Florentino Rodao

 

Japón y España tienen una imagen identificable, un privilegio que poseen pocos países. Sin embargo, las opiniones de los japoneses y viceversa no satisfacen a nadie. El exotismo, en su aspecto más superficial, sigue dominando el conocimiento mutuo. Aunque en los últimos años ambos países se han esforzado por superar este problema, es preciso completar esta labor en el ámbito cultural y educativo, el turismo, los medios de comunicación y las empresas.

Num. Monográfico sobre “Asia, Nueva Frontera Comercial”, Estudios de Política Exterior, Nº. 15, pp. 113-122.
La información que los españoles tienen de los japoneses y viceversa es amplia. Los contactos mutuos han dejado un legado fácilmente identificable que sigue aumentando, desde el flamenco, el bizcocho Kasutera o Don Quijote, hasta el yudo, los manga o las geishas. Si los japoneses conocen a San Francisco Xavier o admiran la pasión española, los españoles son conscientes de los logros artísticos de Japón y de la alta tecnología de muchas de sus empresas. En ambos países hay grupos que devoran, literalmente, las aportaciones culturales del otro, porque la popularidad de la enseñanza del flamenco o de la lengua española en Japón es comparable a la que existe en España entre los que practican artes marciales o para el creciente número de consumidores de los cómic japoneses. Unos y otros tienen una imagen fácilmente identificable, un privilegio que poseen pocos países.

Sin embargo, las opiniones de los japoneses sobre los españoles y viceversa no satisfacen a nadie. Es normal que haya aspectos negativos junto a los positivos, pero algunas de estas características son especialmente preocupantes. Por un lado, porque el exotismo, definido por la superficialidad, sigue perviviendo e impregnando las imágenes mutuas. Por el otro, porque las imágenes heredadas del pasado no son tan fáciles de superar y, mas que desaparecer y ser creadas, tienen vida propia, son ambivalentes, se refuerzan y se debilitan.

Los primeros contactos crearon opiniones favorables y desfavorables. Estas últimas pasaron a predominar después de unos años. Ambos países tenían un desarrollo comparable y su estructura feudal era semejante, lo que permitió que se comprendieran de forma más profunda e incluso una adaptación relativamente rápida. Los castellanos, vascos y demás súbditos de la Corona, no sólo se dieron cuenta pronto del gran desarrollo cultural de Japón, sino que pronto hicieron las primeras campañas de imagen al enviar a la península dos misiones de jóvenes con perspectivas de liderazgo para que a su regreso fueran los propios japoneses quienes impulsaran el país por la senda del cristianismo.

Para los japoneses, la llegada de gentes con unas características raciales y una indumentaria tan diferentes excitó la imaginación. Los ibéricos fueron objeto de pinturas en biombos (byöbu, una de las palabras japonesa que ha pasado al español) por pintores que, en la mayoría de los casos, ni siquiera los habían visto, mientras que los mosquetes que traían fueron copiados para ser utilizados en su guerra [p.114] civil, y se esperaban sus barcos con expectación, ya que eran los únicos que transportaban los productos de China.

No obstante, en pocos años pasaron a predominar los aspectos negativos. Las crecientes dificultades de los misioneros para cristianizar provocaron que las críticas se dirigieron a los gobernantes, aunque en un principio habían sido bien recibidos por éstos como contrapeso a los monjes budistas. Estos gobernantes se dieron cuenta pronto de la tenacidad en la predicación de los llamados nambanjin (bárbaros de sur), pero con la venida de otros “narigudos europeos” (los diablos rojos), no sólo empezaron a oír críticas sistemáticas, sino que sintieron que ya no eran tan necesarios para sus tratos con China. Además, de la desconfianza se pasó a una tensión cada vez mayor.

Para los japoneses, a la presencia permanente de españoles en Manila, se unió el empeño de las órdenes religiosas en seguir enviando misioneros, a pesar de las prohibiciones a la propaganda. Para los españoles, a estas persecuciones de compatriotas se añadió la creciente percepción de un territorio hostil al Norte y, además buenas relaciones con los tradicionales enemigos holandeses. Así, entre los rumores mutuos de invasión, unas rebeliones en el sur donde se utilizaron pancartas con textos de una obvia influencia cristiana y la imposibilidad de comerciar sin que las órdenes impusieran sus intereses, los gobernantes japoneses cerraron todo tipo de contactos, mientras que el gobierno de Manila pasó a centrarse en la colonización interior. Si comenzó predominando la curiosidad, después el odio y la violencia fueron dominantes.

