El Japón Contemporáneo.
Florentino Rodao y Antonio López Santos, eds).
Salamanca: Universidad de Salamanca, 1998. 231 pp.
ISBN: 84-7481-999-7
El ICA (Instituto Complutense de Asia), se fundó a raíz del ICEI (Instituto Complutense de Estudios Internacionales), que a su vez surgió de un famoso curso en Moscú en el que participaron Felipe González y Alfonso Guerra con intervención de Gorbachov. Tras el curso, la Complutense fundó un Instituto de Europa Oriental en Somosaguas con la idea de recibir profesores soviéticos y a cambio recibió un hotel precioso que había estado destinado a cuadros del PCUS. El rector Villapalos puso a un catedrático aliado de director que a su vez nombré como director del ICA a otro profesor de su departamento, que ni hablaba inglés y no tenía más relación previa con Asia que un apellido de vientos periódicos entre el continente y el océano.
Tuvieron la idea de hacer una publicación académica que se llamó Revista de Estudios Asiáticos, a cargo del típico profesor que pretendía ser el gran especialista en Asia. De hecho, dedicó mucho esfuerzo a la Revista, pero sacar adelante una revista académica requiere la colaboración de muchos: tener un apellido famoso no basta. Y, ya que era director adjunto de Estudios de Japón (sin director de Japón al que adjuntarme), me encargaron coordinar un número sobre este país. Involucré a mucha gente, a Richard Werner, a mi profesor Tsunekawa, a los embajadores Hayashiya y Camilo Barcia, a los egresados Álvaro Varela, Fernando Delage, Alfonso Falero, y otra gente muy buena. Pero tras entregarlo, el ICEI me dijo que se habían quedado sin presupuesto para la publicación. Otro volumen se llevó el dinero, aunque la revista acabó desapareciendo tras cuatro números.
Fue necesario buscar opciones alternativas y tras varios años el Centro Cultural Hispano Japonés de la Universidad de Salamanca lo aprobó. Con un peaje previsible («Rodao ha hecho la coordinación interior y yo la exterior»), pero salió.
Hubo suerte con el artículo del premio Nobel de Literatura ŌE Kenzaburo. La Complutense le invitó y en mitad de una comida, mientras hablábamos de literatura y bebíamos vino, Ōe me autorizó verbalmente a incluir el texto de la conferencia. Pasados los años, le entregué una copia del libro en un acto del Cervantes en Tokio, con cuyo director tiene una buena amistad. Víctor Ugarte me estaba presentando y abrazándome cuando yo le entregué la copia del libro, pero la cara de Ōe le hizo separarse de mí. Agarró el libro y no me dijo ni gracias. Además, luego coincidimos en el ascensor y fue uno de los momentos más tensos de mi vida. Imagino que pensó en la bronca de la agencia literaria.
Incluir el artículo de Yōji Sugiyama, el director ejecutivo de JETRO (Japan External Trade Organization) fue más divertido. Vino a España y me pidieron si podía dar una conferencia en Somosaguas. Era preciso convencer a los alumnos para que fueran y un día dije en clase: «Por favor, me piden saber el número de personas que van a asistir al cóctel de después de la conferencia de la que os hablé. ¿Puede levantar la mano quien vaya a ir?». Asistencia masiva, por supuesto.