Foto: Una parte de los cientos de animadoras norcoreanas enviadas a los Juegos de Invierno en Yeongchan, que provocaron incluyendo numerosas referencias a su belleza y simpatía en la prensa surcoreana. Fueron  organizados por Corea del Sur pero protagonizados por Corea del Norte.

 

 

Los últimos juegos olímpicos de invierno son un ejemplo de las oportunidades políticas que ofrecen unos Juegos Olímpicos…o no. El 2017, tras disparar un bueno número de misiles al Océanos Pacífico y probar por sexta vez una bomba nuclear en el subsuelo, el régimen de Corea del Norte dio un brusco giro a favor de la distensión. Tras un mensaje de año nuevo del líder Kim Jong Un abogando por el acercamiento con Corea del Sur, los Juegos de invierno de Yeongchang aceptaron a esos visitantes y atletas inesperados del norte con los brazos abiertos. Y en apenas un mes, la jugada de Kim había salido fenomenal.

 

Corea del Norte fue la estrella de los Juegos de Pyeongchang. Los Juegos mostraron el progreso evidente del olimpismo en facetas tan diferentes como la participación de los rusos a pesar de la prohibición a muchos por dopaje tras los anteriores en Sochi, y por primera vez participó un equipo de mujeres subsaharianas (nigerianas) en bobsled. Pero la victoria propagandista de Corea del Norte fue absoluta. La inauguración fue con atletas de las dos coreas entrando juntos al estadio bajo una sola bandera, como había ocurrido en Sídney 2000. Los anuncios asegurando que serían los Juegos de la Paz fueron ubicuos. El escuadrón de animadoras, formado por cientos de mujeres, una orquesta con cantantes y bailarines y un equipo de demostración de artes marciales de Taekwondo provocaron numerosos comentarios de admiración. Y Kim Yo Jong, la hermana menor del líder máximo Kim Yong Un, llegó incluso a ser piropeada como La princesa de Pyongyang, ciertamente mostrando una naturalidad y un comportamiento personal inesperado. Ganó al vicepresidente estadounidense Mike Pence, de hecho, que estaba con el padre de Otto Warmbier, el joven torturado hasta la muerte por haber sustraído un poster de un hotel. Ni la saludo ni se levantó al desfilar el equipo conjunto coreano, pero los gestos de Pence carecieron de importancia. La celebración conjunta de los Juegos Olímpicos de 2032 se ha puesto sobre la mesa.

 

El interés de Pyongyang por los juegos, sin embargo, no significa que desee su éxito. La Olimpiada de 1988 en Seúl fue boicotea por Norcorea y algunos países comunistas sin enviar ninguna delegación, pero también organizando actividades terroristas, incluido el estallido de aeronaves comerciales. Y Kim nieto no está demostrando ser mejor que sus predecesores. En el plano internacional, una investigación de la ONU recomiende sea inculpado de crímenes contra la humanidad por los centros de internamiento para los opositores o por ordenar ejecuciones como la de su propio medio-hermano en el aeropuerto de Kuala Lumpur. El año 2017, el año anterior a los Juegos de Pyeongchang, sus pruebas de armas nucleares subterráneas y sus misiles capaces (quizás) de llegar a los Estados Unidos, el aliado más importante de Corea del Sur, tuvo un comportamiento recriminable. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ya le había impuesto estrictas sanciones por sus programas nucleares y esas pruebas de misiles y nucleares, hicieron vislumbrar en una solución, siquiera provisional, a la división coreana a la vista de una ronda de negociaciones que acabaron sirviendo de poco. 

 

Los Juegos Olímpicos en Corea hacen pensar en cómo los poderes políticos se sirven del deporte. Pero precisamente este mismo país muestra que puede ser lo contrario, porque los Juegos de Seúl ayudaron a acabar con la democracia. Las manifestaciones masivas previas a los juegos demandando un gobierno constitucional no pudieron ser reprimidas por el dictador, Chun Doo-hwan, como había ocurrido hasta entonces y el régimen pseudo-militar acabó convocando unas elecciones que fueron decisivas, gracias a esa prensa internacional. O no. Porque las ilusiones de paz de 2018 han acabado explotando, literalmente, en menos de dos años. El edificio construido para simbolizar la unificación fue volado con explosivos precisamente para mostrar el final de esa unificación. Cuando se acercan los Juegos de Tokio sólo parece seguro que Corea del Norte volverá a sorprender en maniobras político-deportivo-militares.

Precisamente tenía previsto llevar a mi hijo en 2013 a Japón cuando fueron las primeras amenazas de Kim de lanzar a cohetes atómicos. De hecho, salimos un día por Tokio cuando se cumplía unos de esos plazos recurrentes que nunca se sabe bien cómo reaccionar. Con todo ese panorama, hubo de contarle a mi hijo lo que era un misil y una bomba nuclear. Primero le tuve que decir que era posible que no viajáramos, luego fue un tema recurrente que escuchaba y finalmente, cuando me compré The Economist con un dibujo de Kim apretando el botón nuclear, se lo tuve que traducir. Me tuvo el viaje de vuelta con el artículo, nunca me dijo que lo dejara, aunque se enteraba sólo a cachos, y cuando llegamos al aeropuerto me señaló el botón para parar la cinta transportadora de los equipajes. También amarillo y rojo, como en el dibujo de la revista.

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