Las tensiones y persecuciones del primer tercio del siglo XVII en Japón dejaron un legado de aislamiento de más de dos siglos. El gobierno central japonés prohibió no sólo el contacto con religiosos, sino que persiguió a los convertidos japoneses y emitió una prohibiciones (en un principio, temporales) para viajar más al Sur de las islas Ryükyü (Okinawa). Filipinas también se aisló de la región; al fracasar los puentes hacia el continente, los españoles evitaron ir allí (los productos eran traídos por chinos) y dejaron que las órdenes religiosas adquirieran una asfixiante hegemonía, al contrario que en el resto de dominios de la Corona, donde hubo un mayor equilibrio entre el hacendero y el misionero. Las visiones mutuas acusaron este contexto de rivalidad. Los españoles acabaron siendo considerados como militantes de una causa anti-japonesa y poco fiables, puesto que habían aprovechado las autorizaciones para entrar en Japón con el fin de minarle desde dentro. Por su parte, los japoneses pasaron a ser vistos por los españoles a través de la óptica de las misiones: dominados por sátrapas, pero con un deseo consciente de olvidar la experiencia pasada, reflejo de la necesidad de superar los efectos negativos de una estrategia fallida.

Con la Renovación Meiji, a partir de 1868, Japón recuperó su contacto con Occidente. Japón percibió el mundo dividido en tres grupos: los occidentales, de los que era necesario aprender; los orientales, que precisarían de la guía externa para avanzar por la senda del progreso (es decir, ser colonizados) y; ellos mismos, que no eran ni Oriente ni Occidente. En esta visión del mundo tan imbuida de conceptos colonizadores, los españoles tuvieron una característica especial: eran occidentales [p.115], porque formaban parte de esa cultura y esa historia europeas, pero no tenían nada que enseñarles a los japoneses. En primer lugar, porque España era la viva imagen de lo que querían evitar los japoneses: desordenes internos, debilidad y una decepcionante imagen internacional. De las múltiples expediciones que viajaron a Europa, el único plan que incluía visitar España fue la misión Iwakura, pero fue cancelado ante las noticias de desórdenes en las fechas previas a la instauración de la I República. En segundo lugar, porque pervivían los recuerdos de los intentos de evangelización de dos siglos antes. El catolicismo fue permitido en fecha muy posterior a la Renovación de 1868, mucho después que el protestantismo, y sólo por presiones foráneas.

España se debatió también en un difícil dilema ante Japón. Como imperio colonial que era, había de tratarla con el desdén y el sentimiento de superioridad propio hacia los países orientales y entraban dentro de la categoría de “amarillo,” un color que se asignó en el siglo XIX, porque nadie les calificó de esa manera durante los primeros contactos. Si agradaba su disposición a aprender de Occidente, la laboriosidad de sus emigrantes era considerada beneficiosa en Filipinas, sobre todo como forma de contrarrestar a los chinos. Por otro lado, la propia situación interna, la falta de autoestima y, sobre todo, su debilidad especial en Filipinas, hacía que los japoneses fueran vistos con temor. Después, cuando el imperio japonés demostró su poderío al ganar a Chino y ocupar Taiwán en frontera con España, el temor llevó a escudriñar con lupa en la Revista General de Marina el poderío naval japonés y a prohibir esa beneficiosa emigración por el posible peligro quintacolumnista.

La independencia de Filipinas fue un ejemplo de la mezcla de sentimientos. Japón apoyó de corazón la lucha filipina, consciente de la conveniencia de que las independencias de otros territorios asiáticos sustentaran su posición mundial. No sólo hubo luchadores japoneses o shishi combatiendo en Filipinas contra el dominio español, sino que los revolucionarios filipinos buscaron en todo momento conseguir armas a través de Japón. Oficialmente, sin embargo, fue consciente de la ventaja que podía obtener en la sociedad internacional de esa lucha y mantuvo unas excelentes relaciones políticas con España, hasta el punto de que se habló en la prensa internacional de una posible alianza entre Madrid y Tokio, y varios oficiales pudieron observar la batalla naval contra Estados Unidos.

