Un profesor norteamericano recordaba de su estancia en Japón que sus colegas pasaban horas y horas charlando en la cafetería del bar. Lo decía con indignación y aseguraba que en su país los profesores apenas gastan unos minutos en bajar a por el café: lo apropiado es subir a tomarlo en el despacho, mientras se trabaja. Ciertamente, en sus facultades no hay cafeterías y las charlas con los alumnos sólo tienen lugar en los despachos. Las estadísticas indican, ciertamente, que los japoneses gastan un buena cantidad de su vida en el trabajo (sin muchas horas de diferencia frente a otros), pero que la productividad no es precisamente alta. A excepción de las empresas más conocidas internacionalmente, el resto son poco competitivas en el plano internacional. En parte porque formar parte de un grupo también tiene sus ventajas. Se evitan la “carrera de ratas” y las luchas internas, facilitando un ambiente laboral mas relajado que también ha ayudado a conseguir uno de los índices de longevidad mayores en el mundo. En una ocasión, mientras hablaba al teléfono con un amigo diplomático, escuché gritos y voces. La razón era que ya eran las siete de la tarde, hora de trabajar mas relajados, por lo que ya se habían abierto las cervezas (o servido los cubatas). Me acordé de esta anécdota cuando iba a ver el partido de Japón y Turquía a través de calles medio vacías: las tiendas estaban abiertas, pero apenas había gente atendiéndolas. El partido lo estaban viendo adentro. Y en las empresas apenas se trabajaba.