Era la una de la madrugada, cerca de la Puerta del Sol. Se me acercó una señora que yo creí que iba a venderme flores. No las llevaba y, en cambio, me dijo: “Kankoku” (Corea), “Hoteru” (hotel) y “Wakarimasen” (no comprendo). Supuse que se había perdido. Ella insistía en un 9, y con la ayuda de un conserje que la había visto deambulando llamamos a los hoteles de los alrededores con esa numeración, preguntando si hospedaban coreanos. A las cuatro, la Policía Municipal comprobó que no había denuncia por desaparición. A las cinco llamé a una amiga coreana, Kwan Bok. A las seis se reunió por fin con su grupo de la agencia de viajes, todos asustados, en un hotel (Plaza de Santo Domingo, 9) muy nuevo para el listín utilizado. Al día siguiente, la señora llamó a Kwan y le contó cómo al volver de comprar una bebida en una tienda, se perdió. Y que sus amigos no habían denunciado la desaparición porque creían que la habían secuestrado los norcoreanos. Kwan, residente y casada con un español desde hace años, me lo justificó porque ha ocurrido en ocasiones con diplomáticos. Aunque la señora trabajaba en una residencia de ancianos, también era posible que los agentes la hubieran secuestrado. Quizás el término guerra fría es engañoso.
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