El siglo XIX, por tanto, acabó con unas percepciones mutuas excesivamente ambiguas, con unos contactos escasos e impulsados por los japoneses (por ejemplo, en el caso de la primera línea de vapores) que dejaban margen a cualquier decisión. Los españoles, una vez la salida de Filipinas les dejó sin intereses políticos en Asia (se pensó en suprimir una de las dos legaciones, bien la de Tokio o la de Pekín), pasaron en poco tiempo del temor a la admiración y surgió un eslogan, “japonizar” España, que fue propagado por personajes como Julián Besteiro, poniendo de su ejemplo su preocupación por la educación. [p. 116] Para los japoneses, España pasó a compendiar dos conceptos en principio antitéticos, como eran el discreto encanto de la europeidad y la imagen de debilidad. Ambos se sentían superiores, unos como miembros de una raza que se autopercibía mejor a las demás, y los otros como miembros de un país triunfador en batallas sin fin. Esa percepción mutua tuvo buenos resultado en el plano político: mientras un sector muy importante apoyó a Japón en la guerra contra Rusia de 1904-05, Tokio confió a Madrid la representación de sus intereses en las potencias centrales una vez que decidió participar en la Primera Guerra Mundial.

 

Luchas políticas

Las décadas de los años 30 y 40 fueron otro momento importante para las percepciones mutuas. Las relaciones comerciales siguieron siendo mínimas, pero las guerras dieron un contenido especial a ambos, sobre todo cuando, a partir de julio de 1937, la guerra civil y la guerra chino – japonesa fueron los principales escenarios bélicos previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Mientras que los nacionales pasaron a ver la invasión japonesa en China como una nueva lucha anticomunista, los chinos, tanto nacionalistas como comunistas, consideraron como suya la resistencia antifascista en España, imitando tácticas (por ejemplo, la resistencia de Madrid se intentó copiar en Wuhan para lograr una mayor cooperación entre nacionalistas y comunistas) o eslóganes, como el “no pasarán”. Además, las visiones del Japón adelantado en tecnología así como la del japonés fotógrafo, ya empezaron a ser reflejo de esa consideración de las razas orientales” carentes de inteligencia para crear por sí misma y, por tanto, proclives a copiar.

Los sentimientos de identidad de objetivos entre nacionales y militaristas japoneses llevaron a los artículos sobre la semejanza entre los dos pueblos. Sobre todo en España, donde la necesidad de los falangistas por buscar datos a favor de la victoria final llevó a que, tras el bombardeo a Pearl Harbour, se facilitaran las labores de espionaje niponas por medio de la estructura del Ministerio de Asuntos Exteriores español. El responsable, Ramón Serrano Suñer, además, aceptó representar los intereses de los japoneses en los países americanos que rompieron relaciones con Japón.

El cambio de tendencia en la guerra, no obstante, tuvo consecuencias inmediatas, y de esa imagen ideal se pasó en poco tiempo a la de crueldad. La consideración de los japoneses tambíen pasó de estar idealizada a contemplarles como incivilizado e incluso racialmente inferior. De hecho, en EEUU o Gran Bretaña eran representados como monos o ratas. Fue un proceso curioso, que incluyó desde un mea culpa falangista en la primera página de su diario Arriba por haber sido excesivamente pro-japoneses hasta el intento de declarar la guerra a Japón en marzo-abril de 1945, que recibió una fría respuesta aliada. Japón, mientras tanto, mantuvo una visión más estable, en parte porque le quedaban pocos amigos en los últimos años de la guerra del Pacífico, y también porque su pro hispanismo había sido menos exagerado: tuvo un objetivo muy claro puente hacia América Latina y además disponía de más información sobre España que viceversa. Si los artículos pro japoneses estuvieron redactados por escritores como Jiménez Caballero, más o [p.117] menos propagandistas, en el caso de Japón predominaron los profesores universitarios y los que conocían la lengua y cultura españolas.

