Paquito Fernández Ochoa, vencedor en el eslalon masculino  en los Juegos Olímpicos de 1972 en Sapporo.

Los primeros Juegos Olímpicos de Invierno en Asia tuvieron un toque nostálgico, por ser los únicos en los que vencedor logró el oro con esquís totalmente de madera. Pero en España siempre serán recordados por el oro de Paquito Fernández Ochoa. Los españolitos de a pie estábamos acostumbrados a tener alguna que otra medalla de bronce, quizás con suerte de plata. Como tantos otros, aunque apenas tenía entonces doce años, me identificaba con Mariano Haro, ese español bajito y trabajador que había llegado a ser uno de los mejores corredores del mundo gracias a su esfuerzo particular, sin apenas apoyo oficial. Su cuarto puesto en la carrera de 10.000 metros en Muchich’72 quedó en la retina de muchos españoles; apenas sacó un diploma, pero el breve momento en que la lideró fue repetido en multitud de ocasiones. 

Y entre tanta frustración y tanto pensar en nuestra inferioridad congénita, el oro de 1972 en los Juegos de Sapporo fue un revulsivo, inclusive “racial.” Paquito sacó el oro y además en unos juegos de Invierno y además en una de las pruebas más importantes. Impensable, a nadie le entraba en la cabeza, pero ayudo a cambiar la forma de percibirnos a nosotros mismos y a pensar que quizás no estábamos tan mal dotados genéticamente como pensábamos y que nos faltaban cosas más fáciles de conseguir: mejores alimentos, más medios y un gobierno capaz de ayudar a mejorar los resultados deportivos y, por supuesto, el bienestar de la población. Esos replanteamientos a consecuencia de un hecho nimio pero significativo se enmarcaron en los Juegos Olímpicos de Invierno en Hokkaidō, una ciudad asociada desde entonces en España con ese oro y con esa confianza renovada en los genes patrios, por mucho que todos sepamos que no hay razas ni mucho menos están delimitadas por fronteras. Para los jóvenes, Sapporo puede ser la cerveza, pero para los que vivimos ese Oro de Paquito, Sapporo fue un cambio de visión sobre nosotros mismos.

 

Los segundos Juegos de Invierno fueron menos exitosos, no sólo para los españoles, porque Blanca Fernández Ochoa ya estaba mayor, sino para los propios nipones. Hubo algunos detalles interesantes. El campeón de sumo hawaiiano Akebono participó en la ceremonia de inauguración con su cuarto de tonelada de peso y hubo una interpretación del Himno de la Alegría a cargo de Seiji Ozawa. También hubo aportaciones novedosas: snowboard, jugadores sobre hielo profesionales y regresó el curling. Y la tecnología japonesa también dio noticias, como las cámaras en las pistas de patinaje, usadas gracias al aire presurizado y capaces de seguir cualquier parte del cuerpo de los/las atletas en las tablas de snowboard  cuando daban las curvas. 

 

Para encontrar defectos no fue necesario mirar debajo de la alfombra. Ideados durante la época de la burbuja a la crisis económica y la baja asistencia turística se sumó un problema de falta de nieve hasta última hora que obligó a retrasar nueve pruebas, principalmente de esquí alpino. El viejo éxito económico nipón ya había mostrado su óxido tras el estallido de la burbuja económica. Y el derroche de su sistema político quedó evidente con un costoso Tren Bala que apenas justificaba el gasto para los apenas 360.000 habitantes a través de zonas tan montañosas. Se sabe que hubo pagos a miembros el Comité Olímpico Internacional, pero se destruyó la documentación, por lo que no se puede documentar la cuantía exacta.

 

Se preciaron de ser los más verdes, pero eran los tiempos en que había poca presión para ir más allá del postureo. Toda la temática se centraba en el respeto al medio ambiente y en la armonía con la naturaleza y los uniformes totalmente reciclables, incluidos los botones. Una pista se construyó en parte con botellas de plástico recicladas y la de biatlon se cambió para no dañar a un parque nacional, en cumplimiento del protocolo CITES sobre especies protegidas. Pero aunque se rechazaron las presiones de la Federación Internacional de Esquí por elevar la pista de esquí para el descenso masculino, se acabó ampliando.  

 

Quizás un pequeño dato simboliza el momento de esos Juegos de Nagano: el centro de retransmisión, construido en el edificio de una factoría de seda recientemente cerrada. Japón había disfrutado de un casi monopolio de la exportación de seda en el mundo hasta que la invención del nylon en 1939 comenzó a disminuir sus exportaciones. Para esos años ya no había seda que vender, y es comprensible ese cierre. Pero para la desaparición de esa industria tan decisiva apenas se había encontrado una solución temporal. El país apenas podía buscar soluciones sino caminos ya trillados, faltaba la originalidad.

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