El Nóbel Kenzaburo Oé recordaba en un artículo que publica en el libro “El Japón contemporáneo” cómo se apasionaba en su juventud leyendo las aventuras de “El Quijote”. No era una adulación, cuando vino por última vez a España no sólo se sabía de memoria el nombre del imaginario caballo del Ingenioso Hidalgo, “Clavileño”, sino lo que significaba. El mismo año de aparición del libro, 1998, fue reeditado otro sobre el contrapunto del Quijote en nuestras tierras, el “siniestro personaje” Fu-Manchú, creado por Sax Rohmer en 1912. Es descrito como una persona “alta, delgada y felina” y con “toda la astucia cruel de la raza oriental”. Encarnaba él solito el “peligro amarillo”. Siento que estos dos personajes son el ejemplo de cómo los unos han imaginado a los otros en su juventud. Ellos conociendo ampliamente la cultura occidental y aprendiendo, nosotros leyendo historias sobre sus maldades y, en definitiva, observándolos con temor. Además, sin profundizar, porque más allá de llamarles chinos poco más se sabía. Aunque la época de la colonización daba a su fin, se seguía con el mismo ánimo, Franco continuaba convencido en 1959 de las perspectivas de la cristianización de Japón. La situación ha cambiado mucho desde entonces: “Kung-Fu”, los manga, “Hello-Kitty”, etcétera. Pero el exotismo continúa vivo. “El Quijote” se sigue reeditando, pero también Fu-Manchú. Y en ediciones populares.
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