Maradona tiene razón. Fue Estados Unidos quien lanzó una bomba atómica sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, pensando en la posguerra y en su futura relación con la URSS más que en la lucha que seguía librando contra Japón. A los dos días cayó otra en Nagasaki. Durante años se siguieron probando bombas atómicas y a los soldados (norteamericanos, en muchos casos) se les daba simplemente cristales ahumados como protección. Argentina no lanzó la bomba atómica. Había sido el país americano más farruco ante Washington, incluso promoviendo un golpe pro-Eje en Bolivia. Pero acabó agachando la cabeza y declarando la guerra a Japón en marzo de 1945. Como España, con la diferencia que a Franco no le dejaron romper hostilidades. Y también como en España, el horror que suscitó la bomba atómica fue por el salto cualitativo de las armas de destrucción para los futuros conflictos más que por los miles de muertos japoneses. Al fin y al cabo, ellos habían empezado la guerra y eran los perdedores. Todos, argentinos y no argentinos, prefirieron mirar a otro lado. De alguna manera, se hicieron (nos hicimos) cómplices. Nadie estuvo (está) libre de culpa.
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