Foto: La foto oficial del día de España en la Exposición de Nagoya, el 25 de Julio de 2005, con dos ministros, el de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, y la de Vivienda, María Antonia Trujillo, además de otros altos cargos como la directora de Televisión Española Carmen Caffarel. Aparece la actual vicepresidenta cuarta, Teresa Ribera. Entre tanta gente importante, un servidor, sin pelo por aquel entonces, invitados a una Jornada sobre las relaciones entre España y Japón. 

 

Para entender cómo celebrar y cómo aprovechar las exposiciones para mejorar la imagen del país, comparar el caso japonés con el español quizás es lo mejor. Casualidad o no, España ha seguido necesariamente el paso a Japón en las dos principales exposiciones de los últimos tiempos. Tras la Exposición Universal de Osaka en 1970 hubo varias internacionales y mundiales, pero la siguiente de carácter universal fue en Sevilla en 1992. La Universal de Aichi de 2006 estuvo rodeada de eventos ibéricos; sucedió a la Expo’98 de Lisboa sobre los descubrimientos y fue seguida por la Internacional de Zaragoza de 2008 antes de la siguiente Universal, la de Shanghai de 2010.

La de Osaka fue una nueva muestra del saber hacer nipón en este tipo de eventos, con 64 millones de visitantes, 77 países y un salto cualitativo para la ciudad, tanto por la zona ganada como por convertirse en escaparate de los avances del país en un momento que el mundo entero intentando entender el éxito japonés. La exposición en 2005 fue en torno a la naturaleza y los visitantes superaron las previsiones, 22 millones frente a los 15 esperados. El mamut congelado descubierto en Siberia fue la gran atracción junto con la Expo Super Japan Orchestra, de robots humanoides Asimo avanzando y tocando en conjunto canciones de varios países y con ritmos diferentes. El lema era “La sabiduría de la naturaleza” (自然の叡智, jizen no eichi) y los ideogramas permitieron que se incluyeran varias ideas en el título, Aichi, en un juego con los ideogramas de la prefectura de Aichi (愛知県), donde estaba localizada. Al ideograma de amor, “ai” () que tiene Aichi, se añadió otro sonando como el de la prefectura, pero con significado diferente. De sabiduría () se pasaba al planeta tierra () en uno de esos retruécanos tan frecuentes en la literatura japonesa que en apenas dos silabas se connotan hasta tres y cuatro conceptos. 

 

La arquitectura ha sido clave para realzar los logros artísticos. La espectacular Torre del Sol (太陽の塔; Taiyō-no tō) diseñada por Okamoto Taro fue la imagen más llamativa en Osaka’70 , junto con el pabellón del Museo Internacional de Arte, reutilizado después como sede para el Museo Nacional de Arte de Osaka. España también ha prestado atención y contaba con una Sociedad Estatal de Exposiciones Internacionales para coordinar esfuerzos, pero le ha faltado continuidad. La esfera armilar de ochenta metros de diámetro pensada para convertirse en la imagen para la posteridad de la Expo de Sevilla de 1992 nunca llegó a materializarse, pero Japón sí que construyó un pabellón basado en la madera que provocó colas continuas de visitantes. 

 

Para la Expo de  Aichi, la atención se volcó en el Linimo, un tren maglev, de levitación magnética no tripulado, con un motor lineal y pensado para sustituir a los trenes de metro. con una velocidad máxima de 100 km/h que transporta levitando desde la ciudad. El pabellón de España también fue un éxito espectacular en Aichi’05. El edificio de Alejandro Zaera basado en piezas hexagonales de cerámica, tanto huecas como sólidas y en diferentes tonos del amarillo al marrón oscuro, provocó también colas continuas de espera y se contabilizaron más de mil artículos. Para esa atención ayudaron datos sorprendentes para los japoneses, dese los ejemplos de tecnología española enviada al espacio, ser el primer país donante de órganos e incluso recordar la cantidad de inventos e intercambios llevados por los primeros misioneros en el siglo XVI, como los anteojos. Pero la estrella fueron los cocineros. El listado de pinchos elaborados por chefs españoles fue una de las ofertas más demandadas en la Expo. Además, previamente, varias instituciones realizaron en conjunto una primera encuesta sobre la imagen de España en Japón que servía tanto para la Expo y organismos oficiales como para empresas españolas. Fue complicada porque los japoneses respondían de forma diferente y se hubieron de tomar los datos de nuevo, pero se acabó sabiendo, por ejemplo, que asocian a España al color rojo.

