El 18 de septiembre de 1931 tuvo lugar la explosión en el Ferrocarril Transmanchuriano que dio lugar a la exitosa invasión de Manchuria a cargo de militares japoneses, que en pocos meses conquistaron un territorio inmenso y al año siguiente pusieron en marcha un nuevo país, el Manchukuo. Con esto, el sistema de paz inaugurado tras el final de la I Guerra Mundial, de Versalles, basado en una organización internacional compuesta de naciones libres con fronteras reconocidas saltó en pedazos porque se había desgajado una parte de su territorio a China, que era un miembro nato. 1935 (la invasión de Etiopia), 1946 (La Guerra Civil) o 1937 (El incidente del puente del Marco Polo) son fechas señaladas como el comienzo de la guerra, pero para quien escribe este incidente de 1931 tiene una importancia adicional porque refleja la contribución nipona a la Inspiracion Fascista. Fue la fuerza palingenesia de ultranacionalismo popular característica del Fascismo, siguiendo la definición de Roger Griffin; si para los italianos la Marcha de Roma fue el momento en el que comenzaba la Nueva Italia, y si para los alemanes fue después la llegada de Adolfo Hitler al poder, el Incidente de Manchuria fue lo que para muchos japoneses separó el viejo del nuevo Japón. Lo expresó en 1939 un japonés venido en misión oficial a Barcelona, “Keizico” Inomata, presentado como secretario del ministerio del Interior y de Negocios Extranjeros: “a raíz del problema de Manchuria, años atrás, el viejo Japón ha muerto, naciendo el Japón nuevo. No es fácil explicar en términos que sean fácilmente comprensibles en Occidente, lo que es el nuevo espíritu japonés; pero de una manera general, podría decirse que tiene mucho del espíritu fascista italiano, y no menos del espíritu que Franco encarna. Este nuevo espíritu ha avivado la licha anticomunista en el Japón” (Solidaridad Nacional, 8 Nov 1939)
Tras las victorias militares, llegó ese territorio donde los japoneses podrían hacer ser bienvenidos y construir ese nuevo Japón industrializado cuya economía seria complementaria a la de la metrópoli. Tokio siguió su senda de fascismo particular incidiendo en la expansión territorial antes que Italia, que en un principio se opuso a Japón, y que Alemania, para la que primero fue secundario. Los imperios “proletarios”, como les gustaba denominar a los fascistas, comenzaron con los militaristas japoneses. En definitiva, es un incidente, pero dos dimensiones las que realzan la importancia del incidente, por la ruptura internacional y por la llegada del fascismo a Japón. Y dejan como secundarias las aclaraciones sobre estos hechos: la bomba fue puesta por los propios militares nipones (incluso el museo del Yasukuni cambió las dudas iniciales, reconociéndolo) y las rotundas victorias militares fueron en parte por la retirada de las tropas chinas. Los militares pasaron a detentar la confianza del país de que le llevarían a un futuro mejor… y nos arrastraron a todos al desastre, de una u otra manera.