Florentino Rodao
Universidad Complutense de Madrid
Juan Carlos Pereira (coord.).La política exterior de España. De 1800 hasta hoy. 2ª ed. Madrid, Ariel, 2010, pp. 487-506
1. El siglo XIX
- La continuidad (1800-1840)
- La oportunidad colonial (1840-1868)
- El temor estratégico(1864-1898)
- Conclusión: el último siglo de dominio colonial en Asia
2. El siglo XX
- Los lazos privados (1898-1936)
- Militarismo y Orden Nuevo (1936-1945)
- La otra “Puerta Trasera” (1945-1975)
- Asia y la política exterior democrática (1975-2000)
3. El siglo XXI: los Planes Asia
4. Centros de investigación
5. Obras de Referencia
Entre fines del siglo XVI y principios del XVII, Asia fue importante para España, por la llegada a Filipinas, la presión portuguesa dentro de la Unión Ibérica y unos beneficios excepcionales a raíz de la decisión china de utilizar la plata como medio de pago. Después, no ha pasado de ser un territorio marginal, sin ganar importancia siquiera cuando, a principios del siglo XIX, Filipinas pasó a ser la colonia más extensa del imperio español. A lo largo del período que abarca este capítulo, la política hacia Asia ha sido el mayor desequilibrio entre la importancia de un territorio y la atención prestada desde España, que sólo se ha empezado a paliar en el siglo XXI, cuando el déficit comercial ha obligado a la administración a embarcarse en un esfuerzo amplio para corregirlo.
Este trabajo trata de explicar las carencias y las fortalezas de la relación mutua ofreciendo una visión global de los contactos pero también analizar sus anomalías a través de los factores que los han impulsado. La colonización en Filipinas, los intereses económicos y el contexto regional, pero también las percepciones son objeto del análisis de la relación con Asia, un territorio que abarca desde el subcontinente Indio hasta el Asia Nororiental y el Pacífico.
1. EL SIGLO XIX
En el plano regional, España comenzó el siglo siendo considerada una de las principales potencias por su presencia colonial en Filipinas y Guam. Ciertamente, ocupaba Manila, quizás el mejor puerto de Asia, mientras que el peso de plata español, distribuido a partir de una amplia comunidad procedente de Fujian que hacia de intermediaria entre el archipiélago y el continente, seguía siendo la moneda de cambio utilizada a lo largo del continente. Pero Filipinas ya no era un trampolín hacia Asia para los españoles porque, tras el fracaso de los intentos misionales fuera del archipiélago, su conexión principal con el exterior era el galeón de Manila, la línea regular que transportaba seda y otros productos asiáticos hacia América a través del océano Pacífico, a cambio de plata. España sólo podía pensar en utilizar su potencial en pos de una mejor relación con Asia tras hacer una profunda transformación interna en su dominio filipino. En la segunda mitad del siglo XVIII, las reformas borbónicas en la península y la ocupación inglesa de Manila (1762-1764) permitieron disponer de una base más apropiada, puesto que por un lado se promovió una incorporación más eficiente de Filipinas en el imperio, extendiendo su implantación también dentro del archipiélago, mientras que se buscaron alternativas al tradicional Galeón, ya fuera por medio de una ruta directa a través del océano Indico hasta Cádiz (la Real Compañía de Filipinas), o por medio de nuevos cultivos, tal como explorara la expedición de Malaspina. Fueron impulsos exteriores que sólo consiguieron tener fruto a partir de 1840, cuando la estabilidad en España y la prosperidad económica en Filipinas promovieron un papel mas activo que se cortó a raíz de la expedición a Cochinchina, cuando la inestabilidad política en la península llevó a la caída de Isabel II y del sexenio Revolucionario (1688-1874). La Restauración supuso un nuevo esfuerzo que de nuevo se acabó de una manera rápida, en esta ocasión por el estallido de la Revolución Filipina desde 1896, que condujo en dos años al final de una presencia colonial española.
1.1. La continuidad (1800-1840)
La llegada del nuevo siglo propició poco la relación con Asia. En el exterior, los holandeses ya habían perdido su antigua vitalidad comercial, Japón quería aislarse cada vez más y China seguía preocupada en su situación interna; pero Francia y el Reino Unido, que hasta entonces apenas se habían instalado en India, mostraban una fuerza cada ver mayor, y tras el final de las guerras napoleónicas penetraron con fuerza creciente en Asia. Los británicos se instalaron primero en Singapur (1821) y después arrendaron una base en Hong-Kong (1842) tras obligar a China a permitir la entrada del opio transportado desde el subcontinente Indio, mientras que los franceses reforzaron su presencia en Vietnam. El contexto imperial español tampoco ayudó a la relación con Asia porque el siglo XIX comenzó con crecientes problemas internos que desembocaron, primero, en la ocupación francesa de territorio español y después en la separación de las colonias americanas. Dentro de estos acontecimientos, la independencia de México fue crucial porque rompió definitivamente los lazos a través del continente americano que hasta entonces habían vinculado a Filipinas y su metrópoli. Así, después de las independencias de los territorios continentales de América, Filipinas siguió perteneciendo al Imperio, como Cuba y Puerto Rico, pero fue necesario reelaborar la relación mutua y, por supuesto, su papel en Asia. Además, las transferencias de capital a Filipinas desde la América hispana a raíz de las independencias americanas fueron escasas y la emigración desde la península seguía sin despuntar, con una presencia muy escasa de laicos fuera de Manila.
La centralización política a través de los capitanes generales, que concentraban poder militar y el civil y la liberalización económica fueron la respuesta a la pérdida del vínculo mexicano y del Galeón anual. En lugar de extender las actividades de la Real Compañía, hubo una progresiva liberalización de los intercambios con banderas de otros países, tal como ha estudiado Josep Mª Fradera. La declaración de Manila como puerto franco en 1837 es el resultado más evidente de este impulso que fue paralelo a las medidas destinadas a promover productos para la exportación como el azúcar. En medio de estos esfuerzos, Francia propuso a España comprarle Basilan, una pequeña isla en el sur de Filipinas con población musulmana, con el fin aparente de utilizarla como base para expandirse por la región. En el prior tercio de siglo, en definitiva, los síntomas de declive ya eran obvios mientras que el incremento del contacto con Asia oriental seguía siendo escaso.
1.2. La oportunidad colonial (1840-1864)
El gran cambio en Asia oriental se produjo a partir de la primera guerra del Opio (1840-1842). La derrota china condujo a la presencia británica en Hong Kong pero también, al poner en evidencia la debilidad de Beijing, incapaz de defender su propio territorio, desencadenó el desmantelamiento del sistema sínico de relaciones internacionales, que había dominado la región hasta entonces. Sus consecuencias tuvieron una doble faceta, porque junto a las obvias actitudes de rechazo, muchos gobernantes asiáticos, conscientes de su debilidad técnica, empezaron a vislumbrar estrategias para aprovecharse del empuje occidental aprendiendo sus innovaciones científicas, tal como ocurrió en Japón, pero también de forma discontinua en Siam o en China. Por otro lado, el empuje occidental se redobló hasta el punto de justificarlo de forma ideológica a través del biopoder, argumentando diferencias raciales basadas en la biología que relegaban a los asiáticos a un statu secundario. Los llamados Tratados Desiguales fueron la plasmación de ese nuevo contexto entre los asiáticos y sus gobiernos, que apenas podían imponer tasas mínimas a las exportaciones europeas (entre un 3 y 5%, dependiendo de cada país) y los comerciantes europeos, cuyos gobiernos no aplicaban las mismas tasas en sus países y que además gozaban del derecho a la extraterritorialidad, esto es, que sus posibles delitos sólo podían ser juzgados por tribunales formados por compatriotas –generalmente más benévolos.
