Una biografía de quien ayudó a la victoria del Eje, gracias a la decisión de Stalin de trasladar sus divisiones al frente occidental tras la operación Barbarroja de Hitler de 1941. Pero además pendenciero, borracho, mujeriego y, sobre todo, un exhibicionista. Sorge vivió al filo de lo imposible cuando las cosas se hacían «a punta de cojones», como definió su colega Alcázar de Velasco. Hizo una gran labor, pero Sorge puso su labor de espionaje en apuros durante muchas parrandas, proclamando incluso su deseo de matar a Hitler embebido en alcohol, ante amantes y embriagados varios.
¿Espías profesionalizados?
Lo más sorprendente es que su labor continuara durante nueve años. Información y capacidad de influir tuvo. Sus informaciones en Moscú llegaban rápido a Stalin, en parte porque su mejor amigo y embajador, Eugen Ott, hablaba de forma regular con Hitler y también porque su principal agente japonés, Ozaki, hacía lo propio con su colega japonés, el príncipe Konoe. Pero no está demostrado que las informaciones y la insistencia de Sorge llevaran a que Stalin moviera al frente europeo sus excelentes divisiones en Manchuria dirigidas por el mariscal Zhukov (cuya estatua está a la entrada de la Plaza Roja), eso ya es otro costal, aunque es factible.
Un producto de la Guerra Fría
Sorge es, sobre todo, producto de la Guerra Fría, de la multitud de documentación que se sacó tras su detención y de los numerosos mensajes suyos que fueron desencriptados gracias a que su radioperador, Max Clausen, entregó los códigos para salvar su pellejo. En los tiempos de las Brujas y de McCarthy, el mito de Sorge se acuñó con tanto telegrama enviado a Moscú sobre el que no se sabe exactamente su impacto. Como con todos los espías, nunca se puede saber el impacto de sus mensajes, porque los decisores difícilmente dicen las razones de sus decisiones y menos aún si son gracias al espionaje.
Atracción por los amoríos
Owen Matthews, en su libro, prefiere ir a la parte mas sustanciosa, la de su vida amorosa y aporta documentación por primera vez, la de las cartas a su esposa rusa, Katia, presumiblemente tan «realidomentirosas» como el resto de la documentación. Jim Richardson me informa de su conexión con Filipinas de cuando vivía en Shanghai a comienzos de los años 1930: su pareja por un tiempo fue la famosa periodista Agnes Smedley. Supuesta agente del Comintern, Smedley visitó Filipinas y se encontró con líderes del Partido Comunista Filipino (PKP). El libro está siendo un superventas, enhorabuena, y como tal se presentó en el mejor blog de historiadores