El 27 de marzo de 1992, sobre las cinco de la tarde, tras haber llegado a las 15:30. Fue en su casa de Príncipe de Vergara, 36, una de las primeras con parking: una puerta para la entrada de coches, el coche se aparcaba en el patio y otra puerta para la salida. Me había atendido su secretaria y, sentada en una silla en medio de un pasillo estaba Zita Polo, la hermana de Carmen, con su enfermedad ya muy avanzada.
Llevábamos hablando varias horas. En algunos momentos, la verdad, fue pelín soporífero, no paraba de decirme cosas ya sabidas. El segundo día que le vi, el 13 de enero de 1993, que acababa de llegar de Japón, de hecho, se me bajaron los ojos y él ni siquiera de dio cuenta. En cuanto podía, le llevaba al ámbito asiático.
Hablar de espionaje fue uno de los momentos álgidos, y en especial de Ángel Alcázar de Velasco, el antiguo pistolero de José Antonio al que mandó de agregado de prensa en Londres sin saber ni inglés ni francés. DMax ha incorporado unos minutos sobre él dentro de la serie Project Niños. Aceptar que Alcázar de Velasco viajara a Londres fue el gran error del embajador británico en España, Samuel Hoare, según reconoce en sus memorias, Embajador ante Franco en Misión Especial (inglés, 1946), aunque sin mencionar su nombre y echándole la culpa a su encargado de inteligencia, Malley. Porque Alcázar montó una red de espionaje en 1940 para informar a Alemania del impacto de los bombardeos de Londres y Serrano me recordó riendo cuando Hoare le fue a ver al Ministerio y le dijo que Alcázar era “un joven de mucha valía.”
En Londres, Alcázar vistió de falangista y en poco tiempo los ingleses le odiaron y se refieren a él como “una serpiente de la peor calaña,” pero no le pillaron con las manos en la masa, quizás porque se supo marchar a tiempo o porque esa demostración de radicalidad despistó sobre la labor de espionaje. La única coherencia a esa invitación sería promover las críticas a Franco desde el lado derecho. Serrano me dijo que lo que hizo Alcázar fue falsificar cupones de racionamiento; lo dudo, más bien, Alcázar tuvo a mano uno de los muchísimos casos de ataque económico, las libras (falsas pero perfectas) emitidas por el banco central alemán, que provocan inflación. Lo mismo pudo haber ocurrido con los cupones. En 1942, si pillaron al sucesor de Alcázar, el luego famoso periodista Luis Calvo; Serrano se ufanaba de haberle salvado la vida. Avisó a Hoare que aplicaría la Ley del Talión y que “al periodista inglés que ofreciera la menor sospecha, se le haría lo mismo”, esto es, que le fusilarían también. Me dijo que fue Alcázar quien le informó lo que hacía Calvo en Londres. He oído también que fue el Duque de Alba, el embajador, quien le salvó, negando tajantemente que Calvo tuviera un pelo de espía.
Saber qué hizo Alcázar con el dinero del espionaje es más jugoso. Entre los pagos alemanes y los nipones, debió amasar una pequeña fortunita y tras volver de Alemania, Alcázar montó una granja de conejos en Aranjuez. El momento cumbre fue verle reír como un pícaro cuando recordó el comentario de un amigo: “era para enseñar el modo más caro de la cría del conejo”. Ya sabía de ese éxito de Alcázar con las mujeres, Domingo Pastor Petit me contó que cuando le entrevistó, apenas unos años antes que yo, estaba sentado con una chica rubia guapísima que se le comía a besos y que era el propio Alcázar el que la decía que parara. Tenía 92 años ya por aquel entonces, pero la pulsión sexual seguía presente en Serrano Suñer, siquiera en la mente.