La España liberal de Isabel II también compartió esas expectativas y se preparó para expandir su presencia en Asia. En 1842, Madrid envió su primer encargado de negocios a Nanjing, Sinibald de Mas y en 1845, tras la firma de acuerdos por Inglaterra, Estados Unidos, Francia y Rusia, ordenó hacer lo mismo. El regreso por enfermedad de Mas impidió la firma del acuerdo mutuo, que se intentó de nuevo desde 1848 con el mismo diplomático catalán, quien volvió a recibir el encargo en 1862, cuando una nueva derrota militar obligó a rectificar a la diplomacia Q’ing. El 10 de octubre de 1864, así, España y China firmaron su primer Tratado de Amistad y Navegación, dando pie a la primera legación española en Beijing y, también, a una regulación de la emigración de chinos a Filipinas donde las autoridades Q’ing consiguieron por primera vez cláusulas que soslayaban algunas de las desigualdades de los tratados con Occidente: España, por ejemplo, aceptó que los chinos en Filipinas pudieran contratar a súbditos españoles.
La expansión colonial fue otro objetivo característico de este período del reinado de Isabel II, en especial el dominado por la Unión Liberal. Además de las expediciones de esos años a México, Maruecos o la República Dominicana, España también participó en una expedición conjunta con Francia en Vietnam a raíz del asesinato de un misionero dominico español, en 1857. París y Madrid declararon que las excusas ofrecidas por las autoridades vietnamitas no eran suficientes y enviaron una expedición militar, pero al Vietnam central, aunque el misionero había sido asesinado en el Tonkin, al norte. La Expedición de Cochinchina, compuesta principalmente de tropas filipinas y de una flota principalmente francesa, derrotó a las tropas vietnamitas, tomando primero la ciudad de Danang en septiembre de 1858 y después Saigón, en el sur, en febrero de 1859, y las autoridades vietnamitas solicitaron la paz en mayo de 1862.
A estas dos iniciativas se sumaron los esfuerzos por negociar un tratado con Japón y otro con Siam, la actual Thailandia, pensado para servir de trampolín para una mayor presencia en el país. Durante las décadas cruciales del empuje colonial en Asia, ciertamente, España estuvo en línea con otros países europeos.
1. 3. El temor estratégico (1864-1898)
El último tercio del siglo XIX, España tuvo una evolución muy diferente al resto de países europeos, aunque coincidió con Portugal. Los problemas internos de los últimos años del reinado de Isabel II afectaron también a la política española en Asia, para la que la puesta en marcha del Ministerio de Ultramar supuso pocas ventajas. Después, el Sexenio Revolucionario conllevó una inestabilidad que afectó también a la relación con Asia y a Filipinas, en donde se produjo la primeras revuelta interna en clave protonacional, el llamado “motín de Cavite.”
La crisis metropolitana impidió que Madrid pudiera rentabilizar políticamente las victorias militares en Vietnam. Recibió la mitad de la indemnización de guerra estipulada en el Tratado de Paz de Saigón, y por supuesto se congratuló del reconocimiento explícito de la libertad religiosa, pero Francia consiguió la victoria política, al iniciar su primer Protectorado en el sur, que condujo a la colonización de Vietnam en 1883 y de la península Indochina en 1893. Esta derrota política fue, de hecho, el punto de no retorno de la presencia colonial hispana en torno a Filipinas porque desde entonces Manila pasó a considerar los nuevos tratados con temor antes que como oportunidades. Las instrucciones al ministro plenipotenciario destinado a firmar el tratado con Bangkok son elocuentes, porque aunque inicialmente, en 1859, se había concebido como trampolín, las redactadas en 1869 daban instrucciones opuestas, advirtiendo de no aceptar ninguna cláusula, por reciprocidad o de alguna otra manera, que pudiera perjudicar a España. A la defensiva, Madrid temía que otros se beneficiaran de los resquicios que dejaba su declive.
La Restauración, desde 1875, permitió otro período de estabilidad que llevó a un nuevo auge económico en Filipinas, pero España ya no recuperó el descrédito en la región y el último tercio del siglo XIX el temor a perderlas fue constante, en medio de los tres ejes de la presencia hispana: proveer trabajadores chinos o coolíes a las Antillas, el comercio y los nuevos esfuerzos de expansión.
La preocupación principal de Madrid en Asia siguió siendo solventar la escasez de trabajadores en los ingenios azucareros de Cuba. Ante las dificultades para el trasporte de esclavos desde África, los grandes capitales de los ingenios azucareros antillanos impusieron a Madrid buscar una alternativa, que se basó en los llamados coolíes, que eran trasladados a trabajar por períodos de tiempo prolongados, en unas condiciones cercanas a la esclavitud. Tras surgir las protestas por las condiciones del traslado y el trabajo, Beijing dificultó su reclutamiento y embarque en el país, por lo que el puerto de Macao fue durante muchos años el punto principal para su reclutamiento y embarque. Con el tiempo, la presión internacional obligó a equiparar los derechos laborales de los coolíes con los del resto de extranjeros en Cuba y perdieron su ventaja comparativa en costes, haciendo desaparecer un tráfico del que apenas quedan en la isla, en la actualidad, algunas calles con rótulos en chino y castellano. Cuba, aunque parezca irónico, fue el objetivo de la política más prolongada de España en Asia, que priorizó el tráfico hasta el punto de mantener el consulado general de China en Macao hasta una fecha muy tardía e incluso durante la Restauración, cuando los beneficios del azúcar ya habían descendido mucho, las autoridades proveyeron recursos que nunca estuvieron a disposición para otros objetivos. El marino Melchor Ordóñez y Ortega, por ejemplo, contó con un buque de guerra a su servicio por dos años para firmar en el sudeste de Asia acuerdos que compensaran la menor llegada de coolíes chinos –y sólo firmó uno, con la corte de Hue en Annam que además no tuvo efecto, porque a los tres años del acuerdo, en 1883, este territorio pasó a ser protectorado francés.
El comercio con los territorios asiáticos, en segundo lugar, fue escaso, en parte por la escasa complementariedad de los mercados. Los productos tradicionales de exportación españoles tenían escaso mercado en la región, mientras que sólo algunas importaciones de Asia llegaron a cifras importantes por razones coyunturales, como la pimienta. La importancia de las casas de comercio británicas en Filipinas realzaron su relación con Hong Kong y Singapur, desde donde se redireccionaban sus exportaciones de abacá y azúcar y desde donde se importaron principalmente manufacturas de algodón. En la última década del siglo, Cochinchina solventó el creciente déficit alimentario en Filipinas, en especial su arroz.
Las ambiciones expansionistas, en tercer lugar, también tuvieron impacto en Asia. A raíz de la celebración de la Conferencia de Berlín de 1885, en donde se decidió que la ocupación efectiva en un territorio tenía más validez que los derechos históricos, Madrid decidió colonizar los actuales Estados Federados de Micronesia (Yap, Pohnpei (Ponapé), Kosrae (Kusiae) y Chuuk(Truuk)) , pero fue un fracaso. Empezó con el territorio más cercano a Filipinas, Yap, para corroborar los argumentos basados en los buques que recalaron en el siglo XVI. Apenas cuatro días después de la llegada del buque español, no obstante, una fragata alemana se presentó en la isla con el mismo objetivo y, argumentando defectos de forma, Berlín lo proclamó como territorio del imperio alemán. Los diferentes criterios entre españoles y alemanes provocaron manifestaciones masivas en Madrid por la españolidad de Micronesia y la solicitud de mediación al Papa, León XIII, cuyo dictamen solventó las ambiciones de ambos países, porque validó la soberanía española pero aclaró también que las empresas alemanas debían ser autorizadas a comerciar allí. Después también intentó ocupar Pohnpei, una isla poco mayor situada al Este, en donde ya estaban asentados misioneros metodistas provenientes de Estados Unidos, pero una rebelión acabó en 1890 con el gobernador español y nunca se consiguió dominar la isla. La Micronesia fue una intentona propia de los tiempos del darwinismo social, cuando se pensaba que una nación que no conquistara acabaría siendo conquistada y por ello ha de entenderse más bien como una válvula de escape para la autoimagen de España. Las distancias tan grandes, incluso desde Filipinas, convertían en un sinsentido esa expansión y, de hecho, ni siquiera hubo una expedición a Kosrae, la isla más occidental: nunca fue ocupada, aunque se había ganado el derecho (legal) a ello.
