Estuve un mes por Vietnam intentando encontrar signos de sentimiento antiamericano. Fui desde los cementerios de soldados hasta los museos de armamento derribado, y lo único que encontré fueron niños haciéndose fotos. Sólo encontré un viejito que nos gritó a un grupo en un mercado fluvial, calmado con resignación al poco por una hija. La intervención de Estados Unidos ha sido perdonada, se dice, aunque no olvidada, y sus soldados apenas fueron vistos por sus enemigos, ya que en buena parte era una guerra civil. La invasión japonesa, no obstante, parece que acabó ayer. El resentimiento está a flor de piel. Las crueldades de la guerra son difíciles de olvidar. Esclavas sexuales, la unidad 731, la experimentación con armas químicas, las indemnizaciones y las películas de la guerra siguen manteniendo un clima de tensión. La uyoku o extrema derecha ayuda lo suyo. Pero parece que hay un doble rasero y que con unos se prefieren echar pelillos a la mar mientras que con los otros se buscan nuevos argumentos para continuar la batalla. Me pregunto si lo que más fastidia no es haber sido colonizados por unos asiáticos a los que se veían como iguales y nunca como superiores. Al contrario que los occidentales, los japoneses fueron vistos como asiáticos, pero no como seres superiores. Antes y ahora, porque esas imágenes perduran