Una pena que un momento así no pueda pasar a formar parte de la tesis doctoral, aunque si lo puse en una cita a pie de página en Franco y el imperio japonés, porque Alcázar era tan mujeriego como él: “Es difícil olvidar la risa pícara de Serrano Suñer cuando lo recordaba.” Ha sido uno de esos momentos en los que uno se reconcilia con tanto polvo y tanto momento aburrido en los archivos, de esos que siente gratitud hacia la vida. Añado datos sobre Serrano y Alcázar, aunque no me dijo nada: Alcázar le prestó dinero para poner su despacho de abogados cuando dejó de ser ministro. Rafael Borras me lo contó: se lo había dicho Alcázar y, por supuesto, no le había creado, pero se lo confirmó después el propio Serrano. Javier Juárez, autor de Madrid, Berlín, Londres. Espías de Franco al servicio de Hitler (Martínez Roca, 2005) también me advirtió que, aunque había apuntado en Barajas, junto al actual aeropuerto, su granja de conejos, en donde pudo haber escondido algún nazi escapado, estaba situada en Aranjuez.
Volví a ver a Serrano Suñer cuando regresé a leer la Tesis Doctoral, el 13 de enero de 1993 y le invité a que viniera. No podía, pero le habría gustado; de hecho, años después participó en los Cursos de Verano de Escorial de la Complutense y fue famosa una foto saludando a Santiago Carrillo. Un orgullo haber entrevistado a los dos.
Conseguí su contacto gracias a Osaka Go, ese escritor japonés tan interesado en España que veo siempre que visito Japón, y con una novela, La Estrella Roja de Cádiz, que debía ser traducida al español. Yo creo que fue por el y por decir que venia de Japón por lo que me aceptó, porque en algún momento si me hizo saber que echaba a todos los que van a preguntarle sobre lo que él hizo en la II Guerra Mundial.
No ha sido tan estricto como recuerda. Me dijo lo que había dicho tantas veces a quien le quisiera oír, la necesidad de una política de amistad para evitar que Alemania conquistara España, y se notaba que lo había repetido mucho. Algo tiene de verdad, porque parece obvio que Hitler hubiera conquistado la península caso de que la II Republica hubiera ganado la guerra, pero es una justificación a posteriori. Serrano hizo lo que pudo por la victoria del Eje, aunque también tuvo un momento tragicómico en abril de 1941, cuando fue a la escuela de mandos del partido Nazi y de tanta negativa de Von Ribbentrop a las exigencias imperiales de Serrano, se levantó y se fue. Xavier Moreno-Juliá, tras haber investigado para su excelente Hitler y Franco Diplomacia en tiempos de guerra (1936-1945) (Planeta, 2007) me contó con su gracejo habitual la escena, Serrano saliendo y esperando el coche, mientras que Von Ribbentrop pidiéndole que recapacitara, que había otras opciones. Y Serrano, en plan altivo, insistiendo que no, que sin Imperio, ni entrar en guerra ni nada.
Serrano Suñer también me hablaba de su excelente relación con Galeazzo Ciano, casado con la hija del Duce como si no hubiera leído sus famosos Diarios, en los que le criticaba a gusto a Serrano en su etapa final y se preguntaba para qué iba a visitarle de nuevo a Roma. Así, la única nota que tome fue la única crítica que le hizo a Ciano: “no era tonto, pero era majadero”
Serrano me contó también su propuesta de cambiar la capitalidad de Madrid a Sevilla cuando se había ganado la guerra y aún el gobierno no se había trasladado a Madrid. Franco no estaba de acuerdo, pero le dijo que lo planteara en Consejo de Ministros y ahí se lo tiraron los ministros militares. Le pregunté sobre las razones: Sevilla estaba más cerca de Marruecos y de las ambiciones imperialistas y me aseguró también tiene tomadas notas de algunas cosas de los consejos de Ministros, entre ellos este tema de la capitalidad. No tenía ni idea y me limité a tomar notas, pero me lo confirmaron mis grandes amigos Xavier Casals y Enric Ucelay da Cal; no sólo es verdad, sino que su idea última era Lisboa. Stanley Payne, a propósito, sí me dijo más tarde que Franco tuvo una carpeta encima de su mesa para una eventual conquista de Portugal. Serrano recordaba que escribió un libro sobre Franco que solo dejo leer a uno bajo palabra de honor. Quizás se podrá conseguir si el Estado consigue comprar sus archivos; el ministerio de Cultura hizo muchos esfuerzos por conseguirlo, me lo contó Severino Hernández, funcionario del Ministerio de Educación, amigo de Julio Aróstegui, que estaba implicado en las negociaciones. Trabajó para catalogarlos una antigua alumna mía con madre japonesa; yo le preguntaba si había mucha documentación y que me contara lo que había sobre Japón, pero ella estaba interesada sobre todo en sus amoríos y el frustrado matrimonio entre Carmen Diaz de Rivera y Ramón Serrano-Suñer Polo, a cuenta de su relación con la marquesa de Llanzol, que luego dio lugar a la serie Lo que escondían sus ojos (2016)
