Florentino Rodao
Manila, 21-23 de agosto de 1996
El 21 de agosto de 1896 comenzó de la insurrección de los Katipuneros contra la dominación española en Filipinas, que posteriormente se convirtió en una revolución y llevó a la fundación de la breve primera república asiática independiente, la de Malolos, en 1898. Con este motivo, Filipinas ha deseado conmemorar con un gran congreso internacional esta labor pionera en Asia en cuanto a desarrollo de un sentimiento nacional y el título ha sido «The Philippine Revolution and Beyond».
Ha sido un congreso en el que los intereses políticos han predominado sobre los puramente académicos: el propio presidente, Fidel V. Ramos, inauguró las sesiones, el comité organizador ha estado dirigido por el que fuera Vicepresidente con Corazón (Cory) Aquino, Salvador (Doy) Laurel y el último día hubo un almuerzo con el vicepresidente malaysio, Anwar Ibrahim, en el que habló de los valores asiáticos. La llamada Revolución Filipina (insurrección tagala, según las fuentes contemporáneas españolas) es motivo de orgullo y banderín de enganche para el nacionalismo filipino y a los españoles, por razones obvias, nos ha tocado un papel escasamente deseable, que recuerda al que es asignado a los japoneses en Corea. Posiblemente los franceses jugaron un papel semejante para la España de comienzos del siglo pasado, pero de cualquier forma da la impresión que es una etapa necesaria la que están pasando algunos de estos países en el proceso de formación de una identidad nacional.
Impulsado el congreso por esa necesidad nacionalista, han abundado los errores históricos y las apreciaciones exageradas, sobre todo teniendo en cuenta que han participado muchos historiadores aficionados. Un masón aseguraba que fueron las logias las que dieron el sentido de unidad a las dispersas [214] luchas de tagalos, visayas, pampangos, etc; otro aseguraba que la revolución en Estados Unidos y las ideas de libertad fueron claves en las revoluciones mexicanas y filipina; un antiguo rector de una universidad relacionaba el SIDA con la limpieza de sangre y el propio vicepresidente malaysio acababa su discurso con unas presuntas palabras que dijo Rizal antes de ser fusilado, Consummatum est, sobre las que no existe ninguna referencia documental, según se comentaba entre algunos asistentes justo antes de que empezara ese discurso.
El resultado, no obstante, es muy positivo. La amabilidad filipina ha tirado la casa por la ventana y nos ha permitido a los participantes residir en un ambiente inmejorable, al que difícilmente podremos volver si hemos de abonar la cuenta, el Hotel Manila. Testigo de la destrucción de Intramuros en 1945, evitó los bombardeos masivos y la destrucción gracias a que era el lugar donde pensaba residir el General MacArthur, un hombre cuyo prestigio va soportando mal el análisis histórico; sus deseos de notoriedad eran tan grandes que en los numerosos partes de guerra y comunicados de prensa de su Cuartel General aparece él como único héroe. La asistencia de público al congreso ha sido masiva, e incluso se puede decir que ha habido un interés popular: se desarrolló una manifestación cercana para decir que después de cien años la lucha por la independencia continúa. Fue una sensación parecida a la sentida en el 500 aniversario de la caída del Reino de Granada, cuando se celebraron cuatro manifestaciones el mismo día reivindicando diferentes opiniones sobre hechos acaecidos hace tanto tiempo. Los historiadores que la presenciábamos no pudimos esconder una cierta satisfacción por esa respuesta tan masiva, tanto dentro como fuera del recinto; nos hicieron aprecio, luego no hubo desprecio.
La discusión, además, fue viva entre los participantes; Rey Ileto discutió con Milagros Guerrero y las exageraciones a las que son tan propensos algunos aficionados a la historia fueron contestadas. A aquel que habló del paralelismo entre México y Filipinas en la lucha por la libertad le señaló una mexicana que en su país la lucha fue principalmente por el poder -los criollos querían arrebatárselo a los peninsulares y las ideas de libertad vinieron más tarde- y un filipino que, según las cartillas de los katipuneros, los objetivos buscados eran más pedestres: las injusticias, la falta de humanidad o el prejuicio racial de los españoles. Todos pudieron decir sus opiniones y la única censura fue el tiempo. El propio presidente Laurel recibió un fuerte aplauso cuando afirmó que ninguna opinión era censurable y que todo tema estaba abierto a debate.