El legado de estos tiempos de violencia fue más allá de las decisiones políticas, como la declaración de guerra que tan pronto intentaron olvidar los españoles. Para éstos quedó la imagen del japonés cruel, a raíz de las masacres de españoles en Manila al final de la ocupación, bien reflejadas por el NODO de entonces, ya que favorecían el discurso del régimen que intentaba acercarse a los vendedores en la Segunda Guerra mundial. Para los japoneses, a la imagen del español incapaz de unirse para luchar por su país, se añadió con fuerza la de traidor, porque así interpretaron la política española en la guerra y les quedó claro que esos ataques de última hora fueron más en función de los intereses políticos que de los hechos en sí. Asociada a ella, la del español pesetero. A excepción de Serrano Suñer, la ayuda de los españoles fue siempre por dinero, incluidas las más altas instancias, hasta el punto de que la reacción nipona cuando España amenazaba con endurecer su postura fue intentar sobornar a los altos funcionarios españoles. Hay datos que sugieren que tuvieron éxito, en algunas ocasiones.

Desde el final de la Guerra, el contexto mejoró porque los avances tecnológicos han permitido mas y mejor información, en parte porque las posibilidades de establecer relaciones personales son mucho mayores, o porque el contexto político ha favorecido la búsqueda de imágenes mutuas de carácter positivo. Dentro del contexto de posguerra, el “malo” pasó pronto a ser el comunista chino y no ha habido necesidad de buscar aspectos negativas, menos aún extremos. El bagaje histórico ha dejado unas visiones mutuas donde las diferencias raciales todavía son la base para interpretar muchos datos y a la lejanía geográfica se une un deseo consciente de desentenderse. Las experiencias desagradables siguen latentes y, en definitiva, han servido poco para amortiguar los vaivenes políticos.

 

La España de la Unión Europea

En los últimos tiempos, la imagen española en Japón ha evolucionado mucho. La España de la democracia ha proyectado al mundo una serie de acontecimientos muy favorables, como la propia transición, la entrada en la Unión Europea (UE) o un creciente poderío económico. Los Juegos Olímpicos de Barcelona fueron relevantes porque dieron un impulso decisivo a esa imagen de modernidad tan ambicionada por todos, junto con una preparación previa que incluyó el auge en el estudio de la lengua y una gran disposición a recibir noticias favorables de España. Los tópicos anteriores se han ido impregnando de esa patina de modernidad y el flamenco y los toros ya no son vistos como una prueba del africanismo de España, sino como reflejo de ese carácter pasional que se nos atribuye y de esa cultura propia. El aspecto artístico del español se ha revalorizado gracias a la popularidad de Gaudí, Picasso o Dalí, hasta el punto de que para la difusión de la película de Víctor Erice, El sol del membrillo (1994), en torno a la pintura de Antonio López, se vendieron tantas copias para el mercado español como para el japonés. Las exposiciones de los artistas españoles, contemporáneos o no, son visitadas por un público que espera ver también el reflejo de ese carácter que parece atraer tanto. [p.118]

Los españoles han hecho una gran labor para conseguir ese cambio. Tanto las oficinas comerciales como la turística, la de transferencia de tecnología, o los funcionarios de la embajada en Tokio se han esforzado por ello, mientras que un buen número de comunidades autónomas también instalaron oficinas de representación allí. En 1992 se lanzó un Plan Integrado de Promoción de España en Japón que ha sido seguido, entre otras muchas actividades, por el “mes de España”, en marzo de 1998, que incluyó la celebración de varias ferias, como Expoconsumo, Spain Fashion Exhibition, Foodex para productos alimentarios junto con conferencias y programas culturales. A las visitas de actores de cine, cantantes o el premio nóbel Cela, se ha añadido el programa cultural Baltasar Gracián para incrementar las publicaciones sobre España.

Los japoneses también han contribuido en buena medida a esa nueva imagen y a esa presencia más positiva de lo español. Un gran número de empresas ha utilizado la imagen de España para autopromocionarse, anunciando sus productos durante los Juegos Olímpicos (no lo hizo ninguna española) y patrocinando actividades, incluida una corrida de toros que se celebró en el Yoyogi Koen en 1997. Los divulgadores de lo español en Japón son muchos, con una difusión, en ocasiones, masiva. El escritor Osaka Go, junto con artículos seriados en periódicos y revistas, ha publicado novelas de gran aceptación sobre la cuestión española, y que el presidente Aznar le prometió interceder para que fueran traducidas. El escritor afincado en España, Osamu Takeda, ha vendido cerca del millón de ejemplares de su libro Supeinjin to Nihonjin (Españoles y Japoneses), al que le sigue otro sobre Los pueblos más bonitos de España etcétera. La gran mayoría de los restaurantes españoles han sido abiertos por empresas japonesas que no sólo los han adaptado más al gusto propio, sino que han podido invertir más dinero en su puesta en marcha y dar con ello una imagen más cuidada. El propio interés también ha contribuido a la visita de tantos artistas españoles y a mejorar la imagen de España.

