El único local coreano de la bulliciosa calle comercial de un barrio con una fuerte presencia de coreanos (y chinos), e incluso con un colegio presidido por las fotos de Kim Il Sung y Kim Jong Il. Pues nada, no estábamos mas que el dueño (surcoreano), un cliente habitual japonés y quien suscribe. Había algún que otro local más donde se podía ver el fútbol, pero nadie lo miraba: no hay la cultura de compartir estos momentos. Lo mas concurrido, para variar, los restaurantes, el pachinko, los snack bar y, sobre todo, los karaokes, los reyes de la noche de toda Asia Oriental. Las formas de divertirnos unos y otros, ciertamente, son muy distintas. Cuando había fiesta en las residencias de estudiantes extranjeros, la discusión siempre era la misma, unos querían cantar melodías y otros bailar lo que fuera. Cuando se nos ponían a cantar con esos tonos tan melódicos, nos aburríamos, y cuando estábamos bailando, siquiera pachanga y en los momentos mejores, siempre exigían su turno. La única excepción es Filipinas. El gusto por el ritmo allí es una clara influencia de los siglos de la presencia hispana, pero sobre todo de las gentes que viajaban en el galeón desde Acapulco a Manila. Así, los músicos filipinos amenizan las noches de multitud de terrazas, salas de fiestas y discotecas asiáticas. Y de los bares japoneses, donde se ofrece “nomihodai”; es decir, barra libre. También hay placeres que son universales.
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