Florentino Rodao
Revista Española del Pacífico, Num. 1, vol. 1: 167-172
(El presente artículo es la versión en lengua española del publicado en japonés bajo el titulo «supein oyobi porutugaru ni okeru nihon kenkyu: sono gaikan», traducido por Tateishi hirotaka, en el libro Gaikokujin no mita nihon (Japón visto por los extranjeros), Kinokuniya, Tokio 1991.)
Portugal en 1543 y España en 1584 fueron las primeras naciones europeas en llegar a Japón. Su interés entonces por Japón fue muy parecido, se les identificó con el mismo nombre «Nambanji» y después de los primeros contactos, la evolución de sus relaciones y sus conocimientos, hasta la actualidad, ha sido paralela. Por este motivo en este trabajo vamos a tratar conjuntamente ambos países, aunque entre los propios ibéricos nunca se ha sentido esta identidad. Especialmente en el Oriente, los unos han estado a espaldas de los otros. La primera vez que se encontraron españoles y portugueses en el Oriente, en 1527 (en las Molucas, unos tras llegar bordeando el Océano Índico y otros después de cruzar el Océano Pacífico) lucharon entre ellos, y la rivalidad ha continuado después, aunque entre 1580 y 1640 ambos estuvieron unidos políticamente bajo la Unión Ibérica.
Durante el primer período de contactos con Japón, el conocimiento de Japón y de su cultura que alcanzan los ibéricos, durante lo que algunos llaman la «Era Cristiana», tarda en ser igualado. La razón es sencilla: para los misioneros era necesario estudiar el pensamiento cultural y religioso de la población que iban a intentar convertir al catolicismo. Surgieron grandes conocedores de Japón, como João Rodrigues, y los primeros estudios y diccionarios sobre la Lengua portuguesa, de forma que no se volvió a conocer tan profundamente hasta la época Meiji. El intento de convertir a los japoneses al cristianismo fracasó y fue prohibida en el Archipiélago la entrada de españoles, primero, y después de portugueses. Así, Japón inició una nueva etapa en su Historia casi ausente de contactos con el exterior, pero las relaciones también decayeron por la propia evolución interna de las naciones ibéricas. A partir del comienzo del siglo XVII España abandonó sus intenciones expansionistas en Oriente fuera de las Islas Filipinas y se dedicó a su ocupación interior; Portugal, por su parte, en estos mismos años también perdió mucho impulso, tras la llegada de la competencia holandesa en el comercio.
Cuando Japón vuelve a abrirse a los contactos exteriores, las naciones ibéricas mantienen aparentemente las mismas posibilidades para relacionarse con Japón: Macao sigue bajo el dominio portugués y el Archipiélago Filipino bajo el español. El contexto de la situación, no obstante, había cambiado radicalmente. Ya no [168] quedaba nada de la vitalidad de los siglos XVI y XVII, y la política de ambas naciones en la Era Meiji ya no era extender sus posesiones en el Asia Oriental, sino, antes al contrario, defenderlas de las ambiciones de las demás. Macao pierde su antiguo esplendor ante la competencia de su vecina Hong Kong y las autoridades españolas empiezan a temer la pérdida de las Islas Filipinas, tal como había ocurrido con las posesiones en América. En consecuencia, el principal interés de España hacia Japón en el último tercio del siglo XIX no tendrá carácter cultural, sino militar. La Marina de Guerra Japonesa, por ejemplo, será uno de los temas centrales de estudio: los buques de Guerra para proteger Filipinas eran tan pocos que la Marina Japonesa podía derrotar provisionalmente a la española en un ataque sorpresa. Aunque con la llegada de refuerzos desde España se podría vencer a los japoneses en el mar -pensaban las autoridades de Madrid-, antes de llegar más refuerzos los nipones podrían provocar una insurrección entre los tagalos que acabara definitivamente con el dominio español en las Filipinas. Así, estudios sobre la Marina Japonesa fueron constantes y un ejemplo de ello es el estudio de Carlos Íñigo: La Marina del Japón (Madrid, 1898). El mismo temor ocurre respecto a la inmigración japonesa en el sur de las Filipinas y en las Islas Carolinas: los japoneses son un peligro potencial para la dominación española y se intenta limitar lo más posible su entrada. La «Unión amarilla» entre tagalos y japoneses era un temor constante en los últimos años del siglo XIX. Aparte de esta preocupación oficial, el desconocimiento hacia Japón es casi absoluto. Durante estos años, los únicos libros que se publican en España sobre el «Imperio del Sol Naciente» serán libros de viajes, normalmente escritos por diplomáticos y con una gran cantidad de ilustraciones: Enrique Dupuy de Lôme, por ejemplo, escribe Estudios sobre el Japón (Madrid, 1895), después de dos años de estancia en Japón. El resto de lo que se conoce de Japón son traducciones de autores europeos.