Sobre Filipinas, le pude sacar poco. Solo tenía relación con el Padre Silvestre Sancho, Rector de la Universidad de Santo Tomás. El segundo día me centré en ello, empezando por visiones vagas de entonces: “Nos molestó que [Estados Unidos] nos echaran a puntapiés de un país tan querido” cuando le pregunté por la Universidad de Santo Tomás, que Filipinas era de las tierras más queridas, también a nivel popular (en otro momento, dice “El pueblo medio no se interesaba por eso”, refiriéndose al idioma español en Filipinas). A pesar de lo poco que le gusta el cine, ha visto 3 ó 4 veces “Los últimos de Filipinas”, “con emoción familiar”. A España le interesaba el idioma, el espíritu, que no le absorbieran ni le destruyeran. Nos (Dionisio Ridruejo, él mismo y la gente que pensaba en Falange) interesó mucho el idioma y la cultura.
Sobre la posible idea de expansión imperial en relación con Filipinas, una especie de carambola que a España le tocara Filipinas tras descartarse conseguir territorios imperiales en lugares más cercanos. La opción se conjeturó en la segunda mitad de 1941, hasta el ataque a Pearl Harbor, y asegura: “Nunca se pensó en un establecimiento material.” Sobre la posible postura de Alemania, no recordaba nada: “A Hitler lo que no le interesaba…” y aunque insistí no pude rascar nada interesante: “No sé si Filipinas quedaba integrada, no puedo acordarme en términos de alocución concreta a Filipinas”.
Sobre los italianos, la negativa parece menos rotunda, pero las fechas anulan posibilidades. Podían haber tenido más interés, “Lo de Manila(sic) […] para Italia no habría problema”. “Les parecía colosal;” Mussolini se refería a Manila como “ese país delicioso”. La posibilidad de que Filipinas le tocara a España y alejarle de las reivindicaciones en el Norte de África ya no la negó tan tajantemente: “cuanto más lejos mejor”. Eran colonia de Estados Unidos y Serrano aseguró que los italianos las veían como un problema mundial (): “Nos hubieran dado facilidades para cualquier otra cosa”. Eso sí, en la segunda mitad de 1941, la opinión de los italianos ya no valía para nada, menos aún en Asia, donde habían tenido una política exterior independiente, pero solo hasta comienzos de 1940.
En la insistencia sobre Filipinas, me dijo alguna cosita más para percepciones: “Interés Romántico”, Indignación contra los Estados Unidos y unas ideas que no sé hasta qué punto eran simple ocurrencia de ese momento, como que Inglaterra era una fuerza estabilizadora en el mundo “al igual que la Iglesia Católica”, según Hitler.
Le pregunté sobre la ocupación japonesa en Filipinas y la reacción del gobierno de Franco, si pensaron que lo nipones también atacarían a los españoles aunque fueran amigos. Suñer me contestó que para entonces él estaba ya apartado de todo. Le recordé que estuvo 9 meses en el gobierno (la invasión de Filipinas fue en enero de 1942 y Serrano salió del ministerio en septiembre), pero dice que para entonces ya era distinto. Al fin y al cabo, el Japón no era mucha cosa. En cambio, la presencia de un MacArthur era definitiva en Filipinas. Escaqueo evidente, seguramente sincero; uno prefiere olvidar lo que no le interesa.
Al Japón, entonces, no se le tomaba en la consideración de ahora. La cosa estaba ya perdida. Eso ya no tuvo interés. Solo al final me dijo cosas de interés: “Tabacos de Filipinas me vino a ver. Cometimos la injusticia de considerar al Japón como poco importante.” Después de la guerra se hizo amigo de la familia de [Enrique] Carrión, el propietario de una fábrica de Tabacos en Filipinas, que construyó el primer edificio en España con aire acondicionado, el Edificio Capitol, en Callao, donde sigue una lápida suya encima de la puerta. En los archivos de la Compañía General de Tabacos de Filipinas busqué carpetas sobre esta visita, pero no encontré nada.