La política exterior de España en última década del siglo XIX fue la única centrada en la región. Al auge económico y la creciente emigración a Filipinas se unieron las crecientes ambiciones sobre las Filipinas, que Madrid vivió una angustia creciente. Los esfuerzos presupuestarios por dotar de buques a la Armada en Asia son el reflejo más claro de la alarma española, que se centró en la posibilidad de un ataque asiático, conscientes de que seria imposible defenderlas de un ataque alemán. Por ello, los debates se centraron en si sería conveniente detener la llegada de emigrantes japoneses o chinos a Filipinas y Micronesia, porque aunque eran muy beneficiosos económicamente se podían convertir en quintacolumnistas. Finalmente, en 1896, la Revolución Filipina y la derrota española en Cavite frente a Estados Unidos en 1898 impusieron la salida definitiva y acabaron con los planes de mantener las Filipinas aunque se perdiera Cuba. El fin de los tres siglos de presencia hispana, no obstante, no pareció ser un acontecimiento especialmente luctuoso: la bolsa de Madrid subió tras la derrota del almirante Montojo en Cavite.
1.4. El último siglo de dominio colonial en Asia
Tres características destacan para entender el último siglo de presencia colonial hispana en Asia: los medios distribuidos deficientemente, el rol obstaculizador de Filipinas y la distorsión perceptiva.
España, en primer lugar, tuvo una implantación oficial dispar. El despliegue diplomático-consular (legaciones permanentes en China y Japón, y consulados generales en Yokohama, Singapur y Macao y Shanghai desde 1868) tuvo unas características especiales frente a otras regiones: un número relativamente alto de representantes, por los derechos que se pagaban al canciller por su trabajo y hasta fechas relativamente tardías; la escasa aportación desde Manila (sólo hubo pagos al consulado de Singapur, para el trasporte del correo con la península) y una proporción importante de diplomáticos, por la prohibición china a los cónsules honorarios. Pero aunque el despliegue en Asia fue amplio, España apenas contó con el personal adecuado, porque a la necesidad de cubrir tantos puestos se juntaron un buen número de casos problemáticos o de funcionarios desmotivados, muchos a punto de acabar su carrera laboral, y las escasas posibilidades de especialización por la inestabilidad en los destinos. Asia Oriental fue un destino del que los diplomáticos salían en cuanto era posible.
El histórico alejamiento de Filipinas con Asia, en segundo lugar, nunca fue solventado del todo. La escasez de viajeros que recorrieron Asia a lo largo del XIX (principalmente catalanes, como Sinibald de Más, Eduard Toda, Ali Bey o Mas Ferré) apunta a la pervivencia de la mentalidad creada cuando Filipinas era el único territorio católico de la región (con Macao, la isla de Flores o Timor Oriental). Además, su importancia secundaria dentro del imperio favoreció una administración poco eficiente (famosa en la península por ello) y que los capitales fueran insuficientes frente a la influencia de los intereses cubanos, tal como se refleja en los esfuerzos para el transporte de culíes. La importancia de Filipinas durante la Restauración pudo haber provocado unas relaciones más intensas con Asia, pero la derrota de 1898 cercenó los posibles frutos.
El dominio de las imágenes indirectas, en tercer lugar, distorsionó los objetivos. Aunque en los siglos XVI y XVII España había sido creadora de imágenes, en el siglo XIX fue receptora de las representaciones orientalizantes creadas para justificar la expansión colonial. Su consecuencia principal fueron dos conceptos que se repiten entre el personal español en la región; por un lado, la necesidad de “lujo y pompa” para tratar con sus gobiernos y por el otro la “diplomacia de la cañonera,” es decir, la demostración palpable del adelanto armamentístico europeo a través de buques de guerra, caso que los gobiernos se negaran a acceder a las demandas europeas, que explicaría la fuerte proporción de gasto naval cuando se pensaba en defender Filipinas. Por otro lado, la imagen de España entre las élites asiáticas también fue indirecta y teñida por el filtro anglosajón de crueldad y exotismo. La visita del rey Chulalongkorn de Siam a España en 1897 es un ejemplo. Aunque fue en 1897, la cercanía de su reino a Filipinas no fue mencionada por la prensa española, que recogió en su lugar noticias de fuentes francesas destinadas a enrarecer las relaciones siamesas con Londres, mientras que el monarca, por su parte, hizo un recorrido típico turístico: Sevilla, Toledo y corrida de toros. Las imágenes no ayudaron a entender lo que España podía ofrecer a los países asiáticos, ni viceversa.
El resultado fue desaprovechar las oportunidades del trampolín filipino en el siglo XIX para impulsar la relación con Asia de forma definitiva. La carencia de medios humanos y materiales fue importante, pero sobre todo la de objetivos fehacientes, repitiéndose continuamente la instrucción telegráfica “haga lo que resto potencias.” Y en contra de la presunción de compartir intereses, el texto denota que España fue pasiva. De hecho, los propios asiáticos acabaron sustentando los contactos con los españoles, como apunta que una empresa japonesa inaugurara la primera línea de vapores entre Japón y Filipinas (Yokohama-Manila) y que Siam mantuvo las relaciones oficiales con España a pesar de que Madrid dejara de hacerlo. España no llegó a ser potencia en Asia, pero tampoco tuvo agencia.
2. EL SIGLO XX
El siglo XX obligó de nuevo a España a reevaluando su relación con Asia, por la expulsión a raíz de la derrota ante Estados Unidos y por el creciente recelo a Occidente. En diciembre de 1898, España cedió la soberanía de la isla de Guam, en Marianas, y la de Filipinas a cambio de 20 millones de dólares, haciendo caso omiso de la opinión de sus habitantes que habían proclamado la primera república asiática, en Malolos, el 12 de junio anterior. Inmediatamente después, las islas micronesias remanentes también fueron vendidas al imperio alemán, de nuevo sin contar con la opinión de sus habitantes. Además, el recelo asiático a la dominación occidental creció de forma perceptible. En 1896, un grupo de asianistas japoneses, los Shishi, apoyaron la revuelta de los filipinos, pero a ello siguió en 1900 en China el levantamiento xenófobo Yihetuan (Sociedad de la Justicia y la Concordia, también conocidos sus miembros como Bóxer) y a los pocos años, en 1904-1905, tuvo lugar la victoria de Japón sobre una gran potencia mundial, la Rusia zarista. Los asiáticos cada vez estaban más seguros de su propia identidad y la resignación ante la pretendida superioridad occidental iba cediendo paso a la protesta. Ante ello, la respuesta quizás más original quizás provino de los hispanistas en Filipinas, que utilizaron la identidad hispana como baluarte frente a la americana, dando una función anti-colonial a las contribuciones del antiguo colonizador, pero España apenas se replegó en intereses internos, reaccionando ante imput exteriores, en especial ante el aumento de déficit comercial.
