Hace siglo y medio, cuando Japón decidió modernizarse, contrataron a occidentales para que les enseñaran, los llamados “o-yatoi-san”. Les pagaban una millonada, pero en cuanto habían enseñado lo que sabían, les mandaban de vuelta. Después, gastándose en armamentos las divisas, Japón fue uno de los países más pobres del mundo y Asia se inundó de sus prostitutas, las “karayuki-san”, que enseñaban a limpiar bien los órganos. Con el tiempo, pasaron a vender los productos de la gama más baja y de peor calidad. Los primeros botones, bombillas, paraguas, o bicicletas que se pudieron comprar muchos asiáticos fueron “made in Japan”. Se rompían a las primeras de cambio y surgió la expresión de llamar a alguien japonés si tenía muchas enfermedades y estaba quejoso: era como sus productos. Tras la guerra, compraron patentes por cuatro perras y aprendieron los controles de calidad (y les llegó el maná de la guerra de Corea). Lo mismo ha ido pasando con el “made in Korea” y el “made in Taiwán”. Y ya está pasando con el Made in China. Empezaron con lo más barato. Quizá vaya a pasar lo mismo con el fútbol. Julio Salinas ha dicho qué era lo que querían de él: aprender. Luego, ellos mismos ya verán cómo mejorarlo. Por de pronto, piensan a largo plazo. Quizá no sea tan anecdótica su aportación. Podríamos incluso aprender de ellos.
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