Sobre el japonismo dijo “ha sido para nosotros un mundo en el misterio, un mundo mágico, distante e impenetrado. Despierta admiración, simpatía y curiosidad” y me sacó, señalando que era marido de Raquel Meller, al guatemalteco Enrique Gómez Carrillo y su El Japón heroico y galante (1912), prologado por Rubén Darío. Era una familia de militares y Serrano me recordó que su padre le hablaba mucho de la Guerra Ruso-japonesa cuando era un niño: “Siempre ha sido un mito [Japón].”
En la Escuela General del Ejército de Zaragoza, la estrategia japonesa de colaboración entre el ejército y la marina era muy estudiada, en especial porque por primera vez Tokio consiguió una estrategia exitosa: cuando la flora llegó al Océano Pacífico estaba exhausta y sin apenas haber carboneado y acabó siendo derrotada en los estrechos de Tsushima. Y añado yo sobre la percepción de Japón: comenzó siendo la de una monarquía austera y la de un país preocupado por la educación; fue después cuando se “militarizó.” Por otro lado, el gran aprendizaje de la Guerra Ruso-Japonesa debió de haber sido la capacidad de matar gente a mansalva con ametralladoras, por mucha trinchera que hubiera. Fue una década previa a la I Guerra Mundial y no parece que esa experiencia salvara vidas de soldados después.
Le pregunté sobre los intentos de declarar la guerra a Japón, porque antes de tomar esa decisión el Ministro de Exteriores, Lequerica, se entrevistó con el además de otros “japonistas.” No se acordó, pero aprovechó para criticar al ministro: Lequerica era “una de las personas más detestables. Pocas personas me han provocado tanta repugnancia como Lequerica.”
La entrevista tiene un prólogo importante. Daniel Arasa escribió un libro con temática parecida a la mía y casi al tiempo, Españoles en la guerra del Pacífico (2001). Como era el delegado en Barcelona de Europa Press, Arasa podía hacer largas llamadas y me enteré de su interés por Asia a raíz de varios de mis entrevistados y por supuesto luego contactamos directamente. Le mande un texto mío, en el que me refería a unas presuntas entrevistas de negociación de Paz en Roma a raíz de la visita a Europa en septiembre de 1942 de un cardenal americano, Francis J. Spellman. Pusieron nerviosos a los japoneses, porque le hacía temer el peor escenario posible: que los alemanes y los italianos hicieran una paz por separado y Japón se quedara luchando solo. Alcázar dijo a los japoneses que Spellman había tenido una reunión en Roma con Ciano y me parece que Von Ribbentrop, y que incluso las había escuchado con unos aparatos. Como los japoneses dudaron, Serrano Suñer confirmó la versión de Alcázar, según la información decodificada en 1942.
El exministro ya había asegurado a El País: “No comprendo todavía cómo esa enorme memez de la reunión en el palacio Venecia ha podido ser creída. Esto ha constituido una botaratada, no sólo por parte de quienes aquí la creyeron, sino por parte de los que la recibieron como válida.” Y cuando Arasa se lo volvió a preguntar, respondió algo parecido, asegurando que quienes afirmaran cosas así, eran “gacetilleros de la historia”. Me enfadé un pelín y le remití la carta que pongo debajo. Estaba bien dispuesta para sacársela en la entrevista, pero vi que sería un esfuerzo inútil para la edad que tenía. Aquí está la que mande, y cuando encuentre la carta de Arasa, la pongo también.
D Ramon Serrano Suñer
Madrid
Estimado Sr.,
21 de octubre de 1991
Acabo de recibir por medio de nuestro común conocido Daniel Arasa fotocopia de una carta que le envío, relativo al tema de su presunta vista en Roma con Ciano y con Ribbentrop en el año 1943. Me disgusta, sinceramente, caer dentro de esa denominación de los “gacetilleros de la historia” en contra de los “historiadores rigurosos”. Para que usted tenga la posibilidad de modificar esa opinión tengo el gusto de enviarle fotocopias de los documentos en los que me he basado para hacer las afirmaciones sobre las cuales le preguntó el Sr. Arasa en su carta. Caso de que hay tenido algún error en la lectura de los documentos que le vio, le agradecería que me lo pusiese en comunicación.
