr que salieran los españoles de Japón y fueran trasladados (a través de un país comunista, además) en los últimos compases de la guerra por un territorio que sería escenario del ataque soviético era una ocurrencia propia, cuando menos, de un excéntrico. De nuevo se usaban los móviles humanitarios para fines puramente políticos. Así pues, el objetivo principal de la tensión con Japón quizá no fue sólo congraciarse con Estados Unidos, sino también templar la conocida oposición soviética a la participación de España en San Francisco. Para ello, lo más conveniente quizá sea volver a un largo y apresuradamente escrito (cuando aún no se sabía la postura aliada en contra) telegrama de Cárdenas (embajador de España en Estados Unidos), porque también nos ayuda a comprender el porqué de ese intento de acercamiento al gobierno soviético: (…) ello (la posible ruptura) podría ser una medida adecuada para contrarrestar la actitud que temo adopte Rusia contra España en San Francisco (…). La declaración de guerra al Japón haría de España una de las Naciones Unidas. Es posible y aun probable que en virtud de las circunstancias del momento, a pesar de ello, no se nos invite ya a la Conferencia de San Francisco, pero sí creo podría con ello impedirse, tal vez, el veto de Rusia a nuestra entrada en la organización mundial que se va a crear, pues al ser España una aliada de Inglaterra y Estados Unidos en la Guerra contra Japón, ello parece nos debería dar derecho a sentarnos en la mesa de la paz y a entrar desde luego a formar parte de la referida organización.
Esa hipotética declaración de guerra española habría acabado convirtiendo en aliados a españoles y soviéticos, máxime si estos iban a declarar, como ocurrió de hecho, la guerra a Japón. Ante el final de la ocupación de Filipinas, Madrid tenía previstas medidas antijaponesas para acercarse a los aliados que iban mucho más allá de la defensa de los intereses de los españoles. Intentaban defender, sobre todo, el régimen de Franco.
Tras el final de las relaciones oficiales y comprobar que el beneficio político de la ruptura no sería el esperado, la preocupación principal de Madrid fueron las posibles represalias a sus súbditos que residían en el imperio japonés (…).
En Filipinas la victoria definitiva de las tropas norteamericanas hizo comenzar una nueva etapa a la comunidad española antiguamente partidaria del Eje (…). La única organización (española en Japón) que sobrevivió temporalmente fue Auxilio Social, porque su estructura de distribución de alimentos fue utilizada en el año 1945 para socorrer a la colonia española y redactar un inventario de pérdidas. España comenzó girando 89.000 dólares al consulado en Manila para suministrar unas 1.500 raciones diarias de comida durante un mes, además de para sufragar repatriaciones, que debían ser las mínimas. El giro aumentó después con 15.000 dólares a la embajada en Washington, porque esos viajes serían por medio de Estados Unidos, aunque el coste total y la gran cantidad de solicitudes (725) obligaron a enviar buques españoles, el “Halekala” y el “Plus Ultra”.