En 1898 España pierde el dominio del Archipiélago Filipino, las Marianas y las Carolinas. Esta pérdida supone un fuerte revés para las relaciones con Japón, porque desaparece el punto intermedio que justificaba los contactos. Ya no se piensa en mejorar las relaciones con Japón con el fin de beneficiar el estado de las Filipinas. El escaso interés que había en el siglo anterior se reduce aún más y se piensa en Madrid, incluso, en suprimir la Embajada en Japón: «Con una [representación] en el Extremo Oriente es suficiente». Portugal mantiene su presencia en Macao y Timor, pero ello parece más una situación casual que producto de un interés real. En 1926 publica en lengua inglesa C.A. Montalto de Jesús el libro Historic Macao (Macao 1926): en él propone, ante la imposibilidad manifiesta de gobernarlo desde Portugal, que sea cedida a la Sociedad de Naciones su administración.
Japón pasa a ser un país excesivamente lejano, tanto geográfica como culturalmente -el Extremo Oriente- para dos naciones que están inmersas en sus problemas internos y cuya mirada al exterior no va más allá de sus colonias en África. Parece que los dos primeros países europeos en llegar al Asia Oriental son también los primeros en salir de ésta. El Exotismo, en consecuencia, será el principal motivo que centra el interés por Japón en España, como el de Enrique Gómez Carrillo: El Japón heroico y galante (Madrid 1912?) o de Luis de Oteyza: En el remoto Cipango, Jornadas Japonesas (Madrid 1927), y dentro de interés por lo desconocido está una moda de japonesismo entre artistas modernistas españoles, principalmente en Cataluña. El poeta Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez y otros se sienten atraídos por lo poco que se conoce de la cultura oriental, y en revistas culturales como «El Mercurio» o «La España Moderna» se incluyen algunos artículos sobre la cultura japonesa, siempre traducciones de lenguas extranjeras. El conocimiento, [169] no obstante, no trasciende a un nivel más científico y la influencia real de lo oriental sobre los artistas no pasa de lo anecdótico.
El interés por Japón no acaba en la moda modernista; en los primeros años del régimen de Franco, entre 1938 y 1942, hay de nuevo una moda de «japonesismo»: eran los años del Pacto anticomunista con Italia y con Alemania, y en España se veía a Japón como el otro pueblo que luchaba contra la URSS en el otro lado del mundo, en China. Se produjo un sentimiento de identidad entre ambos pueblos: la caballerosidad, el valor, etc.; prueba de ello es la reedición en 1942 de El Bushido, de Nitobe Inazo (1.ª ed. en español en 1909), con un prólogo de uno de los generales más célebres de la España de entonces, Millán Astray. Este sentimiento, no obstante, acaba pronto, e igual que apareció por razones políticas, cuando éstas se volvieron diferentes, la simpatía se troncó inmediatamente en enemistad: el temor al «Peligro Amarillo» se vuelve a desempolvar cuando es necesario entablar amistad con los Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial.
No ha faltado, por tanto, interés hacia Japón en España, sino que quizá se ha adolecido de un problema estructural: no ha habido capacidad para recoger el impulso de lo esporádico y convertirlo en permanente, no se ha pasado del interés por el país a poner los medios para que este interés profundice y quede establecido. En definitiva, ha faltado una Universidad o un Instituto o siquiera una personalidad con suficiente fuerza para impulsarlos, tal como ocurrió con el «Istituto Universitario Orientale» de Nápoles, en Italia. En España no se han podido realizar estudios orientales: la falta de un centro para realizarlos ha reducido el número de gente que quisiera estudiarlo, y al ser tan escaso el interés por el estudio, no ha habido presión para la creación de un centro. No se ha podido romper este círculo vicioso y al faltar un núcleo para el estudio de Japón, este país ha sido conocido, en su mayor parte, a partir de traducciones de libros en lenguas extranjeras. Los viajeros españoles, sin conocimiento del idioma, no han podido hablar sino superficialmente de lo que veían, como el famoso novelista que llegó a Japón poco después del Gran Terremoto de 1923, Vicente Blasco Ibáñez: La vuelta al mundo de un novelista (Valencia 1924-25). Además, hay otro problema que puede ser considerado estructural: en comparación con otros países europeos se nota también la falta de españoles que hayan permanecido largas temporadas en Oriente. Por ejemplo, si bien hay nacionales de casi todos los países europeos trabajando para compañías comerciales europeas o para los estados independientes en Oriente -China, Japón y Siam- durante la época contemporánea, los casos de portugueses o españoles han sido extremadamente raros. Han faltado, en consecuencia, la gente que hubiera podido servir de intermediaria entre los dos países, como los aventureros o los comerciantes, y hasta la llegada de los misioneros, los únicos que han conocido Japón algo extensamente han sido los diplomáticos.