La participación hispana fue numerosa, incluyendo tanto a España como a Cuba, México y Puerto Rico. Participaron seis españoles; tres religiosos, dos universitarios (una catedrática emérita) y un filipino al que todos consideramos español sin preguntarle su opinión. Fidel Villaroel, O. P., de la Universidad [215] de Santo Tomás, habló sobre Marcelo H. del Pilar y su conversión religiosa; Cayetano Sánchez Fuertes, OFM, del Archivo Franciscano Ibero-Oriental, sobre los Franciscanos y la revolución Filipina e Isacio Rodríguez, del Museo Oriental de Valladolid, sobre por qué y cómo se adelantó la fecha de la revolución filipina al 2 de agosto de 1896. Lourdes Díaz-Trechuelo, Catedrática emérita de la Universidad de Córdoba, habló sobre La Política Española y las Filipinas en el siglo XIX, Antonio Molina, sobre Rizal: «¡UN héroe, finalmente!» y el que suscribe, el benjamín de todos, sobre Las Empresas españolas después de la Revolución. Entre los cubanos, Enrique Baltar Rodríguez, de la Universidad de la Habana, habló sobre El Ocaso de la dominación española en Filipinas y Abelardo R. Cueto, del Centro de Estudios de Asia Oriental, hizo una comparación entre el pensamiento de José Rizal y José Martí. Entre los puertorriqueños, Luis E. González-Vales, de la Academia Puertorriqueña de la Historia, habló sobre la «Espléndida Guerrecita» que supuso la Campaña en Puerto Rico, Lanny Thompson, de la Universidad de Puerto Rico, se refirió a las percepciones de los pueblos colonizados: «Estúdialos, júzgalos y gobiérnalos: conocimiento y poder en los archipiélagos imperiales, 1898-1914», mientras que Luis E. Agrait, de la Universidad de Puerto Rico, tituló su participación: «¿Autonomía e Independencia? Puerto Rico a finales del siglo XIX».
Participó también otro miembro de la Asociación, el francés Xavier Huetz de Lemps sobre los conflictos entre construir chozas de nipa o edificios de piedra como uno de los principales incentivos en el cambio urbano de la Manila del siglo XIX. Asistieron también Qasim Ahmed, el profesor de la University Sains Malaysia, del MARC de Guam viajaron Marjorie Driver y Omaira Torres-Brunal, las dos encargadas de la parte de documentos españoles que quieren preparar un encuentro en esta isla en 1898 y de México asistieron Mª Cristina Barrón, de la Universidad Iberoamericana, y la española y consorcia Mª Fernanda García de los Arcos, además de otros dos profesores y del arquitecto que está encargado de la rehabilitación de los fuertes en Guam, que aprovechó la conferencia para seguir buscando por la costa filipina nuevos restos de la arquitectura hispana en las Islas.
Con ser numerosa la participación hispana, no obstante, se vio empequeñecida por otra persona que, con participar, fue protagonista del Congreso: Mari Mar o Talía. La protagonista de un culebrón mexicano apareció por Filipinas para gozar del inmenso éxito que se ha ganado, entrevistarse con el presidente durante hora y media y dar un concierto justo en los días del congreso. Ciertamente lo ensombreció. Inclusive, un total de 105 participantes en el congreso firmaron un comunicado lamentándose de la atención de la prensa hacia la actriz y cantante, que goza de reputada buena presencia, y de la escasa atención que, por el contrario se ha prestado a la celebración «única en la [216] vida» del centenario del 21 de agosto de 1896, tan importante para el patriotismo filipino. A ninguno de los participantes hispanos nos ofrecieron firmar el comunicado, quizás temerosos de que fuéramos cripto-fans de Mari Mar y nos hubiéramos inscrito en el congreso con la secreta intención de viajar a Filipinas para poder asistir al concierto suyo en el Auditorium Araneta. La pregunta de rigor de los agentes aduaneros a los mexicanos fue en este sentido y, vista la admiración que ha provocado en las islas, algún filipino lo habría considerado normal. En la librería Solidaridad, por su parte, su dueño Francisco Sionil José volvió a modernizar la ruta mientras otros de los más ilustres escritores filipinos, Nick Joaquín, se tomaba unas cervezas con nosotros hablando en español. Nos habló en ese peyorativamente denominado «español de cocina», tal como antiguamente se denominaba al español que hablaban los filipinos; muchos españoles quisieran tener el vocabulario de que nos hizo gala el famoso escritor, a pesar de los muchos años que llevaba sin hablarlo. Digamos de paso que ni Sionil ni Joaquín tienen novela alguna traducida al español, a pesar de que la fama de ambos ha llegado hasta nuestras mismas fronteras: la última traducción de las más de veinte que le llevan hechas a Sionil ha sido al portugués.
La coincidencia de Mari Mar con el Congreso del Centenario fue un recordatorio del mantenimiento de los lazos culturales entre los países hispanos después de cien años del fin de los lazos políticos (entre México y Filipinas, casi doscientos). Este país, siendo una sociedad asiática cada vez más integrada en su región -y por fin comenzando a alcanzar sus tasas de crecimiento económico-, también tiene una parte latina que, si bien es más difícil de apreciar en una vista rápida, le debe hacer mirar con mayor atención al mundo hispano. La fiesta de clausura del congreso volvió a recordar a Mari Mar, al Tex-Mex y a esas semejanzas: una orquesta cantando en español casi la mitad de las canciones, entre cha-cha-chás, boleros y canciones de salsa (no hubo merengue, desconocemos por qué y nos intriga tamaño error, a pesar de que lo solicitamos). Pudimos comprobar en persona que los músicos filipinos son los mejores de Asia y que, también en Filipinas, los bailes de salón están de moda. En el resto de Asia, el Karaoke sigue siendo el rey de la noche.