2.1. Los Lazos Privados (1898-1936)
Para España, la mezcla de una derrota militar con un entorno regional más hostil provocó un cierto sentimiento de liberación, especialmente perceptible ante Filipinas. En 1900, al contrario que países con menor presencia en China, como Bélgica o Austro-Hungría, Madrid declinó enviar tropas para proteger los intereses occidentales mientras se planteaba la desaparición de la legación en Beijing o bien de la de Tokio. El ministerio de Estado estaba poco interesado por una región donde se vislumbraba el desafío de tratar por igual los gobiernos de poblaciones consideradas como inferiores. Además, la hazaña de unos soldados que resistieron en la iglesia de un pequeño pueblo filipino durante 331 días tras el final de la guerra, los llamados después Últimos de Filipinas, fue percibida como muestra de la quijotería congénita patria y ayudó a pasar página de la etapa filipina a la sociedad española. Analizamos las relaciones a partir de las actividades diplomáticas para seguir con la marcha del comercio mutuo y acabar con el impulso que recibieron desde la pudiente colonia española, la única que desafió la revisión a la baja de las relaciones con Asia impuesta por la derrota contra Estados Unidos. Además tratamos por separado los acontecimientos de los años 1930, cuando el auge de las tensiones políticas internacionales afectó la política de la II República, que por primera vez, además, mostró preocupación sobre su imagen en Asia.
Nada de lo que ocurriera en el mundo era ajeno a España, menos aún a su política exterior. El interés de la política española hacia Asia en las primeras décadas del siglo es limitado y las instrucciones a los diplomáticos, por ejemplo, solieron recordar las repercusiones de sus acciones en otros escenarios más importantes. En el caso de Japón, durante la guerra ruso-japonesa de 1904-05, España permitió carbonear a la escuadra rusa del Báltico en su largo viaje al Pacífico para luchar contra sus enemigos nipones, mientras que en la Primera Guerra Mundial, tras declarar Tokio la guerra a las potencias centrales, los diplomáticos españoles representaron sus intereses en Alemania. En China, por otro lado, Madrid prefirió mantener un perfil bajo tanto antes como después de la caída de la monarquía, aunque siguió cobrando la indemnización por el levantamiento Yihetuan. Las solicitudes chinas de préstamos fueron ignoradas, mientras que los diplomáticos siguieron el camino de sus colegas cuando los asiáticos intentaron zafarse de las prebendas de los Tratados Desiguales. Los escasos intereses económicos a defender, empero, también permitieron que algún diplomático se mostrase ufano de la liberalidad española. Los medios de la diplomacia española disminuyeron acorde con los intereses, expresados por la rebaja importante de la categoría de los puestos con la llegada del nuevo siglo, y muchos de los consulados que permanecieron abiertos fueron atendidos por cónsules honorarios extranjeros, que los prestaban una atención variable. El consulado español de Shanghai, la ciudad sobre la que giró la economía china durante décadas, estuvo durante años sin encontrar siquiera alguien que pudiera hacer esa labor honoraria, por lo que quedó a cargo de un residente en Manila. Con la excepción del consulado en esta capital filipina, por su importancia política, Asia era un destino de compromiso para los diplomáticos españoles y hay una gran proporción de primeros destinos, pero sobre todo de casos problemáticos. La estructura diplomática y consular reflejó la sociedad española.
El comercio siguió siendo escaso, aunque los puertos intermedios esconden muchas transacciones aún desconocidas. España en general importó maderas y especias de esas regiones, y destacaron también los perfumes y las sedas de Japón, como resultado en buena parte de modas como el japonesismo, mientras que la exportación se basó en productos agrícolas con escaso valor añadido, tales como las pasas, además de Jerez o armas de pequeño calibre. Pero es necesario conocer más a fondo unos intercambios sobre los que las estadísticas aportan datos muy diversos según el extremo donde se hayan recogido, en buena parte por la imposibilidad de conocer datos de las transacciones en puertos intermedios como Hong Kong o Singapur. El protectorado de Marruecos, además, fue un punto crucial para las exportaciones japonesas a Europa y parece que algunas de ellas pasaron a España sin ser contabilizadas en las aduanas, siendo vendidas por una multitud de vendedores chinos ambulantes. Aún así, al contrario del comercio creciente de otros países europeos, como Italia, ni las empresas ni la administración española apostaron nunca por la oportunidad asiática. Es explicable este desinterés, pero parece que el marco cognitivo de los españoles en esos momentos buscaba confirmar la decisión de abandonar Asia, tal como se puede vislumbrar en el texto del Tratado de Comercio entre España y Siam de 1925, donde se aseguraba que el comercio mutuo era nulo. No era así, porque España había comprado cantidades importantes de arroz siamés en Port-Said, pero no había consciencia de la necesidad de mejorar los intercambios.
En Filipinas, por último, la comunidad española dio impulso propio a las relaciones con la antigua metrópoli gracias a su importancia económica. Tras la derrota militar, los intereses en Filipinas consiguieron que Estados Unidos en el Tratado de París aceptara un plazo de diez años durante los cuales los buques y las mercancías españolas serían tratados en el archipiélago bajo las mismas condiciones que los estadounidenses y que España subvencionara la línea marítima Manila-Barcelona-Liverpool. Además, cuando acabó esa década transitoria, Washington facilitó el acceso de los productos filipinos en su territorio, comenzando una bonanza económica que afectó en especial a los sectores exportadores, entre los cuales la comunidad española y sus empresas tenían un papel destacado. Por ejemplo, la Compañía General de Tabacos de Filipinas, la principal compañía privada del país, con sede en Barcelona e involucrada en todas las actividades de exportación del archipiélago. Con tanto dinero disponible, la actividad hispana en Filipinas despuntó, con iniciativas de todo tipo y dotando a su Consulado de unos locales y unos medios excelentes, imposibles de alcanzar sólo a través de las remisiones desde Madrid, que permitieron invitar a conferenciantes como el escritor Vicente Blasco Ibáñez. Los lazos tan estrechos con la administración permitieron seguir importando el tabaco en rama filipino a pesar de su creciente carestía, puesto que el valor del peso filipino estaba sujeto al del dólar. Por su lado, las remisiones anuales a la península eran tan cuantiosas que compensaban el déficit por la importación de tabaco: el edificio Capitol de Madrid, el primero de España con aire acondicionado, fue creado por Enrique Carrión, dueño de la fábrica de tabacos La Yébana. La comunidad española en Filipinas, además, arrastró a España en Asia y el único envío de un buque español a un conflicto asiático tuvo lugar en 1927 de acuerdo con la Compañía General de Tabacos de Filipinas, que ante los conflictos entre nacionalistas y comunistas en Shanghai envió a su vapor Mauban para alojar a los españoles y para reforzar la presencia del buque de guerra Blas de Lezo. Con unos vínculos tan fructíferos, España llegó a percibir Asia en función de cómo pudiera afectar a su presencia en Filipinas.
Dentro de este período donde predominan los intereses privados de Filipinas, la República española siguió viendo Asia como un escenario donde conseguir beneficios indirectos, en otras regiones más importantes de la política exterior española, aunque los intereses políticos propios empezaron a emerger. La misma proclamación fue un ejemplo, porque Japón y Siam reconocieron con retraso conscientes del impacto de la caída de una monarquía en su propio país, y ciertamente en 1932 el propio rey siamés Prajadhipok sufrió un golpe de Estado que primero le convirtió en monarca constitucional (para cuya redacción sirvió también el reciente texto español) y después, en 1935, le obligó a abdicar en su hijo Ananda Mahidol. Además, telegrafió a sus diplomáticos para que se prohibiera proyectar la película El Diablo es una mujer / Carnival in Spain (Josef von Sternberg, 1935, basado en la novela de Pierre Louys La femme et le pantin), consideraba muy perjudicial para la imagen nacional, ambientada en Andalucía en el siglo XIX y protagonizada por Marlene Dietrich (que en varias ocasiones declaró era su película favorita): por primera vez, el gobierno español se preocupó por su imagen entre los asiáticos. Y por último, el decidido apoyo a los organismos internacionales para mantener la paz internacional tuvo su prueba más difícil en septiembre de 1931, cuando Japón invadió el territorio chino de Manchuria a raíz de un presunto atentado terrorista en el ferrocarril transmachuriano. Tras conquistar este territorio, Japón creó un país ficticio, el Manchukuo, rechazó las recomendaciones de retirarse de China y abandonó los órganos centrales de la Sociedad de Naciones en 1933. En su sede de Ginebra, Salvador de Madariaga realizó las críticas mas duras a Tokio [496] por violar el sistema de relaciones internacionales instaurado tras la Primera Guerra Mundial, frente a la moderación de Italia, Francia, Alemania e Inglaterra que temían el impacto de su comercio en Asia si reprochaban en exceso a los nipones, y su actuación tuvo una gran repercusión como representante de los países medianos en el llamado Comité de los Cinco. Por primera vez, el protocolo dejaba paso en las relaciones hispano-japonesas a debates políticos, siquiera fueran de carácter general.