Tras acabar la Segunda Guerra Mundial el tipo de gente que dará a conocer Japón en España cambia progresivamente. Tras la ocupación por los Estados Unidos, vuelven las intenciones misioneras del siglo XVI: se piensa que «es la hora de evangelizar Japón» y una gran cantidad de religiosos llegan al Archipiélago. Así, se formará a partir de los años 50 la primera remesa importantes de españoles y portugueses que llegan a poseer un buen conocimiento de Japón y de su idioma. La pertenencia a alguna orden religiosa en el momento de la llegada a Japón es la característica principal de esta generación, que por primera vez ha profundizado en el estudio sobre Japón desde muy diversos campos. Dentro de la Historia Japonesa están algunos de los mejores especialistas sobre los primeros contactos con los europeos, como José Luis Álvarez (el único que no ha pertenecido a [170] ninguna orden religiosa) o Diego Yuuki, así como Manuel Texeira desde un punto de vista más general con respecto a Portugal. Entre los diccionarios, han sido publicados el de Juan Calvo en 1937 (los dominicanos volvieron a Japón desde 1905) y el de Vicente González en 1986. En el campo de la Lingüística, Antonio Alfonso ha publicado en inglés Japanese Patterns (Tokio, 1966), considerada por el profesor Kuno, de la Universidad de Harvard como «la mejor gramática que jamás se ha escrito sobre cualquier lengua del mundo». En el estudio del arte japonés el principal estudio hasta la actualidad es el de Fernando García Gutiérrez, El Arte del Japón (Madrid 1967), y entre la Literatura, Fernando Rodríguez Izquierdo ha escrito El Haiku Japonés (Madrid 1972). También se han publicado estudios sobre la religión, como el de Jesús López-Gay, La Mística del Budismo (Madrid 1974). Además, la Revista anual de la Asociación Española de Orientalistas, editada desde 1964, ha publicado frecuentemente trabajos científicos relativos a Japón.
Después de la Segunda Guerra Mundial, no obstante, ha seguido faltando un centro, tanto en España o Portugal, con una importancia suficiente como para impulsar los estudios sobre Japón. Peor aún, los antiguos misioneros que volvían a España no han tenido dónde enseñar lo que ellos han aprendido en Japón y sus conocimientos se han desvanecido ante la falta de una Institución que los recogiera e impulsara. La filosofía, el arte o la historia de Japón y del resto del Oriente han sido siempre estudiadas en base a traducciones de libros extranjeros y su importancia ha sido disminuida, identificando el término «Universal» a lo «Europeo».
Finalmente, a mediados de la década de 1970 se crean en España los primeros departamentos para el estudio de la lengua japonesa en las Escuelas Oficiales de Idiomas de Madrid y de Barcelona. En 1982 se ha creado el Centro de Estudos Orientais en la Universidade Nova de Lisboa con el mismo fin. Y es a partir de esta década de 1980 cuando la situación de los estudios sobre Japón ha cambiado sustancialmente, impulsado por el crecimiento económico japonés. Los libros sobre economía de Japón y sobre las razones «Por qué ha triunfado Japón» han proliferado. Impulsados por instituciones financieras han sido editados diversos estudios conjuntos centrados en la situación económica, como Japón hoy, nuevo modelo (Madrid 1983) o Japón. Estudio Económico (Madrid 1985).
Influido por este auge económico el estudio de la lengua japonesa también ha progresado. Se ha extendido su enseñanza a otras ciudades, como Granada, y ha pasado a ser enseñado también en las universidades, como el Instituto de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid, donde hubo un intento frustrado de crear la primera cátedra de japonés en España (1986). También ha sido publicado el primer libro para el aprendizaje extensivo del idioma japonés dedicado a los españoles, aunque sólo ha podido aparecer en caracteres romanos, por Ramiro Planas y José A. Ruescas: Japonés hablado. Introducción a la lengua y cultura de Japón (Madrid 1984).