Estos documentos son los boletines que editó el contraespionaje estadounidense durante la II Guerra Mundial o los “Magic Summaries”, en base a las comunicaciones cifradas de los diplomáticos japoneses. Su veracidad parece fuera de toda duda, puesto que han sido encontradas en el Archivo del Ministerio de Exteriores japones copias de algunos telegramas que aparecen también en los Magic Summaries. Y aunque al principio de la guerra la descodificación parece que contenía errores, después fue muy buena, según han calificado algunos japoneses. Como comprenderá, me aparece más fiable un documento de la época. Otra cosa diferente es que los diplomáticos japoneses mintieran o fueran engañados, y eso también lo he tenido en cuenta.
Por otra parte, nada más tengo que refutar a su afirmación sobre la no existencia de tal reunión, Si lo afirma Ud., que vivió desde un puesto tan importante esa parte de la Historia de España, no dudo que sea verdad, aunque para hacer valer es mayor medida sus afirmaciones sería conveniente las corroborara con documentos.
No me gusta hablar de mi persona porque no tiene interés para la investigación o para la afirmación de unos hechos, pero hasta ahora el único pago a las investigaciones que estoy realizando para mi Tesis “Relaciones Hispano-Japonesas 1937-1945” es la beca que estoy recibiendo gracias a la cual he podido venir a Japón. Si me gusta la Historia es precisamente porque esta descontextualizada del valor emocional. No sale en las primeras páginas de los periódicos. Un hecho que ocurrió hace 50 años se observa con mucha más tranquilidad y creo que los historiadores nos podemos acercar más a la objetividad que los que narran los hechos cuando aún están “calientes”. Que sepa yo, nadie me ha solicitado escribir sobre los temas en los que estoy trabajando en la actualidad, sino que ha sido mi profesor de la Universidad el que me sugirió investigar sobre el tema de la Tesis. En consecuencia, no ha sido previamente cuando me he encontrado con temas como el del espionaje a otros, sino “a posteriori” una vez que empecé a investigar sobre España y Japón. Mi objetivo es ser profesor de la Universidad y para eso no se pueden escribir historias inventada sin libros sensacionalistas, sino que hay que corroborar los datos con citas.
Tendría mucho gusto si Ud. Pudiera asistir a la lectura de mi tesis Doctoral, que sea -espero- el próximo mes de marzo en la Universidad Complutense. También le agradecería su Ud. pudiera contestarme a algunas preguntas que me gustara hacerle en relación a las relaciones hispano-japonesas, Sinceramente, según los documentos que he consultado, no sale ud. Muy buen parado y aquí he encontrado – no he sido el primero, ha habido otros investigadores que lo han hecho antes-, algún que otro telegrama que le relaciona directamente con la Red Tō, a pesar de que usted lo ha negado en diversas ocasiones. También encontré unas copias de presuntos telegramas enviados por representantes españoles en un expediente del Gabinete Diplomático en el Archivo del Ministerio de Asuntos exteriores españoles, en los que consta “Entregado” [a la legación de Japón]. Ello podría demostrar las afirmaciones que aparecen en Magic Summaries, en el sentido de que ud. le entregó a Suma telegramas oficiales en ocasiones.
Le agradezco, por último, la disposición que Ud. siempre ha mostrado para responder a todos aquellos estudiosos que le han preguntado sobre que paso en aquellos momentos. No todas las personas se muestran tan proclives a responder sobre su pasado. Por último, su postura con respecto a Japón durante la Segunda Guerra Mundial fue la que se mantuvo más comedida en los últimos momentos de la Guerra Mundial, cuando España rompió las relaciones con Tokio y Japón era objetos de críticas continuas. ¿Comió usted con [el ministro de Exteriores] Lequerica a sugerencia del general Franco? ¿Le comento el entonces ministro las dudas sobre qué postura tomar hacia Japón?
Le saluda afectuosamente
Florentino Rodao
4-24-1 Kami-soshigaya
Setagaya-ku. Tokio 157