El incidente de Manchuria, ciertamente, refleja las tres características principales de la diplomacia española en Asia por esos años. Preocupaban, en primer lugar, las repercusiones más cercanas, es decir, tal como expresaba Madariaga, el duelo “Toquio-Ginebra” interesaba más que el “Toquio-Pekín.” Asia Oriental era percibida como trampolín para escenarios más cercanos. Los beneficios o desventajas para las relaciones españolas tanto con China como con Japón, en segundo lugar, apenas contaron dentro del proceso de toma de decisiones y sólo se utilizaron para motivos internos, como atacar indirectamente a Madariaga. En tercer lugar, la autonomía tan completa de los funcionarios. Teniendo en cuenta que sus superiores prefirieron una actitud más moderada, la radicalidad de la crítica española es achacable a Madariaga, que recibió el sobrenombre de “Don Quijote de la Manchuria” por el empeño personal que puso en su posición. Su prestigio influyó en que el Ministerio de Estado le dejara actuar así, pero también que los temas relacionados con Asia atrajeron en muy pocas ocasiones la atención de los altos cargos ministeriales y, por ello, la autonomía de actuación de los diplomáticos residentes fue mayor.
2.2. Militarismo y Orden Nuevo (1936-1945)
Este período fue especialmente violento, con cuatro guerras que afectaron directamente a la relación de España con Asia: la chino-japonesa, la civil española, la europea y la del Pacífico. Además, fueron “guerras totales,” en las que la lucha en el frente de batalla era meramente una parte de ese choque generalizado, donde se buscó también acabar con la capacidad económica del enemigo o con su moral de combate, ya fuera depreciando la moneda o provocando rumores. En este contexto, las relaciones hispano-japonesas adquirieron repentinamente una importancia inusitada por el papel que desempeñó la propaganda.
Tras estallar la guerra civil española en julio de 1936, y sobre todo cuando, un año más tarde, hizo lo propio la sino-japonesa, chinos, japoneses y españoles, tanto republicanos como nacionales prestaron una atención inusitada a la guerra contemporánea que se desarrollaba en el otro extremo del continente eurasiático, como se decía entonces. Unos y otros propagaron que el otro conflicto era semejante y se reflejaron en la lucha, a pesar de las diferencias. Los franquistas propagaron que la disputa en China también era contra el comunismo y su simpatía hacia los militaristas japoneses les hizo percibir a todos los chinos como comunistas, aun cuando los principales asesores militares de Jiang Jieshi (Chiang kai-chek) y el Partido Nacionalista Chino o Guomindang eran alemanes e italianos, y las ideas totalitarias estaban muy presentes entre sus militantes. Entre los republicanos españoles, la lógica fue semejante, tal como reflejan algunos halagos en la prensa anarquista a Sun Zhongsan (Sun Yat-sen) y a Jiang Jie-shi. Y los comunistas chinos fueron quienes más utilizaron la “otra” guerra para su estrategia política, porque galvanizaron a sus tropas con eslóganes como “No pasarán”, y utilizaron el ejemplo español para proponer a los nacionalistas del Guomindang la defensa conjunta de Hankou, la capital donde se habían instalados tras ser expulsados de Nanjing, y evitar que les siguieran atacando. Lo nacionales de la península ibérica pensaron que las victorias niponas en China les beneficiaban directamente, y viceversa.
La España franquista comenzó a andar en Asia de la mano de la Italia fascista, en una suerte de subordinación mutuamente beneficiosa, porque ayudaba a Roma en su status de gran potencia mientras que la España franquista solventaba su carencia de medios en un área donde no le importaba aparecer como subordinada. Además, la Italia fascista era otro régimen devoto de la propaganda que buscaba realzar su presencia en Japón. El primer resultado fue el reconocimiento del gobierno de Franco por Japón (1/XII/1937) gracias a que los italianos aceptaron reconocer el Manchukuo (30/XI/1937), una decisión que hasta entonces sólo había sido tomada por El Salvador, el Vaticano y el propio Japón, y que acabó arrastrando a la Alemania de Hitler (12/IV/1938). Después, tras acabar la guerra civil, la Italia Fascista siguió teniendo un papel clave para la instalación de la diplomacia franquista en China.
En los primeros años de la guerra mundial, la España de Franco y el Japón militarista tuvieron una posición paralela. Unidos primero por medio del Pacto Antikomintern (1936, al que Madrid se adhirió en 1939) y después por el Tripartito (1940, al que Madrid se adhirió apenas un mes después, pero en secreto), Madrid y Tokio tenían claras sus preferencias pro-Eje, pero no participaban directamente en la refriega europea. Ello llevó a que en diciembre de 1941, tras el estallido de la guerra contra Estados Unidos, el Ministerio de Asuntos Exteriores, dirigido por Ramón Serrano Suñer, prestara a los nipones la ayuda más importante por parte de un país neutral: representar sus intereses y los de sus súbditos en los países enemigos y obtener información de inteligencia. Además, en el escenario más importante, todo el continente americano y en especial en Estados Unidos. La marcha de la guerra obligó a modificar esta política y desde 1943 el conde de Jordana utilizó las tensiones con Tokio para compensar las proclividades hacia Berlín mientras que al morir este, José Félix de Lequerica, en 1945, tentó declarar la guerra e incluso mandar una División Azul contra Japón para entrar en la Conferencia de San Francisco, prolegómeno de la ONU. España, por tanto, canceló la representación de los intereses nipones mientras dejó a la prensa especular con las posibles represalias contra Japón por las masacres cometidas en Manila, pero Londres y Washington se mostraron desconfiados ante las sugerencias españolas (el gobierno británico declaró que, si quería entrar en guerra, lo hiciera contra la Alemania de Hitler) y, finalmente, España se limitó a romper las relaciones diplomáticas con Tokio, pocas semanas antes de iniciar una campaña preciándose por haber mantenido la neutralidad a lo largo de todo el conflicto.
En apenas dos años, el gobierno de Franco dio un giro especialmente brusco, de la amistad y la admiración al odio y la declaración de guerra. Para explicarlo, es necesario recurrir al proceso de decisiones sobre Japón, en donde, a falta de especialistas, llevaron la batuta los generalistas como el almirante Carrero Blanco o el propio general Franco, quien sólo podía entender a los japoneses asociándolos a otros “orientales”, los marroquíes. La propaganda y la necesidad de modificar el marco cognitivo hicieron el resto. Si en unos años se recurrió a las imágenes positivas, después no se crearon unas nuevas, sino que pasaron a utilizarse otras que antes habían estado simplemente dormitando, pero no olvidadas. Y si pudieron volver con tanta fuerza fue porque el sentimiento de superioridad racial español frente a los japoneses ayudó a despreciarles como “orientales.” La guerra del Pacífico fue más cruenta que la de Europa porque tuvo un componente racial que tampoco faltó entre los españoles, aunque no lucharan directamente.
