1991 Fuji, el volcán omnipresente

Un monte sin cordillera

El monte Fuji es una de las imágenes icónicas de Japón. Pero su impacto va mucho más allá, todos los japoneses tienen algún tipo de relación con ese monte, incluso el bosque más famoso para suicidarse, el Aokigahara, asociado con demonios mitológicos desde la antigüedad, está en su falda, al noroeste, junto al lago Sai. El Fuji me ha hecho entender de alguna manera el término «Alpes japoneses», porque no me explicaba cómo en Japón no se han usado nombres genéricos a las cadenas montañosas, hasta que en el siglo XIX copiaron el ejemplo de los Alpes para sus nombres. Y es que con montes como el Fuji, que aparecen de repente producto de erupciones volcánicas, esa idea de una montaña como parte de un conjunto se difumina.

Preparación insuficiente

Era julio y fui con dos queridos amigos de la residencia, el holandés Carolus Vereijken y la portuguesa Teresa da Cunha.  Uno ahora casado con una thai y la otra con la vida, hijos y universidad en México, enseñando en la Universidad Michoacana. Una vez que se conocen otros mundos ya no se puede retornar al terruño como si nada hubiera ocurrido. Cometí el craso error de no prepararme lo suficiente. Apenas me compré unas buenas zapatillas, pero llevaba pantalones cortos y una chaquetita para el fresco acaso. Menos mal que me avisó la señora del café donde quedamos para empezar la subida y no sólo eso: me regaló una cazadora y unos pantalones viejos de su marido. Una de tantas ayudas inesperadas que resultan incalificables.

3.776 metros

 Al empezar, el camino señalaba seis kilómetros y pico para la cima y seis horas. Y pensé: «Nada, hay gente de todas las edades —imagino que por el significado religioso del Fuji—, así que será mucho menos». Al principio, sí, y vimos el atardecer como a 3.000 metros, pero se nos hacía cada paso más difícil. Al final allí nos tumbamos en un refugio en el quinto Torii o puerta, de los nueve que hay en total. Shinto en estado puro: aprovechan la señalización para recordarte esa naturaleza tan poderosa con la que tienes que convivir. Debí conseguir dormir como media hora por el frío que hacía, y eso que me tapé con la cazadora y solo me quité las zapatillas. Lo de que las nubes quedan a tus pies y el sol amanece frente a nosotros es espectacular, pero pasó a ser secundario. Sobre las nueve de la mañana el holandés dijo que se sentía mal y la portuguesa que no podía mover las piernas, que estaba paralítica y que la rescatara un helicóptero. No sabía que decir, lo mejor fue esperar y comer un poco, pero el holandés me dijo que si quería me acabara lo suyo porque él no podía probar bocado. Al rato devolvió lo poco que había comido. Yo no sabía si irme solo a subir el monte o no. Carolus dijo que se iba a echar una hora y después sabría si podría continuar o no. Por lo visto, era el tema de la altura. En Lisboa viven a nivel del mar, y en Holanda incluso a unos cuantos metros por debajo, y yo jugaba con ventaja con mis pulmones habituados a los 600 metros de altura de Madrid.

Ya no pide el helicóptero

Al final, mejoraron Sobre las doce, salimos a subir el monte; yo tenía que ir continuamente esperando a los otros dos, pero al final consiguieron subirlo, más por pura cabezonería que otra cosa. Se dice que hay cola para subir al Fuji, pero más bien es que cuando uno para, los de detrás aprovechan para parar también. Ya contó la ascensión en el siglo pasado, Lafcadio Hearn en El país de los dioses. Relatos de viaje por el Japón Meiji, 1890-1904.

Ramen en la cima

Llegar a la cima es un placer. Hay un santuario y lo que hacemos todos es tomar el ramen calentito. Una experiencia inigualable, pero apenas hay diferencias con la actualidad. Solo que se puede llamar por teléfono, aunque no llamadas internacionales: lo intenté

Mas allá de la subida

Por supuesto, mi relación con el Fuji no se limitó a esa subida y a los días que después no podía andar, como Teresa, que incluso se quedó sin bajar a una fiesta en su propio cumpleaños. Cuando fui con Flochan a sus once años, en 2012, estuvimos cerca, pero además lo tuve enfrente de mí durante 2015, el medio año enseñando en la Universidad de Tokio de Estudios Extranjeros. Mi despacho estaba alto, el 728 y sobre todo en invierno las mañanas eran un espectáculo tras otro. Le acostumbré a esa emoción por verlo diariamente a Flochan: el pósit que me dejó no deja de emocionarme. Luego lo eché de menos. Un 30 de abril hice una foto a las cuatro de la mañana —allí los despachos de la Universidad son como en Estados Unidos, se puede trabajar a cualquier hora— esperando verlo por ser un día despejado, tras casi un mes sin verlo, entre neblinas lluvias y malos tiempos. mostré mi decepción.

Pirineos y cordilleras: una opcion evitable

Es verdad, tiene poco sentido asemejar al Fuji con el resto de montes que lo rodean. No sólo por la diferencia de altura (están a unos 2.000 metros) sino por lo que significa. Los volcanes hacen complicado hablar de cordilleras; en lugar de pensar en el Aneto o en el Mulhacén,  deberíamos de pensar en  el Teide.

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