Me han empujado en Japón sólo una vez en cinco años, en parte porque apenas he montado entre las ocho y las nueve de la mañana ya que casi nunca tuve horario de currito normal, el llamado “salary man”. Sí que he ido muchas veces apretujado. En los diez minutos que pueden tardar los expresos entre parada y parada he pensado, incluso, qué ocurriría si mordía la oreja que tenía enfrente, tan a huevo como está a veces. Normalmente, el tren no estaba tan lleno y podía leer el periódico, aunque nunca he aprendido a doblarlo como se hace allí para evitar molestar. En ocasiones he preferido esperar al tren siguiente para, subiendo de los primeros, estar en la parte menos congestionada; montando al principio o al final del tren también se suelen evitar apreturas, porque las escaleras de llegada por lo general coinciden con los vagones centrales. Si necesitaba sentarme o me sobraba tiempo, prefería esperar al Kakueki, el tren que para en todas las estaciones y espera a que le adelanten los expresos. El tren es el rey de Tokio, ciertamente, y las empresas de ferrocarriles han hecho lo posible diseñando las zonas donde eran autorizados a instalar las líneas, convirtiendo las estaciones en los centros locales e incluso acabando los trayectos en los grandes almacenes de los que son propietarias. Pero con 12 millones sólo en Tokio y cerca de 30 millones incluyendo la conurbación, no me lo imagino de otra forma. Parece mentira, pero funciona.
http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/2002/06/08/pagina-59/33989961/pdf.html