2.3. La otra puerta trasera (1945-1975)
El final de la guerra del Pacífico marca el punto más bajo de la relación española con Asia oriental, porque mientras el régimen de Franco era marginado, los intereses privados que habían impulsado la relación en el siglo XX habían quedado muy debilitados. La imagen de España salió malparada de la Guerra del Pacífico por su antigua amistad con los nipones y el Guomindang chino suprimió la delegación franquista en 1946. En Filipinas, además, los destrozos materiales, la gran cantidad de muertes en la comunidad española y la impopularidad de Japón disminuyeron la fuerza de los pilares previos de la relación. La paz mundial, en definitiva, no sólo retrotrajo el interés de las relaciones a los niveles previos a la guerra, sino que lo empeoró al desvanecerse el antiguo impulso desde Filipinas. A lo largo de la dictadura franquista, Asia vio de nuevo limitado su papel a ser un escenario para las relaciones con países más importantes.
La posguerra mundial proveyó pronto las bases para esos objetivos indirectos, si bien con parámetros diferentes. Por un lado, las órdenes religiosas se convencieron de que era el momento de cristianizar los países de la zona y destinaron a Asia un buen porcentaje de esfuerzos, y además contaron con el apoyo del gobierno durante un buen número de años, porque el general Franco siguió pensando en la conversión masiva de Japón, al menos, hasta 1959. Por el otro, Asia se convirtió pronto en un escenario privilegiado de la Guerra Fría, primero con la victoria del Partido Comunista Chino en 1949, en medio de un auge guerrillero por toda la región y después, en 1950, con el estallido de la Guerra de Corea. Estos avances enemigos en Asia tuvieron un sabor agridulce para el régimen franquista, porque ayudaban a valorar su importancia como baluarte bien protegido geográficamente frente a una posible invasión soviética. De esta forma, el régimen franquista pasó a ser concebir Asia como una “puerta trasera” para que Washington cambiara su política de oposición, tanto a través del contacto directo con sus funcionarios en la región como por las relaciones con los regímenes anticomunistas. La posibilidad de dialogar y convencer a los funcionarios estadounidenses sin una opinión pública opuesta fue una ventaja importante del régimen franquista en Asia, para la que contaron además con el apoyo de entorno del Cuartel General de Douglas C. MacArthur, en especial del general Charles A. Willoughby, jefe de su servicio de información.
Por otro lado, España mejoró relaciones con los principales aliados de Estados Unidos en la zona: Filipinas (tratado de amistad bilateral en septiembre de 1947), Japón (tratado de amistad en 1952) y Thailandia (tratado de amistad, comercio y navegación en 1952). Así, el reconocimiento internacional del régimen de Franco, tras reanudar las relaciones con los Estados Unidos en 1953, fue en parte debido al aprovechamiento tan intenso de la percepción de amenaza en Asia. De hecho, estos esfuerzos pueden ser considerados como otra “política de sustitución” franquista (es decir, atender a actores secundarios -Iberoamérica y al mundo árabe- para compensar los desplantes de los gobiernos occidentales), aunque caracterizada por su brevedad (sólo tuvo lugar a principios de la década de 1950), por buscar apenas la aceptación de la España de Franco, por centrarse en exclusiva en Washington y por no excluir el uso de la guerra: Madrid quiso enviar soldados a Corea del Norte, a pesar de que ni siquiera era miembro de las Naciones Unidas.
El resto de la relación con Asia Oriental hasta el fin del franquismo trascurre en medio del aumento del número de países independientes: el régimen estuvo bien atento también a las luchas de liberación en el sudeste de Asia, sobretodo a la caída de Sukarno en Indonesia o la victoria del Vietminh en la guerra de liberación vietnamita. A pesar de que Asia fue un escenario privilegiado de la Guerra Fría, Franco se resistió a utilizar esta interpretación y prefirió mantener sus antiguas visiones orientalistas. Así, recibió al rey Shihanuk de Camboya en 1958 aunque acababa de visitar a países del Este y, sobre todo, estableció relaciones diplomáticas en 1973 con la República Popular China producto, en parte, de una admiración por Mao Ze-dong -y por el líder nacionalista vietnamita Ho Chi Minh- y por la pervivencia de las imágenes creadas durante la Guerra Civil, cuando todos los chinos eran vistos como comunistas anti-japoneses.
El franquismo de la posguerra, por tanto, puede considerarse como el punto más bajo del interés español por la región, mientras que los intereses de los grupos oligárquicos hispano-filipinos habían perdido su importancia. Pero la importancia de Asia ya no podía ser ignorada.
2.4. Asia y la política exterior democrática (1977-2000)
La democracia ha desencadenado cambios importantes en la política exterior española, tanto en los objetivos como en su tratamiento y en el propio concepto de política exterior. Así, junto a una creciente presencia en el mundo y una imbricación cada vez más intensa en los organismos internacionales, el proceso de decisiones y los objetivos se han descentralizado y diversificado, tanto por la participación de comunidades autónomas como de unas empresas españolas con una presencia internacional cada vez más extendida. Asia, por su parte, ha adquirido una importancia creciente en la sociedad internacional, tanto por ser la región con el crecimiento económico más significativo como por incluir los dos países que han sido vistos como la principal amenaza a largo plazo para la hegemonía estadounidense, Japón hasta la década de 1990 y China después.
La política española hacia Asia, no obstante, ha seguido siendo reactiva, producto de impulsos ajenos. Junto con algunas iniciativas personales, como el interés promovido por el primer ministro socialista Felipe González (que la sociedad española limitó al interés por los bonsáis y por los refranes de Deng Xiaping), el principal acercamiento español a Asia llegó a través de la Unión Europea, que a partir de la cumbre de Essen de 1994 ha desarrollado una estrategia asiática como alternativa a la impulsada por Estados Unidos, centrada en el foro APEC (Asia Pacific Economic Cooperation), en donde se reúnen todas las áreas económicas ribereñas del Pacífico (desde Taiwan a Australia, México, Perú o Estados Unidos) y con unos objetivos iniciales puramente arancelarios. En contra, el proceso ASEM (Asia Europe Meeting) impulsado por Europa esta más centrada en el partenariado, en promover el dialogo político y en mejorar la imagen de conjunto, habiendo establecido para España un marco amplio para impulsar las relaciones bilaterales, aunque todavía queda mucho por hacer.
El principal impulsor de la relación con Asia, no obstante, ha sido el creciente déficit comercial. Históricamente, el comercio con Asia había sido deficitario, pero el crecimiento fue cada vez más preocupante en la década de 1990 y la crisis de 1997 hizo que saltaran las alarmas. Si en la década de 1990 las exportaciones se mantuvieron en torno a los 4.000 millones de dólares, las importaciones pasaron de los 9.000 a los 15.000 millones de dólares, y la crisis financiera de 1997 provocó que las tasa de cobertura española del comercio con Asia cayera del mitad de valor a apenas un tercio, con niveles alarmantes en algunos países, como Corea del Sur, en donde bajó del 41.9% en 1997 al 9.1% al año siguiente. La administración, por supuesto, había puesto en marcha ya algunas iniciativas dedicadas a la exportación, tales como las ferias Expotecnia, Expohabitat, o Expoconsumo, con características distintas en función del desarrollo económico del país, pero el agravamiento del déficit hizo necesaria una acción global.
3. EL SIGLO XXI: los planes Asia
Obligado por ese déficit creciente y azuzado además por la necesidad de diversificar riesgos tras el desembarco inversor en América Latina, el gobierno de la segunda legislatura del Partido Popular de José María Aznar comprendió la necesidad de elaborar una estrategia amplia. La administración española se decidió a impulsar la relación con Asia y con este bagaje nació el Plan Marco Asia-Pacífico 2000-2002: interés básicamente económico, escasas ideas centradas en un aumento cuantitativo de la presencia de España en la región y poco presupuesto. Era un plan improbable, pero se ha convertido (prorrogado dos años más) en el eje del acercamiento con la región, en especial a raíz de la puesta en marcha de Casa Asia, una institución elaborada a partir del ejemplo de la Casa de América pero con unos objetivos más amplios, con departamentos de economía, de enseñanza, de conferencias y de arte. Instalada en Barcelona, Casa Asia también se ha beneficiado del empuje de la región con la relación más intensa y comprehensiva de toda España, mientras que la implicación de la Generalitat de Catalunya y del Ayuntamiento de Barcelona favorecieron la transición política en 2004, tras la victoria electoral del Partido Socialista Obrero Español.