 

Intercambios culturales

Las universidades japonesas, por su parte, han complementado la labor de los medios de comunicación con el estudio especializado y la formación en cuestiones españolas: 14 departamentos de español, junto con miles de profesores que enseñan lengua, historia, economía, política y otras en las más de 400 universidades japonesas, han ido formando generaciones de expertos. Hay varias asociaciones de hispanistas, pero no se detienen en la lengua, sino que la Sociedad de Historia de España (supein shigakkai), por ejemplo, tiene alrededor de 150 profesores que son socios y organizando congresos anuales, boletines trimestrales y editan revistas donde se leen artículos que se pueden a los de sus colegas españoles. Si los japoneses llegaron a las universidades españolas a aprender la lengua, su conocimiento de España se ha ampliado y estudian cualquier especialización. Japón está en una fase de conocimiento de España mucho más avanzada.

La imagen de Japón en España también ha evolucionado de una forma sorprendente en las últimas décadas. Los desarrollos tecnológicos obvios antes de la guerra mundial, se han confirmado con el tiempo y ahora es considerado como un país [p.119] puntero. El poderío económico japonés alcanzado durante la posguerra ya no es temporal, sino como el ejemplo de lo que pueden llegar a conseguir el resto de los países asiáticos. Lo mismo ocurre con su capacidad financiera, mientras que las empresas japonesas son identificadas con una imagen especialmente caracterizada por esa tecnología del mañana que no se percibe en muchas españolas.

Los esfuerzos del gobierno japonés por mejorar esa imagen han sido importantes. El ministerio de Exteriores japonés siempre considera estas actividades como cruciales y ocupan un capítulo aparte de su Libro Blanco anual, pero además se esfuerza en que sus diplomáticos y representantes hablen el español, o el catalán en Barcelona, para permitir una mayor capacidad de transmisión de mensajes. La oficina del Comercio Exterior de Japón (Jetro) asiste a todos los eventos a los que son invitados y se esfuerza por ofrecer información sobre las posibilidades de comerciar, recordar las escasas trabas que oficialmente existen e intentar cooperar en algunos mercados, como el chino. Actividades culturales sobre Japón, financiadas casi completamente por su gobierno, se han celebrado por las ciudades de España, incluyendo charlas hasta demostraciones, como el campeonato de sumo celebrado en Madrid en 1993, al que asistieron todos los luchadores más conocidos.

Además, más allá de las iniciativas gubernamentales, tanto la sociedad como las empresas privadas están haciendo esfuerzos por mejorar los contactos y la imagen de Japón. La apertura del centro cultural hispano – japonés, en la Universidad de Salamanca, ha sido posible gracias a las aportaciones privadas de 41 empresas japonesas. La facilidad para las comunicaciones ha posibilitado un incremento de las relaciones, desde un turismo en auge, a poder seguir la marcha de los jugadores de fútbol en la liga nipona. La colonia de residentes o los colegios de japoneses en España también contribuyen y organizan fiestas donde es posible confraternizar en medio de un ambiente mixto de comidas japonesas y de bailes flamencos a cargo de bailarinas y bailaores japoneses. La reciente apertura de restaurantes japoneses, por último, no es sólo producto de una moda pasajera, sino de ese nivel más profundo de los contactos.

Japón, además, ya no es patrimonio exclusivo de los japoneses. También hay españoles maestros de la ceremonia del té, que han alcanzado premios en caligrafía y enseñan sobre Japón en la universidad o están abonados a las transmisiones vía satélite de sus televisiones. Proliferan los congresos de otakus, seguidores del manga japonés, los viajes de yudokas a Japón. Funcionan centros para la práctica del zen en Madrid, Barcelona, Cuenca, Marbella, Pamplona, Sevilla, Tarragona, Tarrasa, Valladolid y Vigo.