Desde 1988, el interés sobre Japón va pasando a ser dominado por las universidades y a tener un enfoque cada vez más científico. La primera reunión científica relativa a la presencia ibérica de Japón en Asia Oriental fue celebrada en este año de 1988: «El Oriente Ibérico. Investigaciones y Estado de la Cuestión». En la reunión se ha realizado una labor de recopilación de datos que tenía que haber sido hecha desde hace algunas décadas: se han dado a conocer los documentos sobre Japón y otros países orientales que hay en los diversos Archivos Españoles; se han hecho estudios sobre la bibliografía que hasta ahora se ha publicado. Por último, se ha realizado un estado de la cuestión: lo que hay investigado hasta ahora, las tendencias y lo que falta por estudiar. Publicado el libro resultado de [171] las conferencias bajo la coordinación de Francisco de Solano (Madrid 1989), con este congreso como punto de referencia se ha agrupado una generación de investigadores jóvenes que están desarrollando sus estudios en relación con Japón, tanto en Portugal como en España. También se ha fundado la Asociación Española de Estudios del Pacífico en 1988 agrupando a los dispersos especialistas en España entre el área del Pacífico. En el mismo año de 1988 realizó su primer congreso, siendo el tercero sobre Las relaciones entre España y Japón en torno al Pacífico. Por primera vez se ha realizado un congreso en España cuyo tema central es Japón. Los estudios se han centrado en las relaciones diplomáticas, pero es de suponer que se extenderán a otros campos. Ya se han publicado los libros correspondientes a los dos primeros congresos; el relativo a las relaciones entre España y Japón se publicará en 1992, coordinado por Luis Togores, y está previsto un nuevo congreso de la Asociación en noviembre de 1991. Se ha creado recientemente, por último, la primera Asociación dedicada en exclusiva a Japón, Instituto Español de Japonología, que ha tenido capacidad para organizar una actividad importante, el Congreso Español de Japonología celebrado en abril de 1991 con asistencia de profesores japoneses y de otros países europeos.
En lugar de desvanecerse, como en las ocasiones anteriores, el interés por Japón últimamente se ha acelerado y todo parece indicar que se crearán varios centros próximamente para impartir en España los estudios sobre Japón. El surgimiento de iniciativas dispersas por parte de diferentes Universidades -incluso, dentro de ellas mismas, en distintas facultades- permite suponer que en el futuro los estudios sobre Japón se pondrán a un nivel correspondiente con las necesidades de España y de Portugal. La Universidad Complutense de Madrid por ahora es la más adelantada y en 1990 por primera vez se ha creado una cátedra referente en exclusiva a Extremo Oriente: Expansión ibérica en el Pacífico, ostentada por Leoncio Cabrero, que se ha venido a sumar a la asignatura sobre Arte de Extremo Oriente, en la que recientemente ha incorporado una profesora especializada en arte japonés. En 1991 se ha implantado un seminario en la Facultad de Sociología y Políticas, Antropología de Japón, y para 1992 comenzará otro sobre Política de Extremo Oriente. Dentro de los Cursos de Verano de 1991, por primera vez hay uno relativo a Japón, El Japón de ayer y de hoy, organizado en Tokio por el profesor Masuda, de la Universidad de Tokio. En Cataluña el interés sobre Japón ha sido estimulado por las excelentes relaciones mutuas. En la Universidad Autónoma de Barcelona ha sido creado el «Centre d’Estudis Japonesos», que planea la inauguración de un máster sobre Estudios Japoneses para el curso 1992-93. En Lisboa, tras crearse el Centro de Estudos Orientais bajo la dirección del antiguo embajador en Tokio, Armando Martins Janeira, autor de O Impacte portugués sobre a civilizaço japonesa (Lisboa, 1970), se ha creado también un grupo de investigadores sobre la presencia portuguesa en Oriente en los siglos XVI y XVII bajo la dirección del profesor Luis Philippe Thomaz. La importancia de estos ejemplos que señalamos no es sólo por ser las Universidades más prestigiosas, sino porque son la punta del iceberg del progreso que están adquiriendo los estudios sobre Japón en toda España, como muestran la gran cantidad de acuerdos bilaterales entre Universidades españolas y japonesas que se están produciendo recientemente: Tenri (Nara) y Salamanca, Universidad Autónoma de Barcelona y la Kioto gaikokugo daigaku, etc.
La última década también ha sido pródiga en publicaciones sobre Japón, que demuestran el interés que existe a nivel popular: las obras de Mishima Yukio son muy conocidas, con un estudio de un popular escritor español, Juan A. Vallejo-Nágera: Mishima o el placer de morir (Madrid 1978). También han sido traducidas [172] las obras de Endo Shuzaku: Samurai y Silencio (Barcelona 1988), ésta del japonés directamente por Jaime Fernández, y la de Matsubara Hisako. Entre las traducciones directas del japonés destacan las de Antonio Cabezas: Cantares de Ise (Madrid 1979), una selección de Haikus y de poemas de Manioshu, y Hombre lascivo y sin linaje, de Saikoku Ihara (Madrid, 1982); Justino Rodríguez: Ocurrencias de un ocioso, de Yoshida Kenko (Madrid 1986), y Jesús González Vallés: Yo soy un gato, de Soseki Natsume (Tokio 1974).
Como vemos, recientemente el estudio sobre Japón en España está floreciente, dentro de la inmadurez. Lo más interesante es que parece que no será una moda pasajera, las carencias del pasado están desapareciendo y es de esperar que pronto se crearán varios centros de estudios japoneses en España. El Círculo Vicioso, por fin, está empezando a romperse.