En 2004, el Plan de Acción Asia-Pacífico ya mostró no sólo una claridad mayor en los objetivos a conseguir, sino una concreción realista sobre fechas y unos presupuestos aprobados dentro de los propios ministerios que han sido continuados con el nuevo plan sacado a la luz en la segunda legislatura del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, el Plan Asia Pacífico 3. Una buena parte de los objetivos han sido cumplidos, en particular los referentes a apertura de oficinas y en conseguir unos medios para la actuación en Asia comparables a los de otros países.
La relación comercial, por otro lado, sigue sin mostrar signos de revertir la tendencia de los déficit crecientes de las últimas décadas, aunque el año 2005 si supuso un salto cualitativo, con la inversión de 240 millones de euros de Telefónica en China, incrementados ampliamente no sólo por esta misma empresa sino también por otras multinacionales españoles, como el BBVA en el CITIC Bank y en sectores muy diversos. La crisis subprime ha establecido un paréntesis que impide prever claramente la evolución futura, pero la disminución del desequilibrio comercial y las previsiones inversoras de las grandes empresas permiten ser optimistas.
España, en definitiva, ha vivido buena parte de la época contemporánea (al menos, hasta la II Guerra Mundial) asociando Asia con Filipinas, mientras que las percepciones han suplido la ausencia de contactos. Ello ha tenido consecuencias interesantes, porque las transformaciones perceptivas, al contrario que con otras regiones, han precedido a los cambios políticos. Al igual que en períodos anteriores, ha habido oportunidades perdidas, pero el empuje actual permite vislumbrar un futuro donde las percepciones vean reducido su importancia al nivel de otras regiones. Falta tiempo aún para ello, porque se necesita que los futuros Planes Asia cambien del enfoque cuantitativo actual al cualitativo: ya no hacen falta más oficinas, sino un número de especialistas comparables con los de otros países.
4.- CENTROS DE INVESTIGACIÓN ESPAÑA
Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. La colección más extensa de documentos para poder investigar, con una biblioteca que adquiere regularmente o recibe por donación las obras de los investigadores que han pasado por el centro. Es necesario consultar no solamente las embajadas españolas, sino también los distintos consulados y resulta muy conveniente también los expedientes personales de los diplomáticos acreditados. El Archivo General de la Administración conserva, en teoría, los fondos de más de veinticinco años, aunque en la práctica la división se ha hecho por fondos documentales. De esta forma, han recibido los fondos de Legaciones y Consulados, mientras que la documentación más interesante (secciones de Política) generada en el ministerio suele permanecer en el Archivo General. Algunos fondos están catalogados y otros permanecen tal como se enviaron desde la representación. Otros fondos de otras dependencias también contienen documentación relativa a la relación con Asia. Para el siglo XIX el fondo más importante era el del ministerio de Ultramar, que se quemó durante la Guerra Civil. Para el siglo XX, el archivo tiene fondos de la Secretaría General del Movimiento, que tuvo delegaciones del servicio exterior de Falange en China, Japón y Filipinas. Archivo de Palacio Real. La importancia de la consulta de sus fuentes sobre Asia es obstaculizada por los criterios de administración de carácter cronológico, temático y alfabético, de forma indistinta. Predomina la documentación sobre la Revolución Filipina (1896-98) pero también lo hay sobre negociaciones con otras potencias y correspondencia con familias reales de Asia, que también es posible encontrar en el Archivo de Exteriores. Archivo General de Indias. Hay muchas series de documentación que no llegan o paran precisamente en el año 1800, pero otras continúan y van acabando paulatinamente hasta la mitad del siglo, en que ya no se remite ninguna documentación más sobre Asia. Se incorporó a fines del siglo XX la documentación del general Camilo Polavieja, uno de los últimos gobernadores españoles de Filipinas, donada por la familia. Ninguna serie trata específicamente de política exterior, aunque pueden servir para estudiarla, como el caso de las series de Marina (hasta 1823) .Algo parecido ocurre con la Sección Filipinas del Archivo General de la Nación en México, que sólo llega, en el mejor de los casos, hasta las primeras décadas del siglo XIX. Archivos de la Marina. La documentación en el Archivo-Museo don Álvaro de Bazán (Viso del Marqués, Ciudad Real) tiene una buena parte relativa a Filipinas y su presencia en Asia, aunque los fondos relativos a la Micronesia española se encuentran en los Archivos de la Marina en Cartagena. Archivos del Ejército. El Servicio Histórico Militar, fundado en 1939, tiene fondos en su sección de África y Ultramar, referente tanto a las campañas en Filipinas como en Cochinchina y Micronesia, así como el Archivo General Militar, en Segovia. También es posible consultar los expedientes personales de soldados que lucharon en Filipinas o en la guerra de Cochinchina en la sección correspondiente, así como de algunas operaciones militares del siglo XIX en los Archivos del Ejército en la calle Mártires de Alcalá.
Prensa. La prensa tiene carencias importantes en su información sobre Asia, por haber predominado los temas pintorescos y por haber predominado la proyección de la presencia occidental antes que los acontecimientos vividos por los pueblos asiáticos: era tan etnocéntrica como el resto de la sociedad. Otras carencias ha sido la hegemonía de las fuentes indirectas de información, predominando las informaciones de fuente francesa, sobretodo para el sureste de Asia. No obstante, resulta esencial para captar el estado de opinión de los momentos, incluidos los líderes, y para tratar un aspecto fundamental en las relaciones, las percepciones. Ocasionalmente, ha recogido crónicas de residentes, españoles o hispanoamericanos, mientras que los viajes de escritores han dado lugar sobre todo a libros (Vicente Blasco Ibáñez, Pérez de Olaguer, etc), y sólo desde la segunda mitad del siglo XX ha habido corresponsales destacados de los periódicos (ABC en los años 70 desde Hong-Kong, El País y La Vanguardia en la década de 1980 y principios de 1990). Esta presencia ha sido discontinua, hasta el punto de que en el año 2000 sólo la Agencia EFE tenía oficinas en Asia (Beijing, Tokio, Hong Kong y Manila cubriendo el sureste de Asia). Las dos únicas revistas dedicadas a la región son el Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, desde 1964, y la Revista Española del Pacífico, desde 1990.