 

La amenaza de la fragilidad

La potencialidad de la imagen mutua, sin embargo, no está convenientemente utilizada. A todos estos esfuerzos a favor de la mejora del conocimiento les compensan algunos otros que operan en sentido contrario. No hay rivalidad política entre los dos países y por eso ningún gobierno ni los políticos están interesados en azuzar críticas, pero caso de que la hubiera, siempre sería factible utilizar las imágenes del pasado. Aunque los ministros españoles, cuando visitan Japón, siempre resal [p.120] tan que no hay intención de utilizar medidas como las estadounidenses para reequilibrar la balanza comercial tan desfavorable para España, es obvio que favorece una actitud crítica.

Los problemas mutuos hacen salir a la luz las facetas negativas de esas visiones. Los retrasos japoneses para autorizar la importación de productos españoles, como los limones o el jamón serrano recientemente, han ido acompañados por las menciones a las barreras oficiosas o a la dificultad de las negociaciones con los japoneses: “el limón español desafía el poder amarillo,” titulaba un periódico económico español. De igual forma ha ocurrido en Japón, donde se dudaba de que los juegos olímpicos estuvieran a punto por la siesta que cada tarde debían echarse los obreros españoles. Como con cualquier país del mundo, nunca faltan las oportunidades de fijarse en la faceta negativa de las ambivalentes imágenes.

Además de ello, ambas imágenes tienen una fragilidad especial, tanto heredada como actual. La imagen del exterior para los japoneses es especialmente inestable por el sentimiento generalizado de que sólo ellos pueden entenderse a sí mismos. Este sentimiento inculcado en el sistema educativo se refleja no sólo en la política exterior, sino en multitud de aspectos cotidianos que impiden una comunicación más fluida con los extranjeros, ya sean occidentales o asiáticos. Sus problemas de imagen en Asia son graves, hasta el punto que es imposible pensar tanto en una labor reconocida de liderazgo como en una estrecha cooperación con Corea o China. Sólo recientemente, en la última visita a Japón del premier chino, Zhu Rongji, en el mes de octubre de 2000, las perspectivas de mejora parecen haber dado un salto cualitativo, al aceptar las disculpas japonesas por las agresiones de las décadas de 1930 y 1940, y señalar que es necesario mirar al pasado y no al futuro.

En este contexto general de disposición a buscar malentendidos, el pasado no ha ayudado mucho. Además, la imagen de España en Japón aún está carente de un anclaje tecnológico. El único producto de calidad español consolidado son los automóviles diesel de Nissan enviados desde su fábrica en Barcelona; son la principal exportación a Japón, pero además de que no se relacionan con España, la capacidad para detener esas ventas está en manos japonesas. El queso, reciente descubrimiento culinario en este país, el aceite de oliva, el vino o el granito son productos donde España tiene posibilidades inmensas, pero son identificados con otros países europeos, sobre todo cuando se habla de calidad.

El turismo tampoco contribuye como debiera, porque España sólo recibe el 10% de los turistas que viajan a Europa – a pesar de que normalmente son tours frenéticos por ciudades – debido en parte a los numerosos robos, que han llevado al ministerio de Exteriores a aconsejar en alguna ocasión no visitar España. Ninguna empresa importante ha tenido éxito en Japón, los pocos bancos que sobreviven lo hacen a duras penas y las empresas con éxito más notorias han sido pequeñas, producto de iniciativas particulares a cargo de personas con un conocimiento del idioma que no han tenido los enviados por las empresas. [p.121]

La imagen de Japón en España es igualmente vulnerable. El profesor Hiroto Ueda, en un artículo publicado en el número monográfico sobre “Visiones Mutuas” de la Revista Española del Pacífico, a raíz de uno de los pocos estudios cuantitativos que se han realizado, concluye diciendo que la imagen ha sido siempre “vaga y contradictoria.”

