Foto: La taxista que me llevó los ochenta kilómetros entre el aeropuerto de Narita y Tokio. Fue una doble sorpresa, que fuera una conductora, pero sobre todo el precio de la tarifa, 25.000 Yenes. Porque la otra vez que había viajado en taxi fue al llegar, en 1990, cuando el precio de la carrera fueron 66.000 yenes.
El precio de una carrera de taxi ayuda a entender la economía japonesa, porque para explicar esa bajada a un precio menor a la mitad primero es preciso entender porqué los precios se mantienen estables y segundo las razones de esa bajada en los taxis.
Los precios son tan estables. Tras la paz, la inflación estaba desbocada, un 539 % el primer año, un 256 % el segundo y un 127 % el tercero, pero después se estabilizaron, incluso a pesar del auge económico. Durante décadas, las máquinas de teléfono funcionaron con monedas de 10 céntimos y las bebidas de las máquinas de la calle costaron 100 Yenes. Lo mismo con los transportes; la forma más barata para viajar a Tokio es algo menor a mil yenes por línea privada desde la estación de Nippori y por la JR (Japan Railways) es algo más caro, en trenes que apenas hacer unas paradas antes del aeropuerto. Y los trenes directos al aeropuerto, pensados para turistas con mensajes en inglés, como el Narita Express, tienen un precio semejante al de los autobuses, en torno a los 3000 yenes. La subida del Yen ha supuesto incluso el abaratamiento de los productos importados, el llamado Endaka (Yen alto), aunque los precios de los transportes han subido en los últimos, pero la gente los tiene memorizados.
Que la tarifa del taxi haya bajado a menos de la mitad tiene otra explicación: los sobrecostes del “Japón de la burbuja.” El sector del taxi tenía numerosas regulaciones y costes adicionales, desde el precio de las licencias o las revisiones periódicas a unos salarios de los conductores cercanos a los 10 millones de yenes anuales, a pesar de no ser un empleo especializado. Algo parecido ocurría con las empresas japonesas, que debían soportar costes adicionales provocados por regulaciones administrativas, en parte para dificultar la entrada de empresas extranjeras. El estado favorecía fiscalmente, por ejemplo, que las compañías compraran y mantuvieran terrenos, ayudando a que el precio de la tierra urbana se cuadriplicara entre 1985 y 1989. Estos valores astronómicos provocaron numerosas noticias llamativas, como que el valor del terreno en la ciudad de Tokio había llegado al de todo Estados Unidos y una empresa nipona también pagó el precio más car por un cuadro, Los lirios de Van Gogh.
La imagen de unas empresas japonesas solventes permitió que la confianza en el futuro de Japón siguiera inquebrantable durante unos años, con empresas que incluso se permitían ofrecer compensar por las pérdidas en bolsa. Pero no era así, porque junto con las numerosas empresas mundialmente competitivas, había otras anquilosadas que acabaron lastrando a las innovadoras. El cemento para la construcción, el precio de componentes como los cristales o los metales podían salir hasta un 50% más caros en Japón, además de unas empresas sin competencia con unos costes mucho más altos, como la comida elaborada. Y además de ello, unos costes laborales adicionales, desde billetes de avión a la exquisita atención al público. Para producir un coche, se necesitaba un trabajador en Japón y dos en Estados Unidos, pero para venderlo la situación era la contraria.
La burbuja explotó y hubo que devolver ese dinero que había llegado tan fácilmente. Uno de los cambios más obvios fue la llamada “deslocalización,” sacar la producción fuera del archipiélago. Pero también han bajado muchos sobrecostes y han desaparecidos esas regulaciones que favorecían las compras inmobiliarias. El boom de los rascacielos en el centro de Tokio, de hecho, ha sido posterior. Y en el caso de los taxis, han disminuido el coste de las licencias, el salario de los conductores y el precio de las revisiones. Y si durante un tiempo había una escasez muy grave de conductores y era preciso subir los salarios, ya no es así. Ahora conducen mujeres y es previsible que pronto lleguen los coches autónomos. Otro más de los cambios que seguirá viviendo Japón. La bajada de bandera, por cierto, sigue siendo a 640 Yenes.