Yakuza, demanda y oferta

La única vez que noté unos mafiosos fue en el metro. Estaban sentados charlando, con los pies sobre el asiento y los zapatos en el suelo. Miré sus manos y, efectivamente, tenían el dedo meñique amputado. La yakuza sigue existiendo. Los jóvenes se entrenan pidiendo dinero a la gente en las colas o a los que se quedan a principios de abril por la noche guardando para sus empresas el sitio del parque para celebrar el hanami, el florecimiento de los cerezos (por norma, los novatos). De mayores, sacan dinero de muchas formas. Si un comercio no les paga, van a la hora de mayor afluencia y se abroncan entre ellos: espantan a la gente. Otros obligan a los recelosos a vender sus terrenos en un país donde la expropiación es muy complicada. Por eso para muchos el bar (izakaya) del edificio 109 de Shibuya era un símbolo de la lucha contra la yakuza: uno de los edificios más kitsch de una de las zonas más céntricas de Tokio tenía una forma embarazosa para hacer hueco al viejo local que seguía sin venderse. Pero apenas tenía clientela y lo cerraron. Ahora, el 109 ya tiene una forma más normal, plantas más espaciosas y donde antes se tomaba sashimi de atún con sake o cerveza ahora se venden abalorios de moda. Y está lleno. La yakuza no acabó con ese bar. Fue el mercado. La demanda y la oferta.

http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/2002/07/01/pagina-53/33966627/pdf.html

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