Además, ya que los españoles no somos creadores de imágenes, hemos seguido las fobias y las preocupaciones de otros países ante el auge y declive nipón. En años pasados, se vio como propia la amenaza que Estados Unidos percibían a su liderazgo en el mundo, mientras que en la actualidad, desaparecido ese tipo de noticias, Japón está marginado en los periódicos, ya no quedan corresponsales en Tokio. Su prosperidad económica ha sido entendida de forma semejante a la de los países árabes tras la crisis del petróleo de 1973, como nuevos ricos que no saben qué hacer para gastar su dinero. Por ello, está generalizada la idea de los japoneses pueden pagar precios más altos, la compasión cuando son robados suele ir acompañada de comentarios diluyendo su importancia e incluso es generalizado el razonamiento de que lo pueden pagar todo. La permanencia de la visión exótica de Japón y la escasez de especialistas impide preocuparse por saber exactamente dónde puede haber un peligro comercial, hasta qué punto los japoneses son engañados o se dejan engañar por esos precios altos o planificar a largo plazo las solicitudes de subvenciones.

 

Difíciles perspectivas

Por la propia volatilidad de las imágenes, resulta de importancia crucial reflexionar sobre su futuro para las relaciones entre España y Japón, ya que las imágenes dependen más del receptor que de lo recibido en sí, como ha quedado claro en el libro de Walter Lippmann, Opinión Pública (1922). Que en ambos países se vean detalles negativos, permite pensar en que aún son frágiles. Aunque los vuelcos de los tiempos históricos ya no son factibles y es difícil imaginar que países desarrollados vuelvan a pensar en declaraciones de guerra o en persecuciones religiosas, versiones más suavizadas de este tipo de tensiones son probables.

En consecuencia, conviene no solo regodearse en los esfuerzos realizados o en las últimas mejoras, sino también analizar hasta qué punto las imágenes positivas serán capaces de resistir ante los embates de una crisis en la que los aspectos negativos retornen. Por ello, para pensar cual será la evolución de estas presentaciones, es necesario también tener en cuenta el último conflicto en las imágenes mutuas, a propósito de las protestas en la planta Santana de Linares contra la empresa Suzuki. Por parte de los españoles, lo que era un conflicto entre una empresa privada y unos trabajadores, pasó a ser identificado con un país entero, cosa que no ocurrió con un conflicto de Volkswagen en Cataluña coincidente en el tiempo. Las acusaciones contra la gestión de la empresa fueron divulgadas incluso por la prensa, mientras que la cercanía a las elecciones en Andalucía calentó el ambiente y provocó declaraciones fuera de tono, en ocasiones racista. La reacción japonesa fue igualmente desesperada. Los zarandeos de coches, acosos a dirigentes, o algunas pancartas dudando del honor de las madres de todos los japoneses pro [p.122] vocaron pánico entre toda la comunidad residente en Andalucía y en España, aunque ha habido ejemplos mucho más numerosos en Estados Unidos (un automóvil Toyota fue destruido en público en Detroit para protestar por la invasión en el mercado automotriz, y un congresista hizo lo mismo con un transistor Toshiba, por la venta de submarino de alta tecnología a la Unión Soviética).

En la administración nipona también cundió el pánico y no sólo incitó a empresarios amigos o invitó a antiguos embajadores a dar conferencias, sino que medidas excesivas a sus nacionales. Además, se modificó la visita programada del emperador Akihito a España, decidiendo que descansara unos días en Mallorca (un destino al que pocos turistas japoneses se sienten atraídos, ya que tienen playas mucho más cercanas) y evitando viajar al sur de Madrid por el temor a cualquier tipo de disturbio.

Es difícil prever las consecuencias de estos momentos críticos. El auge turístico en Andalucía no se produjo pero, además, el número de representaciones y empresas japonesas instaladas en España ha ido decreciendo de forma paulatina a lo largo de la década. Por supuesto, la crisis económica y otros factores han influido en ello, pero también es verdad que para los que ya tenían esa visión, ha llovido sobre mojado o, en argot científico, se ha reforzado el proceso de consistencia cognitiva: se sigue tendiendo a reconocer lo que ya se esperaba que ocurriera.

Aunque sea un caso entre muchos, la imagen de los españoles como poco fiables no se creó, sino que fue reforzada, al igual que la del español pesetero cuando algunas universidades públicas incumplen sus promesas tras recibir recursos japoneses Y es que, para pensar en el futuro de las imágenes, no sólo hace falta que la administración invierta dinero, sino también tener suerte, porque nadie es dueño de su propia imagen.

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