Ordenes religiosas. El cuidado y la localización de sus archivos varía. Los Agustinos tienen escasa documentación en el Archivo de la Provincia Agustiniana de Filipinas (Valladolid) y, sobre todo, previa al siglo XIX, aunque cuentan con la mejor biblioteca sobre Filipinas en España, convenientemente incrementada cada pocos meses con envíos de publicaciones desde otros países, incluido desde Filipinas y, desde la década de 1990, con algunos títulos en tagalo. Su Museo Oriental realiza periódicas exposiciones de temas asiáticos utilizando buena parte de sus fondos. Los Agustinos Recoletos guardan sus archivos en su convento de Marcilla, Navarra. Los Franciscanos los guardan en su Archivo Franciscano Ibero-Oriental de Madrid, excelentemente catalogados. Los Dominicos han sido los religiosos con una presencia más extensa, tanto antes como después de 1898, y en Filipinas han tenido una influencia crucial, no solo por la Universidad de Santo Tomás y el resto de institutos, sino porque de allí provenían la financiación e inversiones que permitían la presencia en Asia. Los misioneros destinados a la región llegaban primero a Manila, donde aprendían lenguas y se aclimataban hasta recibir el destino definitivo. En Japón, tas haber salido en 1637, volvieron a la isla de Shikoku (四国) en 1905; la prefectura Apostólica de Taiwan se erigió en 1913; en China, su misión permanente se remonta a 1632, con su vicariato apostólico, centrado en la provincia sureña de Fujian, perdurando hasta 1954; en el actual Vietnam se instalaron en 1676, tras la creación de su Vicariato Oriental, que se desgajó posteriormente en diferentes partes. La documentación principal de los Dominicos está en Filipinas, pudiéndose consultar en la Universidad de Santo Tomás de Manila, tras haber sido catalogada gracias a los fondos de la Agencia España de Cooperación Internacional, aunque quedan pocos documentos. Su archivo en España, en el convento de Santo Tomás (Ávila) tiene poca documentación, pero se pueden encontrar las colecciones completas de sus revistas. La documentación más difícil de recopilar es la de los Jesuitas, en parte porque la tienen dividida entre Roma y España y además porque falta un archivo unificado y la tienen las distintas secciones, predominando las que han mandado más religiosos a la región. Una parte de la documentación del extinto Consejo Superior de Misiones se encuentra en los Archivos de la Conferencia Episcopal de Madrid, aunque el resto no se ha podido localizar, pensándose que quedó en manos de algún personaje clave, como el padre Lejísima. Roma alberga un buen numero de Archivos de órdenes religiosas, como el de los Agustinos Recoletos (en la Curia general) o de los Jesuitas, en el Archivo Romano de la Compañía de Jesús (ARSI, por la siglas en latín). Entre el resto de archivos privados, los mas importantes son los de la que fue principal empresa en Filipinas, que llegó a ser la segunda en personal después de la administración publica, al Compañía General de Tabacos o Tabacalera. Se encuentran en el Arxiu Nacional de Catalunya, aunque es precisa la autorización previa de los propietarios, que ha pasado a ser la compañía Altadis.
Asia
Filipinas. Los Philippine National Archives es de suponer que mantienen una gran cantidad de documentación sobre los contactos exteriores desde Filipinas, de los cuales se sabe bien poco. La habilitación de Filipinas contribuyó a financiar la estructura consular, proveyó ocasionalmente de barcos a los enviados extraordinarios y envió los ejércitos que atacaron la costa central vietnamita y avanzaron hasta Camboya en la llamada Guerra de Cochinchina, pero no se ha estudiado aún. Se pueden encontrar, por ejemplo, las disposiciones legislativas, cedularios y consultas, o los protocolos notariales o los censos de los vecinos chinos (Padrones de Chinos) desde 1835. Tiene también una sección, Cónsules, con los expedientes de pasaportes y las cartas de los cónsules españoles en Asia. El proyecto de catalogación del Archivo Nacional de Filipinas financiado por la Agencia de Cooperación y llevado a cabo por el CSIC es de esperar que saque a la luz mucha documentación hasta el momento muy escasamente accesible.
China. El mas importante es el Archivo del departamento previo a lo que luego se convertiría en ministerio de Asuntos Exteriores chino, el Tsunli Yamen, cuya documentación se conserva en el Instituto de Historia Moderna de la Academia Sínica (Taipei), cuya documentación está catalogada en dos libros, en lengua china. Hay información sobre el tráfico de culíes a Cuba, Perú, etc, así como sobre chinos en Filipinas. En la Republica Popular China, la escasa documentación disponible se encuentra en el Archivo de Palacio de la Ciudad Prohibida, donde principalmente se encuentra documentación protocolaria de familias reales. La documentación sobre las relaciones entre Taiwán y la España franquista también se encuentra en el Archivo de Guomindang en Yangminshan (Taipei), con algunas series abarcando años del periodo nacionalista y también en el ministerio de Asuntos Exteriores de la República de China (Taiwan).
Japón. La documentación del Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (外務資料館) y de otros departamentos ardió en su mayoría en los últimos días de la guerra del Pacífico. Por ello, actualmente solo es posible consultar documentación que se salvó, como algunas series referentes a la guerra civil y a los años 1943 y 1944. El Japan Center for Asian Historical Records permite consultar por internet una buena parte de estos documentos accesibles. www.jacar.go.jp
La prensa publicada en Asia en español. La Gaceta de Manila es la publicación española en Asia de vida más larga, desde 1861 a 1898. Hasta el estallido de la Guerra del Pacífico, hubo periódicos importantes publicados en español, entre los que destacaron el Diario de Comercio, y El Debate y La Vanguardia, que se mantuvo durante la ocupación japonesa. En la posguerra, el diario más duradero, aunque con una tirada mucho menor, fue La Voz de Manila, del que se puede consultar copia en el Lopez Museum de Manila. Revistas. Hay algunas revistas de carácter bilateral, destacando las editadas por las órdenes misioneras, como la dominica El Correo Sino-Annamita o Desde Japón, por los jesuitas durante la posguerra. De carácter político, en Filipinas se publicó varias revistas, una excelente que perduró hasta 1941 fue Democracia (desde 1939, Democracia Española, incorporando textos en inglés) y, por parte de los nacionales, los falangistas publicaron Yugo, mientras que los grupos tradicionalistas editaron Arriba España y boletines diarios de noticias sobre la guerra civil. La bibliografía publicada en España relativa a temas asiáticos está en buena medida en la Biblioteca Nacional, algunos de estos libros habiendo sido digitalizados para las colecciones de CD-Rom de la Fundación Tavera. (www.tavera.com)
El MARC (Micronesian Area Research Centre, asociado a la Universidad de Guam) es el centro principal para la documentación sobre esta región, tanto la generado a en Oceanía como en España o México, que se ha recopilado en un solo centro.
5. OBRAS DE REFERENCIA
– Beltrán, Joaquin, Monográfico dedicado a Migraciones y Relaciones Internacionales entre España y Asia. Revista Cidob d’Affers Internacionals, 68, Dic-2005/Ene-2005.
– Borao, José E. España y China, 1927-1967. Taipei, Central Book Publishing, 1993. 283 pp.
– Bregolat, Eugenio, La segunda revolución china. Una década como embajador en Beijing. Barcelona, Destino, 2007
– Bustelo, P. et al. (2005). España y Asia-Pacífico. Materiales del grupo de trabajo Asia-Pacífico del Real Instituto Elcano, (Fernando Delage, Augusto Soto, Amadeo Jensana, Jacinto Soler, Taciana Fisac, José Eugenio Salarich). Documento de Trabajo 2005/14. Real Instituto Elcano www.rielcano.org
– Elizalde, Mª Dolores, ed., Las relaciones entre España y Filipinas. Siglos XVI-XX. Madrid-Barcelona, CSIC-Casa Asia, 2002.
– Hidalgo, A. Relaciones económicas bilaterales entre España y Corea. Una oportunidad para crecer conjuntamente. Madrid: Real Instituto Elcano, 2007.
– Pilapil, C. R., “The Far East” en Cortada, J. W. (ed.) Spain in the twentieth century World. Essays on Spanish Diplomacy, 1898-1978. Westport, Conn, Greenwood Press, 1980. pp. 213-234.
– Rodao, Florentino., Franco y el imperio japonés. Imágenes y propaganda en tiempos de guerra. Barcelona, Plaza & Janés, 2002. 669 pp.
– ___ Españoles en Siam (1540-1939). Una aportación al estudio de la presencia hispana en Asia. Col. Biblioteca de Historia, 32. Madrid, CSIC, 1997. 206 pp.
– Solano, Francisco de, Florentino Rodao y Luis E. Togores (ed.).- El Extremo Oriente Ibérico. Metodología y Estado de la Cuestión. Madrid, Agencia Española de Cooperación internacional- Centro de Estudios Históricos, CSIC, 1989. 661 pp.
– Togores, Luis E.- Extremo Oriente en la política exterior de España (1830-1895). Madrid, Iberoamericana, 1997.
– VV.AA: Las relaciones contemporáneas entre España y Japón. Numero monográfico de Revista Española del Pacífico. Vol. V, 1995. 316 pp.
– VV.AA. Anuario Asia-Pacífico. Publicación anual desde 2004 disponible en la web www.anuarioasiapacifico.es