 

Los dos países también han vivido fracasos con sus Expos, pero de distinto tipo. En el caso de Japón, se ha demostrado que la imagen de avances tecnológicos está ya demasiado oxidada. El maglev tuvo varios accidentes sonados con parones por exceder el peso para poder levitar (admitía hasta 244 pasajeros) y cierres frecuentes por razones de seguridad cuando los vientos tenían una relativa rapidez. Aunque no era el primer ejemplo en el mundo, el tren no cumplió las expectativas. Tras la Expo, el tren ha seguido funcionando con pérdidas y la idea inicial de exportarlo a Taiwán no funcionó. Con los robots humanoides de Honda, la canción final acabó también tristemente parecida.  Los ASIMO, o Paso Avanzado en Movilidad Innovativa, fueron poco más allá de ser un pequeño avance. Aunque eran capaces de coger a una persona mayor y bajar escaleras en espacios reducidos, apenas arrastraban los pies: daban un paso, calculaban el balance del peso, daban otro paso y recalculaban ese balance. No lograron dar un salto cualitativo para alcanzar la forma humana de caminar siguiendo las leyes de la biomecánica. Y a pesar de la publicidad que recibieron y las expectativas que suscitaron, Honda los dejó de fabricar en 2018.

 

La creatividad no falta en los esfuerzos españoles, sino ser capaces de seguir transmitir de forma continuada un mensaje adaptado al mundo asiático. Manuel Sánchez, antiguo director de la Oficina de Transferencia de Tecnología (SBTO), y uno de los españoles que mejor conocían Japón y los japoneses en esos momentos fue el director del pabellón en Aichi, pero fue destituido, con una refriega posterior que llevó a sospechar de todo aquel que hubiera tenido relación con Sánchez. Además, desde entonces pasó a importar más la imagen general de España que la adaptación al público japonés, y el papel del director del pabellón quedó relegado. Es algo frecuente en las legaciones y misivas autonómicas en Asia, suelen importar más las noticias en España que el impacto allí. Las actividades dependen más de favores e intereses en la península que un esfuerzo para ampliar el mercado asiático para los productos españoles: el día que estuve cantaban unas veinte personas traídas de la comunidad de Madrid ante unas treinta personas de público en total. Llevaron también numerosos conciertos de hip-hop, pop y rock, para los que el público familiar de la Expo no era el más apropiado; y aunque algunos repitieron concierto en salas minoritarias de Tokio, el resultado pudo haber sido mejor. En la visión española de Asia sigue habiendo un tufo a orientalismo, percibir a los asiáticos ante todo como tales asiáticos más que como personas con unos intereses y gustos que cambian según la edad o el status social, y eso se refleja en el predominio de los generalistas sobre los especialistas. La imagen de España no se adapta a los mercados asiáticos.

 

España, además, derrochó en exceso. Se vivía una época de vacas gordas y tanto en el Pabellón de Aichi como en el de Shanghai 2010 se pudo haber utilizado mejor el inmenso presupuesto con el que se contó. Por ejemplo, no se quiso utilizar ni a los hispanistas japoneses ni a los japonistas españoles. Y para colmo, cualquier ganancia se fue al garete con la cancelación a última hora de la visita del presidente del gobierno, aunque mantuvo el viaje a China. No sirvió que mandara a la Ministra de Vivienda para compensar. En unas relaciones en las que importa tanto la percepción, errores de ese tipo pueden parecer triviales, pero echan abajo esfuerzos de años. Mejorar la imagen es un proceso muy largo que puede ser desbaratado de forma inmediata. Lo saben bien los japoneses, todavía están pagando por sus excesos bélicos.

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